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xi. Deseo desenfrenado.

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CAPÍTULO ONCE

DESEO DESENFRENADO

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Alerta de smut. Lee bajo tu propia responsabilidad.

Zaira lo sujetó de la camisa para tirar de él y acercarlo aun más a ella; cuando estuvieron lo suficientemente cerca, lo besó. Fred se sorprendió de que existiera una mujer que tomara la iniciativa con él, pues nunca antes había sucedido, siempre era él quien tenía que dar el primer paso, pero eso solo le gustó más. Le siguió el beso lo mejor que pudo, pero, por una vez en su vida, parecía que era él al que le faltaba experiencia. La morena besaba de una manera tan pasional, experta y lujuriosa que derretiría a cualquier hombre. Lo hacía desear más y más. Y sabía perfectamente a donde llevaba aquello si no se detenían, pero no le importaba; al contrario, era justo lo que deseaba que sucediese. 

Fred notó como Zaira entreabría sus labios para dejarle paso a su lengua, como si le diese permiso. La introdujo dentro de su boca y exploró toda la cavidad, saboreándola, hasta que se encontró con la lengua ajena y comenzaron una danza frenética. Sus lenguas jugueteaban mientras que la excitación crecía en en sus cuerpos. La morena gimió cuando el pelirrojo succionó su lengua y ese sonido tan precioso, sólo lo excitó más a él. La tomó de las caderas con ambas manos, pegándola a su cuerpo todavía más, tanto que sus pelvis entraron en contacto. Las hormonas de él ya se habían revolucionado por completo, eran un torbellino de lujuria, y no sabía cuánto tiempo aguantaría sin hacerla suya. Sin duda, el deseo se había hecho demasiado fuerte y desenfrenado en tan solo unos minutos.

Para su sorpresa, Zaira cortó el beso de improviso e hizo que apartara las manos de su cintura. Fred la miró totalmente desconcertado, ¿había hecho algo mal? ¿O ella había perdido las ganas de continuar?

—¿Qué... ? —la morena le puso de inmediato un dedo en los labios para que no pudiera hablar y también para poder escuchar atentamente.

—Shhh...

Se percató de que parecía que ella trataba de escuchar algo, pero él no lo hacía hasta un par de minutos después.

—Te juro que he escuchado algo raro por aquí —decía una voz femenina. 

—Seguro que no es nada —trataba de tranquilizarla un hombre.

—Pero, ¿y si alguien se ha colado en la mansión? La señorita Zaira se enfadará —replicó la mujer.

Entonces, Fred y Zaira se dieron cuenta que probablemente lo que había oído aquella mujer era a ellos dándose "amor". Ahora el pelirrojo maldecía por lo bajo porque habían sido interrumpidos y la morena suspiraba. Observó como se ponía recta, como su expresión se endurecía y como acomodaba su ropa, antes de empezar a caminar hacia la dirección de donde provenían las voces. Él se sorprendió al verla tan tensa, tan seria, tan fría, de nuevo.

—¿Qué sucede? —preguntó al ver aparecer a dos sirvientes.

—Escuchamos un ruido y queríamos comprobar de que se trataba —respondió la mujer con la cabeza cabizbaja; nunca era capaz de mirar directamente aquellos ojos dorados.

—No ha pasado nada, así que dejen de molestar y regresen a sus habitaciones —siseó su señorita con un tono cargado de hastío.

El hombre que acompañaba a la mujer, miró a Fred; lo observó de arriba abajo y luego miró a Zaira. Entendió en seguida lo que sucedía. En cambio, la mujer no se había dado cuenta de las señales, de los labios hinchados y de los ojos dilatados de Zaira, tampoco se había dado cuenta de que Fred estaba exactamente igual.

—Será mejor que nos retiremos, cariño —murmuró el hombre—. Sentimos haber interrumpido, señorita Zaira ━se excusó e inclinó la cabeza para intensificar su disculpa.

Después, antes de que su mujer pudiera decir algo, la cogió del brazo y la arrastró por lo largo del pasillo. En cuanto desaparecieron, Zaira se giró para mirar de nuevo a Fred.

—Lo siento, nos interrumpieron —dejó escapar un suspiro.

—Está bien, pero no deberías tratarlos así, tan fríamente ━comentó él. Ella frunció el ceño━. Sé que son tus sirvientes, pero podrías ser un poco más amables con ellos, como lo eres conmigo.

—¿Quieres que los trate a ellos como te trato a ti? —inquirió, extrañada.

—Claro, eso sería bueno.

—Siento decepcionarte, pero no los trataré a ellos como te pienso tratar a ti. Tampoco les haré a ellos, lo que pienso hacerte a ti —dijo Zaira con una sonrisa pícara y después, se mordió el labio inferior de forma provocativa, tentando al deseo una vez más.

En seguida, Fred se encendió de nuevo. La lujuria y el hambre ardían en la mirada de ambos. Estaba claro que esa noche ninguno de los dos iba a dormir demasiado.

—Será mejor que vayamos a mi habitación para que no vuelvan a interrumpirnos —mencionó ella con un tono coqueto.

—Ahora que lo pienso nunca la he visto —Fred rio, tratando de restarle importancia a lo que estaba a punto de pasar entre ellos dos. 

—Claramente, mi habitación es sagrada —contestó como si fuera obvio—. Solo unos pocos afortunados tienen el placer de entrar.

—¿Así que soy uno de esos afortunados? —volvió a reír—. Eso me gusta.

La morena le dedicó una sonrisa, se acercó hasta él, contoneando sus caderas de forma sexy, y lo cogió de la mano para poder guiarlo por la mansión hasta su habitación. Una descarga eléctrica recorrió el cuerpo de Fred ante aquella acción; extrañamente, empezaba a ponerse nervioso. Nunca antes se había puesto nervioso por pasar la noche con una mujer. Pero debía ser únicamente porque Zaira era esa mujer, porque ella era la mujer de la que estaba enamorado.

—¿Sabes? Antes, con esa explosión, me interrumpiste cuando estaba a punto de tomar una decisión bastante importante —comentó ella mientras caminaba a tientas. 

—Lo siento —masculló por lo bajo—. Espera, ¿todavía estabas trabajando? —preguntó entre preocupado y sorprendido.

—Sí, me traje trabajo del Consejo a casa para poder vigilarte.

—Hm... supongo que siento haber hecho que lo dejaras de lado.

—Ahora mismo eso me da exactamente igual —rio.

—Pero, ¿no era algo importante? —inquirió, ladeando la cabeza.

—Lo era —dejó de caminar y giró la cabeza para mirarlo a los ojos—. Ahora tú eres más importante, Freddie.

—Oh, eso me encanta —susurró con tono seductor.

—¿Te encanta eso o te encanto yo? —sonreía ligeramente. 

—Ambos, pero solo a ti te puedo comer a besos —le devolvió la sonrisa.

—¿Solo a besos? —preguntó, picara. Él tragó saliva.

—No —contestó sin más. 

Zaira asintió, satisfecha, mientras volvía a caminar por el pasillo

—¿Ves en la oscuridad o algo así? Porque yo no veo nada —mencionó Fred al cabo de un rato, agudizando la vista tratando de ver. 

—Es por mi vista de ángel —explicó ella—. Además, vivo aquí desde siempre, así que me conozco la mansión perfectamente.

—Pero es un lugar solitario —dejó caer Fred en un susurro, sin que viniese verdaderamente a cuento, pero no había podido evitar decirlo.

—Puede, pero es el único lugar al que puedo llamar hogar —su tono de voz no sonaba del todo muy convincente. 

—Yo... 

Fred quería decir algo para aliviar el dolor que le había provocado su pasado. Sin embargo, su cerebro en ese momento estaba un poco fuera de juego, debido a la excitación que aún sentía, y no fue capaz.

—No tienes que decir nada, me basta con que estés cerca.

—Estoy aquí —dijo él rápidamente.

No dijeron nada más. El pelirrojo se dejó guiar por la mansión, sin saber muy bien por donde estaban yendo, y con cierto temor a acabar chocándose con alguna parte del mobiliario. Ahora bien, se estaba muriendo de ganas de llegar a la habitación de la morena para poder volver a besarla, para volver a sentirla y claramente, para tomarla, para hacerla suya, para hacerle el amor como nunca se lo habían hecho. 

Zaira sonreía para sí misma. Ahora lamentaba que la mansión fuera tan grande, porque estaban tardando demasiado en llegar a la habitación y ella quería que Fred la hiciera suya de una bendita vez. 

Por un momento, recordó a los otros humanos que había llevado a su habitación después de haberlos engañado, no podía evitarse mal por lo que les había hecho cuando lo pensaba ahora. Pero no podía volver a atrás; lo hecho, hecho estaba. Ahora solo tenía que centrar su atención en el pelirrojo y en nadie más que él. 

—Ya estamos —anunció, deteniéndose delante de una puerta.

La abrió y entró rápidamente, ansiosa de tener al pelirrojo para ella sola. Cerró la puerta, una vez éste también entró, y encendió la luz para que él pudiera ver el interior o más bien, para que pudieran verse mutuamente cuando estuviesen desnudos. Una sonrisa se dibujó en el rostro de él mientras observaba con detenimiento la habitación.

—Es enorme —murmuró, impresionado.

—Mejor, así tenemos más espacio. 

—Pero yo quiero estar pegado a ti —le susurró al oído tras acercarse. 

La cogió de la cadera, pegándola a las suyas, y la besó, sin más preámbulos. Se notaba cuanta hambre de ella tenía con aquel beso, la deseaba, la necesitaba. Se volvería loco si no la hacía suya de una vez por todas. Sin embargo, quería ir despacio, quería hacerla disfrutar, quería él mismo disfrutar, quería que olvidara a todos los hombres que habían pasado antes por su cama. Simplemente, quería demostrarle cuanto la quería y la deseaba.

La lengua de la morena se introdujo rápidamente en la boca del pelirrojo, ansiosa y jugueteó con la de él; en un juego en el que parecía que trataban de averiguar quién iba a ganar y al parecer, ella tenía todas las de perder, pues cada toque de Fred la estaba derritiendo.

El pelirrojo empujó con suavidad a Zaira, pero al notar que podían llegarse a caer –ya que él no conocía la habitación bien–, la elevó por la parte baja del trasero. Ella, en seguida, rodeó su cintura con las piernas, como si fuesen tenazas, y él la llevó hasta la cama sin cortar el apasionado beso que mantenían. La tendió en el colchón con suavidad, provocando que los cabellos de ella se esparciesen por él, y se separó para contemplarla de arriba a abajo. ¡Por Merlín y por Godric! Solo de verla debajo de él, se moría aun más de deseo por ella. Esa noche iba a acabar perdiendo la poca cordura que le quedaba.

La morena no había soltado su cintura en ningún momento, así que apretó un poco para arrimarlo a ella y hacer que sus sexos entrasen en contacto sobre la ropa, aprovechando que él parecía distraído mientras se la comía con la mirada. Sintió como la erección de él, ya bastante crecida, rozaba con su sexo y no pudo evitar gemir. Le había gustado y la había excitado aún más. Fred volvió en sí ante aquello y no pudo resistirse en volver a provocar ese roce, pues también le había gustado, consiguiendo que un nuevo gemido escapase de los labios ajenos.

—Me encanta como gimes —susurró Fred, repitiendo el movimiento.

—Harás que me vuelva loca si sigues así —comentó ella, antes de que un nuevo roce se produjera y un nuevo gemido se le escapase.

—Es justo lo que quiero —le dio un suave y corto beso en los labios.

Después, empezó a bajar, poco a poco, los besos; empezando por su mandíbula y terminando por su cuello, donde Fred hundió su cabeza para recorrerlo a besos e incluso para darle alguna mordida, y ya que estaba, dejarle alguna que otra marca en aquella suave y blanca piel. Marcas que dejarían claro que ella le pertenecía. 

Zaira gemía o jadeaba ante el mínimo toque. Nunca antes un hombre la había hecho sentirse así tan rápido. Pero el motivo de porque era así, era el mismo por el cual Fred se sentía por primera vez nervioso en una situación como aquella, era porque estaba enamorada.

Fred le mordió de nuevo el cuello con suavidad, esperando escuchar uno de esos gemidos que tanto le estaban gustando, pero no lo hizo. Extrañado, alzó la cabeza para ver qué pasaba y se encontró con que Zaira se mordía el labio inferior con fuerza para callar sus gemidos. Deslizó uno de sus dedos por los labios ajenos, negando con la cabeza.

—Quiero oírte —dijo y le dio un pequeño beso sobre los labios para que dejara de morderlos.

—Es vergonzoso —murmuró ella, desviando la mirada.

—¿Tú tienes vergüenza? —preguntó, irónico. Esa sí que había sido una buena broma, según él—. No me pareces una mujer muy pudorosa, ¿sabes?

—Idiota —le propinó un golpe en el pecho.

Fred rio antes de volver a su tarea; volvió a besarle y morderle el cuello y esta vez, sí disfrutó escuchando aquel gemido que deseaba. Era un sonido demasiado seductor y embriagador para sus oídos. Seguidamente, le lamió y besó la zona varias veces más, recorriendo cada rincón hasta llegar al lóbulo de la oreja, el cual mordisqueó con gusto.

—Me encantas —susurró después con voz ronca.

Una vez más, volvió a bajar despacio, pero ahora hasta el escote, de la camisa que ella llevaba en esos momentos, y deslizó su lengua por allí. La morena jadeaba casi sin descanso. Amaba el toque de Fred, tanto aquel que ejercía con sus labios como aquel que ejercía con sus manos. La estaba haciendo enloquecer. Cada caricia, cada beso, cada lamida, cada mordida, cada roce... la excitaba más y más. Definitivamente, la hacía arder de deseo.

Fred empezó a subir su camisa con calma, pues quería disfrutar del momento, hasta quitársela y se sorprendió gratamente al ver que Zaira no llevaba sujetador; eso sólo lo excitó más. Contempló sus hermosos pechos, no eran ni grandes ni pequeños, eran simplemente perfectos, del tamaño justo para que él pudiera envolverlos y masajearlos con sus manos. Miró a aquellos dorados ojos que estaban entrecerrados, le sonrió y sin previo aviso, comenzó a acariciar con su mano uno de los pechos; rápidamente los gemidos volvieron a inundar el lugar.

—Están duros —indicó Fred tocando uno de los botones rosados.

—Es lógico, es porque me estás... —gimió cuando el tiró suavemente del pezón—, e-excitando demasiado... —terminó la frase como pudo en un hilo de voz, haciendo que él sonriera más.

El pelirrojo bajó la cabeza hasta aquellas montañas y antes de que ella pudiera reaccionar, él ya se había metido uno de sus pezones en la boca. El sabor hipnotizó a Fred, quien no dudó en comenzar a lamerlo, envolviéndolo con sus labios. Hizo círculos con su lengua alrededor de éste, lo succionó en varias ocasiones, lo mordió suavemente y la morena disfrutaba como nunca antes había disfrutado. Al cabo de unos minutos, repitió la misma operación con el otro pezón mientras que mantenía al anterior atendido con sus dedos. Notó como ella echaba la cabeza hacia atrás mientras gemía cada vez más fuerte y se retorcía debajo de él, pero no se detuvo. No iba a detenerse por nada del mundo. No lo haría hasta llevarla al mismo éxtasis. 

—F-Fred... —gimió ella—. Fred, me matarás si sigues así...

—Vamos, Zaira, sabes que esto no ha hecho nada más que empezar.

Repartió besos por toda aquella zona, después de haber saboreado ambos botones una vez más. Amaba el sabor de Zaira, amaba su cuerpo. No, la amaba a ella, así de simple.

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