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Capítulo 13

Después de la conversación tan amable mantenida con mi adorable secretaria, decido vestirme e ir hasta mi casa donde debemos tratar el asunto del bebé.

Llego a mi departamento, me la encuentro parada a un lado del salón mirando por la ventana.
Al escuchar cerrar la puerta se voltea y me mira fijamente.

— Buenos días cosita linda. — Saludo dejando las llaves en un jarrón.

— Buenos serán para tí, qué, ¿Ya le has dado utilidad al tiburón?

— Alysa no empieces. Dime qué te pica y acabemos con esto de una vez.

— Me pica la curiosidad cosa tonta de hombre. Dices que no vas a volver pero sé de buena tinta que irás corriendo de nuevo detrás de ese cacho penco.

— Te equivocas. Ahora soy yo el que no quiere verla. Se terminó todo.

— Eso espero Evan, eso espero. Pero no sé, presiento como aún queda algo y eso será el motivo por el que estarás a la merced de ella. Llevas tanto tiempo diciendo que ya se terminó, como al minuto te llama y pierdes el culo por correr para adorarle al cacho penco.

— Dejemos de hablar de Thaisa y dime qué es lo me tenías que decir. — Prefiero cambiar el tema, hablar sobre Thaisa me hiere y lo que más necesito en estos momentos es centrarme en mi vida.

— Para que asistas conmigo a la clínica, allí te van ha explicar lo que debes de hacer.
Yo solo quiero advertirte que aunque tú vayas hacer mi sueño realidad, este bebé será mío. Solo mío, tú no serás responsable de mi hijo. — La miro con furia  al no estar de acuerdo con lo que me dice.

— ¿Qué quieres decirme? ¿Qué después de todo me quitas el derecho de padre? Te equivocaste Alysa en pensar eso. No sé qué motivos te han llevado de ser yo el donante, pero no voy a ver a un niño crecer sabiendo que lleva mi ADN y hacer como si nada.

— Estás avisado Evan Zabat, tú no tendrás derecho alguno sobre mi bebé. Continuarás con tu vida, yo misma me encargaré de presentarte mujeres para que al fin formes un hogar.

— ¿Acaso crees que me estaré quieto?

— Hazlo. Es mi bebé, solo mío. — Alzando su barbilla retándome, intento entenderla, pero también debe comprender que aunque sea la ciencia quien fabrique al bebé yo no hacer la vista gorda, no soy esa clase de hombre.

— Será mi hijo también. Lo reconoceré como tal. Al fin de cuentas soy su padre.

— Jamás. Escúchame con mucha atención, podrás ayudarme si te apetece hacerlo. Pero jamás reconocerás a mi hijo, es mío y lo que es mío no comparto. Mío. ¿Entendiste?

— No. Me estas pidiendo ir en contra de mis principios. También va ser mi hijo, no puedes hacerme algo así.

— Puedo y lo haré. No quiero hombres en mi vida, llevo años sola, y aunque sea una mujer minusválida no deseo terminar mis días más sola que la una. Estoy segura de mí misma de cómo podré criar a mi hijo.
No soy un cacho de carne, soy una mujer independiente la cual se esfuerza diariamente trabajando y viviendo de forma distinta.
Es mi decisión Evan, tú no vas a ser su padre. — La miro asombrado negando con mi cabeza tratando de averiguar el motivo del cual le esté llevando a no querer que sea su padre.

— No sé si podré soportarlo Alysa.

— Lo harás en el momento que tú tengas tu propio hijo junto a la mujer que ames.

— No es una explicación. Es una orden, y no puedes apartarme de mi hijo, llevará mi sangre. Es mío también. — Trato de convencerla inútilmente.

— Ya lo he decidido y no quiero pelearme con nadie por hijo. Y mucho menos contigo y tu familia que son como mi familia. Lo siento Evan pero es lo que hay. — Me cuesta entenderla y más con esa frialdad con la que me habla.

— Una pregunta. ¿Porqué yo? — Se hace un silencio, ella desvía su mirada hacia otro como si estuviera pensando la respuesta.

— Porque eres el único hombre que conozco que nunca me ha dejado tirada. Eres un idiota de eso no cabe la menor duda. Aunque reconozco que siempre te portas bien conmigo. Además, eres un hombre muy atractivo todo hay que decirlo. Debo saber que físico sacará mi hijo. ¿No? — La miro desconcertado clavando mis ojos en ella buscando la verdad en sus océanos luceros. Lo único que me encuentro es con un glacial, no hay duda que ella tiene las ideas claras y yo que no sé dónde me mata el zapato, decido para no variar darle algo mío.


Había pasado exactamente una semana desde que cambié de opinión sobre socorrer a mi adorable secretaria.
En estos días solo hemos hablado sobre el trabajo, sobre cómo llamará al bebé si es niño o niña, la ropita que le comprará.
Hacía años que no veía Alysa brillar sus ojos hablando tan feliz.
Una felicidad, por supuesto depende de mí. En ocasiones he querido echarme para atrás, pero verla rebosante de alegría consigue que dé el paso para hacer algo que yo mismo deseo y no podré compartir con ella, así lo hemos acordado y aunque no me gusta mucho la idea de mantenerme con la bocaza cerrada para no lastimarla.
Así lo hemos acordado y le he dado mi palabra de que nadie se entere de nuestro pequeño secreto.

— Vamos Evan levanta de un puñetera vez, hay que ir a la clínica y llegamos tarde. — Cuando mejor estaba durmiendo llega el gallo Mariano para despertarme.

— Vale, tranquila si aún falta un par de horas para tu cita.

— Tengo que llegar temprano, mueve tu hermoso culo y date prisa. — Señor, te lo ruego donde se encuentra mi paciencia, porque ya no puedo soportar más a la odiosa esta.

Me levanto tranquilamente viendo cómo se pone roja de la ira. Me río de ella mientras rebusco en el clóset qué ponerme.

— Alysa dime me pongo. Unos jeans  con una camisa o un polo.

— Ponte aun que sea el traje de boda de tu padre y vámonos o llegaremos tarde. — Intento aguantar la risa escuchando como me pone fino filipino.
Así da gusto despertar por la mañana.

Termino de desayunar, bajo para buscar el auto y antes de sacarlo del parking ya está Alysa esperando en la calle.
La monto en el auto empezando a conducir hasta la clínica.

Allí nos recibe una enfermera la cual nos da una charla. Acto seguido, la enfermera se lleva Alysa para que la vea una doctora y a mí me llevan hasta una sala donde otra enfermera más fea y vieja que la anterior me dice lo que tengo que hacer.
Sí, sentarme y darle  samba al tiburón. Al menos me hubieran dejado ver una película porno para motivarme. Con una revista guarra no voy hacer milagros.
En serio, con YouTube mi imaginación no me da para mucho.

De pronto se me ocurre llamar a Verónica, que listo soy cuando quiero.
Hablo con ella contándole lo que me ocurre y ella como buena amiga que es, me pasa inmediatamente a unas de las niñas para hacer una videollamada.

Madreeee...Esto si es motivación, ver a mis niñas como se dan placer hacen que mi tiburón se ponga más tieso que la mojama.

Oh siii, esto si me mola más.

— Perdone señor, pero puedo ver en su pantalla, es que llevo media hora duro que te pego y nada. — Un señor que está en las misma situación que yo me pregunta si puede tomar asiento y ver conmigo a la niña.
Me encojo de hombros puesto a la niña no le importa.
Pero al parecer estamos más de uno en la sala, lo que se supone que deberíamos estar solos sacando brillo al fusil, me encuentro en corrillo con un par de tíos más agarrando con una mano el miembro y con la otra el frasco.

— También el abuelo viene a darle a la zambomba. — Pregunto a unos de los hombres que está  sentado al lado mío.

— No qué va. El abuelo es un donante.

— Ah. Comprendo. — Anda jode al abuelo, al fin de cuentas hay que ser solidario.

Pues nada, el villancico empieza y todos los hombres estamos viendo a las niñas enseñándonos hasta las anginas mientras nosotros estamos duro que te pego dándole a la zambomba.
Cuando más o menos todos hemos depositado en el vaso nuestra semilla, dando por finalizada la navidad, la misma enfermera de antes me da otra charla haciéndome de entrega de unos folletos llevándose el frasco.
Los tomo y tras despedirme del coro navideño me marcho en busca de Alysa la cual se encuentra hablando con varios médicos.

Al salir de la consulta, le pido de ir a comer.
Ella acepta a regañadientes y eso que pago yo.

Una vez que llegamos al restaurante, Alysa sigue de mal humor, bueno y a esta qué le pasa.

— Cuando logres tranquilizarte puedes contar lo que te ocurre.

— No me pasa nada. Solo es que tengo que decir a los médicos que eres mi pareja cuando no lo eres.

— Di la verdad mentirosa.

— No puedo, si lo hubiera hecho no me hubieran dejado y además tuve que decirles que queríamos tener un hijo cómo pareja que somos.

— De verdad tú tuviste que ser alumna de Pinocho, porque ojo lo bien que mientes. — Hablo tranquilamente mientras hago el pedido de lo que vamos a comer.

Durante la comida Alysa habla sobre la conversación mantenida con los doctores y la posibilidad de que todo salga bien.
De pronto se calla de golpe mirando hacia el frente. Sigo su mirada viendo como se sienta en otra mesa su ex novio.

— ¿Has visto a Jesusito? Ha engordado un poco. — Intento sacarle una sonrisa.

— Míralo que bien vive el cabrón, mientras yo estoy sentada en esta maldita silla de ruedas por mí culpa.

— Alysa déjalo ya. Fue un accidente.

— Un accidente donde él iba borracho conduciendo y yo me subí al auto sabiendo cómo iba.
Y para mí desgracia a él no le pasó nada, bueno si, unos arañazos que se curó pero de mí no quiso saber nada en el momento que más lo necesitaba.

— Quizás fue mejor así. Total míralo qué manera de andar tiene si parece que va pisando huevos. 
Esto, ahora vengo voy la baño que me estoy meando desde hace una hora.

Me levanto de la mesa caminando apretando mis manos hasta el baño.
Dentro se encuentra Jesús, maldito desgraciado.

— Hola. — Saludo mientras me dispongo a echar la mea.

— Vaya si eres tú Zabat, cuanto tiempo. — Encima de estúpido me va vacilar.

— Sí, hace casi cinco años, cuando rompiste con Alysa. — La furia empieza a bucear en mis venas al recordar como lo pasó por entonces Alysa por su maldita culpa.

— ¿Y como está ella? — Pregunta subiéndose la cremallera.

— Ahora mismo está bien. Y tú cómo estás, me enteré que te casaste. — Estoy tan cabreado que le cortó el paso subiendo la cremallera.

— Evan tío, ¿de qué vas?

— No tengo tanta amistad contigo cabrón. Te casaste con la tía que le ponías los cuernos Alysa ¿Verdad? Aquella que te vi en la casa que ella había comprado contigo, follando como un perro en la cama que habías dormido con ella.

— Evan,  ¿Ha dónde quieres llegar?

— Escúchame maldito desgraciado, Alysa te amaba, estaba ciega de amor por un gilipollas como tú, el cual la dejó tirada cuando más te necesitaba, ella está sentada en una silla de ruedas por tú culpa. — Le doy un puñetazo quedándome más ancho que largo.

— Iba a dejar de todas formas Alysa, pasó lo del accidente y yo no quería seguir con ella. — Lo vuelvo a coger por la tela de su camiseta encarándolo.

— No había tiempo de cortar la relación que tuviste que aguardar cuando la habían operado y los médicos le dijeron que jamás volvería a caminar desgraciado. — Lo suelto volviendo a pegarle.
Él intenta defenderse pero lo bloqueo para volver a golpearle. Lástima que dos hombres  llegan en ese momento para separarnos.

Mientras Jesusito se limpia la sangre yo salgo hacia el restaurante haciendo como que no ha pasado nada.
De nada me sirve aparentar tranquilar cuando Alysa se percata de como sangran mis nudillos.

— Sabía que lo ibas a golpear bruto.

— Era algo que tenía en mente hacer antes de morir. No veas lo bien que me quedado.

— ¿Desde cuando sabías que me ponía los cuernos Evan? — Su pregunta me pilla por sorpresa, la miro a sus ojos llenos de rabia.

— Meses antes de que te casarías con él.

— ¿Y hasta ahora me tengo que enterar?

— ¿Cuándo te se va quitar la costumbre de escuchar detrás de las puertas? — Molesta Alysa tira la servilleta encima de la mesa comenzando a empujar su silla.

Intento salir detrás de ella tras haberme entretenido en pagar la cuenta. 
Puedo darle alcance en la calle, intento contarle la verdad, pero no me deja, se niega a escucharme e incluso se monta en un taxi sin esperarme.

Me quedo quieto intentando calmarme sin éxito.
Maldigo y me cabreo conmigo mismo por bocazas.
Busco mi auto y me voy directo a su apartamento donde allí me espera otra acalorada discursión.
Pero esta vez conozco a Freddy Krueger en persona.

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