18. Simetría
El libro es una absoluta joya, me lo he disfrutado todo y la noche se me hizo corta, casi que amanezco observando las pinturas. Es una edición muy bonita, y parece única. Sin embargo, no sé si el profesor me la ha regalado o si me la ha prestado. Él mencionó antes algo sobre que Leroux tendría una exposición y que si podía ir con él. Algo que me resultó extraño, pero tal vez solo yo lo vea así y nada más está enseñándome un poco de su obra para que no vaya como una despistada, porque lo cierto es que no conocía todo lo que ha hecho a lo largo de diez años.
Me pregunto qué diría si le dijera que voy a posar para Leroux y que este viernes quizás lo conoceré.
¡Cielos!
Tiemblo con la idea y aun sigo sin creer que es cierto. Supongo que cuando esté allí y lo vea entonces lo creeré de verdad. Me siento tonta, pero nunca había estado emocionada por algo así. Recuerdo que eso sucedió cuando el profesor Vatel, de la materia de Dibujo de proporciones humanas me pidió que posara para una muestra en clase. Fue un poco bochornoso ponerme frente a todos los demás como un maniquí, adoptando las posiciones que me indicaba para que analizaran los movimientos de mi cuerpo. Al final de la clase estaba muy avergonzada, nunca lo había hecho; sin embargo, fue lo que me dijo después lo que me animó a empezar a aceptar trabajos como ese.
Él me dijo que mi cuerpo tenía una simetría única y que si me mirasen por donde fuera mi proporción era la misma. No lo había comprendido en el momento, hasta que vimos la clase de las proporciones ideales expuesta con el ejemplo que Da Vinci nos dejó con el Hombre del Vitrubio. Entonces lo entendí y desde ese momento acepté todos los pedidos para las clases que él mismo me ayudó a conseguir. Al principio no sabía si sentirme contenta o un poco rara, pero era algo que debía agradecer y por lo que no sentirme mal. No obstante, he tenido que rechazar algunos trabajos, en especial con la profesora McEntire porque la verdad disfruto modelar en las clases, pero no quitándome la ropa y menos frente a los demás.
Miro la imagen que he abierto en el libro y es un paisaje llamado Primavera. No tendría mayor relevancia si solo se observara como una cascada en medio de un prado verde lleno de flores de colores; sin embargo, es más que eso. La técnica utilizada por él evoca una primavera de antaño, donde lo más hermoso son los detalles de los trazos del pincel en cada elemento. Es hermoso.
La mayoría de las pinturas de Leroux lo son. Me pregunto como lo hace, pero logra mostrar un toque del renacimiento del pasado donde prima la idealización de lo bello. Suspiro pensando en que lo que también sigo sin entender es como pudo escogerme. No soy bella, si lo fuera Adam estaría enamorado de mi belleza y no buscaría a... otra.
Diablos, me quiero pegar duro en la cabeza porque casi que había logrado no pensar en él. Mi teléfono suena desde algún lado, eso me azora un poco y empiezo a buscarlo porque debe ser Cand. Quedamos de vernos en la cafetería, dijo que tenía algo que proponerme. Lo encuentro por fin debajo de las almohadas, pero al mirar quien llama lo dejo caer sobre la sábana, como si me asustara.
«Es Adam». Adam, me repito. Las ganas de contestar con cada sonido emitido por la vibración me pueden. Es como si con ellas contara con cronómetro la oportunidad que tengo de volver a hablar con él. «Me está llamando». Muevo mi mano, quiero tomarlo y contestar, «quiero hacerlo». Es lo que mi interior desea hasta que escucho que golpean mi puerta dándome un susto que pone mi corazón a mil.
―¡Elia!, abre, hora de levantarse vaga.
Es la voz de Cand, que me hace sonreír, luego me quedo mirando el teléfono que aún no cuelga la llamada, como si agonizara esperando que responda en el último minuto.
No lo hago. Dejo que muera y voy a abrir la puerta.
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