Capítulo 3
Antes de que la puerta se pudiera abrir, doblé el papel y lo escondí en mi falda, donde no se pudiera ver. El papel me rasguñó en el vientre con el brusco movimiento, pero no me importó. Solo sentí que la pequeña y ligera herida se abría en mi piel. Me moví rápido y busqué un lugar seguro para pasar por desapercibida por lo menos unos segundos. Mismos que utilizaría para atacar.
El departamento era pequeño. Al entrar, se podía ver la sala acojinada color crema y más al fondo, una mesa de vidrio con frutas frescas. Luego, estaba una barra con bordes curveados que dividía la sala y el comedor de la cocina integral que parecía también haber sido destruida por un martillo. La diferentes puertas de la alacena estaban abiertas de par en par, con las latas y los frascos totalmente desorganizados, incluso algunos estaban abiertos o quebrados por la falta de cuidado al tratar de buscar algo que ni siquiera yo sabía que existía ahí dentro.
El pasillo se extendía unos metros más adentro, donde una habitación se mantenía vacía y otra más, donde yo dormía y la mayoría de mis pertenencias personales se encontraban. El baño, por el contrario, no podía ser la opción más segura para esconderse. Había visto demasiadas películas y leído varios libros donde las escenas más terroríficas se daban en esos lugares.
Por experiencia propia, sabía que esconderme no era la mejor opción. En un departamento sin un lugar a donde refugiarme o correr y a treinta metros de distancia del suelo, era seguro que me encontrarían.
Tomé la lámpara que estaba a unos centímetros de la punta de mis zapatos y la agarré con fuerza, esperando que no fueran más de tres personas las que querían entrar.
La perilla volvió a girar y de pronto, el seguro cedió ante la insistencia y la puerta, poco a poco se abrió. Apreté más el mango de la lámpara y me aferré como si mi mi vida dependiera de ello. Me preparé para ser la primera en asaltarlo y tomarlo por sorpresa. El golpe lo daría cerca del oído, para ganar tiempo y lograr que se desequilibrara. Eso me daría ventaja. Al menos, lo suficiente como para salir librada. Después de lo que me había pasado con Alex, no me quedé con las ganas de saber defenderme.
Lo único que aún no podía controlar, era mi respiración, estaba agitada y el mango comenzaba a resbalarse por mis dedos de mantequilla. Pestañee un par de veces e inhalé profundo, esperando tener más fuerza en el impacto. La puerta se abría con una tremenda lentitud que me causaba estrés.
La puerta pareció abrirse en pausas, con cautela... como si ellos supieran que algo no andaba bien detrás del pedazo de madera. Se escuchó un rechinido y después, alguien me envolvió desde atrás con unas manos cubiertas de guantes negros, estaban calientes y noté que entre esos guantes de tela, había un pañuelo blanco humedecido. Me estremecí ante el tacto y luché como me fue posible. Traté de gritar y morderle, pero fue más rápido que yo y me quitó fuerza en las piernas, donde pensaba golpearle para lastimarlo en mi única oportunidad y salir huyendo. Pero eso no había sido posible, había notado mi intención y su amarré me había provocado debilidad en las piernas, haciendo que mi único aliado fueran mis brazos.
Intenté rasguñarlo y ponerme de frente, pero era imposible, el hombre seguía detrás de mí y trataba de poner en pañuelo en mi nariz para inhalar lo que creía que era cloroformo. Al pensar en eso, me sentí helar, pero también me dieron más fuerza para pelear. La idea de que me dejaran inconsciente y en sus manos, no me tranquilizaba. Esta gente no era de fiar.
—¡Ayuda! —dije en un grito ahogado, el hombre me había tomado con fuerza y el cloroformo empezaba a hacer efecto estando cerca de mi rostro. Antes de que pudiera hacer algo, la puerta se abrió y yo cerré los ojos, perdiendo toda la fuerza en el cuerpo. La habitación se desvaneció ante mis ojos y vi venir una tormenta de arena que no me dejaba respirar. Sentí que me ahogaba.
Luego, entre la oscuridad, oí una voz femenina que se fue apaciguando.
—¿Está dormida?
No supe cuánto tiempo pasó desde mi secuestro. Estaba segura de eso porque cuando desperté, tenía las manos atadas en mi espalda y los tobillos estaban rozando una cuerda que me picaba, por suerte, no me lastimaba ni me había causado heridas graves, pero pronto lo serían si empezaba a desatarlos. Los nudos eran fuertes y estaban bien hechos, parecía ser que no era la primera vez que lo hacían, lo cual me asustó todavía más.
Una vez que estuve consciente, no abrí los ojos de inmediato, para mi fortuna, no llevaba nada puesto ahí ni en la boca. Podía gritar si quería, también podía ver la cara de los secuestradores en caso de que no estuvieran cubiertos. Decidí esperar más tiempo para aventurarme a ver el espacio en el que estaba. Debía ser precavida y no actuar por impulso, eso solo me traería problemas.
Lo que podía sentir debajo de mi, era piel y por la postura en la que estaba, me veía sentada. No olía nada extraño, ni siquiera a basura o a desperdicios, en realidad, el olor era delicioso y delicado. Tampoco se escuchaba un eco, no sentía que el espacio estuviera despejado o que estuviera en una bodega sola. No había un silencio absoluto.
—Estamos llegando —dijo una voz masculina cerca de mí—. No ha despertado, ¿segura que va a estar bien?
Se oía preocupado, ansioso por saber algo de mi despertar. Entonces analicé todo y supe de qué se trataba. Esa voz. Yo la conocía. Maldita sea.
Mi piel se erizó y esperé a que volviera a hablar para comprobar mi teoría.
—Segura —respondió otra voz más clara y suave como la seda, la oí más lejana que la del hombre—. Ya no debería tardar en despertar.
Un saltó me hizo moverme en el asiento donde estaba. Agudicé mi oído y pude escuchar un silbido lejano. Mi piel estaba aclimatada y no tenía frío ni calor, en realidad, estaba bastante cómoda si no fuera porque mis brazos y piernas estaban atadas. Por el ruido y el movimiento, parecía que iba en un auto.
—¿Debería preocuparme? —exclamó de nuevo esa voz.
—No. Estará bien.
Los tenía. Sabía de quiénes se trataba. Abrí de golpe los ojos y me encontré desvanecida en el asiento del copiloto de una camioneta. Pestañee solo un poco para adaptarme a la oscuridad y en un segundo y sin que ellos pudieran notar mi repentino regreso a la vida, giré mi rostro a donde estaba el piloto y fruncí mi ceño, confundida y molesta.
—¿Tú qué haces aquí? —pregunté, tomándolo por sorpresa. Mi voz sonó fuerte y logré mi objetivo: llamar su atención.
Mi corazón latía frenéticamente y sentía un ardor en mis mejillas. Tenía miedo de que la voz me temblara o de que él notará mi nerviosismo por su cercanía. Me afectaba en todos los sentidos posibles y esa era otra cosa que odiaba de mí. La atracción era evidente, pero no quería hacerla notar lo suficiente, por lo que la disfrazaba por tensión y rabia. Lo tenía a unos centímetros de distancia y no podía creer que su perfecto rostro estuviera en el mismo espacio donde yo estaba. Se veía tan diferente pero tan igual a como lo había conocido. Tenía el cabello rizado revuelto como hacía unos años, sus facciones en el rostro habían madurado y su mandíbula se veía más firme y pronunciada. Sus labios seguían tan apetecibles como siempre y me incitaban a inclinarme sobre el asiento y besarlo como nunca. Su vestimenta había cambiado, sus suéteres rojos habían sido cambiados por camisas con colores lisos que hacían notar sus músculos. Su piel, por el contrario, se veía igual de pálida que la mía. Eso no había cambiado.
Lo examiné en una oleada, antes de que pudiera girarse. Llevaba unos pantalones negros y una sudadera del mismo color, imaginaba que era para cumplir con su atuendo de secuestradores.
—Hannah —dijo, girandose de golpe—. Despertaste...
Sus ojos chocaron con los míos y me estremecí. Esa terrible conexión estaba de nuevo sacudiéndome por dentro, como un rato eléctrico recorriéndome desde la cabeza hasta los pies. Ese color miel seguía en su mirada espectacular. Esa misma de la que estaba más que enamorada...
Tragué saliva y me acomodé en el asiento con rudeza. Tenía que controlarme.
—No me has respondido, Alex. ¿Qué haces aquí? —mi voz era dura—. ¿De qué se trata todo esto?
Él volvió la mirada al frente y siguió conduciendo. Iba a una velocidad arriba de los 100 km, podía ver como la carretera por la que andábamos se quedaba atrás bastante rápido. Los árboles se alejaban de nosotros en un segundo, dejándonos ver grandes montañas a nuestro alrededor.
—Te estoy salvando la vida.
—En realidad, te estamos salvando la vida. —Contestó otra voz, la misma que había escuchado en mi departamento y minutos atrás. Esa voz femenina también la reconocía—. Hola, Hannah.
Giré mi rostro a los asientos traseros y vi el rostro angelical de Anna, mi hermanastra. La misma que un día había tenido una bomba falsa en su torso para ayudar a Rosie.
—¿Anna? —exclamé, aunque ya sabía de su presencia—. ¿Por qué vinieron hasta acá? ¿George lo sabe?
Ella asintió.
—Por supuesto, tenemos su consentimiento.
—¿Ah, sí? —levanté una ceja y los miré a ambos con receló—. ¿Y también sabe que me drogaron, me dejaron inconsciente y aparte me ataron?
Alex sonrió, divertido.
—Fue una medida de seguridad, Hannah. Sabíamos que no íbamos a poder convencerte tan fácil.
Mi corazón se detuvo cuando escuché mi nombre en sus labios. Era una sensación que no podía evitar sentir. Simplemente mi corazón actuaba y dejaba que mi cerebro se apagara. Nada de reproches a Alex. Solo debía disfrutar lo escandaloso que él podía pronunciar mi nombre haciéndome sentir especial.
—Tienes razón —comenté, sintiéndome acalorada—, de ninguna manera me hubiera dejado convencer por ti. No iría a ningún lado a donde tú estuvieras. Sino fuera porque Anna está aquí, me habría lanzado de la camioneta.
Alex apretó la mandíbula y Anna se quedó en silencio, sabía que no era un tema de su incumbencia, cosa que agradecí. Esto era entre Alex y yo. Hubiera sido más ruda, pero el tenerlo cerca, me intimidaba. De hecho, soné más convencional de lo que creí llegar a hacerlo.
—Bueno, por suerte Anna está aquí y nadie se lanzará de la camioneta. Intenta relajarte, ¿sí? Haré todo lo posible por no molestarte.
Lo ignoré un poco y me volví a girar para ver a Anna.
—¿Por qué has accedido a esto? —le pregunté, señalando las cuerdas que me estaban atando.
—Vamos, Hannah —comenzó a decir como si la respuesta fuera obvia—. Tú no habrías regresado a la mansión en estos momentos. Hubieras alargado el tiempo y al final hubieras puesto una excusa para no ir hasta allá. Digamos que no es la primera vez que cancelas una reunión familiar. Así que por favor, no me hagas sentir culpable porque no me siento así. La verdad es que me da gusto que por fin pueda hablar contigo en persona y no sea a través de correos o de mensajes que demoran horas o días en ser respondidos.
Vi cierta tristeza y molestia reflejada en su rostro, lo que me hizo retroceder de inmediato. Anna tenía razón y no quería lastimarla una vez más. Desde hacía bastante tiempo había ignorado sus mensajes y me había apartado mucho de mi familia. Aunque había sido un problema con Alex, lo había extendido hasta afectar a los que de verdad me merecían.
—Lo siento, Anna —dije—. Yo sé que ninguna respuesta que te de ahora, será una justificación. Sabes que te quiero, ¿verdad?
Ella resopló.
—Bueno, tienes este tiempo de resguardo en la mansión para demostrármelo.
Una sonrisa se asomó por su rostro y noté que sus rizos dorados seguían tan impecables como nunca. Su cabello seguía igual de largo y la coleta que tenía desde que había despertado de ese coma, había perdurado hasta ese día, donde los tres estábamos reunidos en la camioneta de Alex.
No había otra persona más que nosotros, que supiera del mundo paranormal. Alex y Anna habían sido unos fantasmas y yo había visto a Alex como uno, ayudándole a descubrir donde estaba su cuerpo después de que habíamos creído que él había muerto. Mientras que Anna, por el contrario, había pasado al mundo de los fantasmas por culpa de Rosie, pues la había tenido secuestrada por un largo tiempo. Durante esto, había estado en ese universo paranormal ayudando a Aaron y Caleb a resolver un problema de hermandad y entre sectas fantasmales. Anna nos había contado esto después de recuperarse, y entre su elección, había dejado pasar el amor.
—Entonces, ¿es verdad? —cuestioné—. ¿Eric está desaparecido?
—Sí —dijo Anna al ver que Alex no respondía—. Desde hace cinco días, en unas horas serán casi seis. Nadie sabe nada sobre él y la policía no parece tener nada. Es como si la tierra se lo hubiera tragado.
—Tenemos que averiguar por nuestra cuenta dónde está. —Agregó Alex sin mirarme, su vista estaba enfocada a la oscura carretera que nos llevaba a un camino que no parecía tener fin.
—¿Y la policía? —volví a preguntar, tenía muchas dudas que no tenían respuestas claras.
—No entorpeceremos lo que están haciendo, confiamos en ellos y estamos cooperando —respondió Alex con firmeza—. Lo que creemos es que tal vez Eric no está en este mundo, Hannah.
Entonces mi mente se aclaró.
—¿Crees que sea un fantasma?
Mi ceño se frunció y rogué porque su respuesta fuera negativa.
—Puede ser.
Las cuerdas me empezaron a picar con más insistencia y negué.
—Necesitamos estar juntos, Hannah —dijo mi hermanastra, detrás de mí—. Es una teoría pero puede que sea verdad. Si la policía no tiene nada, quiere decir que hay una alta probabilidad de que Eric ya no se encuentre aquí.
El chico de cabello castaño volvió a asentir.
—Necesitamos tu ayuda, Hannah.
Entrecerré mis ojos y me enfoqué en él.
—Me tienes atada, Alex. ¿Acaso lo notaste?
Él tragó saliva y pude ver como sonreía ligeramente. La situación, aunque parecía ser peligrosa, le causaba cierta gracia, hecho que me molestó más de la cuenta.
—Sí —dijo con esa sonrisa dulce—. Lo sé. No necesitas recordármelo, Hannah.
Lo miré apenas y rodee los ojos. Detrás de mí, Anna se estaba cubriendo para que yo no la viera reírse.
—Era una pregunta retórica, no necesitabas responder.
—Te desataremos cuando nos prometas que no te escaparás.
—Creo que ya no tengo opción, ¿o sí? —pregunté.
Alex se rio y asintió de nuevo.
—Mañana en cuanto estemos en la mansión, tendrás que hablar con la Inspectora y por supuesto, no le dirás nada sobre esto. Te hará muchas preguntas y debes ser muy clara.
—¿Ella está a cargo?
—Sí —dijo—. Ayuda bastante y nos tiene protegidos con sus elementos policiacos. Creo que puede agradarte. Victoria es la mejor investigadora que mi padre conoce, así que no debes preocuparte.
—¿Victoria?
El nombre me resultó familiar.
—Sí —esta vez se escuchó la voz de Anna—. Victoria Gallagher.
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