CAPÍTULO VEINTISÉIS - EL DE SIEMPRE
Lunes, 30 de agosto del 2021
No puedo ignorar que estoy nerviosa, muy nerviosa. ¿La razón? Hoy vuelve Bert a la ciudad y hace meses que no lo veo. No es que me guste o algo parecido, pero después de todo lo que ha pasado entre nosotros, es normal que me ponga así.
En realidad, este curso ha pasado sin ni siquiera echarlo mucho de menos, pero las dos veces que nos hemos visto, en Semana Santa y en julio, cuando nos visitó antes de irse a los Juegos Olímpicos de Tokio, nos hemos enrollado y no sé si es porque no puedo resistirme a su físico o porque sé cómo me hace sentir cuando intimamos y él se aprovecha de la situación.
Omer es de la opinión de que estoy loquita por él, aunque en estado de negación, y Carla que lo que yo necesito es marcha en la cama y mi cuerpo me lo está pidiendo a gritos.
Acabé el curso con un reconocimiento a la mejor alumna de bachillerato, lo que hizo que a mi tío se le hinchara el pecho de orgullo y mi tía me permitiera quedarme todo el verano en Valencia. Nos fuimos la primera semana de julio los tres juntos a la costa amalfitana y nos quedamos a dormir en Ravello, un pueblo italiano Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
El pueblo me encantó y disfrutamos de su tranquilidad, excepto los días que visitamos Nápoles y Pompeya. Yo preferí ir a la playa de Fornillo que a la Marina Grande, porque nunca me han gustado los sitios abarrotados de gente.
Cuando regresamos a casa, estábamos todos descansados y listos para disfrutar del verano, sobre todo mi tía y yo, porque mi tío tuvo que trabajar el resto de julio y el mes de agosto completo.
Nada más llegar, comenzaron los festivales, conciertos, días de playa, tardes tirados sin hacer nada y noches quedando con los amigos.
Al Big Sound Festival no vino Omer, porque se fue a pasar unos días con Bert a Alemania, pero llegó para el Pirata Rock Festival que siempre se celebra en Gandía y al cual fuimos todos por primera vez. No pudimos ir al FIB porque coincidieron las fechas con el anterior, sin embargo, no nos arrepentimos de nuestra elección.
El último día del concierto también no acompañó Bert, ya que quiso venir a vernos antes de irse a conquistar el cuarto puesto en los Juegos Olímpicos para España. Había estado concentrado con la selección y tan solo le dieron libre el domingo dieciocho de julio y el lunes, aunque el lunes lo utilizó para ayudar a Marisa a preparar todo para irse para Alemania, puesto que tenía que estar allí a finales de julio y Bert estaría en Tokio.
Esa tarde nos volvimos a enrollar. No puedo culpar al alcohol porque ninguno de los dos había bebido nada. Quiero pensar que fue un cúmulo de circunstancias: no nos veíamos desde hacía tiempo, no habíamos hablado mucho por teléfono y nos echábamos de menos.
Después de pasarnos horas abrazados, besándonos y pareciendo que éramos una pareja feliz, le recordé que lo que estaba sucediendo era algo de una sola vez, pero él se echó a reír, me dio un beso y me dijo que podía llamarlo como yo quisiese.
Yo, al igual que mis amigos, vi todos los partidos, aunque no vi la semifinal porque Bert no la jugó, ya que tenía el compromiso de jugar hasta el miércoles cuatro de agosto. El cinco de agosto debía presentarse a sus exámenes finales para que le dieran, por fin, su título de Técnico Electricista, puesto que al no estar compitiendo con la selección alemana, no se vieron obligados a buscar una alternativa para que siguiese en las Olimpiadas.
Ese partido y el siguiente los perdió España, no sé la razón, no obstante, Antonio siempre presume que fue porque su amigo no pudo jugar. Por lo menos, lograron el cuarto puesto, algo que parece ser que hacía mucho tiempo que no habían conseguido.
Ahora le falta competir en Hungría el verano que viene y luego quiere dejar el waterpolo. Yo desconocía que si la selección te llama no puedes negarte a jugar a no ser que sea una causa mayor, como los exámenes que tuvo en Alemania Bert en verano.
Me contó que como jugador no ganas mucho, en comparación con otros deportes como el fútbol, pero que con la publicidad había hecho bastante dinero, aunque no quería seguir haciendo de modelo a no ser que valiese la pena económicamente.
Ya tiene que estar ganando mucho, si se pudo comprar el piso donde ha vivido Marisa y la ha podido apoyar para que se vaya a estudiar a Alemania.
También me habló de su equipo en Alemania, donde lo habían acogido ese año como si llevase toda la vida con ellos, de lo que iba a echar de menos a Sebastian, su mejor amigo, a sus abuelos, a su padre y a sus tíos.
En el instituto le había ido muy bien y su antiguo jefe alemán quedó en llamarlo solo si realmente lo necesitaba. Bert se comprometió a coger un avión y a echarle una mano, si eso pasaba.
Yo me sorprendí al ver que Bert seguía siendo el de siempre. Había salido en varias revistas y, aunque no es una celebridad, si te fijas un poco, te das cuenta de que es el de los anuncios.
—¡Qué calor hace! —se queja Omer, que está sentado al sol en la terraza del piso de Bert.
—¿Por qué no te sientas a mi lado? No creo que el sol te ayude a combatir el calor.
—Todos los años estoy morenísimo cuando acaba el verano y este año me parezco a Eli, el elefante de Pocoyo —se queja mi amigo, a pesar de que está mucho más moreno que yo.
—La semana que viene iremos todos los días a la playa.
—¿Lo prometes?
—Sí, pesado —le digo antes de que se escuchen los gritos de Carla que está con su novio y otros amigos esperando a Bert en el salón.
No sé cómo me dejé convencer, pero aquí estoy. Incluso David ha venido a darle la bienvenida a Bert, parece ser que ha escondido el hacha de guerra. Seguro que es debido a que, por fin, tiene una novia.
Ya llevan juntos un mes y el día que Carla y yo nos enteramos, lo celebramos como si nos fuésemos a casar nosotras.
—¡Ya ha llegado! ¿No vienes? —dice Omer antes de levantarse.
—Voy a esperar a que lo saluden los demás —le respondo, nerviosa.
—No seas idiota, seguro de que a ti es a la persona que más quiere ver —me riñe Omer, esperando por mí a un metro de la puerta de la terraza.
—Es que las dos veces que me ha llamado no le he contestado —me sincero.
—¿Por qué? Antes hablabas con él todos los días y ahora que ya estás mejor y no lo necesitas, lo ignoras. No pensé que fueras tan interesada, Ana —se molesta Omer.
—Es que no sé qué decirle. Me avergüenzo de lo que pasó la última vez que nos vimos.
—¿Por qué? No era la primera vez que pasaba y nadie obligó a nadie —me responde Omer.
—Porque no quiero que se haga una idea equivocada de mí. Seguro que supone que ando besando a cualquiera cuando me voy de fiesta.
—Ana, todos nosotros sabemos, incluido Julius, que solo lo has besado a él, así que no digas tonterías.
—¿De verdad? Pues entonces es peor de lo que imaginaba —le digo, preocupada.
—¿Qué hacen aquí mi compañero de piso y mi chica preferida? Parece que no tenéis interés en venir a saludarme —nos interrumpe Bert.
—Queríamos dejar lo mejor para el final —le contesta Omer, antes de darse un abrazo.
Yo estoy tan avergonzada, sobre todo después de enterarme de que Bert sabe que no he intimado con nadie más que con él, que me pongo de pie, pero no puedo moverme.
—Hola, Anita. Me encanta tu nuevo corte de pelo —me dice al acercarse y abrazarme sin darme oportunidad a reaccionar.
—Me lo corté hace dos semanas. Lo tenía demasiado largo —le contesto, cuando nos separamos, ya que no quiero que piense que he ido a la peluquería por él.
Omer, el peor amigo del mundo, desaparece y me deja a solas con Bert. Desde que se conocieron, se han caído muy bien mutuamente, pero estos últimos meses son Omer y Antonio quienes más han tenido contacto con el alemán. A finales de junio, Antonio fue a visitarlo al pueblo de sus abuelos y luego Omer.
Se llevan tan bien que cuando Bert se enteró de que la familia de nuestro amigo se trasladaría a Madrid, le ofreció una habitación en su piso.
Ahora Bert y Omer viven juntos, lo que no me hace mucha gracia, ya que no quiero ver a Bert más de lo necesario y que viva con Omer y sea el mejor amigo del novio de Carla lo hace muy difícil.
—Creo que tenemos una conversación pendiente, Anita. Esta vez vas a tener que decidir qué es lo que quieres, porque no puedes tratarme así toda la vida —me dice Bert, sin quitar las manos de mi cintura.
—Ahora no es el momento adecuado —intento por todos los medios evitar hablar de todo lo que quiere discutir Bert.
—Tienes razón, pero dentro de unos días te invitaré a salir, los dos solos, y hablaremos sin que nos interrumpan —me dice serio y sé que no va a dejarlo pasar.
El problema no es que no sepa lo que quiero. Me gusta Bert, a pesar de que también sé que no vamos a llegar realmente a nada. Es guapo, me vuelven loca sus besos y me encanta cualquiera de sus sonrisas, sin embargo, no somos compatibles, no es el chico que siempre he soñado y ni él va a cambiar, ni yo tampoco.
—Vale, en unos días hablaremos —le respondo, agradecida por aplazar ese incómodo momento.
—En este instante solo me conformo con besarte —me dice, antes de posar sus labios sobre los míos.
Al igual que estoy segura de que Bert y yo como pareja somos incompatibles, también puedo afirmar que entre nosotros hay una química que, por lo menos a mí, me deja sin aliento.
Me gustan todas las formas que tiene de besarme. Me encanta cuando me besa tan delicadamente que parece que tiene miedo de romperme, cuando lo hace desesperado por las prisas, cuando lo hace con ternura como si yo fuese el tesoro más anhelado que tiene, pero también me gusta cuando me besa con ganas, como si no pudiese seguir viviendo si no invadiese mi boca, cuando me come como si el hambre que tiene de mí no desapareciese, aunque nos besemos olvidándonos del mundo.
Hoy me besa con ternura, suele hacerlo cuando hace tiempo que no nos vemos, aunque luego se transforme en un beso hambriento y con ganas de poseer cada rincón de mi boca.
—Bert —gimo, cuando comienza a besarme el cuello.
—Sé que tengo que parar, Anita, pero no puedo —me responde, en voz baja.
—Por favor —le pido, porque yo tampoco soy capaz de parar.
—Prométeme que te quedarás un rato después de que eche a todos del piso —me pide.
—Vale, te lo prometo —le respondo, porque a pesar de saber que no es una buena idea, yo también quiero quedarme con él a solas.
Dos minutos después entramos de la mano al salón. Omer me sonríe y Carla mira sorprendida nuestras manos entrelazadas. Al menos David nos ignora completamente.
—¿Me he perdido algo, Anita? —me pregunta, mirando disimuladamente a David.
—Tiene novia —le susurro, con una sonrisa de satisfacción imposible de controlar.
—Bueno, un dolor menos de cabeza —me responde, también sonriendo.
—Tienes que contarles a todos cómo te fue en Tokio, Julius —le pide Antonio.
—Todos me visteis en la tele. No hay mucho que contar, ni siquiera pudimos hacer turismo, menos mal que hace tres años me pasé unos meses con mis padres en Japón —dice para sorpresa de todos.
—¿Viviste en Japón? —dice Carla, que es la más rápida en hacer preguntas indiscretas.
No siempre.
Eso es verdad, algunas veces me he adelantado.
—Mi padre tuvo que vivir allí por trabajo, pero no me dio tiempo, sino de aprender cuatro palabras —contesta sin darle mucha importancia.
—¿Y cómo son las chicas? —pregunta David que, a pesar de tener novia, sigue siendo tan cerdo como siempre.
—Sinceramente, no me fijé, solo me concentré en jugar y en que a finales de verano volvería a Valencia y podría ver a Anita —dice, apretándome la mano un poco.
—Vaya —dice Carla, que es la única que contesta a la declaración de Bert.
—Sí, vaya. No puedes decir, Ana, que esta proclamación de amor no es de lo más directa —se burla Omer de mí, ya que hace unos días le dije que una de las cosas que me molesta de Bert era su fama de mujeriego y que en realidad nunca ha hecho nada para que le quiten esa etiqueta.
—Sí, muy directa —añade Carla, divertida.
Mis mejores amigos son un desastre. Llevan años preocupados por mi vida sentimental y no me ayudan en absoluto, sino que intentan confundirme más y más.
—Bueno, creo que el comité de bienvenida debería irse. El viernes después del entrenamiento de Julius quedamos para despedir el verano, pero ahora quiero ver a todos saliendo del piso. Seguro que nuestra estrella olímpica necesita descansar —dice Omer, mientras invita a todos a que se vayan.
Todos se despiden de Bert y yo me aparto un poco para que tenga espacio suficiente para hacerlo. Bert no suelta mi mano y habla con todos como si fuese lo más normal del mundo que nuestros dedos estén entrelazados.
Al final, Carla y Antonio se autoinvitan a una cena el viernes, después del entrenamiento, para salir luego desde el piso, que ahora comparten Omer y Bert.
—Yo tengo que hacer unos recados y no volveré en las próximas dos horas —se despide Omer de nosotros, cuando nos quedamos los tres en el piso.
—Eres muy sutil —le echo en cara a mi amigo.
—¡Pasáoslo bien, pero con precaución! —me responde, antes de desaparecer.
—Creo que tu amigo es muy bueno dando consejos —me dice Bert, divertido, mientras tira de mi mano hasta que él se sienta en el sofá y yo acabo encima de él.
—Es más amigo tuyo que mío —le digo, un poco molesta, porque desde que se conocieron, Omer siempre se ha puesto de parte del alemán.
—Eso no es cierto, solo nos veremos más, ya que compartimos piso.
—Es muy bondadoso de tu parte que dejes que se quede aquí.
—Me prometió que él se encargaría de la limpieza y la cocina, aunque algo me dice que no lo va a cumplir salvo las dos primeras semanas. Sin embargo, en el piso hay suficiente espacio para los dos, incluso para ti, si quisieras vivir con nosotros —me dice antes de empezar a darme pequeños besos por el cuello.
—¿No tienes hambre? —intento cambiar de tema.
—Sí, pero no de comida. Acabo de tener un almuerzo con el presidente y el entrenador de mi club de waterpolo en Valencia, el presidente y el entrenador del Barceloneta y Raquel Tamarit —me dice e intenta acomodarme mejor en su regazo.
—¿Quién es Raquel Tamarit? —le pregunto, un poco a la defensiva.
—Es la consejera de educación, cultura y deporte —me responde y yo cada vez lo entiendo menos.
—¿Y por qué has almorzado con ella?
—Porque los directivos de Barceloneta están empeñados en que juegue con ellos esta temporada. Yo en realidad soy un jugador libre, por lo que puedo elegir mi equipo, pero no quiero irme a Barcelona.
—¿Por qué no? Te pagarían mucho más de lo que lo harían aquí —le recuerdo.
—En primer lugar, me encanta el equipo y los compañeros que tengo en Valencia, el entrenador es un gran tipo y se han portado conmigo mucho mejor de lo que me merezco y, en segundo lugar, quiero quedarme en Valencia. Llevamos un año y medio separados y ahora nos toca vivir en la misma ciudad, Anita. Además, este último año he ganado bastante dinero con los contratos de publicidad, por lo que no tengo necesidad de mudarme porque me paguen mejor.
—Entonces, ¿para qué te reuniste con ellos?
—Porque mi entrenador me llamó hace unos días y me pidió que hablásemos todos juntos. El Barceloneta le ha ofrecido a mi equipo la cesión de dos jugadores y que entrene aquí, pero los viernes tendría que irme en tren a Barcelona para entrenar un día y luego regresar el sábado o el domingo, dependiendo de cuando sea el partido.
—¿Solo entrenarías un día?
—Me he sacado el título de monitor y entrenador de natación y de waterpolo este año, por lo que quieren contratarme como ayudante de entrenador y así poder entrenar con los chicos dos días por semana.
—¿Y qué les has dicho?
—Que necesito dos semanas para pensármelo —me dice, tranquilo, antes de empezar a besarme el cuello otra vez.
—¡Bert! ¡Esto es serio!
—No voy a decidir nada hasta que hablemos de nuestro futuro, Anita. Si me das una oportunidad no quiero ir a Barcelona todos los fines de semana a no ser que tú me acompañes, así que están todos esperando a que te decidas —me dice y me deja con la boca abierta.
—¿No le habrás dicho eso? —le pregunto, enfadada.
—Claro que sí. Me dijeron que fuese sincero y eso es lo que he hecho —se excusa.
—Bert, no puedes dejar a toda esa gente esperando por mí. Nosotros...
—Ni se te ocurra decir que no somos nada —dice, enfadado, antes de besarme con tantas ganas que yo solo puedo derretirme en sus brazos.
Unos segundos después nos olvidamos de todo y de todos. Cuando la situación se pone un poco comprometida, Bert me lleva a su cuarto. Nunca hemos intimado con tanto tiempo para disfrutar de nosotros como hoy y cuando nos venimos a dar cuenta son las ocho de la tarde.
—¿Te tienes que ir? Te he echado demasiado de menos —me dice Bert, cuando comienzo a vestirme un poco avergonzada de mi poca fuerza de voluntad para decirle que no.
—A las diez tengo que estar en casa —me excuso.
—Pues, vamos a salir y cenamos algo juntos. Les he dicho a mis antiguos compañeros en la cafetería que intentaría pasarme hoy por ahí —me pide, mientras me abraza por detrás y no deja que me mueva.
—¿Sigues trabajando con ellos?
—Solo hasta el treinta y uno de octubre que se acabará mi ERTE, al igual que en la empresa de electricidad. No creo que vuelva, a no ser que realmente me necesiten, pero sería algún día en concreto —me dice, impidiendo con su abrazo que me vaya.
—Tengo que irme —le recuerdo, con la voz cargada de paciencia.
—¿Vamos a cenar juntos? No estoy preparado para despedirme —insiste, mimoso.
—Vale, pero a las diez menos cuarto tengo que estar en mi casa, no me gusta llegar tarde —le respondo, lo que hace que me permita seguir vistiéndome.
Omer está en el salón cuando salimos del cuarto de Bert, me sonríe con esa sonrisa de "te lo dije" suya y se acopla a nuestro plan. A Bert no parece importarle. Además de que llevamos horas en su habitación a solas, no tiene ningún problema en decirme cualquier burrada de las suyas delante de quien sea.
Lo único que temo es el berrinche de Carla después de que le jurara que no volvería a caer con Bert y que ella estuviese ideando cómo hacer que Gil y yo acabemos juntos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro