Capítulo 2
«Hannah, tienes que volver a casa. Es urgente. Estamos en peligro».
Fue lo que leí. Alex me había enviado un mensaje con esas simples y escandalosas palabras que no dejaban de sonar en mi cabeza. Era tan confuso. ¿Peligro? ¿De qué estaba hablando? ¿Acaso no sabía que mi respuesta sería un rotundo no a su petición? Hacía mucho tiempo que él había perdido esos privilegios conmigo. No volvería a la mansión de los Crowell aunque me lo pidiera de rodillas. Mi "no" era definitivo. Yo estaba a miles de kilometros de distancia, alejada de ellos, por lo que sabía que el peligro estaba fuera de mi alcance.
Volví a leer el mensaje y me sentí extraña. Cada palabra parecía haber sido pensada con cuidado y viniendo de Alex, no sabía que esperar. Podía estarme jugando una broma o bien, podía estarme hablando a su manera. No supe cuántas veces miré el texto sin saber de qué se trataba todo eso. Alex y yo habíamos perdido contacto desde hacía mucho tiempo, yo no sabía nada de él y viceversa. Las decisiones podían cambiar a las personas y al futuro, y Alex y yo habíamos decidido tomar diferentes caminos por nuestro propio bien y para la familia. Tiempo atrás las cosas se habían puesto demasiado tensas y uno de los dos debía de alejarse en cuanto antes del otro.
Esa fui yo. Simplemente decidí alejarme de los Crowell, especialmente de Alex para no hacer las cosas más lamentables de lo que ya eran.
La verdad era que sentía un cúmulo de emociones cuando pensaba en él, era difícil imaginarlo y no sentir esos latidos en el corazón, como si cada golpe quisiera salirse de mi pecho para ir corriendo detrás de él y buscarlo. Sin embargo, también sentía un poco de tristeza y de resentimiento. No sabía cómo era que todo había terminado tan mal. Sacudí la cabeza y negué, atraer los pensamientos no era bueno, así que lo mejor era no traerlos de regreso. Mucho menos, durante una tormenta.
Me apresuré a llegar al departamento para verificar que Lauren estuviera bien y las cosas en el edificio estuvieran en su lugar. No sabía si eran ladrones los que habían estado esperándome o eran algo más que eso. Seguía confundida por el hombre que acababa de ver en la calle de hacía unos minutos y de la descripción que Lauren me había proporcionado.
Al llegar al cajón del estacionamiento que me había sido asignado, contuve la respiración y esperé un momento en el auto. De pronto, sentía que alguien me observaba desde otro auto, pero no logré ver nada entre la lluvia, tal vez solo era una simple ilusión que estaba fabricando mi mente. A estas horas, ya debería de estar en la cama, descansando. En cambio, seguía debajo de la tormenta con un mensaje de Alex Crowell y con un tipo extraño invadiendo mi privacidad en las últimas horas. Lauren había mencionado un sobre, uno que había dejado en la puerta, lo cual me causaba más intriga.
Frente a mí, estaba una pared alta de concreto que no me permitía avanzar más. Apagué el motor y el silencio me envolvió en el automóvil. Deseaba mucho que Alex no me hubiera escrito, quería borrar ese momento porque me estaba causando demasiado conflicto pensar en él. Después de tanto tiempo, me costaba adaptarme a sus encantos. En parte, quería ver sus ojos color miel y su cabello desordenado. Tenía tantas ganas de abrazarlo y de decirle lo mucho que lo había necesitado en los últimos años, pero no era conveniente en estos momentos, y tal vez nunca. Quizá lo mejor era que nos mantuviéramos con la distancia con la que habíamos estado.
Mis hombros se tensaron y un recuerdo poco agraciado me vino a la mente. Muy pronto comencé a apretar los puños en mis piernas, todavía sentada en el asiento del copiloto. Cerré los ojos y pensé en el día en que tomé el vuelo. Él ni siquiera había ido para despedirse de mí. No había escrito en todos estos días...
Mi teléfono sonó en mis piernas, donde lo había dejado una vez que había leído el misterioso mensaje. Antes de que pudiera alcanzarlo, la vibración que tenía activada ocasionó que el aparato se tambaleara con mi movimiento y cayera en el piso del auto.
Me quejé y me agaché todavía más para buscarlo entre mis pies y los pedales. Pronto lo encontré, en la pantalla se veía una llamada entrante. Era mi madre. Dudé en contestar, pues su comunicación se basaba en hacerme preguntas que me quitaban el tiempo. Me sorprendía tanto que después de lo vivido, ella me hubiera dejado marcharme a otro país sin supervisión, pero claro, ahora era mayor y mi camino solo lo podía formar yo.
La pantalla perdió brillo y se apagó por unos instantes, luego, volvió a encenderse con insistencia. Esta vez, tomé la llamada a regañadientes. El día había sido demasiado pesado como para escuchar un sermón de dos o tres horas que no me hacían sentirme productiva. Tenía que buscar alguna manera de cortarle sin que me viera grosera.
—¿Mamá? —pregunté cuando presioné el botón verde—. ¿Cómo estás?
—Hannah... —fue lo primero que dijo, estaba agitada y bastante preocupada—. Estás bien, me alegra escucharte. ¿Estás en casa?
—Estoy llegando, ¿por qué? ¿Sucede algo?
Mi voz fue tranquila y baja, en comparación con la de ella.
—Se trata de Eric —comenzó a decir con rapidez—. No sabemos dónde está.
Rodee mis ojos y negué.
—Mamá, tú sabes que a él le encanta desaparecerse, ya sabes como es él, no deberías de preocuparte, ¿sabes? —intenté calmarla, pero parecía que la cosa se estaba poniendo más seria—. Seguro salió y se le descargó el móvil y no pudo avisarte. Nada le pasará...
Hubo silencio.
—¿Mamá? —pregunté cuando no escuché nada más—. ¿Hay algo que no me estás contando? ¿Qué está sucediendo?
Más silencio incomodo. Luego, pareció que alguien más tomó el teléfono.
—Hola, Hannah. Soy George. Necesitamos que estés aquí lo más pronto posible. Eric desapareció desde hace cinco días y no sabemos dónde está —habló despacio para que pudiera entender todo lo que decía—. He tratado de movilizar a la policía con la búsqueda sin llamar la atención de los medios, pero no creo poder silenciarlos más. Considero conveniente que también estés con nosotros. Ninguno de nosotros, a partir de ahora, puede estar solo, ¿me entiendes?
Me quedé en silencio y después, solté todo el aire que estaba conteniendo. Alrededor todo dio vueltas y sentí unas nauseas terribles. Aunque quisiera, no podría devolver nada, pues mi estómago estaba vacío, lo que hacía el dolor más insoportable.
—¿Qué? ¿Cinco días? —me sentí ahogar y con un calor terrible en el rostro, casi pude verme en el parabrisas como un tomate a punto de explotar—. ¿Cinco días y apenas me lo están diciendo?
Mordí mi lengua y traté de no gritar en los próximos minutos. Mi padre estaba desaparecido desde hacía cinco días, ¿cómo era eso posible? ¿Por qué apenas me estaba enterando?
—Lo siento, Hannah. Creímos que lo encontraríamos, pero no ha sido así —aunque estaba afectado por la situación, no se había desmoronado, la voz no le temblaba y su respiración estaba perfectamente estable, lo que me indicaba que al menos estaban trabajando en su búsqueda—. Tengo todo controlado. Hay un equipo completo de policía y de agentes en la mansión que nos están ayudando con la investigación.
Mi boca se secó y me llevé la mano libre a la cabeza. Mis dedos sintieron un mechón de cabello seco. Las manos me estaban empezando a sudar y mi respiración se estaba volviendo cada vez más irregular.
—¿Por qué no me lo contaron? —dije, furiosa—. Soy su hija. Yo debía saberlo antes que la policía.
Mis dientes estaban apretados. La mandíbula comenzaba a dolerme. Bajé la mano y la enredé en el volante, aguantando las ganas de llorar.
—Ya no está en nuestras manos, Hannah. Necesito que regreses a casa —señaló con dureza—. Pronto. No sabemos si atacaran a alguien más.
Negué y sentí como una lagrima se deslizaba por mi mejilla.
—Sabes que no puedo volver, George.
—Tendrás que hacerlo, Hannah.
—¡No! ¡Busca otra manera! —grité y sentí la garganta arder—. No volveré a la mansión de los Crowell. Nunca.
—Hannah...
Lo interrumpí antes de que pudiera decirme algo más.
—¿Anna está bien? —fue lo primero que me vino a la mente cuando George pronunció un ataque.
—Ella está bien —dijo—. Pero tú no lo estarás sino estás aquí. Necesitamos estar todos juntos, Hannah.
Respiré hondo y asentí.
—Estaré ahí en tres días, necesito dejar todo claro en mi trabajo —comenté—. Esto lo hago por mi padre, así que esto significa que no iré a la mansión. Me quedaré en casa de mamá.
—Hannah, no —me interrumpió de inmediato—. Necesitamos que estés aquí mañana mismo. No estás segura estando sola. Y lo de estar en la casa de tu madre, será más peligroso.
Negué y me recosté en el asiento.
—Lo siento, George... necesito dejar todo claro aquí. Nos vemos en tres días y estaré donde te dije. Es lo que puedo hacer —mi voz sonaba firme—. Adiós.
Cuando colgué, dejé escapar un suspiro y me relajé en el asiento. No podía dejarme intimidar por George, sabía que le había hablado bastante mal pero estaba furiosa porque no me lo habían contado. Mi padre estaba desaparecido desde hacía varios días y nadie se había dignado a decírmelo, ni siquiera porque era su hija. Ahora más que nunca me sentía más una Reeve que una Crowell.
Me limpié el rostro y volví a tomar aire, intentando no verme afectada por la situación, aunque muy en el fondo me superaba. Si había aprendido algo, era a no confiar en nadie. Ni siquiera en Alex, por lo que su mensaje fue eliminado de mi bandeja casi tan pronto como terminé la llamada.
Salí del auto con mi bolso y con las gotas de la lluvia golpeándome en todos lados. Mis ropas se mojaron en cuanto atravesé el estacionamiento y sentí un ligero golpe del viento en mi rostro pegajoso. Me dirige a la entrada trasera que era por donde usualmente entraba y me encontré en la recepción a un hombre diferente detrás del mostrador, tenía el semblante oscuro y se veía que no quería tener un saludo de mi parte. Avancé con rapidez al elevador y seleccioné mi piso poniendo mi tarjeta de acceso en el detector. Por suerte, nadie me acompañó en el pequeño trayecto, lo que me hizo mirarme en el espejo y ver lo terrible que se veía mi cabello. En cuanto estuviera en mi departamento, le avisaría a mi jefe y a Susan de mi ausencia.
Le había mentido un poco a George, quizá estaría ahí en dos días y no en tres. Necesitaba ver a alguien importante para que pudiera ponerme al tanto de lo que sucedía.
Estaba tan molesta, que me sentía hervir. Quería matar a todos los que me estaban ocultando la desaparición de mi padre. Tenía la certeza que detrás de todo eso, se encontraba Alex. Seguramente él había insistido en que no era correcto avisarme si no habían pasado las horas suficientes, ¿para qué preocuparme si aun no estaban seguros de la ausencia de Eric?
Las puertas del ascensor se abrieron con un sonido que me hizo estremecer y me encaminé a mi departamento a grandes zancadas. La ropa se volvía cada vez más pesada por la lluvia. Las gotas me chorreaban y el piso iba marcando mi camino con el agua que me escurría. El pasillo color crema me parecía infinito, en vez de acercarme, me alejaba más de mi destino. Las paredes se caían sobre mí, la cabeza me seguía dando vueltas y en pequeños momentos, tenía que detenerme a medio camino para sostenerme de la pared y no caerme.
Al llegar a mi puerta, después de un largo camino, saqué mis llaves y metí el metal en la cerradura con impaciencia. Noté que las manos me temblaban. Ya no sabía si lo que estaba en mi frente eran gotas de lluvia o de sudor. Quería ver ese sobre que tanto ansiaba tener. ¿Y si era un mensaje de Eric? ¿Y si alguien sabía donde estaba? ¿O si Eric se estaba ocultando de alguien y no quería que nadie lo supiera mas que yo?
Ninguna paquetería podía estar esperando a entregar un sobre por tantas horas, mucho menos, en dejar a una persona afuera de un domicilio.
Antes de que pudiera abrir, alguien tocó mi hombro y salté por la sorpresa. Mi cuerpo sintió una descarga eléctrica por donde había sentido el toque y grité, despavorida y aterrada. Mi bolso cayó al piso y todas mis cosas se esparcieron como los dulces después de haber roto la piñata.
—¡Maldición! —me escuché decir cuando vi que detrás de mí se encontraba Lauren, asustada también por mi reacción. No la había escuchado salir de lo concentrada que estaba en mis pensamientos.
—¡Ay! ¡Lo siento, no quería asustarte! —dijo, llevándose las manos a la boca para cubrírsela, sus ojos estaban abiertos de par en par.
—Pues lo has logrado sin intención. —Susurré con el alma en un hilo, el corazón me seguía latiendo frenéticamente.
Lauren se agachó al unísono y me ayudó a recoger mis cosas. Sus manos eran rápidas y gracias a ella, hicimos la tarea más fácil y pronto pudimos levantarnos del suelo.
—Lo siento, Hannah. Pensé que te habías percatado de mi presencia.
Negué y me llevé mis dedos a mis sienes.
—La verdad es que no, estoy muy saturada y no me he fijado que estabas cerca, Lauren.
Ella me miró con los labios fruncidos y me entregó el celular que también se había caído. En sus ojos pude ver que sentía lastima por mí.
—Gracias —dije cuando el bolso estuvo lleno de nuevo—. Realmente estoy muy apenada por la visita que tuve. Espero no te haya incomodado demasiado.
Ella sonrió y negó.
—No ha sido ninguna molestia. Me da gusto que hayas vuelto. En realidad, me preocupé más por ti. Pero ahora que te veo sana y salva, me pone más tranquila.
—Lauren —la tomé de la mano y la sostuve por unos segundos. Ella estaba caliente y yo fría como un hielo—. Muchas gracias por estar al pendiente, estoy de regreso.
Solté su mano y sonreí a medias.
—Disculpa que me vaya tan pronto pero tuve un día muy agotador. Aparte, tengo que devolverle la llamada a mi amigo —me las arreglé para escaparme—. ¿Me disculpas por la grosería?
—No hay nada que disculpar, descansa.
—Tú también —exclamé con el poco aliento que me quedaba—. Y gracias por avisarme.
Ella sonrió, se dio la vuelta y entró a su hogar, cerrando la puerta detrás de ella. Yo hice lo mismo y en cuanto entré, vi el sobre debajo de mis zapatos. Se veía como un papel más, no tenía nada de especial, ni siquiera el color. Solo era un color casi anaranjado con un pegote bien hecho.
Sin dudarlo, lo tomé entre mis manos y cerré la puerta en silencio. Todavía de pie, me detuve a observarlo. Por el frente solo estaba el triangulo formado con la punta más fina que alguna vez había visto. Por la parte trasera, no había nada, no había letras ni nada que indicará quién lo había enviado. Solo era un rectángulo con algo misterioso adentro. Rasgué el papel sin esperar un segundo más y una hoja blanca se asomó con una esquina perfectamente hecha.
La hoja estaba doblada en tres partes. La dobleces eran delicados y estaban muy bien hechos. No había manchas en el papel y se veía más blanco que unas nubes en plena primavera. Poco a poco lo fui desdoblando con las manos temblorosas.
Unos pedazos de periódico habían sido recortados y pegados en la hoja blanca. Eran letras. En el papel estaba escrito un nombre.
Victoria Gallagher.
Mi ceño se frunció al leer el nombre. ¿Quién demonios era Victoria Gallagher? Yo no conocía a nadie con esa característica. Avancé hacia la sala para poder sentarme en uno de los sofá y sin despegar la vista del papel. Luego, mis ojos se levantaron de golpe y sentí terror. Casi al instante, escuché que un vidrio se partía en mil pedazos, causando un gran ruido. Me agaché por instinto y al ver que no había sido nada cerca de mí, volví a levantar la vista.
Entonces noté que mis lámparas y mis sillones, habían sido estropeados y lanzados al piso, como si se hubieran metido a hurgar.
Lo peor vino cuando oí que alguien estaba tratando de abrir mi puerta, la misma por la que había entrado minutos atrás. El picaporte giraba con rudeza y no parecía querer detenerse hasta que cediera.
Estaban volviendo.
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