💗: cuarenta y uno
SooBin había notado un cierto cambio en el comportamiento del alfa.
El rubiecito sabía que algo pasaba, o mínimo existía información de la cual no se estaba enterando; en los últimos dos días YeonJun estaba más sonriente de lo normal, cada vez que el omega llegaba a la empresa, el mayor le sonreía tan ampliamente que llegaba a rozar lo escalofriante, mientras que el menor trataba de investigar el motivo de tal cambio, por supuesto que, siempre fallando en el intento.
Casi siempre era lo mismo; llegaba temprano al trabajo y el alfa ya estaba levantado y esperándolo con esa sonrisa escalofriante que distaba mucho de ser realista; cruzaban un saludo, y quizá alguna pequeña charla y luego el alfa se iba a trabajar.
Todo bien ahí, hasta que llegaba el momento de la merienda.
Apenas SooBin llegaba al enorme edificio, ya había un grupo completo de trabajadores que se encargaban de llevarlo directamente a la oficina del alfa. El rubiecito se aterró el primer día, pero luego YeonJun se encargó de explicarle que lo hacía para que de esa manera el omega no se perdiera y siempre llegara a tiempo.
El rubiecito lo consideraba tonto, ya que a esas alturas él conocía perfectamente el camino de ida y vuelta de ese lugar.
Aún así, no protestó en ningún momento y solamente dejó que las órdenes del mayor se cumplieran.
Lo único que lamentaba era que no había podido hablar con aquel amable alfa que conoció la vez anterior. Hizo tres intentos exactos para buscarlo, y siempre era detenido por el pelinegro, quien milagrosamente necesitaba algo con urgencia justo cuando SooBin pensaba buscar a su nuevo amigo.
Y todo eso llevaba al omega a preguntarse, ¿El alfa siempre sabía su ubicación? Le causaba estremecimientos el siquiera pensarlo.
Incluso había ocasiones en las que SooBin podría jurar que todos aquellos cambios eran producto de alguna especie de plan macabro del mayor.
Diosa, se sentía como la princesa encerrada en la torre más alta.
De la oficina al carro, del carro a la oficina y siempre acompañado.
—Buenos días, joven Choi.
SooBin suspiró sosteniendo con más fuerza la lonchera que llevaba entre sus manos; frente a él estaba aquel grupo de cuatro betas que siempre le esperaban en la entrada del edificio para llevarlo por un camino que él perfectamente conocía.
Sonrió forzado. —Buenos días.
—¿Vamos? —preguntó la única mujer del grupo.
Con un último suspiro el rubiecito asintió para luego seguirlos; caminaron en silencio y con paso tranquilo. A medida que iban pasando, las miradas curiosas de los demás se iban instalando en ellos; provocando que el nerviosismo del menor se disparara.
¿Y cómo no? Tenía guardaespaldas sin quererlo o necesitarlo; él realmente lo hubiese agradecido en los primeros días cuando aún tenía problemas para memorizar el camino, pero ahora no lo veía necesario.
Todo ese embrollo se le hacía ridículo.
"Soy Choi YeonJun, puedo hacer lo que quiera"
Gruñó descontento al recordar la única respuesta que había obtenido del mayor cuando le preguntó el motivo de tanto cambio.
SooBin supuso que todo se debía a la edad.
Salieron del ascensor y caminaron por el pasillo que conocía a la perfección; nuevamente hizo pequeños comentarios de que todo aquello no era necesario, que la puerta roja estaba más que grabada en su mente debido a tantos momentos desafortunados, más no estuvo libre del cuarteto de raritos hasta que ingresó a la oficina, donde un sonriente pelinegro le esperaba en uno de los amplios sillones.
A SooBin le nació la necesidad de golpearlo.
—¡SooBin! —el omega de verdad que extrañaba al anciano amargado—. Pasa por favor.
—Señor Choi —formó una sonrisa tensa, cada palabra saliendo forzada y entre dientes—. Aquí tiene su merienda.
El alfa asintió con aquella amplia sonrisa en su rostro; con una seña le indicó al menor que tomara asiento a su lado; SooBin obedeció a regañadientes.
—Gracias, SooBin —articuló con serenidad, sus manos encargándose de abrir el pequeño compartimiento para sacar los alimentos.
—¿No tenía mucho trabajo? —preguntó el menor, dejando de lado la molestia inicial para conversar un poco con el mayor.
YeonJun lo miró de reojo. —Sí, de hecho creo que llegaré más tarde a casa.
—¡Oh! —exclamó sorprendido—. Es muy extraño que coma aquí, generalmente lo hace en su escritorio.
Y era verdad, casi siempre el alfa comía en su escritorio mientras revisaba algún documento; eran muy pocas las ocasiones en las que se dedicaba a comer en los sillones, donde daba todo su tiempo sin trabajos de por medio.
A SooBin le resultaba extraño, y los nervios no hacían más que crecer porque solo de aquella manera la cercanía entre ambos aumentaba.
El alfa le sonrió, esta vez su sonrisa no tenía nada de escalofriante. Una sonrisa auténtica y llena de calidez, a la cual SooBin aún no terminaba de acostumbrarse.
Su lobito caía de lomo mientras mostraba su pancita y movía la cola de manera animada. Todo por aquella sonrisa.
—Quería comer contigo.
Aquella respuesta que parecía ser tan simple, provocó una estampida en el corazón del omega.
—¿C-conmigo? —preguntó, su pequeño índice apuntando a sí mismo.
YeonJun asintió. Dividió la comida en dos porciones perfectas y le ofreció una al omega sonrojado que tenía a su izquierda.
—Toma —le ofreció, SooBin la aceptó con manos torpes.
El sonido del intercomunicador rompió el tranquilo silencio; el alfa se puso de pie y caminó hasta él para recibir la noticia de su secretaria.
—Señor Choi, la reunión con el embajador de China será en quince minutos.
—Cancélala —ordenó el pelinegro.
—¿La agendo para mañana?
—Suena bien, haz eso.
—Sí señor.
El alfa volvió a su lugar donde un pequeño con el entrecejo fruncido le esperaba.
—¿No era algo importante?
—Lo era —aceptó el mayor, empezando a comer.
—Entonces, ¿Por qué cancelarlo? —SooBin de verdad que no entendía.
La mirada del alfa se clavó en el omega. Ambos estando más cerca de lo que estuvieron en un principio.
—Te dije que quería comer contigo —fue toda la respuesta de YeonJun.
Y SooBin realmente no sabe el por qué una sonrisa se formó en sus labios de manera inconsciente.
Ninguno de los dos sabe por cuánto tiempo estuvieron en silencio. Degustaron de los rollos de huevo que el omega había llevado en una tranquilidad reconfortante; el ambiente entre ellos permaneció sereno, y cada uno se sentía cómodo en la compañía del otro. Sentían que las palabras estaban de más; no querían hacer o pensar en algo que arruinara aquel pequeño momento; es por eso que llegaron a un mutuo acuerdo silencioso donde las palabras no eran necesarias, tan solo la tranquilidad de sus lobos y la perfecta combinación de sus aromas que provocaban suspiros de vez en cuando, era lo único importante y ambos lo sabían.
YeonJun realizaba miradas furtivas al rubiecito que comía gustoso de su propia creación; el alfa escondía su sonrisa de satisfacción tras cada bocado que engullía, sintiendo el picor que sus manos tenían por tocar aquel rostro sonrosado, bonito y rechonchito.
<<Cálmate lobo tonto>> regañó en su mente, con el ceño fruncido.
Nuevamente su mirada recayó en SooBin, aquellos ojos azules eran un completo cielo para él, uno lleno de colores que quería conocer en su totalidad; y se frustraba, claro que lo hacía, su mente estaba clara en algunos puntos, más en otros todavía preservaba aquellas dudas y todos los temores que conllevarían a un posible rechazo.
Porque YeonJun era nuevo en todo aquello, y se sentía un completo torpe al no saber que paso dar. Una parte de él deseaba conocer el verdadero sentir del omega, sabía que aquellos sonrojos que lograba provocar tenían que significar algo, las miradas tímidas y la dulzura en sus aromas eran otras cualidades que lo animaban a avanzar; y también estaba el hecho que el menor nunca lo había rechazado, ni cuando se había atrevido a besarlo.
Solo una señal, pedía una sola para poder avanzar como realmente quería.
—SooBin —llamó dudoso, el omega le miró de manera inmediata.
YeonJun se puso nervioso, de repente no sabía como continuar.
—¿Qué sucede? —preguntó el menor con suavidad, atreviéndose a tomar una de las manos del alfa entre las suyas.
Aquel toque cálido que ambos querían crear desde el principio de aquella mañana.
El pelinegro hizo una mueca de sufrimiento provocando que tenues risas salieran de los labios del omega; la mirada de SooBin brillaba en auténtica curiosidad, y quizá fue ese el incentivo que el alfa estaba esperando para finalmente soltar aquella pregunta que daría inicio a los pequeños y cortitos pasos que tenía planeados para acercarse al omega de la manera que quería.
—¿Te desagrado?
Bien, había formulado mal la pregunta.
SooBin parpadeó sin comprender. —¿Desagradar?
—Sé que nuestros inicios no fueron los mejores...
—Casi me atropella en la calle —le recordó el rubiecito con una mueca divertida ante el sonrojo del alfa.
—Lo sé, y lamento eso —murmuró el mayor—. Creo que es por eso que quiero saber —le miró unos segundos y luego repitió la pregunta, su voz sonando más angustiada—. ¿Te desagrado, SooBin?
El menor le miró, y con toda la sinceridad que siempre le caracterizó respondió aquella duda, mientras que sus ojos estaban fijos en los oscuros del alfa.
—No, no me desagrada —un suspiro de alivio salió de los labios del mayor—. Al principio me caía bien mal —siguió el menor, provocando que el aire se atorara en la garganta del alfa—, pero ahora mi percepción de usted ha cambiado —le sonrió, YeonJun amaba que SooBin le sonriera—. Su compañía me resulta agradable, y a veces tiene ocurrencias que me hacen reír —recordó la vez que el pelinegro se disfrazó de perro para pelear con Odi—. Además que me siento muy bien trabajando para usted, me siento especial.
El mayor alzó una ceja. —¿Especial?
—Sí —asintió con convicción.
—¿Por qué te sientes especial? —quiso saber, de repente curioso.
SooBin le miró. —Porque tengo plena certeza de conocer una parte de usted que nadie más conoce.
—¿Ah si? —cuestionó YeonJun, el menor volvió a asentir—. ¿Qué parte sería esa?
La mirada azulada brilló en un reconocimiento que estremeció al alfa.
—La auténtica.
YeonJun sabía que aquello era verdad; en toda su vida nunca se atrevió a mostrar su verdadero pensar con alguien; lo creía innecesario y un tanto agobiante. Sin embargo, a esas alturas debía saber que con SooBin todo era diferente, el omega provocaba que solo verdad saliera de sus labios; aquel lado jugador estaba eclipsado y arrinconado en algún rincón de su ser adormecido, dejando el mando a lo que verdaderamente quería, sin miedo a mostrarlo, o luchar por él.
No respondió porque no lo creyó necesario, en su lugar le volvió a sonreír mientras que sus manos eran apuñadas con fuerza para retener aquel impulso que le había nacido.
Cuánto deseaba el poder abrazarlo siquiera, ya que pensaba que no era el momento idóneo para robar un segundo beso.
Aunque el deseo siempre estuviera presente.
—Creo que debo irme —comentó el omega, el tono de su voz sonando apesarado.
YeonJun miró el reloj y se sorprendió al darse cuenta que había transcurrido más de una hora en compañía del menor.
BeomGyu lo mataría.
—Te veré en casa —respondió, al mismo tiempo que se ponía de pie.
El rubiecito ladeó la cabeza. —Creí escuchar que llegaría tarde.
—Tal vez no sea así —suspiró—. Todo depende del trabajo que tenga pendiente.
SooBin hizo un sonido afirmativo y procedió a arreglar la lonchera, cuando todo estuvo listo la ajustó en su hombro y se dirigió al mayor.
—Entonces, me voy.
El pelinegro le dedicó una última sonrisa. —Ve con cuidado.
El rubiecito no esperó nada más y caminó rápidamente hacia la salida; en su mente estaba presente el apresurarse para no encontrarse con los cuatro desquiciados que siempre le acompañaban a la salida.
Abrió la puerta con rapidez y toda esperanza murió en él cuando sus ojos observaron al cuarteto sonriente que le esperaba del otro lado.
—¿Nos vamos, joven?
Entonces SooBin recordó que siempre había algunas ocasiones en las que el alfa le caía mal.
GeunSuk ingresó a la oficina del alfa Choi con una sonrisa impecable en su rostro; observó a su alrededor e hizo una reverencia cuando del otro lado del escritorio le esperaba el pelinegro, tan poderoso e imponente.
—¿Quería verme, señor?
YeonJun jugueteaba con su móvil mientras tanto.
—Así es —respondió.
—¿Qué necesita? —preguntó el peliblanco.
El mayor se recostó en su asiento, su mirada llena de fiereza y convicción mientras que su tono de voz escuchándose inquebrantable dejando salir aquella petición que más bien sonó como una orden.
—Quiero que te alejes de Choi SooBin.
El menor parpadeó sin comprender. —¿Perdón?
—Eso —dijo YeonJun —. Aléjate de él, no respires cerca de él, no le hables, no lo pienses —la mirada del mayor tomó un tono más oscuro—. Te lo estoy pidiendo de la manera más educada posible.
GeunSuk rió incrédulo. —Su petición me resulta extraña.
—No me interesa —se encogió de hombros.
—Señor, lo respeto y agradezco mucho que me haya dado trabajo —suspiró—. Pero creo que el asunto con el omega es algo que no le concierne.
—Todo lo que tenga que ver con Choi SooBin me interesa —cortó YeonJun, su voz alzándose en molestia—. Si eres inteligente te alejarás de él.
—¿Por qué haría tal cosa?
—Porque soy el jefe, y lo que pido se cumple.
El menor apretó los puños. —¿Me está amenazando?
—Tómalo como quieras —restó importancia—. Lo único que me interesa es que tengas presente una cosa —se levantó de su lugar y lo miró desafiante—. Si te metes con él, vas a conocer quien soy realmente.
Fue entonces cuando GeunSuk supo que no sería tarea sencilla acercarse al pequeño omega.
Aunque no imposible.
Amando a Yeonjun más que ayer, menos que mañana uwu
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