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Cuando al día siguiente, Azul llegó junto a Felicita, sonrió al verla más contenta de lo usual. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla, como siempre, y luego se sentó en el sillón que solía ocupar.

—Felipe no ha llegado aún porque dijo que tenía un pendiente —comentó.

Azul sabía que él se encargaría de ir a buscar el disco, pero no dijo nada.

—¿Han avanzado algo? —inquirió Felicita.

—Hemos hallado a Pedro y él nos ha dado una pista, pero aún no tenemos mucho más. A Felipe le preocupa que no lleguemos a él —aprovechó Azul para decir.

Si bien ella era más positiva que él y trataba siempre de mantener el espíritu optimista en la investigación, también había pensado en la posible desilusión de Felicita.

—¿No crees que no he pensado en todas las variables? —dijo la mujer—. Sé que puede estar muerto o que quizá no lleguen a él, he pensado en todo... —admitió.

—Entonces estás preparada para cualquier escenario, ¿no? —preguntó la muchacha que se recostó en el sofá y levantó las piernas con comodidad.

—Sí... pero he vivido tanto tiempo con miedo, Azul, que ahora me parece irrelevante dejar de hacer algo por temor. ¿Qué tengo para perder? Nada, quedarme como hasta ahora... Ya he vivido una vida entera escondiéndome del qué dirán, y la vida se me fue...

—¿Él fue el amor de tu vida? —inquirió Azul.

—Así es, y ... Suena feo, pero es así... Luego llegó Astrid y ella fue el motor que me ayudó a continuar. Pero ahora estoy con un pie aquí y el otro al otro lado, ¿qué tengo para perder?

—Tienes razón, Feli, solo no queríamos que perdieras las esperanzas.

—La esperanza es el motor de la vida, Azul, es ese motivo que te ayuda a levantarte cada día. Si uno no tuviera esperanzas no podría vivir, estaría muerto en vida... Mi esperanza no es hallarlo, mi esperanza es mi amor... que siempre ha estado aquí —dijo y señaló su pecho—, mi esperanza es saber que ese amor le llegó de alguna manera... El amor es energía y aunque los finales felices son hermosos, no siempre las historias de amor terminan bien, y muchas veces no es por falta de amor.

—Qué bello lo que dices, Feli, no lo había pensado de esa manera...

—Mira a Felipe, por ejemplo —comentó—, desde que su capacidad de sentir esperanza se desmoronó... su vida se detuvo y ahora se ha convertido en solo una sombra de lo que un día fue —añadió.

—Parece una buena persona...

—Es una hermosa persona, pero no se lo cree —dijo ella con una sonrisa.

En ese mismo momento, un mensaje de Felipe ingresó al celular de Azul.

«Tengo el disco, ¿tienes tocadiscos antiguo? Es de vinilo...».

«Claro, ¿lo llevas a casa a la noche? Termino mis clases en la academia a las ocho...».

«¿Llevo cena?».

Azul sonrió.

«Eso ya suena delicioso».

—¿Quién te hace sonreír de esa manera? —inquirió Felicita de pronto.

Azul volvió en sí y negó con la cabeza, no se había dado cuenta de que estaba sonriendo.

—¿Eh? No... no es nada...

—Espero que no sea Alexis —dijo la mujer—. Ese hombre no te merece...

—No, no es él —respondió Azul—, no te preocupes... Y ni siquiera me di cuenta de que estaba sonriendo.

—Esas son las sonrisas más sinceras, las que nacen del alma.

Un rato después de aquella charla, Azul se despidió de Felicita y subió a su bicicleta para continuar su jornada. Llegó a la academia, donde dio su clase de danza y luego se fue hasta su casa. Eran las ocho y diez cuando llegó allí, justo a tiempo para darse un baño y esperar la llegada de Felipe. No sabía por qué aquello le generaba tanta ilusión, pero no quería preguntárselo, prefería dejar que las cosas sucedieran como debían de ser.

Salió de la ducha y se puso un jean holgado, una blusa amarilla llena de girasoles y unas sandalias frescas, se recogió el cabello aún húmedo en una coleta desordenada y preparó el tocadiscos antiguo, esperando que funcione correctamente, después de todo, no lo había usado nunca.

En eso estaba cuando el timbre sonó, con una emoción que no sabía de dónde salía, Azul se levantó para abrir la puerta. Se arregló de manera rápida el cabello y giró el picaporte.

—Hola —saludó.

La verdad era que no estaba preparada para lo que vería. Felipe, vestido con un jean y una camiseta con escote V de color azul oscuro la esperaba con un disco, una bolsa de comida rápida y una sonrisa que derritió algo en su interior.

—Hola —respondió—, ¿llego temprano?

—No, claro que no, pasa —dijo ella y abrió espacio—, estaba probando la máquina, solo espero que funcione.

Caminaron hasta la sala donde él dejó la comida sobre la mesa y le mostró el disco.

—Mira, este de aquí es Antonio —dijo y señaló la foto del muchacho.

Azul lo miró con curiosidad.

—¡Qué guapo! —exclamó.

Sacó con cuidado el disco del estuche y lo colocó en el plato giratorio de la máquina.

—Espero que funcione... —murmuró antes de colocar la aguja con sumo cuidado.

Un ruido sordo antecedió a la primera canción del disco, que no tenía más que tres músicas.

Azul, emocionada, se puso a dar brincos y luego observó con cuidado los nombres y los datos de los músicos en la tapa del disco, pasó sus dedos con devoción sobre lo que sería el rostro de Antonio y murmuró.

—¿Dónde estás?

Felipe, testigo de aquel entusiasmo y emoción, sintió por primera vez que aquella locura valía la pena. No solo por hacer feliz a Felicita, sino también, por emocionar así a una criatura tan mágica como era esa extraña mujer vestida con girasoles.

—Ahora... esa es la canción —susurró él cuando la primera música acabó.

Ambos hicieron silencio y tomaron asiento, él en el sofá y ella en el suelo frente al toca disco. La voz grave y aterciopelada de Antonio los invadió en una balada romántica:

Cuando me preguntan ¿qué es la felicidad?

no se me ocurre nada más que tú.

¿Cómo es posible que aunque no estés aquí,

te sienta dentro mío como si fueras parte de mí?

Tu amor es la esperanza que me hace respirar,

me da la vida y me deja cantar.

No importa si en esta vida no te vuelvo a encontrar,

te llevo en mis recuerdos, en mi aliento y en mi piel.

Felicidad, Felicita,

No olvides las promesas que nos hicimos ayer.

Felicidad, Felicita,

Te prometo que por siempre yo te he de amar.

Cuando me preguntan ¿por qué no sonríes ya?

no se me ocurre nada más que tú.

¿Cómo es posible que volviera a sonreír,

si en mi futuro siempre solo un recuerdo serás?

Aun así doy gracias a la vida y al amor

por haberte podido conocer.

Y no solo por eso, también por tu amor,

que es el regalo más hermoso que me hizo Dios.

Felicidad, Felicita,

No olvides las promesas que nos hicimos ayer.

Felicidad, Felicita,

Te prometo que por siempre yo te he de amar.

Te prometo que por siempre yo te he de amar.

—Oh, por Dios... eso fue tan... romántico —exclamó Azul y se dejó caer en el suelo al tiempo que comenzaba a sonar la tercera canción.

Felipe sonrió, no podía refutar aquella afirmación.

—¿Por qué ya no hay hombres así? —inquirió volviendo a sentarse.

—¿Quién dijo? Seguro que alguno queda...

—¿Tú eres romántico? —quiso saber ella.

—Yo... no, la verdad es que ya no... No creo en esta clase de amor, me parece que son solo palabras... Mira, no quiero estropear el momento idílico que estás experimentando —rio al tiempo que señalaba el álbum—, pero te haré una pregunta: ¿Crees que si lo de ellos no hubiera sido interrumpido aún estarían juntos?

—No sabemos qué sucedió, Feli aún no nos ha contado...

—Lo sé, pero es obvio que su padre tuvo algo que ver... De todas maneras, ¿lo crees?

—Pues... no lo sé... quizás...

—Eso es lo que te digo... el amor que ese hombre expresa en esa canción es solo una idea, es una ilusión que nada tiene que ver con el amor verdadero. Es muy lindo, sí, para conquistar a una chica, pero ¿será suficiente? Cuando vengan los problemas, las dificultades... Felicita era una joven de mucho dinero a quienes sus padres tenían como a una princesa, ella dijo que su papá pensaba que él no podría mantenerla. ¿Crees que ella se habría adecuado a vivir en una pieza alquilada en un barrio pobre? —inquirió.

—Estás haciendo conjeturas que no vienen al caso porque ella aún no acabó de contarnos la historia, pero si todo lo que dices es cierto, yo creo que por amor uno es capaz de adecuarse a muchas cosas.

—¡Mentira! —añadió él—. Eso es solo mientras dura el enamoramiento, luego los problemas surgen y te atrapan, crecen como hiedras y asfixian al amor... lo matan.

—Tú dices eso porque no te ha ido bien. ¿Pero cómo explicas esas parejas que han vivido por años juntos y siguen enamorados? —inquirió ella levantándose del suelo. Se mostraba indignada con las afirmaciones de Felipe.

—Supongo que han tenido suerte, son personas que de una forma u otra aprenden a convivir y se adaptan el uno al otro, pero ahí no siempre hay amor, muchas veces es solo costumbre.

Azul negó con vehemencia.

—No me gusta nada tu forma de pensar —dijo y lo apuntó con el dedo índice—, estás matando todas las emociones que esa música dejó en mi corazón —afirmó.

Felipe sonrió y al hacerlo aflojó el enfado que afloraba en Azul.

—¿Sabes? Lo que pienso es que estás demasiado lastimado, ojalá encuentres a una persona que te haga volver a amar, que te haga recuperar la esperanza y volver a creer.

—Lo dudo, lo dudo mucho —zanjó él—. Mejor cenemos, tengo hambre.

Comieron en silencio, los dos perdidos en sus propios pensamientos y emociones.

Azul repetía en su mente aquella melodía tan pegadiza y se imaginaba a Felicita escuchándola.

Felipe, por su parte, no podía dejar de repetir la última frase que la muchacha le había dicho. ¿Volver a enamorarse? Nunca se lo había planteado, no tenía ganas de volver a sufrir... ¿Acaso algo así valdría la pena?


Gracias por el apoyo y el cariño en estos días difíciles, les mando un abrazo.


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