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38. Descubrimientos

Dije eso, pero ¿De verdad estoy dispuesta a hacerlo? ¿Desde cuándo me he vuelto tan atrevida?

―Espera ―dice alarmado y yo respiro con alivio, después me siento avergonzada cuando señala hacia la ventana.

«No hay cortinas».

Darme cuenta de que voy a hacer eso en mitad de la sala en la primera vez que me invita a entrar a su casa, me abochorna en extremo.

―Debe pensar que soy una exhibicionista ―digo y ahora quiero morirme.

Supongo que no estoy saliendo del cascarón, lo estoy rompiendo a pedazos para escapar de él. Eso me asusta, porque la realidad es que quiero descubrir todas esas cosas que nunca pude al lado de Adam; pero lo cierto es que no puedo correr. Debo ir despacio o terminaré arruinando esta oportunidad.

Él me mira con fijeza, las cejas levantadas, el semblante ruborizado y una ligera expresión divertida, mientras yo me muero ahora de vergüenza.

―No creo que seas eso, la verdad estoy encantado que quieras dejarte ver por mí y espero no sonar arrogante.

«Es él», me digo escuchando sus palabras, y no es que sea atrevida es que me hace sentir cómoda. A mi mente viene mi primera sesión con Leroux, y siento que la sensación es la misma a pesar de que no pueda ver su cara. Sus manos y su voz son una dirección increíble.

―Eso no me quita la vergüenza; pero me resulta divertido.

―A mí me hace feliz. Debo parecer un tonto por disfrutar de estas cosas.

―Entonces ya somos dos ―repongo riendo algo tonta.

―No lo creo así, yo pienso que eres inteligente.

―Aunque no lo creas, antes estas cosas no tenían tanta importancia, creo que me hice inconsciente de ellas y algo conformista.

―¿Qué cosas? ―pregunta con suavidad en la voz.

Noto algo de preocupación y mi mente divaga sobre ese pensamiento que cada vez se hace más consciente en mi cabeza y que aumenta cuando estoy cerca de él.

―El querer estar con alguien y esperar que te aprecie y que crea que eres lo más importante.

¡Diantres!

¿Por qué estoy siendo tan trasparente?

Debe ser porque no puedo evitar confesarme con él; sin embargo, solo me hace notar lo mediocre que he sido en mi vida. Nunca apuntando hacia mí sino hacia otra persona.

Bajo mi rostro y él me hace levantarlo colocando su mano en mi mentón.

―No deberías esperar por eso, es algo que debe fluir de forma natural si el aprecio es mutuo.

―Es lo que dice Cand y es por eso por lo que no puedo enojarme con ella ―divago un poco sobre ese sentimiento y entonces una palabra de lo que ha dicho resuena en mi cabeza.

"Mutuo".

¿Lo ha dicho en serio?

Ahora no puedo evitar observarle atenta y con mucha admiración.

―Ella tiene razón, sin importar lo que yo piense, siempre debes tener tu valía en alto.

Las palabras de Bledel suenan amables, no hay pretensión en nada de lo que dice por lo que me resultan muy reconfortantes. Me hace volar la cabeza imaginando que piensa lo mejor de mí. Sin embargo, luego pienso en lo que ha sido mi vida y como terminé dependiendo de alguien solo por cubrir una necesidad.

Ahora comienzo a comprender que con Adam estaba todo mal, no obstante, aunque esto parece un bonito sueño y hasta un volver a empezar, no tengo certeza de si será lo correcto, pero ahí está la razón de todo. La realidad es que no hay ninguna, porque ésta forma parte del descubrimiento.

―¿Puedo pedirte algo?

¡Vaya!

Su pregunta me toma por sorpresa.

―¡Sí, claro! ―respondo un poco atolondrada.

―¿Puedes llamarme por mi nombre? ―pregunta y yo entreabro los labios.

Parece tan simple y fácil de hacer, pero en el fondo su petición se siente inusual.

―A-Abraham ―pronuncio algo apenada por la costumbre de ser formal con tus profesores. Aunque te aprecien no puedes andar tuteándoles a tu antojo. Él sonríe―, ¿tiene algo de especial? ―indago.

―¿No te pasa que cuando te llaman por tu nombre te recuerda quién eres? ―dice y lo cierto es que nunca lo había visto de ese modo.

―Creo que por eso son nombres ―repongo encogiendo mis hombros sin darle ninguna profundidad.

―Ya lo creo ―aduce riendo nervioso de repente.

―Pero. ―Hago una conjunción y él deja de hacerlo mirándome con atención―, cuando me has llamado Elianne se escuchó muy bonito ―añado volviéndome la vergüenza.

―Si me lo permites, me gustaría seguir haciéndolo.

Sus palabras me hacen tragar con fuerza.

―También me gustaría, pero no creo que pueda llamarle así en la academia.

―No, está bien, ¿podemos dejarlo solo para nosotros?, se vería irrespetuoso si te llamara también de esa forma.

―De acuerdo ―digo aligerando la extraña tensión que esto genera con una sonrisa. No de mala manera, sino algo más abrumadora. Él también ríe congraciándose conmigo, no obstante, me está gustando ver más esa expresión en su cara―, ¡tienes mucho espacio aquí! ―comento volviendo la mirada hacia la amplia y casi que desocupada sala, para despabilarme de esa sensación.

―Lo sé, aún no he tenido tiempo de comprar nada para decorar, tal vez lo haga más adelante.

―Sí necesitas ayuda puedes decirme, no tengo el mejor gusto, pero puedo ayudar.

―Está bien, voy a tomarte la palabra.

Hablarle de esta forma se siente tan ambigua para mí; pero a la vez excitante. Ni en mis sueños había pensado que tendría esta clase de cercanía con el profesor Bledel. Tiempo atrás no parecía alguien accesible, y para mi suerte hasta he dormido con él. Sonrío porque Cand una vez más tiene razón, es lindo sin remedio y yo me siento codiciosa al desear que nadie más pueda descubrirlo, ni que se le acerquen. Por primera vez tengo deseos propios, no ajenos. Míos.

―No hay mucho en este lugar, pero puedo brindarte algo de tomar.

―Eso me encantará, aunque no debería, no estoy aquí para darle molestias sino porque sigo preocupada y me gustaría ayudarle en lo que necesite. Me siento culpable de que terminaran golpeándole.

―No ha sido nada. Tampoco es tu culpa.

―Si fuese así hoy estarías dictando la clase ―exclamo, y luego quiero retractarme cuando baja la mirada y hace silencio.

Tal vez piense que lo he dicho como una histérica.

«Creo que me pasé».

―¿En verdad te importa? ―pregunta sorprendiéndome.

―¡Claro que sí! ―contesto con decisión exaltada y él parece deslumbrado.

Su expresión es tan bonita que quiero esconderlo en un cajón solo para mí, pero antes de que pueda reflexionar sobre las cosas desequilibradas que estoy haciendo y diciendo, de repente se acerca y coloca su mano en mi mejilla sobresaltándome.

―Aquella noche trataba de decirte algo, luego pensé que lo que sucedió fue justo para evitar que dijera una tontería que a lo mejor y puede parecerte absurda.

―¿Qué ibas a decirme? ―pregunto interesada cuando se queda callado―. Me gustaría saberlo ―insisto.

No me importa lo que sea, quiero saber todo lo que tenga que decirme. Él sigue mirándome en silencio, y seguro es porque debo verme muy ansiada. «Contrólate tonta», me reprendo.

―¿Es muy pronto para pensar que me gustas?

Por fin habla y lo hace como una enunciación. Eso me deja atónita.

¿Gustarle? ¿Gustarle? ¿Gustarle a Abraham? ¿He escuchado mal?

Él ríe apretando sus labios sin dejar de observarme, mientras yo creo que tengo un cortocircuito en la cabeza.

―Creo que si es absurdo ―dice con voz derrotada.

―¡No! ―exclamo saliendo de mi trance y él me mira espantado―, ¿por qué cree que sería absurdo?

Quiero saberlo.

―Apenas y me conoces.

―Podría decir lo mismo de mí.

―No, porque yo si te conozco. Te he visto en los modelos de cuadros.

―Pero eso es solo mi trabajo.

―Y para mí es suficiente para notar que eres perfecta.

―¿Es por eso que ha dicho que ya me ha visto?

―Sí ―responde conciso y algo apenado.

―En ese caso si es suficiente.

―Entonces no tomarás a mal que me diga que me gustas, Elianne ―continúa y la sola expresión me hace empañar la mirada.

Abraham no parece comprender mi reacción, pero es así como te pueden hacer llorar con solo unas palabras. Parece una confesión insignificante, no obstante, nunca lo es cuando jamás te han dicho ninguna.

Me acerco y llevo mis manos a sus lentes, se los quito para observar el bello rostro que se esconde tras la montura y sobre todo el gris de sus ojos a veces un tanto tormentoso.

―También me gustas ―admito y me inclino para darle un beso.

Es cierto, no son palabras que antes hubiera mencionado, no de la forma tan profunda como lo siento ahora.

―¿Quieres quedarte conmigo? ―pregunta y por alguna extraña razón hay un deje implícito de súplica que va más allá de solo este momento.

Asiento varias veces porque al igual que mi renovada percepción de todo esto, no solo me gustaría que fuera ahora si no todo el tiempo. Él toma la mano con la que agarro los lentes y me lleva en dirección hasta la que debe ser su habitación. A diferencia de la sala si tiene persianas y están cerradas por lo que hay algo de penumbras, y es grande.

Nos detenemos junto a la cama, enciende la lámpara de la mesita y deja los lentes en ella. Esta vez no soy yo quien se levanta la camiseta, es él quien empieza a subírmela despacio hasta quitármela descubriendo mi pecho.

―¿Puedo? ―pregunto sobre la suya y él asiente.

Procedo a sacársela y ahora ambos quedamos con el torso desnudo. Se acerca y mete sus manos por mis costados, haciéndome temblar cuando toca mi piel llevando sus manos a mi espalda, presiona y noto que lo que busca es pegarme a su cuerpo abrazándome con fuerza.

―Sí algo no puedo hacer son promesas a futuro, pero, ¿puedes quedarte conmigo en este presente?

No sé por qué dice eso, pero imaginar que puede irse a algún lado y desaparecer me abruma un poco, y más cuando me estoy acostumbrando a quererle. Me sofoca un poco pensar en que estaría viviendo dos veces la misma situación que con Adam; sin embargo, no se siente como si estuviera forzándome.

Solo se vive el aquí y el ahora, porque no sabemos que traerá el futuro, me digo esa vieja frase algo gastada.

―¿Quieres decir en cada momento de este presente? ―pregunto con un anhelo ensoñador, que antes no había tenido.

―Así es.

―Entonces quiero vivirlos por el tiempo que dure ―respondo sin ninguna duda.

―Gracias, Elianne ―susurra tierno en mi oído y siento que me derrito, y más cuando su piel suave y blanca se presiona contra la mía.

Nos quedamos un rato así porque la sensación es única, y luego me alejo para mirarle, también a su boca y besarle, aunque no es solo mi deseo. Sus labios son gentiles con los míos y sus besos como de un conquistador.

Poco a poco nos acomodamos en la cama y solo nos despegamos para quitarnos el resto de la ropa. Bledel desnudo es una visión para mí. La primera vez tuve mucha vergüenza, y ahora es como si fuera natural.

―¿Te duele? ―pregunto observando su costado.

Él niega con su cabeza.

―No mucho.

―De acuerdo ―repongo.

Cuando estamos acostados nos quedamos uno al lado del otro, mirándonos de frente. Él acaricia mi mejilla y yo la suya imberbe. Poco a poco nos acercamos hasta conectar nuestros labios otra vez. Me besa despacio, sin prisas hasta ponerse sobre mí. Después despacio besa mi cuello, mis pechos, mi vientre, mis muslos y luego el interior de mi entrepierna haciéndome agitar.

Me sobresalto un poco porque lo hace con tanta destreza que no puedo escandalizarme, o si lo hago porque es nuevo para mí, pero tampoco puedo oponerme y menos pedirle que se detenga. Solo me dejo arrastrar y luego sentir que veo un cielo estrellado cuando su boca que aparenta no ser diestra me empieza a llevar al clímax.

Es sublime.

Mi vientre se contrae cuando me siento arrasada arqueando mi espalda para seguir disfrutándolo, hasta que le siento acomodarse entre mis piernas. Abro los ojos para mirarle y me preparo para recibirle. Al igual que la primera vez, es paciente. No dice nada, solo sonríe y me besa mientras se funde de forma lenta y encantadora en mi interior...

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¡Me he quedado dormida!

Es lo primero que pienso cuando me remuevo en la cama. Pestañeo un poco para adaptar mi visión. La habitación está a oscuras. Agarro las sábanas y las llevo a mi pecho. «Sigo aquí», me digo y luego me bochorno al recordar lo que pasó antes.

Después de tanto tiempo debería estar acostumbrada; sin embargo, no se trata de eso sino de las causas. No son las mismas. Abraham no es alguien que necesite de mi afecto o favores. No es una obligación saciarlo, es un deseo que me hace sentir cosquillas en el estómago.

Mientras dure el presente.

A mi mente vienen esas palabras y aunque me abruma un poco que esto sea algo fugaz, no siento tanta ansiedad. No me gustaría que se acabe, pero tal vez las relaciones verdaderas son así, duran cuanto sea necesario y te dejan un buen recuerdo.

No estoy segura de que quiera eso, no obstante, presiento que el futuro no será tan siniestro como antes. Eso me recuerda a Adam y su boda del sábado, también la boda de la madre de Cand. «Tengo que decirle», me animo antes de que vuelva a olvidarlo. Me envuelvo con la sábana y antes de ir a la sala me acerco a la persiana, por una hendija veo que está oscuro afuera, por lo que ya debe ser bastante noche.

Sonrío porque creo que no era mi intención quedarme hasta tan noche. Camino hasta la puerta, pero me detengo con la mano en el pomo al escuchar una voz desde afuera. Es Abraham quien habla al parecer por teléfono porque no hay más interlocutores. Su tono es alto como si estuviera discutiendo; pero no logro entender lo que dice.

Luego de concentrarme y prestar un poco de atención no puedo evitar espantarme, porque ya antes he escuchado hablar a alguien con ese acento.

¿Bledel hablando en francés?

No debería sorprenderme, muchas personas hablan varios idiomas; pero ¿por qué se escucha como el tono de voz de Leroux?

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