Capítulo 5
No solo mi vida había dado un tremendo cambio, el juego ahora también se había tornado distinto, y por primera vez estaba teniendo una nueva experiencia en el mundo que ya tanto conocía.
No tenía idea de quién me había dejado el prominente ramo de rosas, pero aprecié el olor que este emitía en mi hogar. Fueron lo mejor en mi día y la más hermosa vista cuando caí dormida en el sillón, observándolas y con la nota de aquel desconocido en las manos.
Al abrir los ojos en la mañana, el dolor en el cuerpo fue casi insoportable. Sin embargo, no fue eso lo que me hizo despertar. Lo que si lo provocó fue un sonido fuerte de la puerta que alguien había estado golpeando con gran fuerza.
Alarmada fui a abrir y, al hacerlo, me encontré de frente a un muchacho que no conocía, pero que al verme me regaló una sonrisa extraña.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte?
Para mi estúpido personaje en el juego, él debía ser un chico lindo más, pero para mí no lo era. Se trataba de Carlos, que metió las manos en sus bolsillos y apretó los dientes, como si tuviera una especie de lucha interna, antes de hablar.
—Valentina. Te he buscado en todos lados... Yo...
Carlos respiró profundo, y frunció los labios. Estaba forzando la voz.
—Yo vengo a reparar su... ¡Maldita sea!
La chica de mi juego retrocedió cuando Carlos salió gritando y se sujetó la garganta. El juego, sin darme la opción, me alejó de él cuando la chica cerró la puerta y la aseguró.
—No sé qué quieres, pero por favor, vete o llamaré a la policía.
—Valentina, podrá sonar como una completa locura, pero te lo juro, no estoy loco. ¡Nos conocemos! ¡No aquí, no de esta forma, pero nos conocemos! ¡Por favor, tienes que creerme!
—¡Vete, maldito loco!
La chica del videojuego le gritó nerviosa.
—¡Yo no pertenezco a este lugar! ¡Créeme!
Él no dejaba de insistir.
—¡No sé de qué hablas!
—¡Esta pendeja! —Acomodé el micrófono y lo encendí, buscando la forma de poder usar los comandos de voz para interactuar con el juego.
—¡Carlos! —grité—. ¿Me escuchas?
En respuesta, él volvió a tocar la puerta.
—¡Valentina, por el amor de Dios! ¡Nosotros nos conocemos, tienes que creerme! ¡Trabajo en la tienda de electrónicos, te vendí un juego el día de ayer! ¡Y ahora todo es distinto!
Cuando lo escuché perdí un fuerte peso de encima, y me alegró saber que no estaba loca y que Carlos, a pesar de formar parte de un mundo de fantasía, era lo más real que tenía en ese instante.
—¿Estás? ¡Dime algo! —gritó desde afuera, agobiado y fue cuando me di cuenta de que, por la impresión, me había tardado en responderle.
—¡Perdóname, es que...! ¡Carlos, te creo! ¡Claro que te creo!
El juego, por suerte, me ofreció la opción de abrir la puerta. Y de esa manera pude darle acceso al interior una vez más a Carlos.
Esta vez lo encontré lloroso; se acercó a mi personaje y lo abrazó.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme?
Él caminó rápido y entró a la casa, jadeante tomó asiento, y se inclinó en uno de los sillones.
—Sonará estúpido, pero en el trabajo veo videojuegos todos los días. Así que de inmediato reconocí el arte del lugar en el que terminé metido. No entiendo qué o por qué está pasando esto, pero sabía que debías estar jugando y... ¡Qué mierda! ¡Perdóname! ¡Sé que nada hace sentido!
Carlos se cubrió la cara y pude escuchar que sollozaba, y con buenas razones.
—Lo sé. Yo estoy tan confundida como tú...
—No sé cómo, pero por alguna razón tenía el presentimiento de que estabas aquí, y...
—Yo también sé que suena descabellado.
—Además, siento que por momentos no tengo el control de lo que hago... Yo, no entiendo nada.
Pude contarle todo por lo que había pasado durante el día y de cómo uno de los personajes del videojuego lo estaba reemplazando en la tienda.
—Pensé que eran algunos locos haciendo cosplay de los personajes, pero cuando te vi y a los demás en la caja perdí la cabeza por completo. Lo más sorprendente de todo es que ellos se han acoplado muy bien a nuestro mundo, como si formaran parte de él.
Tanto como lo había hecho Mina, Carlos empezó a reír como un demente tan pronto terminamos de hablar, pero, de forma abrupta, su risa comenzó a tornarse triste hasta que se acalló y Carlos se cruzó de brazos y comenzó a morder las uñas.
—Entonces, esto somos ahora. ¡Malditos personajes de un juego de romance! ¡Es increíble!
Ambos no hablamos por un largo rato. Hasta que él lució mucho más calmado, como si aceptara el destino que le estaba tocando.
—Supongo que tiene que haber alguna respuesta por algún lado —dijo pensativo.
—Es que de la misma forma en que hubo este intercambio tiene que existir la forma de revertirlo. ¿No?
—Pues me imagino que sí. ¿Pero qué vamos a buscar si no sabemos por dónde empezar? —continuó Carlos.
—No lo sé. Estoy tratando de pensar.
Carlos suspiró y sin decir por qué, sacó una libreta de notas de una mochila que había estado llevando consigo, y comenzó a escribir en ella.
—¿Qué tanto haces?
—No lo sé. Desde que desperté aquí lo he estado anotando todo. Tal vez es una forma de no volverme loco —pausó, mientras escribía, hasta que se detuvo y miró a la pantalla—. ¿Sabes? Pienso que mientras más seamos tal vez podremos llegar a alguna pista o a algo que nos pueda sacar de este lío — sugirió—. Dame los nombres de cada uno de los que terminaron como yo.
Y así lo hice, le hablé del profesor Castillo y de dónde podría estar, también le comenté del otro chico que vi en la portada del juego tan pronto conocí a Dante Petrucci, el sobrino del hombre de la pizzería.
Carlos los anotó antes de volver a mirar a la pantalla.
—Creo que lo mejor es que yo hable con todos ellos y le ruego a Dios de que puedan creerme o no hayan perdido la cabeza.
—Yo también lo espero. Y yo, pues, ¿qué hago?
—Mientras tanto, creo que lo más conveniente es que busques la forma de que al menos uno de esos personajes entienda lo que está pasando.
—¡De los que conocí, ninguno sabe nada y no es fácil lidiar con ellos!
—Lo sé. Un día también jugué esta porquería —respondió—. Si no recuerdan nada de lo que está pasando, creo que lo mejor sería hacerles saber. No están en su mundo, así que supongo que tienen el derecho de estar al tanto.
—Ay, Carlos...
—Buena suerte, Vale. Dependo de ti.
Estresada, me quité el micrófono y lo tiré hacia un lado, sin saber muy bien sobre cómo comenzar.
Cada uno de los personajes era un mundo distinto, un problema más grande que el otro; por ende, sabía de las dificultades con las que me encontraría.
Y pensando en ello, me encerré en la habitación y pasé toda la noche, apuntando en una libreta todos los detalles que recordaba de la vida de estos chicos y de cómo sería la mejor forma de acercarme a ellos para que confiaran en mí. Me tomó más tiempo de lo que había pensado, y lo noté tan pronto, me percaté de que la luz del sol comenzaba a penetrar por las ventanas de mi habitación. Pero con las horas llegué a crear una especie de guía, la que estaba dispuesta a seguir lo antes posible.
Esa mañana no desayuné, guardé no solo el juego en la mochila, también lo hice con mi libreta y decidí salir lo antes posible.
—Tenemos que ir para el psicólogo, Vale —había dicho una Mina muy preocupada. Sin embargo, la ignoré, porque ya estaba segura de que no había perdido la cabeza. Ahora solo tenía que salir y hacer todo lo posible para poner las cosas de vuelta en su lugar.
—¡Vale! —la escuché decir a la pobre en la lejanía, pero no di la vuelta atrás, seguí corriendo hasta que llegué a la tienda de electrónicos, respiré profundo y entré.
De inmediato, el corazón me palpitó fuerte ante la imagen frente a mí. Allí se encontraba Zander, quién me recibió amable, sonriente, ajeno a lo que estaría por decirle.
—Hola, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Vienes buscando a Carlos? —preguntó y se recostó del mostrador—. Pensé que no te vería de nuevo, luego de cómo saliste ayer de aquí...
Apoyé mis manos de los tirantes de mi mochila y, nerviosa, me tomé un tiempo para pensarlo un poco, hasta que pregunté:
—¿Saldrías conmigo? —dije de la nada y él enarcó las cejas, sorprendido e intrigado ante mi propuesta.
No sabía cómo Zander se lo tomaría, pero estaba en la completa disposición de tomar el riesgo. De lo que si estaba segura era que si tenía que hablar con uno de los chicos, Zander era el más sensato de ellos.
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