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VII


Domingo, 25 de septiembre del 2022. 18:17

Me gusta Cam.

Me gusta que me guste Cam y puedo hacer un listado de razones por las cuales esto es así:

1. Desde el día que le vi por primera vez, he dejado de tener mal humor por las mañanas, especialmente los días que le veo en clases.

2. Antes, solo me emocionaba ir al Molina el día antes de las vacaciones de verano, pero ahora cada día — incluyendo los jueves que tenemos dos horas de cálculo seguidas — se han vuelto emocionantes y algo a lo que anhelo.

3. Mi piel y mi pelo nunca han estado tan perfectos como ahora y siento que de alguna manera tiene que ver con mi angelito.

4. Los mensajes de papel entre ventanas se han vuelto en mi nuevo medio de comunicación favorito.

5. Todas las canciones y películas románticas resultan más divertidas porque me dan pase libre a imaginar nuevos escenarios románticos por las noches, cuando debería estar durmiendo.

Puedo poner mil y un razones en esta lista pero me estaría perdiendo porque uno no puede vivir en una fantasía para siempre, y la realidad es que el que me guste Cam tiene también sus consecuencias negativas que no le hacen ningún bien a mi estabilidad mental, por ejemplo:

1. El miedo constante a estarme ilusionando sola y que en algún punto llegue un golpe de realidad que mate toda ilusión.

2. La duda de si el Cam de mi mente es un personaje totalmente ajeno al que existe de verdad, y que mis fantasías me hayan despegado más de lo normal del planeta Tierra, creando a alguien idealizado en cuerpo y alma.

3. Aspirar únicamente a su amistad y a verlo de lejos porque no tengo la suficiente confianza en mí misma como para acercarme y salir de mi cómoda burbuja, lejos de cualquier tipo de rechazo e incomodidad.

4. Estar en la constante batalla para convencerme de que Eva y él no sostienen ningún tipo de relación romántica. Además, aun si lo hicieran, recordar que no es mi problema ni debería importarme.

5. Los domingos.

Quizá la última pueda resultar confusa así que me explicaré lo mejor que pueda.

A este punto, no es ninguna sorpresa saber que el apellido Velazquez carga consigo rumores de todo tipo a los que yo, como vecina desde hace ya un par de semanas, atribuyo se deben a ese aire enigmático, misterioso e indescifrable que les rodea. Pocas veces los he visto cara a cara, aunque cada una ha dejado una impresión bastante duradera en el cerebro como si fueran seres mitológicos. Su casa parece aún inhabitada la mayor parte del tiempo, sin embargo, son los domingos en la noche donde se reúnen e invitan gente más allá de la familia a una reunión de la cual no se alcanza a escuchar nada desde mi casa.

Ni siquiera música de ambientación.

Nada de nada, hasta que llega la madrugada del Lunes. Cuando Eva entra a la habitación de Cam con el susodicho a espaldas suyas, y yo sé muy bien que a esa hora debo de estar haciendo cualquier cosa que me entretenga lo suficiente como para no ver lo que sea que suceda en esa habitación. Seré cualquier cosa menos masoquista y por la punzada que sentí en el pecho el domingo pasado al verlos cruzar la puerta de la mano, podría decir que verlos una vez más podría considerarse autolesión.

Por esa razón, desde que amanecí y lei en mi teléfono que era domingo, mi estado de humor esta de la patada. Lo único que hice todo el día fue ver realities de cocina y darle likes a posts de instagram de gente que está viviendo los mejores días de su vida mientras yo me pudro en mi sofá. Por lo menos es cómodo.

Ahora mismo, como ya casi es la hora del infierno, he decidido que haré galletas de avena como vi en uno de los realities hace un par de horas. No hay nada mejor para fingir que tengo el control de mis emociones que la repostería. Yuju.

Comienzo a sacar los ingredientes que recuerdo: polvo para hornear, harina, leche, esencia de vainilla, un par de huevos, mantequilla... o era aceite? Hago el amago de revisar en el teléfono mis anotaciones de la receta cuando noto que ni siquiera lo traje conmigo.

Con la paciencia que traigo, estoy a punto de clavarme un cuchillo dieciséis veces y terminar con este sufrimiento que llaman vida.

Subo a mi habitación y tomo mi teléfono que el muy maldito se estaba escondiendo entre las sábanas. De seguro huía de mí. Noto de reojo que las cortinas de mi vecino, por primera vez desde que se mudo a esa casa, están cerradas pero intento no darle importancia y regresar a la mio.

Comienzo a verter los ingredientes polvorosos en un molde. Si ni siquiera es la hora aún, ¿por qué lo habrá... No debo darle importancia, no es mi problema. Comienzo a mezclarlos con la batidora manual que, por inercia y mi falta de experiencia en la repostería como para hacer un trabajo, hace un desastre llenándome de harina de torso para arriba.

Uno, dos, tres... Paciencia por favor.

Tomo otro bowl donde comienzo a verter los ingredientes líquidos para luego mezclarlos con la misma batidora. Cuando todo está bien incorporado, comienzo a verter la mezcla polvorosa con la líquida poco a poquito hasta que todo esté bien mezclado y cremoso. Que orgullo. Ojalá me hubiera inscrito a un MasterChef de chica y ya sería millonaria.

Comienzo a hacer trocitos de un par de chocolates —que harán las veces de chipas de chocolate porque me olvidé de comprar— para luego incorporarlos a la mezcla rápidamente. Finalmente hago bolitas deformes y desiguales, consecuencia de mi desesperación por terminar rápido, las cuales coloco en una bandeja cubierta de papel encerado que va directo al horno precalentado. Pongo la alarma para que suene en media hora y finalmente lavo los mil platos que ensucie innecesariamente.

Varios minutos después estoy viendo videos de edits de mis k-dramas favoritos en el sofá cuando escucho el timbre de la casa sonar. Extrañada, reviso la hora mientras me encamino a la puerta. 01:56 a.m del Lunes. ¿A quién demonios se le ocurre timbrar a mi casa a estas horas?

Si no es mamá, lo mataré.

Olvido revisar por el ojo de la puerta y abro directamente, lista para reñir al invasor falto de sentido común, pero en su lugar me encuentro con Cameron pálido como una hoja de papel luciendo una mirada triste que me descoloca más de lo que debería.

No decimos nada. Me hago a un lado para que pase para luego cerrar la puerta a sus espaldas. Por su parte, él se sienta en la barra de la cocina como la primera vez que vino a mi casa, pero con la diferencia de que ahora lleva la cabeza gacha y una mueca triste que resulta extraña en su rostro puesto que no tiene nada que ver con su gran sonrisa que pensaba yo nunca se quitaria.

Tomo asiento en el otro taburete de la barra e intento descifrar qué se supone que tengo que decir en este tipo de situaciones. Antes de que llegue a una solución mediocre, el carraspea y mira en mi dirección antes de preguntar.

— ¿Estabas cocinando algo?

La cocina está bañada en su totalidad de olor a galletas por lo que entiendo de dónde viene la pregunta. Además, agradezco mil veces que lo haya hecho porque no se me dan bien los temas sentimentales.

— Eh, si. Justo estaba cocinando galletas. No tardan en salir.

— Huelen bien. — Asiento sin saber qué más decir. Por un segundo, se instala un silencio demasiado alto que es interrumpido de nuevo por el mismo –, Lo siento por venir así, no tenía otro lugar a donde llegar y no podía estar en casa.

— No pasa nada, lo entiendo. Mi casa siempre tendrá las puertas abiertas para ti. — Le doy una sonrisa reconfortante que parece relajar ligeramente su semblante —, ¿quieres hablar?

Parece que dirá que sí. Toda su postura grita que quiere soltar ese gran peso, confesar sus penas con alguien que sabe que no lo contará con nadie ni se burlará. Creo ser yo ese alguien. Abre la boca y lo único que sale de ella es un:

— Estoy muy cansado. ¿Crees que podría dormir aquí esta noche?

Me toma desprevenida. ¿Dormir aquí? ¿En mi casa?

—Claro.

El timbre del horno suena, avisando que ya se terminó de cocinar su contenido.

— Si quieres puedes ir subiendo. Yo saco las galletas y subo.

Él asiente para después perderse por las escaleras con la mirada perdida. Mientras tanto, yo me apresuro en sacar las galletas y esparcirlas en un plato sobre la barra. A la vez, me es imposible no divagar. Solo hay una cama. Mi cama. El cuarto de mi mamá es prohibido a menos de que esté presente porque se pone de los nervios si tocan sus cosas. El sofá nunca ha sido opción para dormir porque es de dos plazas y ninguno de los dos es tan pequeño como para dormir cómodamente ahí. Y no es como que ahora me arrepienta y lo corra de mi casa o le haga dormir en el piso. Seré muchas cosas pero no soy un monstruo inhumano.

Subo a mi habitación con el corazón en la garganta y me abrumo con la imagen de un ángel caído. Se ha quitado los mocasines y desabotonado los primeros botones de su camiseta blanca para recostarse en mi cama con los brazos detrás de su cabeza despeinada y una mirada desolada apuntando al techo.

Trato de no mirarle a la cara porque la sensación es similar a comer una vajilla entera de cristal. En su lugar, me decanto por apagar la luz, quitarme las pantuflas de rana y acostarme a su lado.

— ¿Te ha pasado alguna vez que sientes el mundo demasiado pesado para ti? Como si intentara derrumbarte o ¿que todo lo que has hecho es desperdiciar tu juventud?

Una sonrisa amarga escala en mi rostro.

— Más veces de las que te imaginas. Por eso corro. Cuando lo hago siento como si ganara más tiempo para disfrutar la vida. Viajar. Y, si gano, es un día más en que la ansiedad no pudo conmigo. — volteo mi rostro en su dirección, viendo sus facciones ser iluminadas por la tenue luz de Luna —, Cam, todo pasa. No se que sucedió pero estoy segura de que pasará como todo lo demás. Como esos pensamientos estresantes que llegan sin invitación y se van sin avisar.

Pienso que dirá algo más, pero en su lugar pasa uno de sus brazos por mi cintura y coloca su mentón sobre mi cabeza.

Un abrazo.

Nada tierno ni romántico. Un toque en busca de comprensión y consuelo el cual yo acepto y devuelvo pasando mi brazo por su torso a su espalda. Entiendo que, a veces lo único que necesitamos es un poco de empatía y mimos sin preguntas ni conversaciones que puedan hundirnos más en pensamientos negativos.

Creo firmemente que eso fue lo qué pasó esa noche. Por esa misma razón, ignoré a las mariposas que adoran bailar elaboradas coreografías en mi estomago, y simplemente caí dormida en sus brazos bajo el dulce aroma a cítricos y menta.

A la mañana siguiente, dure un buen rato debatiéndome si solo fue un sueño más. Quizá mi imaginación ya es tan habilidosa como para crear semejantes escenarios complejos. Lo hubiera creído, de no ser por su nota en la cocina:

"Gracias, Mel.

Las galletas están deliciosas :)"

Sin firma pero con una caligrafía inconfundible para mi.

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