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Capítulo 1

Kerr McPherson se disponía a llevar todos los troncos secos dentro de la cabaña. Pudo saber que el invierno sería muy crudo ese año; todo parecía congelado a pesar de ser afines de otoño.

Llamó a su perro con un silbido que solo ellos dos sabrían. Y este, disparado a su encuentro ladraba desesperado, saltando entre sus patas.

-¿Qué pasa, Hades? -dijo con el ceño fruncido.

Eran estos casos cuando pasaba algo serio alrededor de su terreno. La última vez pasó un bochorno con la señora Gertrudis porque ella se había supuestamente tropezado, haciéndose un hematoma en la rodilla y manos por un tronco que no supo ver. Justificándose de que fue la resbaladiza tierra, donde minutos atrás había llovido a cántaros, tuvo la culpa y tuvo la amabilidad de que la llevara para la casa; tratándola a la vez de que ella no lo comiera con los ojos entre otras cosas. Pudiendo cometer el crimen de largarla a patadas.

El perro lo guía hasta un inerte y casi frío cuerpo, porque si no fuera por su pulso bien podría darlo por muerto.

—Eh, eh, muchacho... —lo llamó a leves cachetadas, y sin embargo este no respondía. Lo mejor que pudo hacer fue cargarlo y darle calor pronto.

Ya en la estancia de su hogar, lo metió a la bañera en tanto maniobraba que el agua saliera entre caliente y frío para una temperatura aceptable. Sumergió su mano y veía de soslayo al muchacho pálido de labios violáceos. El vapor humedeció la estancia. Sostuvo entre sus brazos metiéndose a la tina con él, mientras lo abrazaba por detrás y lo empapaba de agua en tanto le quitaba las prendas, dejándolo desnudo ya que no llevaba ropa interior.

Miró al muchacho y respiró profundo.
¿Por qué la gente siempre le pasaba algo dentro de su terreno? No era la primera vez y dudaba que fuese el último.

Estuvo a punto de agarrarlo para que con cuidado no se ahogue. Aunque lo que más le sorprendió fue la descarga que le dio e ignoró tal hecho, solo quería que retomara su color habitual.

Cuando empezó a sacarse la remera y el pantalón solo para quedar en bóxer, retiró el agua destapando el tapón, se escurría el agua ya fría. Arropó al menor con una toalla grande, llevándoselo a la cama y darle cobijo entre sus frazadas y sábanas.

Todavía no despertaba, y había pasado una hora desde que lo encontró. Ya el sol se había ocultado y la única cama la ocupaba el desconocido, su solución fue ponerle un poco de alcohol en la nariz para que exhale y despertara siendo este un total fracaso.

Tronó los huesos de su cuerpo, y se estiró como pudo para ponerse unos pantalones limpios después de la ducha que se pegó gracias al condenado que lo mojó todo tanto a él, como los charcos del piso que hizo trasladándose para su habitación.

La cama era de tres plazas y cabrían los dos sin rozarse ni nada.

Por lo cual le convenía en parte.

Su tan inesperado huésped, era demasiado hermoso como un ángel que le dejaba una erección que dolía.

—Debes calmarte, Kerr —se dijo así mismo—, o todo podría acabar mal como siempre. 

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