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XXII

Los gritos de Angelicé, me producían cierta impotencia el hecho de no poder hacer nada era demasiado frustrante para mí. A mí no me habían hecho ningún maltrato físico, pero ella estaba a punto de morir desangrada. Lo sé porque me amarraron a una silla para que viera su sufrimiento—mi boca amordazada, mis manos sangraban un poco por las magulladuras de las cadenas que apresaban casi todo mi cuerpo— lo mío era algo leve, ella si estaba sintiendo el dolor en su máxima expresión.

Una mujer que reconocí rápidamente.

Zuley

—Es hora de que compartamos más que una pizza.—Dice en tono coqueto y chillón—Sé que me recuerdas, nena.

Yo asiento.

—Púes déjame contarte que vas a conocer a Jünger, nena.— La chica de cabello azul retoma la palabra—Adelante.

Él hizo su entrada triunfal y lentamente se acercó a mí.

Damián Dunkley

No puedo creerlo, mi corazón se acelera y mi rostro palidece, siento un calambre que se esparce por todo mi cuerpo y un sudor frío me recorre la espalda. Damián quita la mordaza de mi boca, y me besa inesperadamente, dejando manchas de sangre en mis mejillas.

—¿Sabes lo mucho que espere para tenerte así tan cerca?—Jünger sonríe pícaramente.

Zuley cambia de lugar con Damián para seguir torturando a Angelicé.

—Por favor no.—suplico y lágrimas bajan por mis mejillas—tengo un trato para ti Damián.

Jünger da órdenes a Zuley de que se detenga.

—Yo no quiero escapar, ni ser rescatada.—Digo con frialdad —Yo a cambio de Angelicé. Así de simple, si la dejas ir yo seré tu esclava para siempre y jamás intentare escapar.

—Me parece perfecto.

***

Alfonso

El sol había aparecido hace poco, sus rayos penetraban la sala y se adentraban en mi corazón. Traicione la confianza de Oriana al no decirle la verdad, al destruir la mayor parte de su vida. Un dolor inmenso se apodero de mi corazón y aquella pelirroja nuevamente reapareció.

—Debes decirle a la mascota, que no volverás—Anunció Lucrecia—ambos tenemos que arreglar asuntos en el inframundo.

Note como su voz se endureció más.

—Aún sigues aquí —Dudé— ¿Qué te atrajo a este lugar?

—Tengo una noticia, que te interesa...—Lucrecia conecto su mirada con la mía—o podrías averiguarlo por ti mismo.

Percibí el escepticismo de Lucrecia, juntaba sus manos y taconeaba repetidas veces.

—Sólo habla—Me sentí preparado para lo peor, sentía mi cabeza arder y lentamente mi corazón detenerse.

—Perdiste tu humanidad, gracias a un conjuro que lancé en tu contra.—Lucrecia esbozo una sonrisa—Las probabilidades de que vuelvas a tener contacto con la mascota humana son inalcanzables. De hecho, Richard ha decidido que él mismo debe borrar los recuerdos que ella tenga de ti.

—A Richard le hace feliz el sufrimiento de las personas—Refunfuño, reprimiendo la ira que siento—Es una injusticia. Hiciste todo esto para que pasáramos la maldita eternidad juntos.

—Púes sí, de eso vivimos Alfonso, no lo olvides.—Acota la pelirroja—Desde hace mucho tiempo dejaste de ser una persona. Además ella nunca te perdonará porque lo has hecho.

—Lo que más me molesta...—ahogue un suspiro—es que tienes razón.

—Debo consumir lo poco que te queda de humanidad—Dice mientras se acerca a mí lentamente, posa su mano en mi pecho y absorbe lo poco que me quedaba de vida.

Mis viejas transparencias volvieron, mi latido desapareció, mi piel se empalideció y el color vivo desapareció por completo, mis emociones se apaciguaron pero mis recuerdos seguían ahí... intactos.

Mis viejas facciones siguen allí...

No las he perdido del todo.

—Ahora no podrás separarte nunca de mi lado Alfonso.—Lucrecia cierra la conversación con un beso apasionado.

Oriana, perdóname.

***

— Abigaíl echa un vistazo, ¿Y esa camioneta? —Dice Aitor—no veo a nadie manejando.

Abigaíl y yo salimos caminando conservando por completo la tranquilidad, aunque los dos sabíamos en el fondo que la desesperación estaba escondida.

—¡ES ANGELICÉ! —Vocifero—está herida, Abigaíl maneja hasta el hospital más cercano, toma las llaves de la camioneta.

Angelicé tiene una nota en el bolsillo.

La voluntad de Oriana ha sido cambiar de lugar con esta mujer, el dinero no es problema está en nuestras manos... El tiempo corre y esta mujer morirá.

—¿Qué pasa Aitor?—Dice una Abigaíl estresada.

—La perdimos, la perdimos...—Un nudo se forma en mi garganta—Oriana no volverá.

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