CAPÍTULO VEINTISIETE - UNA AMISTAD
Miércoles, 24 de noviembre del 2021
Ahora mismo estoy en el centro del abismo, que es como llamo desde pequeña a los últimos días de noviembre. Hace un mes cumplí diecisiete años y en un mes será Nochebuena. Normalmente, por estas fechas, me devanaba los sesos intentando encontrar el regalo perfecto para pedirle al hombre de rojo, que era como llamaba a Papa Noel.
Para ser nuestro último año en el instituto, nos lo estamos tomando todos con mucha calma y, tengo que admitir, que me encanta estar en segundo de bachillerato, sin que haya chicas mayores que me miren como si fuesen mejores.
Lo que te gusta es que ya no estén las acosadoras que no dejaban a Bert tranquilo.
Si las de mi curso y las de primero de bachiller también están todo el día detrás de él
Debemos aceptar que cada vez está más guapo.
No vamos a hacer nada de eso.
—¿Dónde está el compañero de piso más sexi de la ciudad? —me pregunta Omer al sentarse a mi lado en el recreo.
—Como ayer tuvo que ir a jugar a Tenerife, no pudo hacer el examen de matemáticas. Imagino que estará haciéndolo ahora —le digo un poco molesta, porque odio que siempre lo esté piropeando delante de mí, como si él lo necesitase.
—Pues seguro que las chicas van a llorar cuando se enteren.
—En momentos como estos, olvido completamente la razón por la que tú y yo somos amigos —respondo, malhumorada.
—¿Seguís sin arreglar las cosas? —pregunta Omer, bajando un poco la voz.
—No hay nada que arreglar, le dije que entre nosotros no puede haber nada más que una amistad y es lo que pienso —le digo por enésima vez.
—Eso le dijiste antes de que empezara el curso para que se fuese a jugar al Barceloneta, sin embargo, después de esa conversación, habéis coincidido en dos o tres salidas y siempre te acabas perdiendo con él.
—¿Y eso qué quiere decir? Tú también te enrollaste con una chica el fin de semana pasado.
—Sí, pero es que, en tu caso, siempre que te lo encuentras, acabas con él. Menos mal que casi todos los fines de semana está en Barcelona, si no os liais todas las semanas —me dice el muy pesado de mi amigo.
—Nunca he negado que Julius me parezca atractivo —le digo, sin darle importancia.
—Como diría Carla, se te caen las bragas cuando lo ves.
—¿Por qué todo el mundo puede hacer lo que le da la gana y yo no? —me quejo.
—Porque estás desperdiciando una oportunidad de oro. Un día llegará una chica guapísima y simpática y Julius comenzará a prestarle la misma atención que te presta a ti ahora, salvo con la diferencia de que la chica sabrá apreciarle y te quedarás con cara de idiota —me regaña Omer.
—No sé cómo explicarte que, aunque sea guapísimo, nosotros no somos compatibles. Ahora solo quiero dedicarme a intentar sacar buenas notas y prepararme para la universidad. No voy a poder quererle como él se merece.
—Entonces, ¿todo esto es porque es guapísimo? —me pregunta Omer, un poco contrariado.
—¿Quién es guapísimo? —pregunta Bert, que acaba de llegar a nuestro lado.
—Parece que tú —le responde Omer, con una sonrisa.
—Gracias, Anita —dice Bert antes de besarme en la boca delante de todo el instituto sin que yo pueda poner resistencia.
—¡Julius, te toca! —grita un chico, desde donde juegan al vóley.
—Me lo debías, ganamos con una diferencia de diecisiete puntos —me explica Bert, antes de separar nuestros labios e irse trotando hacia donde lo esperan los compañeros de equipo.
—Se nota que entre vosotros no hay nada —bromea Omer.
—¡Idiota! —me quejo.
—No veo la hora de que Carla se recupere de la gripe y venga a clase para que te aguante ella, Ana. ¿Por qué estás de tan malhumor? —se queja Omer.
—Porque tú me pones así —le contesto, más enfadada aún.
Omer tiene razón. Últimamente, estoy de un humor de perros. No sé a lo que es debido, pero ni salir a correr por las mañanas me calma. Mi tío me ha recomendado que me apunte a boxeo o a algún arte marcial, sin embargo, con mis clases de piano y la banda tengo suficientes actividades extraescolares.
—Esta tarde vamos a los entrenamientos, ¿te apuntas?
—Pero si nunca voy, no sé para qué insistes —me quejo esta vez yo.
—Pues por eso mismo. Si quieres solo vamos al de fútbol.
—Vale, pero luego me acompañas a casa.
—Trato —me dice Omer antes de darme un abrazo para cada uno irse a su casa.
No sé cómo me aguanta, cada vez estoy de peor humor, pero imagino que los amigos están para los buenos momentos y para los malos también.
Eso me recuerda lo mal que me he portado con Bert desde que lo conocí y sé que llegará un momento en el que él se canse y se busque a una chica más acorde a sus expectativas. Cuando lo conocí, lo traté fatal sin razón, luego dejé que me ayudara a sobrellevar la muerte de mi madre, para después ignorarlo.
Omer me ha dicho muchas veces que lo que he hecho es de mala persona y de aprovechada, que si no fuese porque me conoce bien, pensaría que lo he hecho con malas intenciones.
He intentado ser amable y paciente con Bert, pero no me sale. No entiendo el porqué, pero siempre hace algo que me saca de mis casillas, como el beso delante de todo el instituto.
Sé que todos se imaginan que tenemos una especie de relación, no obstante, nunca me había besado delante de mis compañeros. Todo es culpa de una estúpida apuesta donde yo le dije que si en Tenerife ganaba por más de quince puntos le daría un beso en cuanto lo viese, nunca creí que lo fuese a conseguir ni que se atreviese a besarme delante de todas sus fans.
***
Hace mucho más frío de lo normal en esta época del año o, por lo menos, es lo que a mí me parece. Gil me llamó ayer por la tarde emocionado porque estaba nevando en Castellón, donde está estudiando Ingeniería en Diseño Industrial. El temporal de frío dejó paisajes nevados y las maquinas quitanieves tuvieron que ser movilizadas.
—¿Por qué has tardado tanto? —me pregunta Omer, cuando llego al salón de mi casa donde me espera desde hace cinco minutos.
—Estaba buscando el abrigo, no quiero morir congelada.
—No seas exagerada, Ana. Desde ayer han subido las temperaturas —se queja mi amigo antes de levantarse y acompañarme para salir de casa.
—¿No trajiste la bici? —le pregunto, ya que, cuando Carla no está, solemos ir en bicicleta a todos lados.
—No, he quedado con Julius en que, cuando acabe su entrenamiento, iremos juntos a casa en su coche.
—¿Tiene coche? —le pregunto, sorprendida.
—Si estuvieses más atenta, te hubieses enterado de que hace dos semanas le regalaron un Toyota Yaris híbrido.
—¿Se lo regalaron?
—Cuando hizo una campaña por la que tuvo que faltar dos días a clases —me recuerda mi amigo mientras caminamos hacia el campo de fútbol.
—Pero no sabía que le hubiesen regalado un coche. Y, ¿cómo es?
—Es pequeño, ligero y casi no consume gasoil. Lo mejor es el equipo de audio —me explica Omer, entusiasmado.
—¿Y por qué no lo lleva al instituto?
—Porque vamos en bicicleta, son solo veinte minutos. Pero ayer que llovió, si fuimos en coche.
—No entiendo el porqué se compró un piso tan lejos del instituto —pienso en voz alta.
—Porque después de este año irá a la universidad y la zona es increíble, tiene aparcamiento y fue una oportunidad que, por lo que se ve, no pudo dejar pasar.
—Parece que Julius es ahora tu mejor amigo —le echo en cara.
—Te dije desde que lo conocí que me caía bien y ahora vivimos en el mismo piso. Es normal que vayamos juntos al instituto —se defiende.
—¿Y cómo les va?
—No me puedo quejar, excepto el mes pasado cuando vino Marisa con el bebé a visitarnos una semana.
—¿Tan mal te fue? —le pregunto, curiosa, y me doy cuenta de que no he hablado realmente con Omer desde que acabó el verano, solo de tonterías y casi nunca solos.
—Me llevo bien con Marisa, con quien no lo hago, es con el bebé —dice enfadado y yo no puedo evitar echarme a reír.
—Omer, ni siquiera tiene un año —le recuerdo.
—Sí, pero cuando lo intento coger, me llora. Luego llega Julius y con él es todo sonrisas. Ese niño será un demonio de mayor.
—¿Cómo le va a Marisa en Alemania? —le pregunto, tratando de no parecer celosa.
—Está contenta. El padre de la criatura ha intentado acercarse cuando estuvo aquí, no obstante, ella lo mandó a la mierda. Creo que piensa que está con Julius, ya que intentó pegarle, pero estaba saliendo de un entrenamiento con seis o siete de esos amigos que parecen gorilas y al final solo lo insultó.
—¿Y Julius que hizo?
—Le dejó un papel con su número de teléfono y le dijo que cuando estuviese más tranquilo y se quisiese hacer responsable de su hijo, lo llamase —responde Omer, orgulloso.
Yo no sé qué contestar y seguimos caminando los pocos minutos que nos quedan en silencio, cada uno ocupado con sus pensamientos. Hasta donde sé, Marisa está estudiando y trabajando a la vez y, aunque tiene un sueldo, se está quedando en la casa de los abuelos de Bert para no estar sola todo el tiempo.
El bebé se lo cuidan en una casa donde cuidan a otros bebes, a pesar de que por lo que me explicó Carla, no es una guardería, sino algo más pequeño y privado. En el fondo me alegro de que no se haya quedado en Valencia, donde las amigas le dieron un poco la espalda y su familia no la apoyó como se merecía.
En cuanto llegamos al campo, me doy cuenta de que hay mucho más público de lo normal.
—Yo no recordaba que hubiese tanta presencia femenina en los entrenamientos —le digo a Omer, cuando nos sentamos alejados del grupo de chicas, que está llamando bastante la atención de los jugadores.
—Sí, pero solo los miércoles. Sin embargo, como sigan así, el entrenador no tardará en prohibirles la entrada. Son peores que Carla cuando venía a ver a Antonio hace tres años, ¿te acuerdas?
—Como olvidarlo, por su culpa tuvieron que entrenar sin público hasta que acabó la temporada —le respondo, con una sonrisa en los labios, hasta que me doy cuenta de que es lo que sucede los miércoles.
—¿No vas a decir nada? —me pregunta Omer.
—¿Por qué no me dijiste que entrena con Antonio? —le respondo, molesta.
—Me pediste que te hablase lo menos posible de él —se excusa.
—Al menos, me hubieses prevenido hoy para prepararme psicológicamente.
—Te habrías quedado en casa —me contesta y sé que tiene razón.
Me paso el resto del entrenamiento enfadada con mi amigo. Sé que me estoy comportando como una niña caprichosa, pero no puedo evitarlo. Bert saca lo mejor y lo peor de mí.
Antes de cambiarse, Bert se acerca hasta nosotros, lo que hace que el grupo de chicas nos miren sin disimulo.
¡Genial, otro club de fans!
Sí, si seguimos así, vamos a ser la más odiada de la ciudad.
—Hola, chicos —nos saluda Bert y se sienta a mi lado.
—Estás todo sudado —le digo, bajando un poco la voz.
—Eso no suele importarte mucho —contesta y yo lo asesino con mi mirada.
—Yo voy a acompañar a Ana a su casa. ¿Me puedes pasar a buscar antes de ir a waterpolo?
—Claro, también podéis esperar y vamos todos juntos —nos ofrece Bert y dos pares de ojos esperan mi respuesta.
—Prefiero ir caminando —digo sin más.
—La semana que viene tengo que ir a ver unos violines. Si me acompañas, podrías elegir tú el día —me dice Bert, mientras toma mi mano.
—No lo sé, Bert. Ya te dije que no quiero tener distracciones este año para concentrarme en las clases —me excuso.
—Solo serán unas horas —me dice, esperanzado.
—Yo también podría ir. Será como una excursión de amigos —añade Omer.
—Vale, pues ya quedamos en estos días —digo antes de alejar mi mano de la suya y levantarme para salir de allí.
No me gusta la insistencia de Bert. No es como David, ese sí que era pesado, aunque, a pesar de que no está detrás de mí todo el día, de vez en cuando intenta que quedemos. Sé que como amiga lo he dejado totalmente de lado, pero debe entender que, después de todo lo que ha pasado entre nosotros, el seguir siendo amigos es complicado, muy complicado.
Omer y yo nos vamos a casa, para luego aparecer su compañero de piso e irse juntos. Hasta donde yo sé, Bert ya no trabaja, solo posa en campañas publicitarias para algunas marcas. Lo que no ha querido dejar son las clases que les da a los tres hermanos: Felipe, Ricardo y Carlos.
En el fondo me alegro, los niños le tienen muchísimo cariño y estoy segura de que él a ellos, también.
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