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capítulo III

Capítulo III


Bajo el manto gélido de la noche, la danza tumultuosa de la lluvia se desplegaba por toda Westalis. En los recónditos suburbios de Ostania, en un pequeño reducto habitacional, se encontraba el espía conocido como Twilight. Sentado en un diminuto escritorio que apenas se albergaba en su modesto apartamento, el agente se sumergía en un mar de recuerdos. Entre sus manos, sostenía una fotografía, una ventana al pasado donde su familia, con Yor vistiendo su atuendo característico, posaba en una escena etérea. Ella, su esposa ficticia al principio, pero con el devenir del tiempo y las vicisitudes de una misión, había trascendido los límites de la ficción para convertirse en el epicentro de su amor. Para Twilight, esto era más que un enigma, era un milagro impensable, una verdad que desafiaba las leyes del universo.

Anya, su hija adoptiva, también ocupaba un lugar destacado en esa instantánea. Al principio concebida únicamente como un peón en el juego de la inteligencia, con el tiempo se había convertido en un vínculo inquebrantable. Twilight había anticipado que, una vez cumplido el objetivo, Anya regresaría al orfanato del cual la había extraído. Pero el destino, con su caprichosa ironía, lo llevó por un camino distinto, transformando a Anya en una hija amada, tan real y entrañable como si compartieran la misma sangre. En la fotografía, Yor y Loid se abrazaban con ternura, mientras Anya, con una sonrisa radiante, completaba la escena. Aquellas sonrisas no eran simples máscaras, sino destellos genuinos de felicidad, capturados por el lente de la cámara como joyas preciosas en un cofre de recuerdos.

— qué recuerdos... — murmuró Loid, contemplando la fotografía con ojos empañados por la nostalgia. Pequeñas lágrimas de melancolía se deslizaban por sus mejillas, evocando tanto los momentos dulces como los amargos de su vida pasada.

Tras dedicar un momento más a la imagen en sus manos, se incorporó del asiento del escritorio y se encaminó hacia una pared adyacente a la cama. Allí, una galería de fotografías pintaba la historia de su familia: momentos en un crucero, celebraciones navideñas, el cumpleaños de Anya, de Yor y el suyo propio. Cada instantánea era un tesoro, un fragmento de la vida que una vez compartieron. Con delicadeza, Loid volvió a colocar la fotografía en su lugar designado. Su mirada entonces se posó en una mesita de noche, donde reposaba otra imagen enmarcada. En ella, Yor, con su belleza inmutable, sonreía desde el tiempo congelado en un instante de eternidad.

— sigues siendo tan hermosa como el día en que te conocí — susurró Loid, como si el eco de sus palabras pudiera atravesar el velo del tiempo y llegar a su amada. Un suspiro escapó de sus labios, cargado de anhelos y añoranzas — daría cualquier cosa por tenerte aquí conmigo de nuevo", confesó, recordando los días dorados que una vez compartieron — musitó Loid.

— ¿Cómo llegamos a esto? — se preguntó en un susurro, su voz perdida en el susurro de la noche que se filtraba por la ventana entreabierta. Recordó entonces el comienzo de todo, un momento que se desplegó como un destello en su mente...

[Flashback]

La noche del 13 de junio de 1970 envolvía Westalis en su manto oscuro, mientras las gotas de lluvia repiqueteaban en las calles como un eco melancólico. En el hogar de los Forger, la familia celebraba con alegría el éxito de Anya, quien había conseguido nueve estrellas en un día, un logro que llenaba de orgullo a todos. Loid, cargando a Anya en sus brazos, la giraba en el aire entre risas y sonrisas sinceras. "Lo lograste, mi pequeña", le decía con un brillo de felicidad en los ojos.

— ¡Lo logré, papi! — respondía Anya, su risa llenando el espacio con un aura de inocencia y alegría. Yor, con su fuerza maternal, se unía al abrazo, elevándolos en el aire con ternura. En ese momento, todo era risas y dicha, un instante suspendido en el tiempo. Pero la serenidad se vio abruptamente interrumpida por el sonido estridente del teléfono, cortando el aire con su urgencia. Loid, con un gesto de disculpa, se excusó para contestar, mientras Yor asentía con seriedad. Al otro lado del auricular, una voz desconocida susurraba secretos que desatarían una cadena de eventos irreversibles...

 La puerta se abrió con violencia, y en el umbral se materializó el destino, encarnado en los agentes de W.I.S.E., la organización que cambiaría sus vidas para siempre. Loid, presa del pánico, instó a Yor a llevar a Anya lejos de ese peligro inminente, un gesto desesperado por proteger lo que más amaba. Pero las sombras del pasado nunca descansan, y el pasado de Twilight, encarnado en Loid, emergió para enfrentarse a un destino ineludible.

Las palabras de Mercader, frías como el acero, resonaron en la habitación, desvelando verdades que habían sido ocultadas por el velo del engaño. Y en un destello de luz cegadora, el mundo se desvaneció en un abismo de olvido, arrastrando consigo los recuerdos que habían dado forma a sus vidas.

[...]

Loid despertó sobresaltado de aquel sueño, pero la realidad era más cruel que cualquier pesadilla. Atrapado en un laberinto de recuerdos rotos, se aferraba a la única verdad que le quedaba: el amor que una vez compartió con Yor, un amor que el tiempo y la distancia no podrían desvanecer. Con un suspiro resignado, posó su mano sobre la fotografía, como un náufrago aferrándose a un débil salvavidas en el vasto océano de la memoria.

El eco de sus pensamientos reverberaba en la quietud de la habitación, como el murmullo de las olas rompiendo contra la costa en una noche de calma. Loid se sumergió en el remolino de sus recuerdos, reviviendo cada instante como si fuera un espectador atrapado en un teatro de sombras. El amor que compartió con Yor y Anya, tan intenso como fugaz, se convirtió en el faro que guiaba sus pasos en la oscuridad de la incertidumbre. Aunque el destino los arrancó de su lado con una crueldad inmisericorde, el lazo que los unía seguía latiendo en lo más profundo de su ser, como una llama eterna que se negaba a extinguirse.

Pero entre los pliegues de la memoria, se escondían secretos oscuros y verdades ocultas, como gemas enterradas en las profundidades de la tierra. El misterio de su verdadera identidad, el pasado que lo persiguió como una sombra, se alzaba como un enigma sin resolver en el horizonte de su conciencia. Con un suspiro cargado de resignación, Loid se enfrentó a las sombras del pasado, dispuesto a desentrañar los hilos del destino que lo habían llevado hasta ese punto. Aunque el camino hacia la verdad estaba sembrado de espinas y obstáculos, él estaba decidido a recorrerlo hasta el final, en busca de redención y perdón.

Y así, en la penumbra de la noche, con el eco de sus recuerdos como única compañía, Loid se preparó para enfrentar el nuevo amanecer con la valentía de aquellos que se aferran a la esperanza en medio de la tormenta. Porque, aunque el pasado pueda haber sido oscuro y doloroso, el futuro aún era un lienzo en blanco, esperando ser llenado con los colores del amor y la redención.

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