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CAPÍTULO 3: Brenda y Brooklyn

Noah

Brenda Caterina tiene ya veintiún años. Me gustó desde la primera vez que la vi y conforme fueron pasando estos tres años fui enamorándome de ella, de sus virtudes y defectos, aunque tiene más de los primeros. Es una chica amable, atenta, dulce y llena de energía, en quien caracterizan la alegría y optimismo. Inocente.

Casi siempre se la puede encontrar así: Tarareando una canción mientras hace alguna tarea ya sea del hogar o de su carrera universitaria, leyendo, escribiendo una poesía, meditando en algo o paseando.

Justo como está ahorita, lee mientras camina lentamente por el hermoso jardín de su casa, ensimismada y sin darse cuenta lo hace en voz alta, pero su tono es dulce y encantador:

—«Procuraba mantenerlo a su lado o confiárselo a aquellos familiares que pudieran hablar con él sin mortificarlo; y aunque las molestias que esto le procuraba le restaban mucho tiempo para entregarse al placer de disfrutar su noviazgo, aumentaban en cambio las esperanzas en el futuro. Ella pensaba con creciente embeleso en el momento en que ambos tendrían que abandonar una sociedad y un ambiente que tanto les desagradaba, para disfrutar de la comodidad y elegancia de la vida familiar que harían en Pemberley. Para…» —Y ya no pudo continuar leyendo.

Acabamos de chocar. Ella porque tenía la mirada fija en el libro y yo por estar de abstraído bobamente contemplándola.

—¡Auch! —exclama, pero con una sonrisa al darse cuenta que chocó conmigo.

—¡Lo siento! —me disculpo sonriendo nervioso—. Andaba distraído, no fue mi intención —me rasco la nuca a medida que hablo y ella cierra el libro.

—No, más bien discúlpame tú a mí, ando en las nubes y perdí la noción del tiempo y espacio.

—No hay problema, si a mí también me ocurre lo mismo al leer —argumento—. ¿Otra vez leyendo Orgullo y Prejuicio? —arqueo una ceja y la miro divertido.

—Sí, no me canso de leerlo —aferra el libro con cariño hacia su pecho, es un gesto muy tierno—. Es mi libro favorito y ni te hagas, que a ti también te gusta.

—Debo darte la razón en eso —reímos breve y agradablemente—. Además de ser romántico transmite muchas enseñanzas y concientiza en ciertos temas.

—Y lo más interesante es que profundiza en ello, cada escena narrada viene con su propio análisis y reflexión y no todas solamente en sí para los personajes, sino también para nosotros mismos. Mira, por ejemplo, déjame releerte esta parte… —Brenda vuelve a abrir el libro y busca la página que quiere leerme— cuando Lizzy le dice a su papá: «Nuestro prestigio, el respeto que se nos debe en sociedad han de sufrir necesariamente algún desgaste por la absurda inconstancia, la imprudencia y la falta de juicio que caracterizan a Lydia. Perdóname, tengo que hablarte con franqueza. Si no quieres poner coto a sus excesos y hacerle comprender que las tonterías que hace perjudican, no solo a los demás, sino a su propia dicha y prosperidad, terminará siendo incorregible.

»Su temperamento irá afirmándose y cuando tenga dieciséis años será una coqueta que no hará otra cosa que ponerse a sí misma y a todos en el mayor de los ridículos, con la particularidad de que su único atractivo residirá tan solo en su juventud y presencia agraciada; pero jamás será capaz, por su ignorancia y falta de sentido común, de librarse del desprecio general que producirá su loco interés en ser admirada. Kitty lleva el mismo camino y parece que va siguiendo los pasos de Lydia. Es vanidosa, arrogante, holgazana e incapaz de aceptar un consejo de nadie».

Mientras Brenda Caterina leía este pasaje volví a perderme contemplándola. La inteligencia que expresa su rostro, el aura de paz que transmite, su voz que la hace parecer todo un ángel… Definitivamente estoy enamorado de la esencia que ella tiene, en este momento puedo decir que estoy viendo a través de su alma.

—La mayoría de la juventud en la actualidad tristemente es así —cierra el libro y me mira a los ojos—. Inconsecuentes, rebeldes, arrogantes, chicas coquetas, jóvenes que creen saberlo todo… Y eso es porque sus padres no les ponen un límite, un alto, fomentan todas sus imprudencias, locuras y caprichos; sin generalizar, claro. Claro ejemplo según el libro la fuga que emprendió Lydia junto a Wickham poco tiempo después de que Lizzy y su padre entablaran esta conversación. ¿Lo ves? Cada pasaje es diferente y sin embargo igual de profundo… Noah, ¿Noah? —pasea sus manos frente a mi rostro, pensando que estaba ensimismado.

Aunque ensimismado en ella.

—Te escucho perfectamente y con toda atención. Parezco distraído pero no lo estoy realmente.

—¿O estás aburrido? —pregunta con algo de decepción.

—No, ¡claro que no! Es que, contigo siento que el tiempo es eterno, pero luego siento que se fue volando. —Inmediatamente dichas estas palabras ambos nos sonrojamos a la par y reímos nerviosos—. ¿Ya te dije que te pareces a Elizabeth Bennet cuando lees?

—Ay no, cómo crees —ríe brevemente.

—En serio, transmites el mismo aura inteligente que ella —tras pronunciar aquello, nos quedamos en silencio sin saber qué exactamente más decir—. ¿Me dejas leer junto a ti la próxima? —siento el impulso por preguntar.

—¡Oh, claro! No hay ningún inconveniente —se coloca un mechón de cabello tras la oreja, parece nerviosa.

—¿Te he dicho ya que eres muy bonita? —le indago sonriéndole afable, mirándola dulcemente a los ojos. Ella se vuelve a sonrojar, quiere hablar; pero desvía la mirada, luego vuelve a dirigírmela y titubea.

—Este, emmm, yo… ¡Las galletas, Noah! Creo percibir un olor a quemado, ¡ven! —y se pone en carrera hacia el interior de la casa y yo tras ella.

Hasta su correr me embelesa.

Está decidido. Esta noche pediré el consentimiento y la bendición de don Felipe y doña Luisa para hacer a Brenda Caterina mi novia, confesándole mis sentimientos luego a ella. Estoy perdidamente enamorado de Brenda y mi mayor deseo en este momento es hacerla feliz, si ella lo acepta.

***

Brooklyn

—Los estados financieros están a punto de ser terminados. El Balance General ya está, el Estado de Resultados también, el Estado de Evolución del Patrimonio igualmente, solo falta concluir el Estado de Flujo de Efectivo. Ese es el informe que le traigo del contador y… —Habla atolondradamente Smith, mi justamente atolondrado asistonto; digo, asistente.

No se dio siquiera un respiro para hablar, sujeta un fardo gruesísimo de papeles y a la vez hace maniobras para sostener sus gafas que ya casi se le caen. Sus palabras están terminando por marearme, así que irritada lo detengo con un movimiento de mano.

—Smith, ¡Smith! ¡Para! Me estás mareando.

—¡Pe-perdone, licenciada! Soy un bruto, ¡un total bruto! —quiere acercarse a mí para comprobar si estoy bien, pero vuelvo a detenerlo.

—¡Y vaya que sí eres un bruto! —rechisto exasperada, sobresaltando a mi asistonto un momento—. Primeramente deja eso aquí, ¿qué no es lo más lógico y lo que tendrías que haber hecho primero? —señalo el fardo.

—Sí, sí, sí, sí; tiene usted razón, mucha razón licenciada. —Deja entonces torpemente el fardo sobre el escritorio, casi cayéndose él mismo.

—¡Así no, bruto! Ponlo bonito —aunque me exaspera, me encanta divertirme a su costa. Sonrío, pero cambio mi expresión al ver que Smith vuelve a levantar el fardo—. ¿Y para qué lo vuelves a levantar? —le pregunto con un tono cansado.

—Usted dijo que lo pusiera bonito.

—Entonces ponlo.

—Por eso. Pienso que con una flor al lado se verá mucho más bonito y creo haber visto rosas rojas ayer por aquí…

—¡Smith! —vuelvo a interrumpirlo—. Simplemente deja el fardo allí, y ya.

—¿Dije algo malo, licenciada Paris?

—Sí, analiza cuál de todas las tonterías que dijiste fue.

—Pero…

—Tráeme una pastilla para la cabeza, Smith; y los calmantes de siempre. Se terminaron —le ordeno y extiendo dinero.

—Claro. Una vez más, dispénseme, licenciada. ¡Ay! —por hacer una reverencia se acaba de caer de trasero, lo cual sí logra sacarme una breve carcajada.

—Ya, vete —y cierra la puerta. Suspiro largo y hondo a la par.

Rosas rojas.

Maldita sea, ¿cómo tuve la brillante idea de comprarlas? Es que como me encanta el masoquismo…

Ellas me hacen recuerdo a Noah, mi ex novio. Él falleció hace tres años y medio y hasta ahora no soy capaz de superar su ausencia, lo intenté, hice lo posible por resignarme; pero me di cuenta de que jamás podré hacerlo. Nunca más lo veré entrar por esa puerta con su galante sonrisa y una rosa roja en la mano. Jamás volveré a sentir sus labios sobre los míos, nuestros alientos rozar sutilmente; sus manos aprisionar mi cuello, mi cintura, luego tocando mis senos y besándolos hasta endurarlos…

Flashback

Ese día me encontraba evaluando —en esta misma oficina—, las planillas realizadas por el contador de esta empresa, para pagar los sueldos y salarios a los trabajadores.

Sí, soy la Gerente General aquí.

Estaba concentrada revisando. Ni sentí a Noah que entró de puntillas, despacito. De repente vi una hermosa rosa roja ser depositada encima mi escritorio. Sonreí.

—¿No me saldrás otra vez con el cliché de una flor para otra flor, verdad?

—No —me miró directa y penetrantemente, sonriendo de medio lado. Si había algo que caracterizaba a mi novio era su profunda mirada capaz de traspasar hasta un témpano de hielo—. Mas bien diré una rosa, para otra más hermosa.

—¡Noah! Ese también es cliché.

—¿Y quién lo dice?

—Este… —no pude hablar. Noah me robó un candente y apasionado beso ante el cual caí rendida como siempre, aunque yo no me dejaba guiar por su lengua y sus labios, ni él tampoco. Ambos buscábamos ser los dueños del momento, salvajementeambos queríamos poseer por completo al otro. Al menos yo quería degustarlo a mi antojo.

No nos importó la falta de aire, sentíamos que teníamos suficiente tanque de oxígeno almacenado en nuestro cuerpo. Me levanté de la silla sin parar el beso de ninguna forma, él puso sus manos sobre mi cintura atrayéndome violentamente hacia sí, mientras yo enroscaba mis manos tras su cuello, buscando posteriormente con la derecha prenderme de su espalda con mis uñas. Con los ojos cerrados y los labios ocupados caminábamos paso a paso hasta que chocamos contra la pared. No nos importó la momentánea interrupción, volvimos al ataque.

Es que, el sabor de su boca y sus labios era simplemente adictivos; no, me equivoco, era muchísimo más que eso. Como degustar una fresa, luego un chocolate, después miel…

¡Agh! Pero con Noah jamás me empalagaba y cuando nos dábamos nuestros momentos —los cuales eran frecuentes por cierto—, lo disfrutábamos al máximo y parecía ser un manjar de nunca acabar.

Él saboreaba mi lengua sin cansancio y yo mordía sus labios como a tal cual manzana, tanto que hasta temía internamente dejarle heridas.

Al fin nos detuvimos.

Pero no para descansar, sino para terminar de comenzar la acción. Pues los besos eran tan solo el principio… Nuestros labios eran la principal adicción, pero nuestra piel no se quedaba para nada atrásNoah comenzó a degustar mis mejillas, siguiendo el camino hasta mi cuello, mientras en el proceso yo soltaba gemidos de placer.

—No es suficiente Noah, más, más por favor —supliqué; y él concedió mi deseo.

Empezó a succionar la piel de mi cuello, mientras yo me ahogaba más y más en mis gemidos.

—Y aquí te dejo otro recuerdito —hizo mención a la equimosis que acababa de hacer en mi cuello.

Acto seguido me sacó la blusa con rapidez y yo con desesperación empecé a desabotonar su camisa.

Otra vez haríamos el amor en mi oficina.

Volvimos a darnos otro apasionante beso. Del cual nos separamos de sopetón.

—No me cansaría nunca de admirar a este sexy dios griego. —Solté, agitada, mientras me ponía a contemplar por enésima vez a la tableta de chocolate que era mi novio y a la par que me mordía los labios lascivamente.

—Y yo no me cansaría nunca de degustar a esta bellísima muñeca. —Dijo y volvió al ataque, esta vez empezaba a lamer y mordisquear mis senos.

Aprovechando que estaba entretenido prendí ambas manos en su espalda y enrosqué mis piernas en las suyas. Entonces él me levantó, me dio una excitante palmada en el trasero y me miró unos instantes con lujuria, volvimos a besarnos luego y esta vez dejé que él fuese quien me guiase con sus pasos a donde sea, mientras yo arañaba su espalda del placer que estaba sintiendo.

De un manotazo hizo caer todo de mi escritorio y me depositó en él. No importaba, ya Smith se encargaría de dejar eso luego en un impecable orden. Nos detuvimos otro momento.

—No puedo creer que esta bellísima mujer que tengo enfrente sea mía. —Enunció y suspiró, lamiéndose los labios y la par que me bajaba el brasier.

—Soy completamente tuya y tú completamente mío, ¿lo olvidas, amado mío?

—Repítelo.

Tras su demanda agarré un mechón de su cabello y lo miré fijamente.

—Yo, Brooklyn Paris, soy completamente tuya y tú, Noah Anderson, eres completamente mío. No le pertenecemos a nadie más.

Inmediatamente se puso sobre mí y nos dimos otro candente beso. Esta vez fue mi turno de depositarle besos más allá de sus labios y también le saqué una sugilación en su cuello. Acto seguido él volvió a dejarme otro en mi seno derecho, mientras yo besaba y lamía sus hombros.

Luego empezó a acariciar mi cintura, mi abdomen y fue haciendo un caminito de besos piquitos a través de élhasta que su mano llegó casi a mi clítoris.

En ese momento abrí la bragueta de su pantalón.

—Eres tremendo, cariño mío —comenté extasiada, mientras me lamía los labios y mi vista se daba de lleno con su miembro; el cual ya estaba casi erecto.

Estaba fantaseando en mi mente también, así que le quité con desesperación el pantalón y él hizo lo mismo con el mío, dándome otra nalgada.

—Me encanta tu trasero, ¿ya te lo he dicho?

—Te encargas de recordármelo siempre —sonreí complacida.

Me sonrió él también, pícaro, mientras colocaba su dedo índice sobre mi hueso púbico y lo deslizaba hasta llegar a mi clítoris, entonces se me escapó un intenso gemido de placer.

—Sigue, Noah, continúa —lo incité mientras acariciaba su espalda.

—Necesitas más estímulos —respondió mientras me acariciaba el clítoris de arriba abajo, de abajo arriba con una firmeza única en él, como un vaivén. Y de verdad que ya estaba empezando a terminar de excitarme. Luego comenzó a dibujar círculos alrededor, lentamente. Mis deseos sexuales estaban incrementando más y más; me sentía como en una ruleta rusa, deseosa por más emoción. También sentía cosquillas.

Después hizo lo mismo con su boca, saboreándolo. Ulteriormente lo hizo con su miembro, moviéndolo en círculos, en espiral; arriba y abajo, como un pincel que se traza en un lienzo, estimulándome… Ya casi terminaba por tener mi orgasmo.

No pude resistir más.

—De una puta vez, Noah —me mordí el labio con fuerza—. Hazme nuevamente tuya.

—¿Estás en tus días fértiles? —preguntó algo de mala gana. Eso significaba que no traía preservativos consigo. También mis píldoras anticonceptivas se habían terminado y yo tampoco traía condones conmigo.

Y siempre que teníamos que hacer el amor y no traíamos anticonceptivos, Noah me reprochaba el haberlo excitado demasiado; que de seguro lo había hecho a propósito para al final dejarlo con las putas ganas por deleitarme con ello yo misma y saberme deseada, mientras él sufría.

Claro que no era así, yo se lo decía; sin embargo eso acababa en discusiones y gritos horribles.

—No —respondí. Más bien que era verdad, pues no porque el señorito tenía ganas correría con el riesgo que quedar embarazada, pero tampoco tenía ánimos para otra discusión. Yo también estaba muy excitada como para parar.

Entonces llegamos al clímax. Fundiéndonos nuevamente en uno solo. Yo gemía más y más, me encantaba, amaba cuando me acometía así. La rosa roja que me había traído —que curiosamente no había caído al suelo—, era nuestra testiga silenciosa. Y los sonidos que provenían de la puerta también se hacían cada vez más intensos…

Fin flashback

¡Mierda! Acaban de sacarme de mi hermosa y apasionante burbuja mental. Los sonidos provenientes de la puerta no eran parte del recuerdo.

Ese recuerdo es como tantos otros que tengo con Noah atesorados en mi memoria.

Me pregunto, si él no hubiese muerto, ¿me seguiría recordando, así como a diario yo lo recuerdo a él?

Quizá no debí interrumpirlo otras veces que tampoco traíamos preservativos, así probablemente hubiera salido embarazada y ahora tendría un recuerdo vivo suyo. Pero no me sentía lista para ser mamá… Qué tonterías estoy pensando.

Me limpio una lágrima que acaba de escapárseme. Aún no me resigno a su muerte, no… tal vez nunca murió y es él quien llama a la puerta.

Debes resignarte, Brooklyn…

¡No! ¡Jamás!

—¡¿Quién es?! —pregunto irritada y tendiente a estar histérica.

—Smith, licenciada, ¡es Smith! —responde desde afuera—. ¡Traigo su pastilla!

Cielos, la pastilla. Lo había olvidado por completo. Como también olvidé que en el momento que empecé a recordar eso me levanté, cerré la puerta con seguro y reviví esos momentos tal y cual en el orden que habían sucedido, casi hasta el punto de llegar a masturbarme, casi.

Ahora estoy nuevamente sentada frente a mi escritorio, pero tengo que volver a levantarme para abrir la puerta a mi asistonto, asistarado.

—Entra y deja las pastillas en la mesa, junto al cambio —le ordeno aún irritada, mientras me lanzo a mi silla, me sirvo un vaso con agua y bebo las pastillas.

—¿Se siente bien, licenciada Paris? —me pregunta Smith.

—¡Oh, vieras, de maravilla! —respondo sarcástica—. Lárgate —soy capaz de lanzarle este fardo de papeles por la frustración que estoy sintiendo.

Smith se va corriendo.

Oh, Noah, ¿cómo acostumbrarme a tu maldita ausencia? Ahora estás brillando por ella.

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