Capítulo 4
Cuando desperté no reconocí los alrededores. Me encontraba en una habitación lujosa, con muebles de madera de aspecto antiguo, y con una decoración en la que predominaba la madera. Las paredes estaban adornadas con cuadros de hombres y mujeres en acciones indecorosas, aparte de eso, no logré dar con mucho más. Solo hasta que la puerta se abrió y entró por ella un hombre con su perfecto torso expuesto.
—Bienvenida de vuelta al mundo de los vivos, piccola —dijo Dante con su marcado acento italiano. Cargaba en su mano con un paño manchado de sangre, el que apoyaba en su abdomen, una imagen que dio una especie de déjà vu, porque ya había pasado por esto antes, pero en el videojuego.
Todavía exaltada por lo que seguía ocurriendo a mi alrededor, me apoyé de los brazos y terminé sentada en la cama y lo miré, sin habla.
Él se dio la vuelta para darle la cara al tocador, abrió una de sus gavetas, sacó un arma y la colocó sobre el mueble.
Eso sí variaba del juego y para nada me gustaba.
—Creo que debemos hablar —dijo y sus dedos coquetearon con acercarse a la pistola—. ¿Cómo sabes mi nombre?
Dante era bastante precavido y con buenas razones. Tras su aspecto de hombre normal y de dinero había mucho más.
Sí, era amable y hasta carismático, pero tras su fachada Dante era el capo de la familia Petrucci, los que controlaban las actividades del bajo mundo en la ciudad. En la vida real no parecía ser distinto. Como en el juego, lo habían perseguido hasta herirlo y al parecer llevaba a cuestas los mismos problemas de los que ya conocía. Lo que lo convertía en un hombre cuidadoso en momentos difíciles.
—Solo lo sé —titubeé, odiándome en ese instante por haber mencionado su nombre.
—¿Ajá? ¿Cómo?
Sus dedos volvieron a moverse y se detuvo cuando lo interrumpí al usar lo que sabía de él para librarme de este apuro.
Por suerte, Dante tenía una debilidad y es que era pretencioso. Solo había que alabarlo y lo tenías a tus pies.
—Eres famoso entre las chicas, me habían hablado de ti y ahora entiendo por qué —hablé muy rápido y luego le sonreí nerviosa, incapaz de saber cómo se tomaría mis palabras.
Pero para mi tranquilidad, Dante alejó los dedos del arma y se concentró en llevar ambas manos a su herida, apegándose de nuevo a lo que sucedía en esa escena del juego. Era aterrador, pero al mismo tiempo me daba la ventaja de saber cómo poder lidiar con él.
—Estás herido, toma asiento, descansa —propuse, tal como lo hacía el personaje principal de Mi oscuro secreto en esta escena.
Esperé que se negara tal como lo había hecho en el juego y se me heló la sangre cuando terminó haciéndolo. Hasta que con mi insistencia se acercó hasta la cama y se sentó en ella. Sacó de su bolsillo una pequeña paca de dinero y la arrojó junto a mí.
—Es bueno que no tengas preguntas —Dante respiró profundo—. Así nos ahorramos muchos problemas.
Tenía muchas interrogantes, pero no las que él podía pensar. Decidí que lo mejor era no hablar mucho, y dejar de que las cosas siguieran su curso tal como esperaba, porque al menos sabía que saldría viva. Me acomodé a su lado y con las manos temblorosas agarré los billetes.
—No me conoces, no viste nada —dijo todavía jadeante y apretando su herida con la otra mano.
—Claro... —y mi voz salió como un susurro cuando él me miró a la cara. No solo por lo atractivo que era, tenerlo así, tan de cerca, era surreal.
A pesar de que la historia se desviaba un poco, esta se amoldaba y me llevaba a experimentar en persona los eventos que ya había visto antes tantas veces.
Aquí era cuando, según él, pensó que tuvo suerte de haber chocado con una chica tan bonita.
—Sabes, no solo tengo suerte de estar vivo... Me alegra haber chocado con una chica tan...
También era el momento en el que lo interrumpía uno de sus soldados que, ansioso, llegaría a socorrerlo. Y en efecto, la puerta se abrió y entró Maurizio, la mano derecha de Dante en el videojuego, un hombre mayor y de baja estatura, con una gorra que se veía grande en su pequeña cabeza. Cargaba con un maletín, el que abrió de inmediato para atender a su jefe.
En ese momento supe que hacer, tanto como lo que pasaría.
—¿Puedo irme? —Me puse de pie, temblorosa, porque sabía que era lo próximo. Maurizio pausó, y su mano se deslizó hacia el arma en su cintura, la que alzó en dirección mía.
Alcé los brazos y miré a Dante, que solo con una queja, apaciguó a Maurizio.
—Ni se te ocurra tocarla, a menos que quieras terminar ahogado con tu propia verga.
Obediente, Maurizio bajó el arma y dijo algo en italiano que no pude comprender.
Dante, todavía sujetando el paño contra su abdomen, me sonrió e hizo un gesto con la cabeza.
—Te voy a encontrar de nuevo, piccola —expresó con dificultad, pero sin dejar su carisma a un lado, me lanzó un guiño—, ahora márchate. Antes de que me arrepienta. Ni siquiera lo dudé, escapé de allí, tan pronto tuve la oportunidad.
*****
Cuando llegué de vuelta al apartamento casi no podía creerlo. Exhausta me tiré en el sillón y respiré por un rato y de forma automática se me cerraron los ojos. Esa tranquilidad no duró mucho, porque cuando la puerta se abrió, pensé que me encontraría con una nueva sorpresa. De un respingo me puse de pie; sin embargo, fue un alivio encontrarme a Mina de frente.
Aliviada de verla, fui hasta ella y la apreté en un fuerte abrazo. Mientras, ella no sabía muy bien cómo reaccionar, se quedó muy quieta, como tiesa.
—¿Cumplí años y no lo recordaba? ¿Qué te pasa, Vale? —preguntó antes de apartarme de ella.
—Es solo que me alegro tanto de verte.
Mina se quedó parada frente a mí, y se me quedó viendo con una expresión preocupada.
—Me dijeron que te dio un ataque de pánico en tu clase de álgebra y...—Pausó y miró mi brazo—. ¿Y qué te pasó aquí?
—Se formó un tiroteo cuando estaba por llegar y una bala me rozó —le expliqué.
—¿Y cómo lo dices tan tranquila?
—Porque es lo más normal que me ha pasado hoy —suspiré y volví al sillón, me eché hacia el frente, cubrí mi cara y exploté a llorar.
Mina fue hasta la cocina y tras unos minutos regresó con una bolsa inmensa de palomitas. Se tiró a mi lado en el sillón, abrió las palomitas y me las acercó.
—¿Quieres?
—No tengo hambre, créeme.
Mina suspiró y se puso cómoda.
—Por más loco que parezca, cuéntamelo todo, no te voy a juzgar, te lo juro —dijo con la boca llena—. ¿Qué pudo ser más loco que recibir un tiro?
—Vas a pensar que estoy loca.
—¡Anda, déjate de darle largas y cuenta de una vez! —insistió, lo que me recordó muy bien por qué había decidido compartir cuarto con ella. Mina era una chica divertida, bastante abierta y había hecho tantas locuras en su vida que si podía contarle a alguien sobre mi situación sería ella.
Así que me preparé, agarré un puñado de palomitas y comencé a contarle mi día. Desde que fui a la tienda, la desaparición del profe Castillo y Carlos, y la aparición de Zander, Thomas Blake y el mafioso Dante Petrucci. Mina me escuchó muy atenta, e inclusive, me siguió con la vista mientras saqué el juego de la mochila y le enseñé la caja que había tenido nuevos cambios.
—Ahora ya Dante no está en la caja. Este chico que sale ahora es el sobrino del dueño de la pizzería.
—Pero entonces, Dante es un capo y te dejó ir así por qué sí... —meditó muy seria.
—Ajá, y hasta coqueteó conmigo, igual que en el juego.
Desahogarme con ella y ser escuchada me hizo sentir más tranquila.
Cuando terminé mi historia, Mina se quedó callada por un instante, aun comiendo de sus palomitas. Atenta la miré, pero ella comenzó a ponerse roja hasta que terminó escupiendo las palomitas de maíz y explotó a reírse.
—¿Qué puñeta te fumaste, Vale? ¡Dime el nombre de la variedad de yerba que usaste y explícame por qué carajos no compartiste! —chilló en medio de una carcajada tan fuerte que me hizo sentir chiquita y estúpida.
—Sabía que no me ibas a creer. Yo no sé para qué coño te dije —Tiré la caja hacia un lado.
Cuando por fin la risa de Mina mermó, enrolló la bolsa y la colocó, cerrada, en la mesa.
—¿Me juras que lo que me estás diciendo es en serio? —Su voz le cambió, más bien se le tensó.
—¿De verdad crees que me voy a inventar un cuento así para que te termines riendo de mí? Hoy están pasando cosas que no son normales y solo yo parezco notarlas. No sabes lo difícil que es —suspiré y me eché para atrás en el sillón—. Ahora mismo estoy hasta dudando de mi propia cordura.
—Ay, Vale...
—Te he hablado de Zander miles de veces y hoy lo vi. Sabes cuál es, el chico de pelo azul. Ahora está atendiendo en la tienda, donde debería estar Carlos. Y Carlos no aparece... Ayer hasta hablamos de Carlos.
Mina se inclinó y agarró la caja del juego.
—Vale, el juego sigue igual que ayer. No cambió por arte de magia. De hecho, hasta te pregunté por qué te gustaba un juego de chicos tan corrientes.
—¡Tú nunca me dijiste eso! ¡Qué me muera yo ahora mismo si te estoy mintiendo, Mina! —me puse de pie, busqué Mi oscuro secreto, saqué el disco y decidí ir hasta el xbox para intentar usarlo, pero Mina se puso de pie y me detuvo con un grito.
—¡Vale, por favor, ya! ¡Me estás asustando!
Inserté el disco y cuando fui a buscar el control remoto del televisor para encenderlo, Mina se me adelantó y me lo quitó.
—¡No, Vale, deja ya esa mierda! ¡No es la primera vez que te lo digo, carajo! ¡Estás perdiendo la cabeza por esos juegos de mierda!
—¡Dame el control! —insistí y traté de que me lo entregara, pero ella seguía resistiéndose.
—¡No!
—¡Qué me des el jodido control, Mina! —grité y la tiré del cabello fuerte para acercarla a mí. Pero en medio del forcejeo, el control terminó lejos, hacia un extremo de la sala. Me alejé de mi amiga y fui corriendo hasta el control. Cuando lo tuve de vuelta, vi a Mina, la que se quedó parada en el centro, mirándome con incredulidad y con los ojos llorosos.
—Te lo juro, Mina, que no son cosas mías. ¡No estoy loca, algo raro está pasando!
Mina tragó saliva y negó con la cabeza.
—Sí, algo raro está pasando Vale, pero es algo en ti —su voz se tornó apagada, triste y no pude culparla.
—Veamos el juego, tal vez haya alguna respuesta a todo lo que está pasando —le insistí—. Dame la oportunidad.
—Vale, sé que me vas a odiar, pero voy a tener que llamar a tus papás porque necesitas ayuda.
—¡Ni se te ocurra, Mina! ¡No los llames y dame una oportunidad, carajo! —volví a gritarle y solo causé que buscara su bolso y se diera la vuelta—. Mira, Vale, mejor me voy y has lo que quieras con tus muñequitos.
—Ve el juego conmigo, ayúdame en esto, Mina.
—Créeme, eso intento hacer, te voy a ayudar, Vale. Tal vez no llame a tus papás, pero mañana te voy a llevar así sea a rastras hasta un psicólogo —espetó, y antes de que yo pudiera protestar salió por la puerta a toda prisa, dejándome sola una vez más.
—Ay, Vale, a ti nada más se te ocurre que alguien te iba a creer —suspiré en medio de lágrimas y busqué el mando de XBOX y el micrófono para poder manejar el juego.
Cuando comenzó, todo parecía normal. La historia estaba corriendo justo en donde la había dejado en el momento en que se fue la luz.
Me encontraba en el puesto de gasolina, donde mi auto se había averiado y Zander debería acercarse a mí. Sin embargo, nadie apareció esa noche.
—Esto es nuevo —medité.
Continué presionando el botón de aceptar conforme fui leyendo que mi personaje tuvo que llamar un remolcador para poder de esa forma regresar a casa, para encontrarse una sorpresa justo delante de puerta, un ramo de flores con una nota.
Espero que pronto podamos conocernos.
A.
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