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Capítulo 7.- Ojos... blancos?

Tenía los ojos... ¿Blancos?

Siete horas después de esa gran pregunta, al fin me encontraba en casa. ¿Qué había pasado en ese tiempo? En cuanto me dijeron aquella extraña frase me levanté y fuí directamente al espejo y, en efecto, los tenía completamente blancos, pero no me asusté, más bien recordé algo.

Estaba siendo golpeada en la cara y abdomen a base de puñetazos, escupía sangre, pero estaba acostumbrada, ya no me dolía tanto, o al menos no lo expresaba. Tenía sed de vengarme, quería derribarlos y escapar de allí. Dolía y eso quería hacérselos pagar.

Me cogieron de los pelos con una mano, haciéndome mirar a un espejo, viendo mi cara entre la poca luz de la sala llena de pequeños cortes, sudada y echando sangre de la boca, pero algo que llamó mi gran atención, esos ojos blancos que, aunque hubiera poca luz, brillaban resaltando y destacando por encima de todo. No me importaban los cortes, el daño recibido, la sangre que tenía que echar, sólo me importaba ese brillo inusual de mis ojos tan poco común.

Recuerda pequeña Zeta –empezó a mencionar la mujer que mantenía sujetándome. –A partir de ahora, recordarás y pertenecerás luchando para nosotros, sólo debes aguantar.

No entendí nada de ese recuerdo, pero sabía que no era bueno y que fue la primera vez que vi ese único color de ojos. Ese color de ojos se mantuvo hasta que me relajé al llegar en el hospital, me hicieron pruebas, pero todo salía correcto, que nada estaba mal conmigo, entonces, ¿qué ocurría? ¿Por qué entonces me pasaba sólo a mí? No entendía nada, pero incluso pensé que sería mejor no saberlo ¿para qué?

Ahora me encontraba en el baño de mi cuarto, mirándome en el espejo intentando encontrar un rastro de ese extraño color que antes apareció. ¿Por qué cuando me enfadé con mis padres cuando hubo el malentendido no pasó? ¿Por qué se suponía que me pasaba a mí si todo estaba bien? Tantas preguntas que no encontraba respuesta, tanta gente y a ninguna podía preguntar, tantos misterios y tan pocos resueltos...

Resoplé desesperada, no podía creer que aún estaba pensando en lo mismo y nada, odio cuando no sé algo. Respiré hondo intentando pensar más tranquila, encontrar algo algún motivo, algo. Hombre, cuando soñé (recordé) ese momento y me despertaron, ahí tuve los ojos blancos. Y cuando recordé esto último, brillaban más que nunca, ¿puede ser... por venganza?

PNo, suena estúpido. ¿Dolor? No lo creo, no me sentía tan dolorida... A lo mejor... Cerré los ojos y probé en pensar en matar, esos hombres haciéndome daño una y otra vez, dañando y menospreciándome, centrándome no en el daño, sino en las ganas de matarlos y hacerles peor que lo que yo sufría.

Abrí los ojos molesta y ahí estaban, ese brillo con el color de ojos tan único que me diferenciaba. Tan surrealista, pero... no se sentiría mal vengarme, sentir su sangre en mis manos, mientras suplican piedad de rodillas atados de todo el cuerpo mientras les arranco las uñas, cortándoles cada parte de su cuerpo y a la vez curándoselo para disfrutar cada segundo de su dolor.

Pero ¿qué mierda estoy pensando? No joder, no pienses en esas tonterías tan turbias. Negué con la cabeza para sacármelo de la cabeza y volvieron mis ojos al color normal de siempre. Joder esto no debería de estar sucediendo, no debería de pensar en esas cosas.

Que, a ver, no estaría mal darles de su propia medicina, pero ¿tan así? ¿Hasta ese punto? Hice dos pruebas más en el espejo, una de intentar dar miedo con la mirada (que en efecto mis ojos cambiaron de color) y el de modo empoderamiento (con el mismo efecto). Al menos ya sabía controlarlo un poco y cómo quitarlos, algo es algo. Bajé a cenar rápido y sobre las 9 de la noche ya me dormí. La verdad que estaba cansada y cómo iba a hacer deporte al día siguiente a la misma hora pues debía madrugar.

Sonó la alarma a las 6 de la mañana, lo apagué a los dos tonos y volví a tumbarme. No entendía cómo ayer a estas horas estaba tan despierta, y ahora estaba tan agotada que no quería ni moverme. Cuando me estaba acomodando de nuevo en la cama, sonó mi segunda alarma de cinco que me puse por si acaso (y menos mal), así que bufé y me levanté sin ánimos.

Tras 30 minutos ya estaba vestida, desayunada, con energías de empezar el deporte y ya llegando al lugar dónde entrenar. Es verdad que tenía más ganas de disparar que otra cosa, pero oye, iba. Los primeros 45 minutos normal, con cardio y ejercicios de piernas e glúteos. Ya habíamos acabado el ejercicio físico y ahora tocaba la parte que ya deseaba ensañar, disparar. Terminamos de recoger lo usado en el entrenamiento y me llevó hasta una sala dónde había objetivos donde disparar y diferentes armas sin sus cargadores correspondientes ya estaban preparadas en una mesa frente a mí.

–Bien Emma –empezó a hablar Bruce. –Te enseñaré primero cómo sostener un arma, es importante ya que cada una es diferente, aparte del tamaño también cómo pesa las balas, los cargadores, las mirillas, todo.

–Eso es fácil, se hace así, ¿no? –agarré una pistola con su cargador y la puse, dejándome llevar por mí instinto, así echando la corredera para así cargarla y ponerme en posición de disparar mirando el objetivo.

–Pues sí, sí que lo sabes –suspiró sorprendido, notando su mirada sobre mí. –Bueno, pero una pistola seguramente la hayas visto en alguna película, pero es complicado acertar ya que no siempre es exactamente dónde apuntamos sino un poco más arriba o...

Disparé así interrumpiendo su charla de golpe, dando en todo el centro del objetivo que, según yo, estaba a unos... ¿30 metros? Sí, creo que sí, así que algo difícil era de ver, y por mi instinto voy y le doy justo en la diana.

–¿Eso era difícil? ¿Por qué no me enseñas mejor a cómo pelear o disparar con otras armas? Digo, ya ves que con las comunes es fácil para mí –respondí sarcástica.

–Sólo has usado un arma, no hables de más cuando no has probado las demás.

¿Qué no? Uy, me acaba de retar y esta la va a perder. Sonreí ganadora y enseguida cogí cada arma, la cargué y disparé al mismo objetivo e incluso a los de al lado, dando todos en la liana sin fallar ninguno, pero lo que no se esperaba que con la última arma lo cogiera y en vez de apuntar a los objetivos, le apunté a la cabeza de él, su reacción fue taparse con las manos, pero cuando apreté el gatillo, se dio cuenta que no la había cargado.

–Se me olvidó cargar ésta, que pena –sonreí maliciosa.

Dejé el arma y salí de la sala con mi padre detrás, alucinando conmigo. Caminamos hasta que salimos del recinto y nos montamos de vuelta en el coche, dando un portazo detrás de cada uno mientras él mantenía una sonrisa llena de energía, mientras que yo no comprendía lo que acababa de pasar.

¿Acabo de disparar diferentes armas cómo si las controlara de toda la vida, una vida del cuál no recuerdo y aun así lo controlaba mejor que el propio policía? No lo entiendo.

–Hija, acabas de... –empezó a hablar emocionado.

–No has visto nada –interrumpí seria, borrando su sonrisa y sin entender por qué me ponía así. –Será mejor volver a casa, se está haciendo tarde y a las 11 he quedado con Alex, creo que así se llamaba.

–De acuerdo fiera, no te pongas nerviosa –vaciló arrancando el coche.

Mientras íbamos a casa miraba a través de la ventanilla del coche, fingiendo observar las hermosas vistas de árboles, casas llenas de familias que podrían estar jodidas o felices mientras yo repetía la escena una, y otra, y otra vez en mi cabeza,.

En cada ocasión, cambiaba el objetivo, primero a una chica cualquiera, llorando mientras suplicaba piedad, el siguiente un anciano psicópata que reclamaba que le matara, el tercero uno de mi edad que no hacía nada, no me miraba, no sonreía ni lloraba, no hacía nada. El cuarto y último pensé en una niña, una chica que entre lágrimas y tiembles intentaba mostrar calma y tranquilidad, que todo iba a estar bien y feliz cómo siempre había querido.

Esa niña era yo.

Una niña que sólo deseaba ser feliz, una chica que soñaba a lo grande, aunque siempre tuviera problemas, ya sean sin querer, sin ella que ver o ocasionados, haciendo que la gente de su alrededor se volviera loca de sólo verla, le chillara y le abofeteara la vida volviéndola a la realidad. La triste, dura e insignificante vida. Esa misma que la odiaba a una perfecta niña que sólo la sabían llenar de odio, aunque esbozara una sonrisa y repartiera amor.

–¿Pequeña? –preguntó mi padre, sacándome de mis pensamientos y dándome cuenta de tres cosas.

La primera, que estaba temblando, la segunda que estaba llorando sin notarlo, y la tercera y última, que volvía a tener mis ojos blancos, brillando por encima de todo, cómo si magia se tratase.

No dudé en limpiar mis lágrimas rápidamente e intentar dejar de temblar, aunque costaba. Mucho.

–Ey chiquilla, ven, mírame –frenó el coche en cuanto vio un parking de carga y descarga y, tomándome de las manos con cuidado, las separó de mi cara y me hizo verle a los ojos. –¿Qué no nos has contado pequeña?

No podía. Joder no puedo contar lo que pensaba porque se me hacía un nudo en la garganta. Mi única respuesta fue llorar, llorar más y más fuerte mientras él viendo que no podía, me abrazó durante una hora, toda una hora hasta que finalmente me calmé. Me desahogué. Me había desahogado con mi padre lo que no pude en todo este tiempo, y sin apartarme de él, le conté el cómo mis ojos se volvían de ese color tan único, que desde entonces recuerdo cosas o me vienen a la mente cosas que, sin contexto, no las entiendo. Y, por último, que actúo sin pensar y eso hizo que disparara tan bien y sacara ese lado de mí desconocido hasta la fecha, pero que me hacía tan bien sentir y sin querer que se vaya. Y tenía miedo.

Me separé finalmente de él limpiándome las lágrimas, no quería que mi otro padre me encontrara en ese estado porque no quería preocuparle, no por esta tontería. ¿Imaginar matar a gente o que te hacían daño sin saber el motivo? Por favor, está sobrevalorado. Abrí la puerta del coche mientras me quitaba el cinturón de seguridad y me levanté para irme ya que nos encontrábamos en la puerta de casa, pero antes de cerrar esta, mi padre habló de vuelta.

–No le diré nada a tu padre, pero estoy aquí contigo para lo que necesites, ¿de acuerdo?

Sonreí, aunque no me viera, aceptando con la cabeza y cerrando al fin la puerta y entrando en la casa que tanto echaba de menos y era tan acogedora.

~No tiene texto JAJAJAJAJJA estoy corrigiendolo hoy día 20 de febrero y me acabo de dar cuenta que no tiene texto, increíble~

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