Capítulo 8
Él aceptó su condición sin pensarlo, que creyó que le estaba tomando el pelo. Pero por alguna razón confió en su palabra. Sin embargo, la cuestión era que a la vez desconfiara que de verdad tuviera la capacidad de curar a Matt.
Que alguien literal te cayera del cielo y te dijera tales cosas en tres días bien dirás que salió del manicomio y era solo producto de su loca cabeza; si bien ante uno y otro saber al dedillo que son seres racionales era otro tema.
Tuvo que esperar una semana para que el tiempo pudiera amenizar, enviando a América la medicina, la supuesta cura que el menor trató de explicarle entendiendo a medias lo imprudente de sus efectos. Se le pasó por la mente que tal vez solo estuviera llevándolo a la muerte un brebaje que bien es de otro planeta, la confianza y desconfianza estaban igualados con el menor.
Y si no fuera poco sus ansias de saber el resultado se lo confirmó la voz de la única que sabía dónde estaba él localizado: era la mujer de su amigo que hizo que se tomara aquel brebaje rojo funcionando puesto que no se lo comentó a nadie más ya que su procedencia lo odiaba era mejor estar en el anonimato. No venía al caso, ella le relataba en la carta vía e-mail que estaba en una mejoría considerable casi un milagro de Dios.
Kerr no pudo contener la felicidad, la calma misma de su abatimiento como si dejara la mochila pesada a un costado y pudiera encontrarse con el menor en la mini sala con su perro Hades, jugando. En esas semanas en vilo esperaba haber hecho algo bien y lo hizo. Sus esperanzas en volver a ver a Matt eran tan gratificantes que no pudo contener más el alboroto de su corazón.
Este se dio la vuelta extrañado por recibir una sensación un poco desconocida, que envidió. Aún más fue su sorpresa al ser elevado por la cintura sintiendo la estreches y fuerza del mayor, la risa, las volteadas que dieron ambos en el mismo lugar y los ladridos del cachorro llenaban la estancia. Al bajarlo con toda la emoción del mundo le contó.
―Matt se ha recuperado de las lesiones del choque automovilístico, de la supuesta parálisis que tendría que vivir toda su vida por el choque, y que al tercer día haya salido del coma, como si de verdad fuese un milagro y todo gracias a ti.
―Te dije que funcionaría ―curvó los labios hacia arriba, achinando un poco sus ojos en una risilla.
La expresión de Kerr bullía de felicidad puesto que a pesar de que tendría miedo si no llegase a funcionar a G78 pensaba que no le quedaban más días para seguir esperando, las proporciones del brebaje escaseaban de por sí y más al racionar con un humano a cambio de un favor... los días se iban, su raza ya poco le importaba, creía que el egoísmo que los de arriba habían hecho con su raza procreada estaba mal sea el punto de vista de quien sea, se miraba mal donde se miraba. También pensó que la vida de Kerr es demasiado sencilla, normal, solitaria y triste. En esos días había cambiado muy a su pesar porque las situaciones de aquí eran muy delicadas, otras violentas y otras que otras de esas injusticias que no quieres que estén.
Esa noche donde ambos estaban uno enfrente del otro, con una comida exquisita, el perro lejos de interrumpirlos, un ambiente tenso y silencioso se reinaba ahí, aunque nadie quisiera romper el hielo que se había instaurado desde que se sentaron.
Ambos cenaban en silencio.
―Debo agradecerte por todo lo que has hecho por mí ―suspira incómodo―, yo daré mi palabra, si estás de acuerdo.
El menor solo se le quedó viendo sintiendo a través de sus ondas sensoriales lo injustificable porque tal cosa como los sentimientos humanos se escapan de su entendimiento. Asintió con la cabeza, con una media sonrisa.
En esos días el mayor le mostró muchas cosas que si bien se sentía enamorado de tales cosas del planeta, la injusticia le disgustaba sobremanera y aún más el entender la verdadera situación de su planeta. Era de por si iguales. De por sí los Ñejke eran una epidemia hacia su naturaleza y los de aquí el propio egoísmo de la gente.
―¿En qué piensas, chico? —picotea una papa—, has estado callado.
―Me siento raro contigo ―confesó.
―¿Raro?, en qué sentido...
―Estoy nervioso por lo de esta noche, creo que solo es eso―.Toma una leve respiración, bebiendo de su copa con lentitud.
Ve reírse con su dentadura perfecta, las líneas que expresan sus 30 años, su cabello lo mantiene hacia un costado cortado en los costados como atrás, su barba prolija algo crecida sin llegar a ser tan tupida. Le atraía lo alto, fuerte y el perfume que desprendía como sus acciones hacía para con él. Y se estaba confundiendo, la amabilidad con el amor no era lo mismo, pero aun así le estaba gustando sin remediar lo que eso significaría.
―Qué te causa gracia, no he dicho algo para que... ―lo interrumpa.
―Oh, no, claro que no has dicho nada gracioso. Simplemente es entendible y lo hice para liberar tensión ―pausa para mirarlo a los ojos―; no eres el único que se siente de ese modo.
―No le veo nada en especial. Solo es trabajo ―escupió con indiferencia.
G78 por un momento olvidó cuál debía ser su deber por encariñarse con alguien imposible de querer. Sus ondas sensoriales le estaban haciendo pasar una mala pasada porque hacía que las confusiones de lo que podía reconocer con los que no, se interponía por las creencias que le inculcaron, bien sabía que sí. Sus supuestos sentimientos debían morir ahí. En la nada.
―No te enojes por una nimiedad como esta, G78 ―confundido doliéndole el pecho, se arrepintió de reírse.
―Solo estoy aquí para utilizar a un humano, y vos me diste tu palabra a cambio de otra vida―. Pronunció la oración como pudo, con la cabeza en alto, sin demostrar nada más que lo que era. Un soldado de su tierra cumpliendo órdenes.
En ese instante, la perplejidad, el sentirse herido por el menor y el enojo que ya bullía dentro de él actuó por impulso y lo que estaba comiendo lo tiró al plato con tanta violencia que se escuchó el estruendo del plato y el tenedor, y la silla correrse hacia atrás. Kerr levantándose amenazadoramente; G78 copió su acción con calma lo cual eso le enfureció más que lo tomó del brazo encaminándolo a la habitación a trompicones.
A punto de lanzarlo en la cama, lo tomó de la cintura atrayéndole hacia sí besándolo de una forma nada delicada.
―Terminemos entonces con este pacto.
Y mientras ambos cerraban sus ojos en un beso donde el enojo se hacía presente con el dolor, el menor sentía que la punzada en el corazón lo mataría lentamente al volver a su tierra donde entregó más que un brebaje para curar a alguien. Ya que lo que llevaría era incurable, era un desgarre en el alma.
Kerr le gustaba de una forma que dolía y no se explicaba cómo había sucedido. Tal vez, convenciéndose que era solo por pura atracción y que estuvieran solos, posiblemente pudiera redimirse en lo inadmisible.
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