¿Quién nos recibe?
Un mes después de que la tierra se convirtiera en comida pútrida para bacterias e insectos, los extraterrestres escogieron una fecha no muy idónea para invadir la tierra. Poseían toda la logística necesaria para someter al ser humano, convertirlo en algo parecido a una mascota o, simplemente, comérselos.
Una tarde del primero de enero del año 3001, una colosal nave descendió sonoramente en la superficie terrestre. Cualquier terrícola cerca del estruendo hubiera muerto antes de tocar el suelo. Ante el silencio sepulcral que reinaba, los motores de la aeronave eran música para un planeta desolado y que sería un testigo muerto de la presencia de seres de otro mundo.
Con un chirrido de máquina, una puerta humeante se abrió de abajo hacia arriba y una rampa rectangular nació del suelo, alargándose como una lengua hasta tocar la superficie. De la abertura, dos seres extraterrestres se asentaron en la entrada: ataviados con una coraza de metal y portando armas de apariencia destructiva.
Los seres medían un metro cuarenta; eran más grandes que un duendecillo. Sus quijadas eran prominentes y risibles a la vista. Tenían labios amorfos, piernas irregulares y diminutas, y una cabeza desproporcionada donde las neuronas trabajaban horas extras. Los ojos eran muy pequeños para ver todo el desastre que había.
El silencio y la muerte se habían aliado para gobernar en todos los rincones pútridos de una tierra devastada por algo más poderoso que un millón de bombas atómicas: la mano del hombre. Los extraterrestres pensaron que se habían equivocado de planeta.
El único recibimiento que encontraron fue el hedor de un planeta en estado de putrefacción. Millones de años de historia se habían convertido en basura no biodegradable y en alimento viscoso para organismos microscópicos.
—¿Esta es la tierra? —preguntó el extraterrestre 06—. Parece un lugar no apto para nosotros.
—Según la computadora, sí —respondió el 05.
—¡Por los Marcianos! No nos esperaron. No hizo falta un asteroide para acabar con los humanos.
—Ahora, ¿qué hacemos?
—Es hora de explorar. A ver si encontramos a un ser humano, aunque sea fosilizado.
—Verdadero. Solo espero que salgamos de aquí caminando.
Los extraterrestres se movieron con cautela por la inmundicia, capaz de matar a un ser de otro mundo. Tropezar por la tierra erosionada era como firmar la sentencia de muerte. La desesperanza reinó al no poder encontrar un sabroso ser humano. La basura terrícola espantaba hasta a las moscas.
Los cráteres de lava ardiendo eran vecinos de la basura y juntos eran los habitantes asquerosos y tóxicos del planeta. Había suficiente plástico como para acabar con Marte.
—¡Este lugar me quita el hambre por comer un humano!
—Verdadero. Hay tanta basura que mis ojos se cansaron.
Un charco de agua aceitosa se cruzó con ellos. Beberla significaba disipar una cuestión o acabar muerto.
—¡Por los Marcianos! Si hay agua es que hay vida —dijo el extraterrestre 06.
—¿Será bebestible?
—Probemos...
El extraterrestre 05 metió al agua su mano del tamaño de un vaso, y bebió un sorbo esperanzado de acabar con su sed y no con él.
—¿A qué sabe?
—Me di cuenta de que el plástico puede ser un pésimo aderezo a mis alimentos... Si tomo un poco más creo que volveré a casa tieso y hediondo.
—Ahora, ¿qué hacemos? Este lugar no sirve ni para pasar las vacaciones. Aparte, no ver a ninguna cucaracha me provoca escalofríos.
—Y yo que quería probar un ser humano. Y dudo mucho que veamos uno caminando a más de mil grados.
—Vine con hambre y me iré con hambre...
—Es hora de volver. Los humanos ya nos ahorraron el trabajo... Y este planeta puede ser nuestro vertedero de basura.
—Verdadero. Vamos a Marte, dicen que aún queda algo parecido a un ser humano.
Fin
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