3. Una oportunidad
—... Siempre recuerden esto chicos, aunque les parezca harto la profundización es necesario y muy beneficioso para su formación, así que asistan —explicó el maestro Adam—, igual la escuela los obliga por lo que no tienen de otra.
¡Ring! ¡Ring!
Alex revisó su teléfono con cierta discreción, había recibido un mensaje de texto en medio de la clase.
Señor: Necesito que regreses pronto, hay que hablar de tu trabajo y espero seriedad de tu parte.
«¡Qué mierda! Ya empezó», pensó Alex disgustado, recordando todas las veces que su padre lo hostigó por el mismo tema.
—... Fue un placer conocerlos, pueden irse a sus casas, nos vemos mañana —concluyó el maestro.
Todos fueron saliendo del aula de clase con rostros aburridos, la monotonía de un nuevo año los abrumaba desde el primer día.
—¿Pasó algo? —indagó Carolina preocupada por el repentino cambio en el semblante de Alex.
—Nada nuevo, lo mismo de siempre —alegó Alex amargado—, ya quiere que empiece a trabajar en el nuevo proyecto de su empresa.
—Terrible, pero aún hay cosas que no entiendo de tu trágica historia —confesó Carolina.
—Lo sé y te explicaré todo el chisme con tiempo, pero por ahora me tengo que ir corriendo, ¿nos vemos mañana? —Alex sonrió ampliamente con solo pensar que la vería todos los días.
—Desde luego que sí, tenemos clases, hasta mañana —se despidió, viendo como Alex se alejaba entre el tumulto de estudiantes.
—Qué envidia me das... —exclamó Megan con un suspiro—. De verdad que eres suertuda... solo a veces.
—¿Gracias?... Eso creo —contestó Carolina, aún con la mirada fija en la espalda de su nuevo y atractivo compañero.
Salió con tranquilidad del salón de clases, y hasta ese momento no había recordado algo importante: avisarle a su madre sobre la inducción de ese día. En realidad, se lo había dicho varias veces a lo largo de la semana, pero como indicaban las llamadas perdidas en su teléfono, lo habrán olvidado. El regaño que le esperaba sería descomunal.
Durante el trayecto en autobús, fue pensando en una manera de controlar la posible situación, estrategias por las cuales evitaría el sermón. Llegó a casa nerviosa aún sin ideas, esperando que apareciera su madre con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada seria, tal y como hacia cuando estaba molesta.
Y no se equivocó.
—Son las 4:30 de la tarde, Carolina —reclamó Virginia bastante enfadada—. ¿Por qué llegas a estas horas?
—Estaba en la escuela —explicó con calma—, durante toda la semana te estuve recordando que hoy empezaba la inducción de profundización, las clases serán todos los días después del horario normal.
—Mañana iré a la escuela a verificar —ignoró por completo la explicación de Carolina—. Ve a tu cuarto a estudiar, quiero treinta ejercicios resueltos de algebra del libro de Baldor para dentro de cuarenta minutos. ¡Ya!
—Pero...
—Sin peros, ¡dije ya!
Se marchó corriendo a su habitación, conteniendo su lengua para no decir más nada. Sabía que si llegaba a pronunciar siquiera una silaba, sería mucho peor. La rabia y frustración la invadieron, a tal punto que soltó a llorar. Su madre jamás le creía, quería que ella estuviese en casa después de la escuela para ponerse a estudiar, día y noche, cada dos horas era una materia diferente. No tenía descanso, seis años seguidos de la misma tortura.
Todo empezó al entrar a sexto grado, el primero del bachillerato; le exigía que sus notas fuesen superiores a 4,9 siendo el 5 la calificación máxima. Aceptaba 4,8 de vez en cuando y formaba una revolución cuando sacaba 4,7. Lo peor de todo es el sobrecargo mental, y a medida que pasaba el tiempo la presión aumentaba. Le prohibió distraerse con «amigos innecesarios», no la dejaba salir de casa durante los periodos de clases, ni siquiera para visitar a su abuela.
Cuando estaba a mitad de octavo grado, había pasado tres noches seguidas sin dormir por las constantes ordenes de su mamá de cumplir con todos los deberes y exámenes. Ese año no quería ver un solo 4,9 solo aceptaría 5. De lo contario, la inscribiría en un curso intensivo todos los días después de la escuela y los sábados para que reforzara todas las materias, era como si la matriculara en otro colegio para hacer el mismo curso. Pero su cuerpo no lo soportó, y a mitad de clase durante un examen se desmayó. La llevaron de urgencias al hospital y le dieron de incapacidad toda la semana, su cuerpo presentaba graves síntoma de cansancio y anemia, por falta de sueño y una mala alimentación.
A pesar de todo, nada funcionó. Virginia continuó con las exigencias aún a costa de la salud de su propia hija.
George estaba a punto de reventar de la ira que sentía hacia Anders. Lo había citado con urgencia a una reunión de la organización en la oficina central de la ciudad, pero al llegar no había más nadie en la habitación, solo ellos dos.
—¿Y ahora? —cuestionó George con amargura—. ¿Qué se supone hice o no hice?
—Siéntate —ordenó Anders señalando una silla en frente de su escritorio.
Obedeció de mala gana, pero profundamente preocupado. Anders no era de los que programaba reuniones individuales y menos con él, si lo hacía era porque algo grave pasaba o iba a pasar.
—Sé que nada de esto te gusta, que detestas la organización y tu trabajo —señaló sin dar importancia al gesto confuso de George—, pero eres el mejor recluta que tenemos, es más eres el mejor que hemos tenido en los últimos veinte años; y es por eso, solo por eso, que te llamé exclusivamente a ti, necesito tu ayuda.
Por primera vez en su vida, le veía preocupado de verdad y solicitando ayuda de alguien más.
—¿En qué? —indagó curioso temiendo lo peor.
—El plazo que solicitamos fue rechazado —Anders rebuscó entre el reguero de papeles en su escritorio—, esta mañana me respondieron con una carta y un contrato... Aquí está, léela con atención.
Le ofreció una hoja de papel con una escritura mecanográfica parecida a la de una máquina de escribir, la leyó prestando mucha atención a los detalles tal y como le había pedido, y sus temores se acrecentaron.
«Apreciado director general de LA ORGANIZACIÓN con sede en Barranquilla.
Le informamos que lamentablemente su solicitud de ampliación del plazo de la misión 4B35F ha sido rechazada. Nuestros socios e inversionistas han dejado en claro las bases de la misión, la urgencia y delicadeza que representa tanto para ellos como para la nación. Le recordamos, una vez más, que el incumplimiento del plazo será castigado según los acuerdos firmados en el contrato previamente aceptado por usted y aprobado por el alto mando.
Además, queremos resaltar la extrema confidencialidad del asunto, solo usted y los antes mencionados pueden tener conocimiento de este contrato. Esperamos su colaboración.»
—¿De qué contrato habla? —indagó preocupado a terminar de leer la carta—. ¿Qué consecuencias?
—Por el momento no puedo decírtelo, pero no son muy buenas —replicó Anders nervioso—. Solo debes saber que necesitamos armar un plan de contingencia, una ruta viable para terminar esta misión lo antes posible, sin abrir sospechas directas.
A pesar de la tensa situación, George pudo visualizar una oportunidad. Sería arriesgado el solo mencionar o hacer alusión el querer sacar provecho de, por lo visto, una situación tan delicada como esa, pero no tenía de otra. Su vida y futuro estaban en juego.
—¿Qué gano yo con esto? —preguntó tanteando el terreno.
—¿Disculpa? —replicó Anders estupefacto—. No tienes la autoridad ni mucho menos la posición para negociar.
—En realidad sí —objetó con toda la calma que era capaz de fingir—, tú necesitas un servicio de mi parte, y yo tengo un precio.
—Esto es el colmo —suspiró cansado—. ¿Qué quieres?
—Sabes muy bien que quiero —susurró decidido.
—Y tú sabes mejor que nadie que no puedo hacer nada —farfulló Anders en respuesta.
—Entonces no acepto, fin —se levantó de su asiento dispuesto a irse.
Se dirigió a la puerta para salir del despacho de Anders, alcanzó a colocar la mano sobre el picaporte cuando lo llamó de vuelta.
—George... —llamó en señal de advertencia— vuelve acá... ahora.
—¿Para qué? Esta es una negociación sin futuro —alegó confiado—. ¿Para qué desperdiciar más de su valioso tiempo?
—¿Exactamente qué quieres que haga? —preguntó exasperado.
—Quiero que me des de baja de la organización, no quiero tener que volver a trabajar aquí —exigió con firmeza—. Quiero libertad, poder hacer de mi vida lo que desee.
George esperó lo que creyó fue una eternidad, mientras que Anders sopesaba las opciones que tenía.
—Trataré de hacer todo lo posible —dijo por fin—. ¿Eso puede ser suficiente por ahora?
—¿Me das tu palabra?
—Tienes mi palabra.
—De acuerdo —aceptó George tratando de ocultar su emoción—, pongámonos manos a la obra.
Volvió a sentarse frente a su superior, esta vez con nuevas esperanzas para un futuro mejor. Volvió a leer la carta y la solicitud de la misión que fue enviada a cada recluta. Su nueva tarea era trazar una ruta de acción que no los vincule directamente a ellos con las actividades de la organización, para poder llevarla a cabo lo antes posible y en caso de emergencia.
—Recuerda que debe ser algo rápido y lo más discreto posible —recalcó Anders.
—De acuerdo, podemos hacer lo siguiente... —explicó George con ánimos renovados.
Una hora después de su trágica llegada a casa, la migraña estaba haciendo de las suyas. Carolina sentía que una orquesta entera hacía fiesta en su cerebro, produciéndole jaqueca y ganas de vomitar. Hace un par de minutos que había entregado «la tarea» a su madre, pero sin importar lo que tomara el dolor no se iba. Trató de dormir, tomando un somnífero que le habían recetado para su insomnio. A los pocos minutos, su conciencia se mecía como si estuviese en una resbaladera.
Estaba en el salón de clases, viendo como la maestra de economía explicaba los grandes problemas financieros del país. Trataba de no dormirse en medio de la explicación, la aburría sobremanera, hasta que una suave caricia en su mano llamó su atención. Giró a su derecha para mirar una hermosa sonrisa ladeada, que le confortaba y alentaba a superar su depresión. De un momento a otro, estaban caminando tomados de la mano alrededor de los pasillos de la escuela, pero eran bruscamente separados por una linda chica rubia, quien se alejaba llevándose consigo a Alex dándole una última mirada de superioridad por encima del hombro.
It might seem crazy what I'm about to say
Sunshine she's here, you can take a break
I'm a hot air balloon that could go to space
With the air, like I don't care, baby, by the way
Because I'm happy
Clap along, if you feel like a room without a roof
Because I'm happy
Clap along, if you feel like happiness is the truth
Because I'm happy
Clap along, if you know what happiness is to you
Because I'm happy
Clap along, if you feel like that's what you want to do
Happy, de Pharrel Williams sonó alegre y melodiosa como siempre que la escuchaba, esta vez como parte de su alarma despertadora tratando de recordarle un tiempo en el que de verdad fue feliz y que probablemente no volvería a suceder. Esa vez le avisó que ya era tiempo de levantarse, sacándola de una ensoñación y haciéndole ver que solo fue eso, tan solo un sueño. Uno sin sentido y de verdad extraño, en especial por la presencia de Judy en él. Se alistó como siempre para ir a la escuela, agarró su maleta y bajó a tomar el desayuno. Se levantó hambrienta, por lo que no cenó la noche anterior, pero valió la pena porque su migraña había desaparecido. Iba saliendo de casa cuando su madre la llamó desde la habitación.
—Espérame, te llevo a la escuela —gritó.
A los diez minutos ya estaba en la sala, vestida una falda gris abotonada en la cintura, una camisa blanca ejecutiva y unos tacones negros altos. Su cabello rubio y rizado lo mantenía siempre suelto, le gustaba que ondeara con las corrientes de aire.
—¡Vamos! —ordenó saliendo con elegancia de la casa.
Se embarcaron en el auto de su padre, quien ese día había optado por ir en autobús hasta su trabajo por petición de Virginia, sin dar más explicaciones que el querer conducir una vez al mes. Al cabo de media hora ya habían llegado a las instalaciones, bajando apresurada para quitarse la sensación incomoda que el silencio del viaje le había dejado. De esa forma, Carolina se dirigió con rapidez a su aula ignorando por completo la presencia de su madre.
—Tú ve a clases, yo busco a tu maestra —comentó de inmediato Virginia al ver las intenciones de su hija.
En el tercer piso del pabellón principal se encontraba una sala exclusiva para maestros. En ese preciso instante todos los profesores se encontraban allí reunidos, tomando la primera taza de café para aguantar la larga jornada que les esperaba.
—Buenos días —Virginia saludó cortésmente desde el umbral de la puerta—, necesito hablar con la tutora del curso 11A.
—Sí, buenos días —la maestra devolvió el saludo—. Permítame presentarme, mi nombre es Evelyn Fernández y soy la nueva tutora de ese curso, adelante siéntese.
Le ofreció con gentileza una silla cercana a su escritorio, mientras algunos profesores empezaban a dirigirse a sus respectivas aulas de clase.
—Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
—Bien, soy Virginia Fonseca, madre de Carolina Miller —explicó con rapidez—. Vengo porque estoy preocupada, la niña ayer llegó a las 4:30 a la casa, decía que venía de la escuela, pero es demasiado tarde para ser cierto...
—Disculpe, déjeme preguntarle —interrumpió con firmeza la maestra—. ¿A qué distancia esta su casa de aquí?
—Más o menos media hora, pero eso que... —contestó Virginia.
—Perdone si la interrumpo de nuevo —se excusó con mayor firmeza—. El día de ayer empezaron las inducciones para la profundización, los chicos salieron a las cuatro de la tarde, llegó muy puntual. ¿Usted sabía de esa actividad?
—Ahmm... sí lo había mencionado, pero... —titubeó.
—¿Carolina le explico cómo es el horario? —preguntó Evelyn de inmediato.
—Sí, me lo dijo, pero...
—Entonces no hay problema, ¿por qué la duda?
—No es que dude o no crea en ella, es solo que... —intentó explicar un poco nerviosa.
—Señora, con todo el respeto que se merece, si usted hubiese creído en la palabra de su hija no estuviese aquí —recalcó Evelyn—. ¿O tiene alguna otra pregunta al respecto? ¿A qué se debe su preocupación?
—Usted no entiende mi relación con Carolina —argumentó molesta—, pero sí, tengo otra duda. Pasa que normalmente después del horario regular de clases, tenía una rutina de estudio ya planteada. Una materia cada dos horas, de esa manera hacia sus deberes y estudiaba. Si la mantiene aquí haciendo lo mismo que hicieron en la mañana se va a retrasar. Esa es mi preocupación, sus notas podrían decaer.
—Señora, primero cálmese —exigió la maestra—, antes déjeme preguntarle otra cosa, ¿la inscribió en algún curso para los fines de semana?
—¿Cómo sabe eso? —indagó sorprendida.
—Eso no tiene importancia ahora, ¿en que la inscribió? —argumentó Evelyn sintiendo un enfado crecer.
—Es un curso intensivo preuniversitario los sábados —explicó con aparente calma—, si está aquí todos los días hasta tarde, el domingo no le alcanzará para hacer todo. Mi hija no es una máquina, es un ser humano.
—Antes de decirme eso, debería creérselo usted misma, ¿no le parece? —manifestó Evelyn muy disgustada—. No somos nosotros quien le ponemos más clases innecesarias a su hija.
—¿Perdón?
—Me tomé el trabajo de hablar con la psicóloga del colegio antes de que renunciara, leí los expedientes y charlé con varios de sus maestros, porque soy quien va a tomar ese puesto por ahora —reveló Evelyn tratando de calmarse en vano—, por lo tanto, me sé el historial de la niña. Es más que suficiente con toda la carga y la presión que ha tenido que soportar sobre todos estos años por sus exigencias, para que ahora le dé más bulto a su espalda con algo tan innecesario como un curso preuniversitario.
»Si no lo recuerda yo se lo traeré a la memoria, su hija sufrió un desmayo en hacer un par de años por sobrepasarse. ¿Le digo una cosa? De nada le servirá entrar a la mejor universidad del mundo, si no podrá mantener las relaciones interpersonales, si no va a saber defenderse de la jungla que es la sociedad, ni mucho menos si no va poder sobrevivir para verlo. La salud no es un juego, señora, está hablando de su hija, no de un computador al que quiere reprogramar.
Virginia se había quedado atónita ante tales argumentos, totalmente sorprendida por todo lo que había escuchado. Jamás había pensado en eso, pero sí recordaba bien ese incidente.
—Yo... Ahmm... ¿Cómo se atreve a... hablarme de esa manera? —las palabras salían de su boca de forma atropellada, enredándose en su garganta al tratar de pronunciarlas.
—Sin ánimos de que se ofenda, con gusto le puedo dar asesoría psicológica, sé que lo necesita... —se aventuró a sugerir Evelyn, sabía que no era profesional de su parte hacerlo, pero de verdad estaba molesta por la actitud de Virginia para con su propia hija—. No es muy normal querer descargar frustraciones personales en otros.
Virginia se levantó abruptamente de su asiento, llamando un poco la atención de los pocos maestros que aún quedaban en la sala. Se sentía sofocada, abrumada por la situación.
—Yo... Estaré pendiente de las reuniones —se apresuró a decir nerviosa—, gracias por atenderme.
Salió con rapidez de la escuela, mientras recuerdos invadían su mente de forma pasmosa haciendo que sus piernas temblaran, sus ojos se llenaron de lágrimas hasta que no pudo contenerlas más. Entró al auto de su esposo, se sentó frente al volante agarrándolo con fuerza hasta volver blancos sus nudillos y desahogó todo su sofoco como un torrencial llanto en soledad. Un nuevo ataque de pánico la estaba envolviendo.
Al igual que todos los días, Dylan se levantó muy temprano para hacer ejercicio bajo el frio manto de la oscuridad de la madrugada. Siendo apenas las 4:00 de la mañana, no se veía gente en los alrededores, por lo que tenía el parque solo para él. Le gustaba hacer su rutina en completa soledad, sentía que de esa manera se concentraba más y disfrutaba plenamente de la energía que recorría su cuerpo al entrenar. Sin embargo, ese día no pudo sentirse tan a gusto debido a las preocupaciones crecientes que le martillaban el pecho.
Veía a Carolina muy preocupada, y temía que se volviera a repetir aquel suceso. Quería evitarlo a toda costa acercándose a ella, volviendo a ser los amigos que una vez fueron sin importar que ella misma trate de alejarlo para protegerse a sí misma y a él. Solo esperaba que sus nervios irracionales no le jugaran una mala pasada, no en esas circunstancias. Terminó su entrenamiento, reposó su sofocado cuerpo y se duchó para ir a la escuela.
Por lo general, cuando llegaba lo primero que veía era la hermosa cabellera roja y risada de Carolina, pero esta vez fue diferente. En el parqueadero de la escuela, un auto negro se estacionó con cuidado, y de forma inmediata del asiento del copiloto bajó apresurada Carolina con gesto molesto. Del otro lado, una rubia y esbelta mujer de unos treinta y tantos años bajó de la misma manera, la señora Virginia estaba allí. «Esto no es bueno», pensó Dylan con fastidio.
Les siguió el paso dándoles cierta ventaja a ambas, optando por ir detrás de la señora Virginia al ver que tomaban caminos separados. Vio como entró saludando a la sala de profesores, acercándose para escuchar la conversación sin dejarse ver por los demás profesores que salían murmurando entre ellos rumbo a sus respectivas aulas de clase. A medida que escuchaba todo lo que decía la madre de Carolina, dentro de Dylan creció una sensación de ira por lo absurdo de sus palabras, pero algo en específico lo sacó de quicio.
—Señora, primero cálmese —exigió la maestra—, antes déjeme preguntarle otra cosa, ¿la inscribió en algún curso para los fines de semana?
—¿Cómo sabe eso? —indagó sorprendida.
—Eso no tiene importancia ahora, ¿en que la inscribió? —argumentó Evelyn, sintiendo su enfado crecer.
—Es un curso intensivo preuniversitario los sábados —explicó—, si está aquí todos los días hasta tarde, el domingo no le alcanzará para hacer todo. Mi hija no es una máquina, es un ser humano.
Respiró profundo, tranquilizó su pulso y decidió marcharse antes de cometer una estupidez. Con la rabia que sentía, podía ser capaz de irrumpir en la reunión y decirle un par de cosas a Virginia, nada amable desde luego. Entendió muy bien la preocupación de Carolina, pero su miedo se acentuó al saber lo que le esperaba y el efecto que podría tener en ella, en especial en su salud. «Tengo que hacer algo, y rápido», pensó mientras caminaba apresurado al salón de clases.
Al llegar al umbral de la puerta, vio con desagrado a quien se le había adelantado. Carolina hablaba con Alex, quien escuchaba con atención y gesto sorprendido lo que ella decía. Dylan caminó directo a su asiento, al final de la primera fila en el extremo contrario al puesto que ahora compartirían ellos dos por el resto del año escolar. Por el momento y mientras estuviese él, no podría hacer nada. Necesitaba hablar con ella, pero a solas.
Como me cae de mal esa señora, dios santo
Y el primero que me diga lo contrario me lo madreo
En fin, estamos violentos
Desde hoy aviso, personalmente soy #TeamDylan
Ese hombre es mi adoración <3 míos solo mío
Cuál es el suyo?
los leo, mis pulguitas
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