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1. Verde Esmeralda



Tan solo bastaban horas para que, según sus padres, llegase «el primer gran día, el comienzo de un año decisivo»; pero para Carolina Miller significaba el inicio de su pesadilla anual, el regreso a clases. Iba a empezar último año de bachillerato, es decir 11°, el que consideraban más importante de todos, ya que en este corto periodo de tiempo se definía su vida entera: si era o no admitida en la universidad. Si iba poder o no estudiar una carrera profesional, tener un título a su nombre, ser «alguien» en la vida, valerse por sí misma, vivir cómodo. O de lo contrario, ser una simple mantenida del estado, vividora, alguien que trabaja solo por temporadas o cuando hubo una vacante de carácter urgente libre. En resumen, alguien sin futuro.

Sí, para Carolina o cualquier otra persona normal ese no era un pensar agradable, pero era algo que sus padres le habían inculcado desde siempre. Gran parte de su vida ha sido presionada constantemente, para que forme parte del famoso Cuadro de Honor, un selecto grupo de solo cinco estudiantes que ocupan los primeros puestos en la jerarquía académica de cada salón.

Para ella no es algo complicado lograrlo, es bastante aplicada a sus estudios e inteligente. El problema es que no solo la presionan para que esté a la cabeza de ese cuadro de honor, también lo hacían para que fuese la número uno de toda la escuela, y eso era algo que hasta ese momento no había podido lograr por más que trasnochase estudiando, aprendiéndose las reacciones químicas o las diferentes fórmulas para hallar velocidad y aceleración de un objeto en caída libre. No, ese era su más grande problema. Nada de lo que hacía la posicionaba en ese puesto tan codiciado por sus padres, en especial por su madre, Virginia.

Sabiendo todo lo que le esperaba para ese fatídico año, decidió tomarse varias libertades para el último día de sus vacaciones. Salió de su casa desde las tres de la tarde en su bicicleta, dispuesta a relajarse todo lo que pudiera en solitario, ya que su carga académica y la presión de sus padres no le daban la libertad de tener amigos y salir a divertirse como una adolescente normal.

Inició su recorrido en el centro comercial, donde vio una película de acción y comedia, caminó un rato por los alrededores disfrutando del entorno, ojeando las diferentes vitrinas de los almacenes de ropa y libros. Después se dirigió al restaurante que más frecuentaba, donde pidió su plato favorito, lasaña de pollo. Al terminar, se fue a un parque más cercano a su casa y le dio varias vueltas en su bicicleta. Manejarla siempre era una manera de calmar sus nervios, bajar la tensión y estrés que cargaba siempre. Era como una válvula de escape, una vía que dejaba salir la presión interna evitando que estallara como un globo demasiado inflado. A las siete de la noche regresó a su casa y fue recibida con sospechosa amabilidad por sus padres, contrario al regaño que esperaba por regresar tan tarde siendo el día antes de iniciar las clases. «Esto es una muy, muy, pero muy mala señal», pensó nerviosa.

—Hola, cariño —saludó con dulzura su madre, Virginia—. ¿Dónde estabas?

—Dando una vuelta en bici —respondió un tanto extrañada, su madre no era tan cariñosa.

—Ven —le tendió la mano—, vamos a la sala, tu padre y yo necesitamos hablar contigo.

«Me lo suponía», pensó irritada. En momentos así, salían con discursos más largos que los del mismo presidente de la nación.

—Hola, princesa —saludó su padre, Paul, sentado en su lugar habitual.

—Hola, papá —se acomodó en el sofá justo enfrente de sus padres, y se preparó psicológicamente para lo que se avecinaba.

—Cariño —empezó su madre—, ya sabes que mañana empiezas el último y más importante año escolar, eso definirá tu futuro.

—Y no está exagerando —interrumpió su padre—, los resultados que des este año te permitirán ir a la universidad.

—La mejor de todo el país —continuó Virginia ilusionada—, y no por el cuadro de honor, eso quedo atrás.

—¿Qué? —preguntó Carolina atónita—. Pero es lo que siempre han querido, ¿no? Que esté en el primer puesto del cuadro de honor.

—Sí, pero este año es diferente —añadió su padre—. ¿Sabes por qué?

—En realidad no tengo idea —contestó confundida y algo asustada.

—Este año será diferente porque ustedes —explicó su madre—, los estudiantes de 11°, hacen un examen único casi al final del año.

—Las pruebas saber 11, o examen del ICFES —intervino Paul igual de emocionado.

—¡Ajá! —balbuceó sospechando lo que le dirían.

—Y... Nos tomamos la libertad de inscribirte en un curso intensivo para prepárate para ese examen. —Virginia sonrió emocionada—. Empieza dentro de un mes, las clases serán los sábados todo el día.

«¡No me jodas!», pensó Carolina frustrada.

—Y, ¿qué te parece? —preguntó Paul al no recibir una respuesta inmediata por parte de su hija, o no la que esperaban.

—Amh... Pues... —balbuceaba sin saber que decir—. Siendo sincera, creo que me quitará tiempo valioso que podría usar para hacer mis deberes del colegio.

—No te preocupes por eso, mi cielo —alentó Paul—, tú puedes con todo esto, para eso te hemos educado.

—No te sientas presionada —continuó Virginia—, sigue siendo la misma rutina, solo que será de lunes a sábados. Tienes todo el domingo para hacer tus deberes.

—¿Qué no me sienta presionada? Pero... —Carolina titubeó nerviosa—. Ya con esto es demasiado. Este año daremos dos materias extra y las clases serán todo el día, el tiempo no me va a alcanzar. Además, los profesores nos dijeron que darán las clases basados en lo que nos evalúan en las pruebas, así que no es necesario hacer ese curso intensivo.

—No es excusa —riñó su madre—, no me interesa lo que hagan en la escuela, irás a ese curso y no acepto réplicas.

—Hazle caso a tu madre, es por tu bien —aseguró su padre.

—Claro, todo es por mi bien —replicó Carolina con ironía.

No pudo más, estaba molesta por la arbitrariedad de sus padres, por lo que sin decir más nada se levantó de su asiento y se encerró en su habitación, ignorando los llamados de atención de ambos y dando un portazo al cerrar la puerta. «Estoy verdaderamente jodida», pensó irritada.

—«Es por tu bien, solo queremos lo mejor para ti, tú puedes con todo, para eso te hemos educado» —refunfuñó Carolina imitando la voz y gestos de su madre, mientras arreglaba las cosas para el día siguiente ir a la escuela—. Sí, claro, siempre es lo mismo. Si este año no me muero del cansancio, me mata la depresión. Y ojalá sea rápido.

Al terminar de arreglar sus cosas, se dispuso a bañarse y meterse a la cama para dormir. «Pronto el será solo un lujo», pensó resignada. Cerró sus ojos esperando conciliar el sueño, y en cuestión de minutos ya sentía que su cuerpo se relajaba, despejando su mente de todos sus pesares y frustraciones.

¡¡Ring, ring!!

Se levantó asustada y desubicada sin saber que estaba sucediendo, un estruendoso sonido la había despertado. Tranquilizó su respiración y calmó su pulso, aún estaba en su oscura habitación y el sonido provenía de su alarma despertador, ya eran las cinco de la mañana.

—¿Qué? ¿Ya? —se quejó de su mala suerte—. Pero si me acababa de dormir.

Se levantó entre lloriqueos, se bañó y vistió con el monótono uniforme escolar. Un horrible jumper amarillo chillón, camisilla blanca, zapatos negros y medias blancas hasta las rodillas, justo donde acaba la falda. Arregló sus frondosos risos rojos, dándole brillo y suavidad tanto como le gustaba. «Si este va ser un año de muerte, que por lo menos me agarre bien arreglada», pensó mientras se admiraba en el espejo.

Bajó silenciosamente a la cocina para tomar su desayuno, esperando no despertar a sus padres. Sin embargo, al llegar su madre ya estaba cocinando.

—Buenos días, mamá —entró con cuidado a la cocina sabiendo que su madre estaría aún enojada.

—Preparé café con leche, hay cereal, manzana picada y yogurt de fresa —se apresuró a decir Virginia sin siquiera saludar o mirarla a la cara—. En el mesón de la sala está el dinero de tus gastos para la semana entera, no te lo acabes antes de tiempo porque no hay más.

Virginia salió apresurada de la cocina, aún muy enojada con su hija. «Se supone que la niña berrinchuda, infantil y que hace cantaletas aquí soy yo», pensó con sarcasmo. Tomó su desayuno con calma, aún le quedaban cuarenta y cinco minutos para estar en la escuela. «Igual es el primer día, puedo demorarme un poco», pensó Carolina despreocupada.

—No vayas a llegar tarde, Carolina, apresúrate —gritó Virginia desde su habitación.

«Ya se estaba demorando», pensó irónica y muy irritada.

—Sí, mamá —contestó con fingida obediencia—, ya casi salgo.

Se cepilló los dientes, se maquilló solo un poco, algo de polvo, rubor natural, brillo de labios y alisó un poco su uniforme. Salió de casa directo a la parada de buses que quedaba a solo una cuadra, y en menos de media hora ya estaba entrando al que, irónicamente, sería su refugio de las constantes críticas de su madre, aunque también sea un símbolo de su eterno sufrimiento.

Entró cabizbaja, a su alrededor ya había decenas de estudiantes que se reencontraban después de las vacaciones de fin de año. La algarabía y las risas inundaban el patío recreativo de la escuela. Pero justo detrás de ella, un tímido chico recién llegaba al plantel escolar, observándola detenidamente y decidido a acercarse.

—Hola, Caro —una familiar y grave voz masculina la saludó sorprendiéndola, dando un pequeño salto.

—¡Dylan! —exclamó Carolina ahogando un pequeño grito—. Que susto me diste.

—Lo siento, no quise asustarte —se excusó avergonzado.

—Tranquilo, no fue nada —dijo entre risas nerviosas—. Solo estaba un poco distraída. ¿Cómo te recibió el nuevo año?

—Bien —contestó sonriente—, aburrido, pero bien. ¿Qué tal tus vacaciones?

—Mmmm... Pues... —hizo un gesto de desagrado—. Hay salud, es lo que importa, ¿no?

—¿Tan mal estuvieron? —preguntó Dylan preocupado.

—La verdad, decir mal es poco —sonrió con tristeza—. Y las tuyas, ¿qué tal?

—¡Qué te digo! —se encogió de hombros—. Ni salud tuve.

—Terrible, ya sé quién me servirá de consuelo. —Carolina dijo con diversión en su voz.

—¡Gracias, tan amable como siempre! —replicó con sarcasmo.

—De nada, todo un gusto —dijo Carolina entre risas.

Dylan correspondió con una enorme sonrisa, le encantaba verla reír, aunque fuese solo por pequeños ratos. Se conocían desde sexto grado, siendo la primera persona con la que habló al entrar a esa escuela, la primera amiga verdadera que había tenido en la vida entera y su primera ilusión amorosa. Sin embargo, para su mala fortuna desde octavo Carolina se vio obligada a alejarse de muchos de sus amigos con la excusa de necesitar el tiempo para estudiar, y eso lo incluyó a él. Le dolió sobremanera su lejanía, y debido a ello se sentía nervioso y tímido cuando por fin podía dirigirle la palabra, en especial en esos momentos en que su hermosa sonrisa lo cautivaba por completo.

—M-muy graciosa, Miller —titubeó nervioso—, hablamos luego.

—Claro —contestó Carolina, ya sin rastro de la poca alegría que le había generado el hablar con uno de sus muy escasos «amigos».

Lo vio alejarse rumbo a los baños de la escuela, recordando y lamentándose en silencio por el gran amigo que había perdido por culpa de las exigencias de sus padres. En realidad, su vida se había convertido en un mar de lamentos, siendo ese solo uno de los puntos más dolorosos a relucir.

Observó con algo de envidia las fotos y videos que tomaban sus compañeros, las maravillosas aventuras que tenían durante sus vacaciones; miró con algo de nostalgia los grupos que se reencontraban y saludaban enérgicamente en el patio de la escuela después de varios meses sin verse, pero que aún después de la lejanía su amistad prevalecía.

Mientras todos revoloteaban y reían, Carolina decidió acomodarse en las gradas de la cancha de baloncesto, en la parte más alta para poder ver desde arriba y en su soledad, a todos con quienes tendría que pasar la mayor parte de este año, sin tener la posibilidad y libertad de crear lazos amistosos o afectivos. Y para matar el tiempo, mientras los profesores salían a dar la bienvenida a todos sus alumnos, ella sacó su arma secreta contra el aburrimiento y el ocio, su único amigo permitido: un libro.

Distraída en su lectura, no tenía noción del tiempo ni del espacio. Varias veces se le olvidaba que estaba en la escuela, justo a mitad de clase. Pero, la sensación de ser observada recorrió su cuerpo como un hormigueo, por lo que desvió la mirada de su libro para ver de quién se trataba.

Entrando por el portón principal, venían varias personas desconocidas: tres hombres adultos, una mujer, tres chicas y dos chicos. Uno de ellos, alto, guapo, de tez blanca, cabello negro y ondulado, la miraba fijamente con un par de ojos verdes esmeralda, los más hermosos que había visto en su vida. Quedó atrapada en la profundidad de su mirada y alcanzó a ver el inicio de una sonrisa, pero un rostro cachetón, moreno y sonriente interrumpió la conexión.

—¡Caro, Carito! —Megan Murphy saludó enérgica.

—¡Hola, Megan! —Devolvió el saludo con la misma alegría.

Desvió su miranda buscando a aquel chico, pero ya había entrado al pabellón principal de la escuela.

—¡Mmmm! ¡Quién te ve tan inocente! —comentó Megan en tono pícaro—. Te pillé, bandida.

—¿Qué? —preguntó un poco alarmada.

—Lo viste, ¿cierto? —dijo señalando la entrada del pabellón—. Todo un bombón.

—¿Cuál de los dos? Sé más específica —recalcó sabiendo que se refería solo a uno de los dos chicos.

—No te hagas —rio incrédula—, obviamente el morenazo de ojos verdes, que por cierto se quedó mirándote fija y seductoramente.

—Ah, eso. Sí, creo —señaló Carolina con fingida aceptación—. Pero no, niña loca, no me estaba mirando fija y seductoramente.

—Ajá, eso crees tú —señaló en tono burlón—. Y, ¿por qué te quedaste como boba mirando?

—Yo no, jamás —se defendió Carolina—, estaba leyendo mi libro, ¿no ves?

Mostró con orgullo su nueva adquisición, la última edición de Las crónicas de Kane: la pirámide roja, de Rick Riordan.

—Genial, ¿me lo prestas? —suplicó con inocencia—. Prometo devolverlo entero, sin manchas ni nada.

—Cuando lo termine, sabes que lo hago rápido —aseguró Carolina.

—¿Qué hiciste en las vacaciones? —preguntó Megan.

—Lo de siempre, aseo, estudio y leer —confesó Carolina con tono aburrido.

—¿En serio? —se espantó Megan—. ¿No te dejaron salir?

—Mmmm... Sí, ayer fui al centro comercial, vi una peli y comí lasaña.

—¡Jesús! Yo me volvería loca si me presionaran tanto.

—Lo sé —dijo Carolina suspirando con resignación—. ¿Y sabes qué es lo peor?

—A ver, ¿qué hicieron? ¡Ya nada puede sorprenderme!

—Me inscribieron en un curso intensivo para prepararme para las pruebas ICFES —escupió con rabia—, empieza dentro de un mes, será los sábados todo el bendito día.

—¡Retiro lo dicho! —Megan no daba crédito a lo que escuchó—. Lo siento mucho, pero ellos están locos, los dos. O... te quieren matar y cobrar algún tipo de seguro.

—Claro, eso tiene mucho, muchísimo sentido —exclamó Carolina con sarcasmo.

Ambas rompieron en risas, Megan también era una de las pocas personas de entre todos sus compañeros a la que podía decirle «amiga». Era con quien más se relacionaba y conversaba, le generaba una familiar sensación de comodidad, podía hablar con ella de cualquier cosa sin temor a que todo el mundo se entere, pero de igual forma, ella tenía su grupo de amigas y Carolina no estaba en él.

—¡Megan! —Una de sus compañeras, Morgan Baker, le llamó con animada urgencia.

—¡Voy! —gritó Megan en respuesta—. Hablamos luego, ¿vale?

—Dale.

—¡Feliz año! —Se fue riendo a carcajadas.

—Sí, feliz año —contestó Carolina en tono abatido, viendo y deseando poder estar una vez más entre un grupo de amigas como lo hacía Megan.

Pero sabía muy bien que su madre no lo permitiría porque, según ella, «no son amigos reales y lo único que harán será quitarte valioso tiempo que puedes usar para estudiar. Ellos no te meterán por tu linda carita a la universidad, ¿o sí?» Sí, sonaba radical e incluso cruel, pero esa era la forma de pensar de su madre.

¡Ring!

El timbre que indicaba la entrada a los salones de clase, había sonado. Se dirigió a paso lento a su habitual salón, en el mismo puesto, el último de la fila del lado izquierdo del aula junto a las ventanas. Le gustaba distraerse mirando el cielo azul, las aves volar libres y los niños jugando en el campo de futbol al otro lado de la calle. Por lo general los pupitres se alineaban de a dos, pero al ser un número impar de estudiantes, ella era la única que permanecía sola. Solo estaba acompañada en los momentos de ayuda voluntaria, en los cuales impartía clases a sus compañeros que necesitaban mejorar con urgencia sus notas.

—Buenos días, jóvenes —saludó con formalidad el rector del colegio, Lucas Anderson—, espero hayan disfrutado de sus vacaciones y vengan preparados para este nuevo año escolar, el último para ustedes. Me temo que iniciarán con una mala noticia: su tutora, la profesora Richardson, aceptó la jubilación después de tantos años de labor como docente de esta institución...

Fue interrumpido por los cuchicheos de los estudiantes, sorprendidos por la repentina noticia. La profesora Richardson había sido su directora de grupo o tutora desde 5° grado, y para algunos desde transición, incluyendo a Carolina.

—Silencio, jóvenes —advirtió con voz dura—. Sé que es algo sorpresivo, créanme que tampoco lo esperaba, pero así es. Sin embargo, ya tenemos contratado a un profesor nuevo quien se encargará de guiarlos en este año. Ni crean que se iban a quedar sin tutor, no señor. Siga, por favor.

La mujer de unos treinta y tantos que había visto entrar a la institución junto a los demás, ingresó al aula de clase vestida de forma elegante y con un porte de mujer fina.

—Jóvenes, les presento a la profesora y su nueva tutora, Evelyn Fernández —continuó el rector—. Profesora, la dejo con sus alumnos. Ya saben, jóvenes, compórtense, no me hagan quedar mal.

Su comentario desató una ola de risas entre todos los presentes, incluyendo la nueva maestra.

—Otra cosa —el rector regresó sobre sus pasos—, casi lo olvido, la psicóloga renunció por motivos de mudanza así que por ahora y en tiempo indefinido, la nueva psicóloga será la maestra Evelyn. Así que quienes tenían asesoría, pueden reunirse con ella después de clases. Ahora sí, los dejo con su profesora. ¡Ojo con lo que hacen, muchachos, los vigilo!

Las risas siguieron resonando en el aula, pero esta vez Carolina sintió menos ganas de unirse a la carcajada. Desde ese episodio nervioso en octavo grado, había estado en una especie de terapia con la psicóloga Monserrate, la única persona en la escuela aparte de su extutora Richardson que sabían su historial completo, y las únicas con las cuales tenía plena confianza. Pero ahora, ninguna de las dos estaba allí. «Este será el peor año de la vida», pensó con cansancio.

—Buenos días, chicos y chicas —saludó jovialmente la nueva maestra—, me alegra poder tenerlos como mis alumnos. Siendo sincera, esta es la primera vez en todos mis años de carrera en el cual me asignan un curso de último año para ser su tutora. Por lo general, solo me asignaban hasta el 5° grado, pero espero poder conocerlos bien a todos y que se gocen esta última aventura escolar. Lo extrañaran después cuando vayan a la universidad, lo digo por experiencia, en serio.

Las risas volvieron, todos menos Carolina se reían porque sabía a la perfección que es la realidad, una a la cual se enfrentará desde ese mismo año gracias a las exigencias de sus padres. Bajó la mirada a su libro para evitar el contacto visual con su maestra, lo que menos quería era que se dieran cuenta de su estado emocional y mucho menos llamar la atención, ya tendría tiempo después para poner al día a la nueva psicóloga sobre sus pesares.

Regresó a su lectura, reanudándola por donde había quedado antes de entrar al salón de clases. Su atención se centró plenamente en las páginas y letras que con tanto entusiasmo leía, tanto así que no escuchaba lo que sucedía a su alrededor. La maestra continuó hablando con emoción dirigiéndose a todos sus nuevos estudiantes, pero ella solo escuchaba susurros ahogados, como si estuviesen a kilómetros de distancia.

—... Por lo pronto, quiero presentarles a un compañero nuevo, Alex pasa por favor.

Se había perdido en la lectura sin darse cuenta, pero por segunda vez sintió que la observaban, por lo que decidió levantar la mirada y encontrar un par de ojos verdes esmeralda observándola fijamente. Era el mismo chico que había visto hace rato en la entrada, y ahora era su compañero de clase.

—... disculpa, ¿me regalas tu nombre? —preguntó la profesora Evelyn señalándola como por segunda vez, fijándose de más en el libro que yacía abierto sobre su pupitre.

—¿Quién? ¿Yo? —preguntó una Carolina desorientada.

—Sí, tú —añadió en tono burlón, provocando varias risas de sus compañeros, y de Alex.

—Claro. —Se levantó de su asiento de la forma más elegante posible, cerrando cautelosamente su libro—. Mi nombre es Carolina Miller, mucho gusto.

—Mucho gusto, cariño —contestó la maestra mirando la lista de estudiantes—. Waw, tus notas son excelentes, espero sigan así. Bueno, Carolina, al ser la única con un asiento disponible, te presento a tu nuevo compañero. Alex, ve a sentarte por favor.

—Gracias, profe —contestó sonriente, provocando algunas sonrisas picaras de sus compañeras.

Se acercó a su nuevo asiento junto a Carolina, quien seguía atónita a la noticia. Se sentó lentamente en su asiento, sin quitarle los ojos a su nuevo compañero. «¿Acaso estamos en cámara lenta, o solo es mi cabeza jugando conmigo?», pensó anonadada.

—Mucho gusto —saludó con una amplia sonrisa, ofreciendo su mano con gesto amable—, Alex Cooper.

Hola, mis lindas pulguitas.

¿Qué tal todo, comieron y tomaron awita?

Para el que dijo que no, hay chancla, los que sí, tengan una galletita 🍪

Esta historia nunca estuvo aquí, creo, aún así fue el segundo libro que escribí en mmi vida, por lo que aun tiene un lugar especial en mi kokoro oxidaddo.

¿Empezamos con los team?
Espero ninguno diga el #TeamPadresCastrosos

Y si alguien es #TeamCarolina lo siento, deseo libertad para ti

Los amo, mamá pulga a mimir


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