5. Show Mediático
Hace un par de meses que, por sugerencias de su jefe, había dejado el trabajo como maestra en la institución Pedro Cáceres del Portillo. Extrañaría esa labor, la distraía de sus pesares constantes y disminuía su culpa al ayudar a todos aquellos chicos. Jamás, en sus más de treinta años de trabajo, había sentido esa sensación pesada que la oprimía con cada tarea realizada, cada vez que un cliente la felicitaba por cumplir con su objetivo.
La verdad es que estaba aburrida de llevar una doble vida, de aparentar ser quien no era en realidad. Al inicio le parecía excitante, una labor muy emocionante como para dejarla pasar, «será el picante en mi aburrida vida», había pensado en sus años de juventud. Pero hoy en día, hastiada de la vida en general, se arrepentía por todas aquellas personas que, sin tener la culpa de nada, sufrieron a causa de ella.
Sin embargo, había aceptado hace dos años la propuesta de un misterioso hombre. Era una idea radical, no tan innovadora, pero tal vez era lo que necesitaba para reivindicarse con la sociedad, aunque implicaba la caída de otras personas, malas en esta ocasión. Su sorpresa fue descomunal al conocer quién sería el jefe, el guía y mente maestra tras esa «brillante idea». Pero, viendo la situación como estaba en ese momento, ya no pensaba de la misma manera.
Las cosas se estaban saliendo de control, su jefe se había desviado del objetivo inicial, ese que con tanto esmero habían creado para su grupo. El rencor, la soberbia y venganza lo habían cegado por completo, dejándose llevar por el camino equivocado. A pesar de eso, se preocupaba por el bienestar de sus reclutas, advirtiéndoles a todos sobre el peligro que enfrentarían.
—Te recomiendo que te alejes por un tiempo —había sugerido hace varios meses—, mis informantes me dicen que nos tienen fichados a todos, y nos darán caza más rápido de lo que crees.
—¿Estás totalmente seguro de lo que dices, son de fiar esos informantes? —indagó incrédula.
—Sí, muy confiables.
Debido a eso, le tocó renunciar a lo único que le daba un poco de tranquilidad a su mente. Por las noches no podía conciliar el sueño, las pesadillas se hacían más recurrentes, y cada vez más sanguinarias y terroríficas. En ellos veía los fantasmas de todos sus pecados, los cuales la visitaban torturándola y recordándole el tipo de persona que es en realidad, la mentira y la porquería que envolvían toda su existencia.
Tal vez fue por eso que, sin pensarlo dos veces o siquiera verificar la información, asistió a una reunión de emergencia programada por un medio diferente al habitual. Su mente no estaba enfocada, sus pensamientos eran erráticos e ilógicos por lo que no reparó en lo extraño de la situación. La dichosa reunión estaba programada en un lugar cercano a la escuela, donde por tantos años había dado clases. Con nostalgia vislumbró las paredes del edificio, el gran muro y portón que la separaban del lugar que tanto extrañaba.
Sumida en sus pensamientos, no se percató en que una camioneta blanca se acercaba a su ubicación, disminuyendo considerablemente la velocidad al llegar justo detrás de ella. Cuando quiso reaccionar fue demasiado tarde, dos tipos bajaron de la puerta trasera, le colocaron una mordaza en la boca evitando que gritara y una capucha en la cabeza para evitar que los viera. La metieron a la fuerza por la puerta trasera del vehículo, cerrando ambas puertas y arrancando lo más pronto y rápido posible.
Todo había sido una trampa y ella había caído redonda.
Carolina llegó feliz y hambrienta a su casa.
Ese día, aunque había sido como todos los demás, ocurrieron dos cosas diferentes e interesantes. La primera fue la intervención de Judy, cosa que no fue muy agradable pero no le daría importancia. Y la segunda, la razón de su boba felicidad, era el beso que le dio Alex en la mañana. Había sido algo tan sencillo, pero tan gratificante para ella. Un simple rose de sus cálidos labios la había hecho sentir las famosas mariposas en el estómago, pero debía volver a la realidad y no hacerse muchas ilusiones.
—Buenas, ya llegué... —Carolina avisó como era costumbre—. Hola, pa.
Paul se encontraba en la sala leyendo el periódico, tal y como hacía todos los días al llegar del trabajo.
—Hola, princesa. —Le dio un recibimiento bastante cariñoso—. ¿Cómo te fue en la escuela?
—Muy bien, hicimos los primeros exámenes y me fue genial —anunció llena de orgullo—. ¿Y a ti cómo te fue en el trabajo?
—Bastante regular —contestó con aflicción marcada en su rostro—, un compañero fue reportado desaparecido, salió de su casa esta mañana y nunca llegó a su puesto del trabajo. Nadie lo ha visto.
—¿No se supone que lo reportan a las 72 horas? —preguntó confundida.
—Sí, pero... hay una testigo que dice haberlo visto forcejear con dos personas. —Paul sacó su teléfono celular, donde aparecía una foto algo borrosa por el movimiento publicada en Facebook—. Parece que es él, alguien publicó esa foto a medio día reportando un secuestro.
—Eso es...
—Ya basta, Paul —riñó Virginia quitando el teléfono de las manos a Carolina—, no asustes a la niña, no tiene que saber esas cosas.
—Lo siento —se disculpó Paul alzando las manos en acto de rendición—, no digo más nada.
—Así está mejor, ¿vas a cenar, cariño? —preguntó con cariño Virginia a Carolina.
—Sí, gracias —sonrió de vuelta.
Después de la cena, Carolina se dispuso a ir a su habitación para estudiar al igual que todos los días, pero al pasar por la sala donde se encontraba su padre viendo las noticias, hubo algo que le llamo la atención. Se acercó y escuchó atentamente la nota periodística.
«... y de esa forma fue reportada la desaparición del señor Carlos Alberto Almanza, en las horas del mediodía. Con esta serían dos casos de personas reportadas... —la joven reportera hizo una pausa, presionando el audífono en su oído—. Un momento, me informan que una mujer fue vista hace un par de horas cerca de las instalaciones de la institución Pedro Cáceres del Portillo, donde una persona del mismo sector presenció a distancia como dos hombres encapuchados en una camioneta blanca, se bajaron de esta y se llevaron a la señora en cuestión. También me dicen que esta mujer fue identificada como Amanda Richardson, quien hasta hace solo un par de meses formaba parte del plantel de docentes de la misma institución...»
La noticia siguió, pero Carolina dejó de escuchar la voz procedente del televisor. En su mente solo daba vuelta una cosa, su anterior tutora, maestra y principal apoyo emocional había sido secuestrada.
Amanda Richardson había sido maestra de Lenguaje durante más de veinte años en la institución Pedro Cáceres del Portillo, viendo crecer y graduarse a más de trecientos estudiantes y, fue hasta el año anterior tutora del curso 11A. Sus alumnos, incluida Carolina, le tenían considerable aprecio. Era una persona bastante cariñosa y buena profesora, casi como una segunda madre para la mayoría, especialmente para los que han estudiado allí desde kínder.
El martes, día siguiente a la publicación de la noticia, la escuela estaba escandalizada. Oficiales de policía recorrían los pasillos, interrogando a profesores, estudiantes y demás personal de la institución. Por lo cual, el rector realizó una corta reunión en el paraninfo.
—Buenos días, jóvenes —anunció el rector Anderson desde la tarima del auditorio, mientras todos los estudiantes lo observaban angustiados y en silencio—, como debieron enterarse la tarde de ayer, la maestra Amanda ha sido secuestrada. Hasta el momento no se ha revelado ninguna información al respecto, pero por ahora y durante lo que dure la investigación, varios policías irán de salón en salón haciendo preguntas a todos los presentes, por lo cual les pido encarecidamente mantener el orden con la situación, colaborar con la autoridad y, sobre todo tener calma. Sé que muchos de ustedes le tenían gran aprecio a la maestra, pero no podemos hacer más nada que rezar por su bienestar. Pueden irse a sus salones en completo silencio.
De forma ordenada y liderados por sus respectivos tutores, todos los estudiantes salieron del paraninfo rumbo a sus aulas. Carolina, con el corazón en la mano, recordaba todos los momentos que había pasado con su maestra, desde que la conoció en kínder hasta el año pasado, cuando los hacía reír a todos con sus chistes y la consolaba cuando tenía problemas con su madre.
—¿Estás bien? —inquirió Alex angustiado por Carolina.
Iban de camino a su aula en fila india, todos en completo silencio y una atmosfera densa por la preocupación reinante. Alex se aventuró a tomar con fuerza la mano de Carolina, para transmitirle ánimos.
—Sí, estoy bien, gracias —contestó Carolina reaccionando a su tacto con una sonrisa triste.
Sus manos permanecieron juntas hasta llegar a sus pupitres, donde por obligación se soltaron del agarre. Por su lado, Alex deseaba poder repetirlo y que jamás terminara. La suave piel de Carolina le producía sensaciones que nunca había sentido con otra chica.
—Caro... —susurró Dylan al llegar de improviso al lado de Carolina—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien —contestó con una sonrisa forzada.
—¿Segura? —insistió.
—Ojalá, estoy muy preocupada —confesó después de un par de segundos dudando—, todo esto me parece tan extraño y... solo espero que esté bien y la encuentren pronto.
Con dulzura, Dylan tomó la mano de Carolina acariciándola para darle ánimos, besó tiernamente sus nudillos provocando un cosquilleo en su estómago, y un leve rubor en ella. «Tan preciosa como siempre», pensó con emoción.
—Todo va a estar bien, ellos la encontrarán —aseguró Dylan.
—¡Gracias! —contestó con una enorme sonrisa.
A la segunda hora de clases, un oficial de policía entró al aula de clases tal y como lo había anunciado el rector.
—Buenos días, jóvenes, soy el coronel Rodríguez —se presentó cortésmente, pero con el porte que caracteriza a los policías—. Lamento mucho la situación, esperamos que puedan colaborar para poder dar con el paradero de su profesora, así que si me permiten iré llamando a uno por uno para hacerles unas cuantas preguntas.
Todos esperaban ansiosos fuera del salón la hora de su interrogatorio, estaban nerviosos por lo que pudiera pasar o lo que averiguarían de todo esto. Así fueron pasando uno a uno según el orden alfabético de la lista, por lo que primero llamaron a Alex. Entró al aula y se sentó en el pupitre, ubicado temporalmente en frente del escritorio principal donde siempre se ubicaban los maestros.
—Alex Cooper, ¿cierto? —preguntó el oficial inspeccionando la lista de estudiantes.
—Sí señor —contestó con calma.
—¿Eres nuevo?
—Sí, entré este año.
—¿No alcanzaste a conocer a la maestra Amanda?
—No, según lo que sé, se retiró antes de iniciar este año escolar.
—¿No sabes más nada sobre ella?
—En realidad no, lo siento.
—Descuida, en caso de escuchar algo por ahí, ¿serías tan amable de avisar?
—Por supuesto.
—Bien, gracias por colaborar —agradeció el oficial con un apretón de manos, dando por concluido el interrogatorio.
Salió tranquilo al pasillo sentándose junto a Carolina tomados de la mano una vez más, dándole las fuerzas que necesitaba para afrontar un interrogatorio. Su turno se acercaba.
—Carolina Miller —llamó el oficial desde dentro de aula.
Entró con nerviosismo, sentándose en el pupitre que le indicaron.
—¿Cuánto tiempo llevas estudiando aquí?
—Desde transición.
—¿Conociste a la maestra Amanda?
—Sí, fue mi tutora de curso siempre.
—¿Cómo era tu relación con ella?
—Muy buena, siempre hablábamos no solo de temas académicos, ella estaba pendiente de mi salud y mi situación familiar al igual que la psicóloga.
—¿Alguna vez habló de sí misma contigo, sus problemas, su vida en general?
—No en realidad... —Carolina dudó tratando de recordar algún detalle en particular—. Muy poco mencionaba su vida privada, era bastante reservada en ese aspecto.
—¿Qué sabes sobre ella?
—Pues, que vive sola, no es casada y trabajaba solo aquí de tiempo completo.
—¿Solo eso?
—Sí, señor.
—¿No les parecía extraño que no hablara de su vida personal, que no supieran nada de ella?
—La verdad es que no, muchos profesores aquí son reservados.
—¿Tuvo algún problema con alguien aquí en la institución o por fuera, que de pronto se hayan enterado?
—No, la profesora es una persona muy pacífica.
—Bien, eso es todo. Gracias por colaborar.
—Un gusto, encuéntrenla pronto, por favor —suplicó Carolina abatida.
—Haremos todo lo posible.
Y con solo esa promesa implícita, una pizca de esperanza creció en el interior de su pecho.
George había recibido un mensaje urgente de la organización, Anders estaba concretando una reunión del equipo Beta. Estaba demasiado preocupado y molesto porque ya había escuchado las noticias de los secuestros. Su plan, su estrategia, no había funcionado. O no del todo, y de ello dependía su futuro.
Miércoles 4:30 am
—Quiero que me den el reporte completo de lo sucedido el lunes —demandó Anders con cólera.
Estaba más ansioso que de costumbre, las noticias lo habían irritado sobremanera, sus actividades del primer operativo habían sido vistas por civiles.
—Sergio Buitrago, líder del grupo B5 del equipo...
—Solo... —interrumpió afanado Anders— danos el reporte.
—Sí señor —se excusó el joven recluta—, el día lunes se procedió a llevar a cabo los movimientos preliminares de la misión. Nos dividimos en dos, cada uno con un objetivo diferente. Hicimos el seguimiento y la captura en el momento que vimos más idóneo. No contamos con la presencia de espectadores, las zonas estaban despejadas en el momento. Incluso, el tercer objetivo quien estaba en la ciudad de Santa Marta, también fue presenciado por civiles.
—¿Cómo se supone que van a arregla el error que cometieron? —reprochó Anders a gritos con el rostro rojo de la ira—. Han puesto en peligro toda la misión y sus propias cabezas.
—Permiso para hablar señor —solicitó George con calma por primera vez en su vida.
—Permiso concedido —aprobó Anders con gesto sorprendido, pero más calmado.
—En mi opinión, es una ventaja... accidental que existan testigos —argumentó George de la mejor forma que pudo para tranquilizar a su superior—, según los reportes estas personas no alcanzaron a ver los rostros de los captores, ni la matrícula del vehículo. Además, están relacionando los hechos a las desapariciones de hace más de un mes, las cuales atribuyeron a trata de personas y tráfico de órganos. Así que, por el momento, nadie sabe los verdaderos motivos ni mucho menos nos relacionan con los hechos, que es lo ideal.
—¿Estás seguro de ello? Porque se te olvida algo importante —reprochó—, ¿cómo piensas evitar que se den cuenta de los pequeños detalles? Es casi imposible que no relacionen el secuestro, por ejemplo, del señor Carlos Almanza con el caso de los contratos falsificados. Y ni se diga de la señora Richardson, ya todo eso estaba por investigarse.
—Sí, para eso tenemos dos opciones —recaló George a la defensiva—, la primera, es hackear el sistema de la policía para estar al tanto de la investigación, y la segunda es simplemente ponernos en contacto con nuestros infiltrados. Recuerde que hay tres reclutas del equipo Alfa dentro del cuerpo policial en una muy buena posición.
Anders seguía molesto, pero sopesaba bien las opciones que George había explicado. Sabía que podía confiar en los planes que George trazara, pero siendo este un caso tan crítico, tan complicado y literalmente hablando, de vida o muerte, se daba el privilegio de la duda.
—Bien —accedió Anders de mala gana—, pero quiero reportes diarios de la investigación, y no más errores como estos. ¿Entendido?
—Sí señor —respondieron todos con firmeza.
—George, necesito hablar contigo.
La sala de reunión fue despejada al cabo de dos minutos, el ambiente tenso fue tenuemente mitigado por los argumentos de George, pero no lo suficiente. Anders estaba furioso.
—¿Por qué no me lo dijiste? —cuestionó Anders—. Sé que tenías previsto todo esto.
—No, en realidad yo...
—No me mientas, George Lace —amenazó con amargura—, te conozco perfectamente desde que naciste, que no se te olvide.
—De acuerdo, tiene razón, yo supuse o más bien esperaba que todo eso sucediera... pero —se apresuró a contestar antes que lo riñeran—, no lo mencioné porque sé que jamás lo aceptaría. Los testigos y todo eso es parte de la estrategia, se llama show mediático. Por el momento solo se enfocarán en secuestro, extorción o tráfico de órganos. No se enfocarán en lo real, y eso es lo que queremos, desviar la investigación, que tome otras rutas y no nos relacionen.
—Eres el mejor estratega de la organización, ¿Por qué no lo aceptaría? —preguntó indignado.
—Porque no te gusta hacer escándalo, quieres que todo se haga perfecto, sin manchas. Y hay veces que es necesario hacer ruido para que no escuchen lo que en realidad se está haciendo.
—De acuerdo, seguiremos con esto. Pero quiero que me des un informe de la estrategia completa, con todo y tu disparate mediático —requirió Anders resignado.
No le gustaba para nada la idea, pero después de pensarlo por unos segundos aceptó, más porque era lo único que tenía así que solo debía esperar a que diera frutos. Confiaba ciegamente en George, en sus capacidades y en su trabajo, por algo le había dado una tarea tan importante como esa.
Carolina detestaba levantarse temprano cuando no había dormido bien, y esa vez no fue por cuestiones de estudio. Desde la desaparición de su exmaestra, hace un par días, no podía conciliar el sueño. Había algo raro en todo eso, y ella quería saber que era. Primero, ¿qué hacía por estos lados de la escuela si se había jubilado?, ¿por qué tan de repente? Y lo más importante, ¿por qué secuestrarla a ella? El estruendoso sonar de la alarma la obligó a levantarse, porque despierta ya estaba.
—¿Hoy tienes clase? —preguntó Virginia desde el otro lado de la puerta de la habitación.
—Sí, mamá, las clases siguen normal —respondió con un bostezo.
—De acuerdo, el desayuno ya está.
—Gracias, ya salgo.
Al llegar a la escuela, y ver a todos esos policías aun merodeando por los pasillos, no pudo sacarse de la cabeza el comentario que hizo su madre antes de partir.
«Es muy extraño que le pasara eso tan de repente, y más siendo una señora tan buena gente. Todo en tu escuela la querían, ¿no? A menos que no fuese quien decía ser, pero bueno eso solo pasa en las películas. Ya sabes, ten mucho cuidado, de aquí a la escuela y de allá directo a casa».
Debía aceptar que su madre solía divagar mucho, y durante esos momentos decía cosas con muy poca lógica. «Es demasiado fantasioso y ridículo para ser verdad, esto es la vida real no un estúpido libro de misterio», pensó Carolina tratando de tranquilizarse. Al llegar al salón solo vio a Alex, por lo que intuyó que ese día Dylan faltaría a clases.
—Buenos días, señorito —saludó Carolina abrazando a Alex por la espalda tapando sus ojos.
—Manos de bebé, uñas de bebé, voz chillona de bebé —enumeró Alex acariciando las manos de Carolina—, debe ser la Pitufina.
Giró su cuerpo para encontrarse de cara con una Carolina aparentemente molesta, cruzada de brazos y el ceño fruncido.
—¿A quién le dices Pitufina, baboso? —reclamó con fingida indignación.
—A ti no, como crees... —hizo una pausa sonriente—, tú eres un minion.
—Ve a burlarte de tu vecina —riñó entre carcajadas sin dejar de golpear su fuerte antebrazo.
Las risas con Alex le ayudaban a despejar su mente, tranquilizando sus disparatados pensamientos conspirativos. Con toda esa situación tan nueva e inesperada, su imaginación estaba yendo demasiado lejos.
—Por cierto, hoy nos quedamos estudiando, ya dentro de una semana son los exámenes del primer período —anunció Alex mientras se acomodaban en sus asientos—. ¿Estas preparada?
—Sí, wii, que emoción, no puedo esperar —vociferó Carolina simulando entusiasmo.
—Sabía que eras masoquista —se mofó Alex—, pero no a qué nivel.
—Cállate, ¿quieres? —riñó Carolina con fingida molestia.
La mañana transcurrió parcialmente normal, los oficiales fueron despejando la escuela ya habiendo terminado su labor, pero sin saber nada concreto sobre los posibles motivos del secuestro de la maestra Richardson. La última clase del día era educación física, una de las cuales le encantaba a Carolina, en especial en temporada de natación.
—Bueno, muchachos, dentro de ocho días daremos el partido de baloncesto final, hombre vs mujeres —explicó el profesor Santiago Gonzales, uno de los recién llegados—. Ya saben, para el siguiente periodo empezamos natación, por lo que les aviso desde ya que se consigan los implementos. Quien no los tenga al inicio de las clases, tiene cero. ¿Entendido?
—Sí señor... —respondieron al unísono resignados.
—Bien —hizo sonar el silbato—, regresen al juego.
—No más espera a que llegue natación, baboso —advirtió Carolina con sonrisa de satisfacción—, no volverás a ganarme.
—¿Es una amenaza, mini Miller? —reclamó Alex entre risas.
—Tómalo como una advertencia nada amistosa.
—Ya veremos.
¡Riiing! ¡Inició el partido!
Y se pone cada vez más picante
Y no picante del que pica sabroso, sino del que duele
Ustedes qué dicen, pulguitas?
Quién es la maestra en realidad?
Leo sus teorías y sus Team, no lo he olvidado
#TeamAlex #TeamDylan #TeamGeorge
Entonces, quién es George?
Los amo <3
Mamá pulga dice bye
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro