Capítulo 11.- Un favor
Caminaba entre las salas llenas de gente, resonando entre los pasillos mis tacones altos mientras llegaba a mi destino, mi estúpido e insignificante destino. Al llegar a la sala ahora llenada por mí, me senté en mi silla correspondientes mientras me ponía las gafas y encendía el pequeño ordenador para buscar información sobre los nuevos comerciantes que entraban esta semana y cómo aumentaban los pedidos.
Era muuuuy interesante saber hacer eso, ¿no? Porque, sinceramente, para mí era una auténtica mierda. No lo digo a malas (eso digo delante de mi superiora), pero es toda una porquería tener que estar trabajando cómo gerente y directora comercial con 17 años mientras estudio en casa y, por ser tan adelantada, acabar ahora la universidad para supuestamente ser soldada en el ejército. Tonterías. Un trabajo de tiempo completo que sólo hace arruinarte la vida ya que es lo único que puedes, obedecer. De esto se trata mi vida, una insegura, tóxica, asquerosa, inútil y mala vida.
Sonó que alguien tocaba la puerta así que le hice entrar.
–Pasa por favor –fingí una voz amable y una sonrisa que, al ver que se trataba de Robert, la borré y bufé. –Coño, pensé que eras cualquiera de estos imbéciles estúpidos que no saben ni darle a un botón –me quejé, dejando mi cabeza caer en mis manos.
–Yo también te quiero –bromeó en sarcasmo, aunque sabía que, en muy en el fondo, de verdad me quiere. –Toma anda, tu chocolate calentito para que subas esta moral.
Cómo si me pasara una corriente eléctrica pasara por todo mi cuerpo, me levanté de la silla exageradamente rápido para tomar la taza de chocolate y volverme a sentar mientras disfrutaba del tan buen olor que generaba.
–Mmmmm, chocolate –susurré mientras sonreía, parecía una niña pequeña con un caramelo que deseó durante tanto tiempo que ni se acordaba de él hasta que lo tuvo.
–Tomoe, ¿estás segura en aceptar el cargo de directora general? –soltó de golpe preocupado, mientras yo seguía disfrutando tranquila de mi precioso momento de tranquilidad. –Es mucho trabajo y, bastante tienes con todo lo que haces –empezó a caminar de lado a lado exagerando la situación mientras movía las manos cómo un gorila (no bromeo). –Es que me parece injusto que, entre que haces el trabajo de todos más el tuyo mismo, ahora tengas que hacer todo eso, ser la responsable de absolutamente TOOODOS los trabajos, tener que ir a las conferencias, hacerte cargo de todos los malentendidos, y encima entre...
–Robert, deja de deprimirme más, si quisiera estarlo sólo me miraría en el espejo –dije manteniendo la calma.
Manteniéndola por fuera. Por dentro estoy llorando, gritando, queriendo pegar hasta matar a quien se le haya ocurrido la grandísima idea de encargarme de prácticamente todo, irme del país y luego de ver las hermosas vistas de su puta madre en una tumba, entonces morir.
–¡QUE NO DIGAS ESO! –se quejó mientras cogía lo primero que encontró su mano (un boli) y lo tiró hacia mí, fallando por mis grandísimos reflejos. –Eres hermosa joder, una persona increíble que hace todo por los demás y que está mal en su parte porque debería de cuidarse a ella misma.
–Mira cariño, otra cursilería de esas y te mando al ataúd que tengo detrás de esa puesta –indiqué a mi puerta de la derecha, que normalmente eso sería un baño.
Normalmente.
–No me vas a engañar, ¿quién tiene un ataúd en estos días? –preguntó mientras se reía, al ver que yo no lo hacía, ya bufó y empezó a caminar hacia esa sala- Tomoe Meyer, ¿no hay un ataúd en esa sala que debería de ser el baño, verdad que no? –empezó a reír nervioso, asimilando cuál era la posibilidad de su respuesta.
Al no responder se asustó y abrió la puerta, ahí empezando a estallar en carcajadas.
–¿¡EN SERIO CREÍSTE QUE TENDRÍA UNO AHÍ?! –respondí entre risas, mientras me miraba con una mirada de pocos amigos.
–Cabrona, me asustaste, conociéndote seguramente tendrías uno.
Y no sólo uno cariño.
–No sólo uno mi amor precioso, tendría el de cada uno de los de aquí incluyendo uno lleno de joyas y reliquias esperando a ser llenado por ti –dije intentando sonar amenazante, pero nuestra risa era contagiosa.
–Muy graciosa puta barata.
–Tomoe –me llamó una chica que estaba en la puerta, rápidamente dejándonos de reír y manteniendo la compostura. –Alix ha llegado.
¿Alix ha llegado? Qué raro, normalmente no viene al mediodía.
–Claro, enseguida iré a verla –dije cordial.
Tenía un mal presentimiento, ya no sólo de que ella esté aquí sino por otro motivo, otro asunto que no logro descifrar el por qué.
–Será mejor que vayas –avisó intentando animarme, haciendo que bufase, me terminara de una el chocolate restante y levantándome de mi sitio.
–Cuando acabe mi reunión ¿me invitarás a una copa?
–Eres menor, no puedes beber cómo un adulto –advirtió, cosa que tenía mucha razón.
–Verdad, pero también no debería de trabajar cómo una adulta y aquí estamos –contraataqué, sabiendo los 2 que por mala suerte era así.
Salí de mi despacho para dirigirme al de la jefa, aunque sinceramente estaba CAGADA. Osea literalmente todos aquí le tenemos miedo, con mencionar que el anterior encargado de mi trabajo le hizo creer y trabajar que iba a ocupar su sitio y sólo se aprovechó de él, tanto que ahora trabaja en un puesto de Mc Donalds y ella con mayores fondos, más tranquila y mejor profesionalmente.
Es verdad que literalmente no se la puede mirar a la cara porque da muchísimo miedo (y más esa seguridad en sí misma que sabe que tiene poder) pero en el fondo, la quiero, aunque sea un poco. Ya me encontraba delante de su puerta, entre asustada y a la vez tranquila, después de haber subido un piso por las escaleras y caminar por los grandes pasillos que inundan la zona. Suspiré antes de, sutilmente, dar 3 golpes en la puerta, pero suficientemente fuertes para que se escuchara.
–Entra –ordenó la voz detrás de la puerta.
Respiré hondo una última vez y entré, manteniendo mi mirada en el suelo porque literalmente no me atrevía a verla.
Sólo recuerda respirar, sonreír y ser amable, sobretodo sonreír.
–Soy yo, ¿desea alguna cosa? –pregunté intentando sonar amable mientras mantenía una sonrisa falsa.
No me atrevía a mirarla, me daba más miedo y respeto a la vez. Vi de reojo cómo dejaba los papeles que mantenía en la mesa y se acercó despacio hacia mí, solamente escuchando sus tacones en el inmenso silencio de la sala.
–Al fin apareciste querida –empezó a hablar, tragué seco antes de responder con sutileza.
–Sí, estaba terminando unos asuntos, pero ya está arreglado.
Me inspeccionó de arriba abajo, podía notar su dura y fría mirada en todo mi ser. Después de eternos segundos empezó a reírse maliciosamente, entrándome terribles escalofríos que recorrieron todo mi ser.
–No te llamé por eso, quería... preguntarte algo –mencionó intentando tranquilizarme, consiguiendo todo lo contrario.
–¿Para qué? –pregunté levantando un poco la mirada, curiosa.
Sólo me miraba con una sonrisa pícara mientras se acariciaba la barbilla, pensativa. No sé qué estaba pensando, pero aún mantenía con esa sensación entre peligro, miedo y tristeza, era... extraña.
–Me encanta que seas así de curiosa –rió y se giró para caminar hacia su escritorio, sentándose en la mesa mirando el gran ventanal que estaba detrás. –Dime una cosa, querida, ¿has notado una mala sensación en estos últimos minutos? –preguntó de repente.
¿Una mala sensación? A ver, es verdad que tenía una sensación ahora, pero era extraña, tirando a mala, pero no del todo.
–¿Una mala... sensación? –repetí incrédula, esperando que me mirara o hiciera algo, pero simplemente no lo hacía. –¿A qué te refieres? No te entiendo.
–Me refiero que si has sentido una extraña sensación, una que no sabes cómo sentirte, como si estuvieras fuera de tu cuerpo, que no perteneces aquí o, simplemente, no te sientes llena, no, mejor dicho, completa.
–Sí, lo he sentido hace pocos minutos, pero ¿por qué eso es importante? –le resté importancia, riendo sarcástica. –No es cómo si me pasara algo grave, ¿no? O mejor, ¿por qué debería importarte? Debería mejor trabajar más y explotarme, ¿no lo cree? –empecé a enfadarme, saliendo todo lo que me mantuve callada- oh vamos, creo que se está pasando con esto, te estás sobrellevando joder, haces demasiado daño a los demás y ahora te preocupas, bravísimo.
–Cállate estúpida anormal de pacotilla –masculló, callándome de inmediato.
Mierda, me he dejado llevar demasiado.
–Lo siento –me disculpé más tranquila- no debí hablarte así, perdona.
–No, si lo que quiero que lo eches.
¿Eh?
–Explica eso, están pasando muchas cosas y sigo sin entender.
–Me refiero a que quiero que eches esa furia a tus objetivos, a quien deberías de mostrar ese lado cómo los inútiles de este trabajo, a quienes te molestan en la oficina o te dejan trabajo de ellos sólo para aprovecharse de ti, a esos que ahora mismo acabo de despedir.
Se levantó de la mesa acercándose a mí, bajando automáticamente la mirada para no verla a la cara, pero sin esperarlo me cogió de mi barbilla obligándola a mirarla a los ojos.
Esos ojos azules que tanto terror daban, que te penetraban y buscaban en tu interior cualquier barrera rota para terminar de destrozarla y obligarte a hacer lo que ella quiera. Pero no es aquello que te hacía sentir, no son unos simples ojos azules, son más que esos, más brillantes, más peligrosos y más demoledores que el resto. Tan únicos cómo los míos.
–Vas a encargarte de este pequeño favor.
~Hola a todxs!! Espero que estéis genial, aquí está el siguiente capítulo y espero que os guste, quién será Tomoe? Esta semana volveré a subir otro capítulo cuando pueda y espero sigáis aquí. Muchas gracias por leer hasta aquí y, sin más que decir, bye!!~
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