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xv. Promesa cumplida.

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CAPÍTULO QUINCE

PROMESA CUMPLIDA

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Un día, tan solo había pasado un día desde que Fred había ido a la mansión y había roto su corazón en miles de pedacitos, tras haber descubierto la verdad sobre lo que ella había hecho con otros humanos antes que él. Todo se sentía diferente, todo se sentía vacío. Fred había animado la mansión con su sola presencia, ahora volvía a ser sombría y solitaria. De nuevo, había dejado de parecer un hogar para la morena.

Zaira no salía de su habitación para nada, se había encerrado allí y no parecía tener intención de salir durante mucho tiempo. En ningún momento, ella había dejado de llorar. Llorar por lo que había pasado, llorar porque había perdido a Fred para siempre, llorar por la impotencia que sentía. ¿Cómo iba a continuar viviendo sin él? ¿Cómo iba a hacerlo después de haber sentido su toque, después de haber hecho el amor con él, después de que saber lo que se siente al ser amada de verdad? ¿Cómo? No tenía ni idea.

Ahora por fin entendía como se habían sentido todos los humanos con los que había jugado, a los que había utilizado. Ahora entendía el daño que les había causado. Y no podía dejar de maldecirse a sí misma por todo lo que había hecho durante sus más de quinientos años de vida. Si tan solo no hubiera jugado con ningún humano, podría estar con Fred felizmente y sin problemas. Si tan solo Andrey no hubiera aparecido en su vida, ella no habría tenido tanto miedo al amor. Si tan solo Fred hubiera aparecido antes, todo habría sido mejor. Si tan solo Fred no hubiera aparecido en su vida, no estaría sufriendo ahora.

Se secó las lágrimas y abrió la ventana de la habitación, sentándose en el alfiler de esta para mirar el hermoso cielo azul. Normalmente, habría saltado y se habría ido a dar una vuelta por el reino, pero ahora no tenía ganas de nada y menos aún de ir al Consejo; le daba igual si le reñían o la sancionaban, no iba a ir. Ya todo le daba igual. 

Por un momento, la posibilidad de suicidarse pasó por su mente, tan rápido como una estrella fugaz. No era una mala idea después de todo (tampoco era la primera vez que se lo planteaba), había vivido mucho tiempo y lo único que parecía saber hacer era dañar a los demás. Nadie la echaría de menos, ni mucho menos Fred. Así que podía hacerlo sin remordimientos, era una idea bastante viable. Quizás, de esa manera podía pagar por sus pecados. Quizás, así aliviaba el corazón de Fred y también el de todos los humanos a los que había utilizado. El suicidio podía ser la solución. Una solución cobarde, pero, a fin de cuentas, una solución y eso era lo que importaba. 

Suspiró. Jamás se había imaginado que las cosas podían llegar a estar de esa manera, pero ya no se podía hacer nada. Kain podía encargarse de la mansión y demás terrenos y empresas, él lo haría bien, siempre la había ayudado con todo y conocía bien como funcionaban las cosas. O si no también podía darle sus terrenos a otra persona. Ya no le importaba si era la cabeza de la familia y debía luchar por mantener aquello que tanto esfuerzo le había costado conseguir a los suyos. Eso era lo de menos. Lo más importante era Fred, solo él.

Recordó todo, momento por momento, desde que lo había conocido en la salida del bar Estrella Celeste. Lo recordaba todo a la perfección, solo por el hecho de que se había enamorado de él. Había tratado de evitarlo, pero al final había caído, pues él era demasiado atrayente. Lo que no se había imaginado, en un principio, era que ella también había hecho caer a Fred en el proceso. Cuando el pelirrojo se lo había confesado, tan solo un par de días atrás, había sido tremendamente feliz, pero ahora odiaba ese momento. Odiaba sus sentimientos. Odiaba el amor. Keigar tenía razón, ella no estaba hecha para amar.

Entreabrió los labios mirando al cielo y comenzó a cantar una hermosa y triste canción. Una canción dedicada a aquel lindo humano, a Fred, a sus sentimientos de añoranza por él.

Las lágrimas volvieron a salir en seguida; cuanto más cantaba, peor se ponía. Cuando terminó, escuchó unos golpecitos en su puerta, era Kain. Lo sabía, podía sentir su aura a través de la robusta madera, pero no se movió, siguió allí, llorando y contemplando el cielo.

—Señorita, abra, por favor —le pidió Kain desde el otro lado.

—Déjame sola. ¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo?

—Pero quiero ayudarla.

—No hay nada que puedas hacer, Fred me odia —murmuró y otra vez el dolor presionó su corazón—, y no hay forma de solucionar eso.

—Hablaré con él —sugirió el mayor, rápidamente. 

—No, pensará que te estoy utilizando para engañarlo otra vez y no quiero eso —tomó aire—. Está bien, Kain, no te preocupes por mí.

—Señorita Zaira... —escuchó la voz de uno de los hijos de los sirvientes; el rubio, Dyen.

—¿Qué quieres, Dyen? —inquirió ella.

—¿Fred no va a volver a la mansión? —quiso saber el niño.

—No... él jamás lo hará... —sollozó, aunque trataba de mantenerse firme—. Lo siento... no podréis volver a jugar con él...

—Señorita... —esta vez era la voz del niño albino, Sai.

—Lo siento, lo siento, lo siento... —repitió una y otra vez.

No se disculpaba con los niños realmente, se disculpaba con Fred. Se odiaba por lo que había hecho en el pasado y por lo que había conseguido como castigo por ello. Ya nunca más podría ver a ese atractivo pelirrojo, nunca más volvería a sentir su toque, ni volvería a ver su sonrisa. Ni mucho menos volvería a sentir lo que únicamente él conseguía hacerle sentir. Amor.

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—Kain —lo llamó mientras se acercaba a él.

Por fin, había salido de su habitación, horas después de aquella pequeña conversación. El ángel mayor se encontraba en el jardín de la mansión, cuidando las bonitas rosas que Layla, la antigua señora de la mansión, había plantado y adorado tanto. Se sorprendió bastante al ver a su nueva señorita, Zaira, delante de él y más aun, por cómo iba. Estaba totalmente desaliñada. Su pelo negro estaba despeinado y cubría parte de su rostro, sus ojos estaban rojos e hinchados, llevaba un vestido blanco que le caía hasta las rodillas, de tirantes e iba descalza; las piedras del jardín se clavaban en la planta de sus pies haciéndole daño, pero a ella no parecía importarle.

—Señorita Zaira —musitó Kain, saludándola. 

—Tengo algo que pedirte. 

—¿Quiere que vaya a hablar con el señorito Fred? —preguntó, esperanzado y deseando que fuera aquello lo que quería pedirle.

—No, ya te he dicho que eso no funcionaría —suspiró. 

—Entonces... ¿qué queréis?

La morena miró las rosas que estaba cuidando Kain, estaban más hermosas que nunca, y luego, echó un vistazo por todo el jardín, a lo lejos distinguió a los dos niños hablando entre ellos y le pareció que lloraban. Sin embargo, trató de no prestarles atención, ya se sentía lo suficientemente mal como para aumentar la carga.

Volvió su vista hacia el mayor, después de un buen rato examinando el lugar. Aun recordaba que cuando era pequeña solía pasar mucho tiempo allí. Le gustaba el jardín, siempre le había relajado. Además, era el lugar favorito de su madre Layla... Si su madre hubiera estado siempre con ella, las cosas habrían sido completamente diferentes a como lo eran ahora. Su madre jamás hubiera permitido que Andrey se le acercara o que su padre la maltratara. Ella le habría ayudado con todo, incluso con Fred. Pero ella no estaba desde hacía mucho, su madre había muerto siendo ella muy joven y ya casi no tenía recuerdos de ella en su mente.

—Quiero que prepares la Sala de Runas —contestó ella, por fin.

—¿Para qué? —inquirió, extrañado, pues era impropio de la contraria usar aquel lugar, a caso que fuese estrictamente necesario, a caso que fuera una emergencia.

—Hay algo que tengo que hacer. 

—¿Él qué, señorita?

—Hace poco te dije que pronto enviaría de vuelta a Fred, pues creo que este es el mejor momento para hacerlo, así que debo darme prisa.

—¿Vais a enviarlo de vuelta?

—Lo haré, se lo prometí —le recordó al contrario—. Él me ayudó, así que es hora de que le devuelva el favor.

—Pero, señorita, si lo hacéis, no podréis volver a verlo.

—De todas maneras, ahora mismo tampoco puedo hacerlo —encogió los hombros—, así que no le veo el problema. 

—Eso puede cambiar, todavía puedo hablar con él y convencerlo de que usted lo quiere —comentó Kain, esperando que ella lo dejase hacerlo.

—No funcionará, Kain, ya es tarde... Él me odia.

—¿Es consciente de lo que está diciendo? ¿Si la odia, entonces, por qué?

—Porque yo no lo odio —respondió con honestidad.

—Una vez que lo hagáis, no habrá vuelta atrás —le advirtió Kain—. Él nunca podrá regresar, aunque muera de nuevo, no vendrá aquí.

—Lo sé, siempre lo he sabido —miró al cielo, suspirando antes de volver la mirada a él—. Pero quiero que él sea feliz y estando aquí jamás lo será, aun menos después de lo que ha pasado.

—¿Alejarlo de usted es la mejor solución?

—Lo es —aseguró ella—. Él será feliz con los suyos, conocerá a una linda mujer que le robará el corazón, se casará con ella, tendrán preciosos hijos y morirán juntos —sonrió de forma amarga—. Así debería ser el amor, supongo.

—Eso es lo que le gustaría a usted, ¿me equivoco?

—Puede ser. Sin embargo, yo no estoy hecha para amar —repitió lo que Keigar le había dicho anteriormente—. Ve y prepara la sala.

—Como deseéis, señorita.

—¿Nos vas a intentar convencerme de lo contrario? 

—No servirá de nada, usted es demasiado terca.

—Supongo...

Kain desapareció por la puerta del jardín que daba al interior de la mansión justo después. Zaira se quedó allí un rato más, contemplando el cielo. Pronto Fred estaría de vuelta en el mundo de los vivos. Muy pronto, él se alejaría de ella para siempre.


Antes de dirigirse a la Sala de Runas, preparada ya por Kain, decidió hacerle una última visita al pelirrojo. Por supuesto, sin que él la descubriera para no ganarse más de su odio. Utilizó magia para hacerse invisible y así no ser vista por nadie.

Se lo encontró en su apartamento, sentado en el suelo con el cuerpo apoyado en la pared. Su pelo rojizo estaba revuelto, sus ojos rojos e hinchados y sus labios agrietados y secos. Estaba llorando, aun lloraba. Al igual que Zaira, no había sido capaz de parar de llorar desde que, después de hablar con ella, había llegado a su apartamento. Le dolía demasiado lo que había pasado. Le dolía saber la verdad. Le dolía que Zaira no le quisiera. Pero no sabía que ella realmente lo quería, no era capaz de darse cuenta.

Lo observó durante un buen rato mientras las lágrimas volvían a deslizarse por sus mejillas. Era demasiado horrible. Estaba viendo a la persona a la que quería, llorando, sufriendo, y todo por su culpa. «No debería existir», pensó y otra vez la idea del suicidio pasó por su cabeza. Quizás, realmente esa era la mejor opción. Sin embargo, antes de hacer eso, debía enviar de vuelta a Fred. Después, quizás, se suicidaría, pues ya no tendría nada que perder ni que hacer. No le daba miedo la muerte, así que tampoco le importaba. Simplemente, se preguntaba si Fred la echaría de menos... no, eso jamás pasaría. Una vez regresase al mundo de los vivos, seguramente Fred haría todo lo posible para olvidarse de los días con ella.

Zaira sacó una carta y mediante magia, la metió en uno de los bolsillos de Fred. Era una carta que había escrito antes de llegar al apartamento, una carta donde le decía lo que sentía y se despedía de él. Para cuando Fred se diera cuenta de que su existencia, él ya estaría con los suyos, así que no pasaría nada. Tampoco cambiaría nada, porque Fred probablemente seguiría odiándola después de leerla. O quizás no, pero Zaira apostaba más porque la odiaría.

Tras eso, se marchó, regresó de nuevo a la mansión y se preparó para lo que venía a continuación. Se arregló: sus cabellos estaban bien peinados y vestía un bonito vestido negro corto, aunque así casi parecía que estuviera de luto. Bueno, relativamente así era, porque pronto perdería a Fred para siempre. Sin embargo, no iba a arrepentirse de lo que iba a hacer, ya se había mentalizado, ya lo había decidido. Aquello era lo mejor para todos, sobre todo, para Fred.

Kain la esperaba frente a una enorme puerta blindada que se encontraba en el sótano de la mansión; aquella puerta que conducía a la Sala de Runas. Éste le dedicó una muy leve sonrisa y una vez llegó a su lado, Zaira le colocó una mano en el hombro.

—Todo estará bien —dijo ella para no preocuparle.

Demasiado tarde, Kain ya estaba terriblemente preocupado por ella, pero no podía hacer nada. Sabía que no la convencería para detuviera lo que estaba a punto de hacer, había vivido muchísimo tiempo con ella para saber perfectamente que eso era así, que ella no cambiaría de opinión una vez había tomado una decisión.

Observó como segundos después, Zaira abría la puerta y antes de cerrarla tras ella, una lágrima rodó por su mejilla. Su señorita iba a hacer algo que la destrozaría; sin embargo, ella ya estaba destrozada. Así que ahora solo estaba tratando de que por lo menos la persona a la que quería con todo su ser, no tuviera que seguir sufriendo por su culpa. Para que así, Fred Weasley pudiera ser feliz con los suyos. Pero, ¿realmente llegaría a ser feliz después de todo lo que había pasado?

Tras entrar en la Sala de Runas, sin vacilación, Zaira se dirigió hasta el centro, donde estaban dibujadas una serie de runas. Cada rincón de aquella sala estaba pintada con símbolos extraños; similares al idioma que se encontraba en el arco en la entrada del reino, ese que había visto Fred a su llegada allí, o la marca, el tatuaje, que cada ángel llevaba para representar quienes eran. Para terminar, el eje central eran unas runas circulares que se encontraban en medio de la sala, era hacía allí donde caminaba la morena.

Se detuvo justo cuanto estuvo dentro del círculo más pequeño y observó durante a su alrededor, solo había usado aquella sala un par de veces, pero jamás lo había hecho para enviar a un humano de vuelta al mundo de los vivos. Esa sería su primera vez. Realmente, en el fondo, se alegraba que fuera a ser con Fred. Ya que él era el primer hombre del que se había enamorado. Fred era su primer amor. Porque realmente Andrey solo había sido una ilusión, ella nunca lo había llegado a amar, solo había quedado prendada ante la idea del amor.

«Tú no estás hecha para amar», las palabras de Keigar volvieron a repetirse una vez más en su cabeza. Tenía razón. No estaba hecha para ello, jamás lo había estado. No desde que su madre había muerto, porque si ella siguiera viva las cosas habrían sido diferentes, no habría cometido tantos errores y Fred no habría terminado odiándola. 

Sin embargo, ese era su castigo por haber lastimado y manipulado a tantos humanos inocentes. El destino la estaba haciendo pagar por su crueldad, por su odio hacia el amor, por lo que ella había considerado un juego. Pero la estaba haciendo pagar de la peor de las maneras, porque estaba a punto de perder a Fred para siempre. 

Si todavía existía la posibilidad de que él llegara a perdonarla en el futuro y por lo menos quedaran como amigos, esa posibilidad pronto se esfumaría. Pero esa era su decisión. Zaira quería cumplir con la promesa que le había hecho a ese atractivo pelirrojo el día que lo había conocido en la salida de Estrella Celeste. Era hora de enviarlo de vuelta al mundo de los vivos, aunque eso significará renunciar a él. 

Una sola lágrima se derramó por su mejilla derecha. Justo después, comenzó a utilizar su poder de ángel y la Sala de Runas empezó a iluminarse, poco a poco. En realidad, lo que se iluminaban eran aquellos extraños dibujos que estaban por todas partes; siendo los últimos en iluminarse los que se encontraban en el centro. La morena, poco a poco, empezó a sentir como su energía estaba siendo robada, como era drenada. Estaba claro que enviar de vuelta a un humano no era una tarea fácil, pero ella lo haría. Incluso si tenía que dar toda su energía para hacerlo, definitivamente enviaría a Fred de vuelta.

Una extraña sensación invadió su cuerpo y sintió que la marca que se encontraba dibujada en la parte baja de su espalda se había conectado con las runas de la sala. Ya había comenzado. Fred no tardaría en regresar a su mundo. La marca empezó a extenderse lentamente por toda su espalda hasta llegar a su nuca, donde se detuvo. Después, pasaron como unos cinco minutos eternos en el que la magia estaba realizando su movimiento, preparándose. Una gran cantidad de energía se extendía por todas las direcciones de la sala, parecía que el espacio incluso se estaba quedando pequeño y el poder iba a escapar al exterior. Y justo después... nada.

Todo volvió a la normalidad, al estado anterior antes de que Zaira empezase a utilizar la Sala de Runas. Toda aquella energía parecía haber desaparecido, la marca había vuelto a su lugar original y la morena había caído al suelo de rodillas, mientras las lágrimas invadían sus ojos y se escapaban rápidamente de ellos.

—Cumplí mi promesa, así que espero que puedas ser feliz con los tuyos. Vive, mi lindo humano... —murmuró entre sollozos—. Fui muy feliz de haberte conocido... Pero esta es la verdadera despedida. Adiós, Fred Weasley, adiós para siempre.

Nada más decir eso, el llanto aumentó. Estaba destruida, le dolía el pecho. Sentía que su corazón iba a explotar. Además, sentía que Fred ya no estaba en el Reino de los Cielos, ya no podía sentir su aura; él por fin había regresado a su hogar, había regresado a la Tierra y pronto estaría de vuelta con los suyos, como él siempre había deseado desde que había llegado a aquel extraño reino.

Y de forma tan rápida como había fallecido, Fred Weasley revivió. 

Su vida había vuelto a comenzar.

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