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CAPÍTULO VEINTIOCHO - ¡QUIÉN DIRÍA!

Miércoles, 13 de abril del 2022

Llevan hablando de este día todo el mes, no sé qué tiene este año de especial, no obstante, parece ser que todo el instituto va a celebrar el día del beso. Posiblemente, se le esté dando tanta importancia, porque coincide con nuestro último día de clases y el comienzo de las vacaciones de Semana Santa.

Además, en nuestro curso será la última vez que estemos juntos en clase. La mayoría seguirá estudiando algo en la universidad, aunque otros empezarán a trabajar, se irán a estudiar fuera o, simplemente, no nos veremos tanto, porque Valencia tiene más de una posibilidad a la hora de elegir universidad y las facultades están en diferentes edificios.

A quien más voy a echar de menos es a Carla, que quiere estudiar enfermería, y a Omer, que aún no tiene claro que hacer, pero que definitivamente se quedará con Bert en el piso.

—Hoy vas a llegar tarde a clase —me dice mi tío, porque hoy es uno de esos días en los que trabaja desde casa.

—La profesora de Inglés está enferma y nos han avisado de que no tenemos clase a primera hora —le digo antes de sentarme a su lado.

Mi tío suele trabajar en la cocina hasta que mi tía y yo nos vamos, luego no sé si va a la que era la oficina de mi madre, si se queda en la cocina o lo hace en el salón, pero es increíble la capacidad que tiene de trabajar en cualquier sitio sin importarle el ruido que hagamos o lo que lo molestemos.

Yo no podría hacerlo, me distraigo con mucha facilidad.

—Hace tiempo que Omer no pasa por aquí, ¿tiene novia nueva? —me pregunta mi tío, que siempre se interesa por todo lo relacionado con mi vida, incluido mis amigos.

—No, aunque está todo el tiempo con Julius —le doy como respuesta, encogiendo los hombros.

—¿Cómo les va a esos dos juntos? Julius siempre ha dado la sensación de ser responsable y muy organizado, pero quisiera ver el cuarto de Omer ahora mismo, tiene que parecer un campo de batalla —bromea mi tío.

—Siempre se queja de que los domingos por la tarde Julius le obliga a ordenarlo.

—¿Y qué tal te va con él a ti?

—¿Te refieres a Julius? —me intento hacer la despistada.

—Antes os pasáis todo el día hablando y ahora ni siquiera se pasa por casa.

—Las cosas se complicaron y ahora es algo incómodo hablar con él.

—¿Te hizo algo? —se preocupa mi tío.

—Nos hemos besado algunas veces y nunca ha hecho nada que yo no haya querido. Solo que él insistió para que tuviésemos una relación, pero cuando se quedó en Alemania el año pasado para estudiar allí, me di cuenta de que algo así, entre los dos, no acabaría bien, así que nos hemos distanciado.

—¿Por qué crees que no acabaría bien? —se interesa mi tío.

—Porque somos muy diferentes. Yo soy tranquila, me gusta leer, las flores y no me vuelve loca una fiesta. Si voy a alguna es arrastrada por Carla y Omer, pero no es mi ambiente predilecto. A Julius le encanta salir, tiene mil amigos y un grupo de fans que lo sigue a donde vaya. Siempre fue un donjuán y no es la clase de chico con la que me gustaría compartir mi vida —le explico.

—Le gusta salir porque a su edad es lo normal, Anita.

—Gil no sale mucho, se parece mucho más a mí.

—Y sería horrible que estuvieses con él y tuviese que ser yo quien os obligase a que fueseis a algún sitio. Es tu vida, no obstante, aún eres joven y se te permite equivocarte más que a los adultos. Así que no dejes de hacer nada por miedo a meter la pata.

—Lo tendré en cuenta —intento dar por terminada la conversación.

—Comete errores, Ana. Tienes diecisiete años, a tu edad es más fácil sobrellevarlos —me aconseja mi tío.

Siempre he tenido muy buena relación con mi tío, sin embargo, ahora que mi tía vuelve a ser tan extravagante como antes, mi tío es la persona que intenta que mantenga los pies sobre la tierra y los sueños en el cielo.

Si hubiese tenido un padre, no creo que pudiese ser más acertado en sus consejos que mi tío. Se nota que cuando habla conmigo de ciertos temas, anteriormente, los ha meditado durante un buen rato.

***

En cuanto llego al instituto, mis mejores amigos me abordan antes de que entre a clase.

—¿A quién vas a llevar a la fiesta de esta noche? — me interroga Carla, haciendo con su insistencia que no pueda seguir mi camino, puesto que para ella es imposible esperar a entrar a clase para hacerme este tipo de preguntas personales.

—Voy a ir sola —respondo sin darle importancia.

—¿Estás loca? Eso significa que, cuando den la señal, tendrás que besarte con cualquiera de esos salidos que van a ir sin pareja —me dice Omer, nervioso.

—¿Qué señal? —pregunto, sin entender nada de lo que está diciendo.

—Como es el día del beso, acaban de anunciar en la cuenta de Instagram de la fiesta a la que vamos a ir, que pondrán una bocina y que cuando suene, aleatoriamente, tendremos que buscar a nuestra pareja, o a alguien si no la tenemos, y morrearnos con él —me cuenta Omer, divertido.

—Yo no voy a ir —digo nada más entender lo que mis amigos me acaban de contar.

—Claro que vas a venir, solo tienes que llevar a una pareja que te guste besar y asunto arreglado —dice Omer, orgulloso.

—Ni lo pienses, no voy a ir con Julius —respondo molesta.

—¿Quién ha nombrado a Julius? ¿Lo dices porque desde que fuimos juntos a la tienda de música el año pasado, en cuanto tienes ocasión te lo comes, Anita? —me dice Carla enfadada, porque se enteró, hace unos días, que acabé en el cuarto de Bert en noviembre cuando fuimos a la tienda de música donde habíamos ido antes de la pandemia.

—¿Todavía estás molesta? Te conté cuando nos besamos en diciembre, el día antes de que se fuese a Alemania a pasar las Navidades, nos viste juntos en la fiesta del día de Reyes y en la fiesta de disfraces de carnavales. ¿Qué más da que no supieses lo que pasó ese día? —intento que se le pase.

—Ves, siempre que te lo encuentras, acabas besándolo. ¿Por qué no hacerlo esta noche? Es mejor que besar a uno con aparatos y que te corte un labio —interviene Omer.

—Ya veré, vale. Ahora entremos a clase que en cinco minutos llegará el profesor —respondo, intentando que dejen el tema.

—No puedes esperar mucho. Julius llegará hoy a las diez y media, porque tuvo que ir ayer por la tarde a Madrid por un trabajo con la marca Kelme —me cuenta Omer.

—Y las chicas no han parado de cuchichear de que en cuanto lo vean, quieren pedirle qué vaya con ellas. Si no tiene otro plan, puede que acepte, no obstante, si se lo preguntas tú, estoy segura de que no se lo pensará dos veces —me aclara Carla al ver mi cara, de no entiendo qué pasa.

—¿Y qué hago? ¿Lo espero por fuera del instituto hasta que aparezca para ser la primera en preguntarle? —ironizo.

—¿Qué te parece si le envías un mensaje preguntándole si lo acompaña alguien a la fiesta? —me aconseja Carla.

Yo no sé qué hacer, pero sé que tienen razón. Es preferible ir con Bert a que tenga que besar a un chico lleno de granos o un borracho que fume, no sé, pero todos los escenarios alternativos me parecen horribles.

Así que hago tripas corazón y, bajo la atenta mirada de mis dos amigos, me meto en Telegram y le envío un mensaje a Bert.

Yo: Hola, ¿con quién vas esta noche a la fiesta?

La respuesta de Bert no se hace esperar.

Bert: Alejandro, Omer y su novia.

Es lo único que escribe. Por lo menos no tiene acompañante.

O no va con ella a la fiesta, a lo peor se encuentran allí.

Yo: ¿Tienes pareja para ir a la fiesta?

Bert: Todavía no.

Yo: ¿Todavía?

Bert: Marisa me está contando que se ha declarado la Tercera Guerra Mundial y que varias chicas, que no le hablaban desde hace dos años, le han preguntado por mi número. Necesitan una pareja para esta noche.

Yo: Yo también.

Bert: ¿Y ya lo has encontrado?

Yo: ¿Vendrías conmigo?

Bert: ¿Qué condiciones?

Yo: Me puedes besar cuando quieras.

Bert: No me interesa.

—¡No le interesa! —grita Carla, cuando lee el mensaje de Bert.

—¿Qué? —se sorprende también Omer, al igual que yo.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta mi amiga.

—No ir —respondo resignada.

—Pregúntale qué es lo que quiere, tienes que negociar —me aconseja Carla.

Yo: ¿Qué tengo que hacer para que te interese?

Bert: Quiero un cambio de condiciones.

Yo: ¿Qué es lo que quieres?

Bert: ¿Qué te parece si hoy en el recreo negociamos nuestro trato? Llevo tres bocadillos de calamares.

Yo: Soy Omer, yo también quiero bocadillo de calamares.

Escribe mi amigo que me quita el teléfono de las manos en cuanto ve la palabra "bocadillos".

Bert: Ja, ja, ja, son enormes, con uno tenemos para Anita y para mí. El resto, lo puedes repartir.

Yo: Llega el profesor, hablamos luego.

Escribo en cuanto veo que el profesor está a unos metros de nosotros. La suerte es que no les da tiempo a mis amigos de meterse conmigo. La verdad es que me he rebajado como nunca, pero la ocasión lo requería.

¿Qué será lo que Bert quiere? No creo que sea acostarse conmigo, porque el diecinueve de marzo, cuando el Barceloneta quedó primero en la liga sin perder ningún partido, le insinué que podíamos hacerlo y él dijo que no era ni el lugar ni momento idóneo y que no tenía prisa.

***

El tiempo pasa tan rápido que, cuando me quiero dar cuenta, es la hora del recreo y no tengo nada pensado para poder convencer a Bert de que besarme es suficiente para que acepte ir como mi pareja al baile.

El alemán llegó cuando la clase ya había empezado, por lo que no me dijo nada, solo me miró, sonrió con su sonrisa "soy el rey del mundo" y me picó un ojo.

Sé que lo hizo para molestarme, pero intenté que no me importase. Hoy necesito que haga lo que yo quiera.

En cuanto el profesor nos da permiso para que nos levantemos de nuestras mesas, Omer es el más rápido en pedirle un bocadillo de calamares a Bert, que le da otro a Carla.

—Ni se os ocurra venderlos —bromea Bert con mis mejores amigos.

—No nos des ideas —le responde Omer.

—¿Vamos, Anita? —me pregunta Bert, ofreciéndome su mano y sé que está disfrutando de este momento como un niño pequeño con un juguete nuevo.

Nos lo merecemos por haberlo tratado siempre tan mal.

Nos dirigimos a la misma clase donde, en cuarto de la ESO, nos escondimos de los demás para discutir sobre los cambios que hizo en el libro de Gilbert, el de la Isla. Ahora parece que han pasado mil años.

—¿Qué es lo que quieres? —le pregunto, en cuanto Bert cierra la puerta, después de que entrásemos en el aula.

—A ti —no duda en contestar.

—¡Bert! Esto es serio.

—Para mí también. Quiero que por un día te esfuerces conmigo, igual yo lo he hecho desde que te conocí —me dice y sé que no está bromeando.

—Yo... —comienzo a decir, pero no tengo la más mínima idea de qué decir.

—Por lo que veo, te has puesto muy rápido en el papel. Yo también me quedo sin palabras cuando te veo —me dice con una sonrisa petulante, que, aunque me cueste admitirlo, hace que se vea más guapo de lo que está normalmente.

—¿Cómo quieres que lo haga? No tengo ni idea de lo que eso significa.

—Pensé que eras más lista, Anita —se burla de mí.

—¿Una ayudita? —le pido.

—Hoy serás tú quien se ocupe de mí y no al revés. Me vendrás a buscar al piso y te preocuparás de que me lo pase bien, que nadie me moleste demasiado, que tenga algo de beber, si tengo sed, o de comer, si me da hambre —me responde.

—¿Tú haces todo eso? —le pregunto, incrédula.

—Siempre, eso y mucho más.

—Vale, creo que puedo hacerlo —le digo segura de mí misma.

Para cerrar nuestro trato me acerco más hacia Bert y él se aparta.

—Lo siento, Anita. Me he cansado de ser un pesado y estar todo el tiempo mendigando por tu cariño. A partir de ahora, no pienso besarte hasta que tengamos una relación de pareja.

—¿Y qué pasa con la fiesta de hoy? —le pregunto, asustada.

—Cuando la ocasión lo requiera nos daremos un simple beso en los labios, pero se acabó el utilizarme —me dice serio y lo conozco lo suficiente para saber que esta vez no está bromeando.

No podemos seguir con nuestra charla porque un chico, de unos cursos menos que nosotros, entra de la mano con una chica en el aula. Bert se disculpa y le pica el ojo al chico, dándole ánimos.

Todos los chicos son unos idiotas.

Sí, pero al menos tenemos una cita para la fiesta de esta noche.

Como falta poco para que acabe el recreo, me siento con mi medio bocadillo al lado de mi pareja para esta noche y nos lo comemos sin mencionar nada sobre la conversación anterior o la fiesta de esta noche.

Antes de entrar a la clase se nos acerca la directora seguida de un chico uno o dos años mayor que yo.

—Julius, creo que es mejor que recojas tus cosas y te vayas a casa —le dice la directora, disgustada.

Conozco a Bert y sé que se está aparentando estar serio, pero los ojos lo delatan. Está aguantando la risa.

Todos los compañeros nos quedamos pensando en que es lo que ha podido pasar para que lo sacaran del instituto así. Cuando voy a enviarle un mensaje para saber si todo está bien, me llega uno de Bert diciéndome que el entrenamiento de waterpolo terminará hoy un poco más temprano, por lo que estará preparado para ir a la fiesta a partir de las diez, pero que puedo ir antes al piso si quedo con Omer.

***

Acuerdo con mi mejor amigo el estar en su piso a las nueve y media, no me quiero arriesgar a llegar tarde. Vamos a ir a la fiesta en taxi y Antonio, Carla, David y su novia también están en el piso cuando llego.

Tienen la música bastante alta, Bert tiene el pelo mojado, pero también teñido de violeta y azul. Aun así, está guapísimo, con unos simples vaqueros azules y una camiseta que se le ciñe a los brazos.

—Se te está cayendo la baba —me dice Omer, al verme echarle un repaso a Bert sin cortarme.

—¿Qué le pasó en el pelo?

—Ese que está a su lado es Sebastian, un amigo de Alemania. Lo sacó del instituto simulando que el marido de la madre de Julius había tenido un accidente de coche y se lo ha llevado por toda la ciudad. En una de esas locuras que han hecho, acabaron haciendo una guerra de globos de agua y en algunos había tinta. A Julius le dio de lleno en la cabeza el azul y el rojo y acabó así de guapo.

—No me dijo nada de que tendría visita.

—Ha sido una sorpresa. Sebastian no tenía dinero para venir y al final el padre de Julius le ha regalado el pasaje. Se irán el viernes los dos juntos, porque tu cita de esta noche se va a pasar once días con su familia.

Bert me ve, por fin, y me sonríe. No se acerca hasta donde estoy y sé que tengo que ser yo la que esta noche se acerque a él, un trato, es un trato.

Doy dos pasos y, de repente, las luces se apagan y comienzan a cantar Cumpleaños feliz, pero en otro idioma, imagino que en alemán. Cuando se encienden las luces, veo cómo Sebastian intenta plantarle la tarta que tiene en las manos en la cara de Bert, que es más rápido que su amigo y acaba plantándosela él.

Después, todo es una guerra de trozos de tarta y hasta yo alcanzo. Menos mal que solo en la cara y me limpio rápidamente.

—¿De quién es el cumpleaños? —le pregunto a Carla, que se esconde conmigo al otro lado del salón para no ser alcanzada por un trozo del dulce.

—Creo que de Julius. No había dicho nada, pero en realidad nunca hemos celebrado su cumpleaños, por lo que no sé cuándo es.

—No tenía ni idea —pienso en voz alta.

—Julius tiene razón. Él siempre ha estado pendiente de ti y tú no te has preocupado por él, Anita —me echa en cara mi amiga, a la que le he contado la conversación que tuve en el recreo con Bert.

Cuando todo se tranquiliza, me acerco a Bert para felicitarlo, aunque su cumpleaños será mañana. Me presenta a su amigo, quien no habla nada de español y, después de intercambiar algunas palabras en alemán entre ellos, Sebastian se va a limpiarse al baño muerto de la risa.

—¿Por qué se reía? —le pregunto, interesada.

—Le he dicho que tú eras la que me acusó de erotizarte el relato de Gilbert. Al terminar la traducción en inglés, la hice en alemán y Sebastian quiso leerlo después de que mi abuela le contase el incidente que tuvimos —afirma, tranquilo.

—¿Le contaste esa conversación a tu amigo? —me enfado, en cuanto me doy cuenta de lo que acaba de suceder.

—No fui yo, fue la Oma, es decir, mi abuela.

—Tienes que decirle a tu abuela que no puede contar por ahí esas cosas —le pido desesperada.

—Es Sebastian, es como mi hermano —me intenta tranquilizar, pero a mí no me ayuda en nada.

—¿Qué ha pasado con tu antigua casa? —intento cambiar de tema, porque hoy no quiero enfadarme con él por nada del mundo.

—Siguen viviendo los propietarios que se han instalado permanentemente en Valencia. Tuvieron problemas con el hermano de uno de ellos, la única familia que tienen, además de los hijos de este, por lo que nada les ata a Alemania. Los suelo visitar los domingos.

—Pues menos mal que compraste el piso, si no serías un sin techo —le digo, e inconscientemente, me acerco para besarlo, no obstante, Bert se separa un poco y me quedo con las ganas.

Esta fiesta va a ser una mierda.

***

A las diez y media salimos del piso y tomamos dos taxis. No somos los primeros en llegar y se nota que todos tienen ganas de fiesta. Varias veces suena una horrible bocina, si no estoy cerca de Bert lo busco, nos damos un casto beso en la boca y seguimos con lo que estamos haciendo.

No sé si es porque intento estar pendiente de él o porque nunca me he fijado realmente en lo que hace, pero Bert es divertido. No importa con quién está hablando, siempre se están riendo. Y cuando el amigo y él se ponen a bailar en la pista, además de espantar chicas como si fuesen moscas, se ríen tanto que terminan llorando.

Si no lo conociese bien, pensaría que ha bebido o tomado algo para colocarse, pero sé que, además de entrenar casi todos los días, cuida su alimentación un poco, no toma drogas y bebe en contadas ocasiones, y esta noche no es una de ellas.

—¿Bailamos? —le pregunto, cuando están él y su amigo hablando con unas chicas y una de ellas comienza a besarse con Sebastian sin pudor alguno.

—Claro —me dice, aceptando la mano que le ofrezco.

La canción está casi acabando, pero nos vamos a la pista a bailar sin dudarlo.

—¿Te lo estás pasando bien? —le pregunto, porque es lo que haría él normalmente.

—Sí, gracias, Anita —responde con una de esas sonrisas que no pone en las fotos que le hacen en las revistas, porque no creo que exista dinero suficiente para pagarle tanta belleza.

—Eres demasiado guapo —le digo sin pensarlo mucho.

—¿Eso es bueno o malo?

—Deberíamos intentarlo —digo en voz alta lo que llevo reflexionando la última hora, es decir, desde que llegamos a la fiesta.

—¿Intentarlo? —pregunta y no sé si se hace el tonto o que no me ha entendido.

—Salir juntos, intentar ser novios —le aclaro un poco avergonzada.

—¿Me lo dices porque quieres liarte conmigo esta noche? —me pregunta, sin estar convencido del todo.

—No, te lo digo porque eres guapo, divertido, me gusta hablar contigo y, aunque últimamente no hayamos pasado tanto tiempo juntos, eres unas de mis personas favoritas —me declaro.

Bert no me contesta, solo se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. Un simple beso que hace que mi cuerpo se estremezca.

—¿Qué me dices? —le pregunto, para que diga algo al respecto.

—Digo que esta canción nos viene como picha al culo —me dice, haciéndome reír.

—¿De dónde sacas esas expresiones? Se dice, como anillo al dedo —le riño de forma cariñosa e intento averiguar qué canción es y me doy cuenta de que es ¡Quién diría!, una canción que salió hace poco.

—Es casi lo mismo. Se asemeja más que tu comparación de tener sexo y hacer el amor —se burla de mí, acordándose de una de nuestras primeras conversaciones.

—¿Y?

—Sí, me encantaría salir contigo y ser tu novio. Si me pidieses ahora matrimonio, te diría también que sí —me dice antes de posar, por fin, sus labios sobre los míos.

Esta vez soy yo quien lo arrastra a una esquina tranquila, donde nadie puede interrumpirnos. Lo beso como si no pudiese tener suficiente de él y cuando mis manos se van directamente a su entrepierna, es Bert quien me pone freno.

—Anita, aquí no —gime.

—Pero lo necesito ahora —le pido.

—Pues me despido de Sebastian, que estoy seguro de que pasará la noche con la chica que acaba de conocer, y nos vamos a mi piso —me contesta, separándose un poco de mí.

—Pero a las cuatro tengo que estar en casa —le digo.

—A la hora que quieras —me dice, tirando de mi mano para llevarme hasta donde está Sebastian.

Aprovecho mientras habla con su amigo y envió un mensaje al grupo de Omer, Carla y yo.

Los dos me responden un pulgar levantado y yo me voy sin pensarlo con Bert. Realmente no tenía ganas de estar en esta fiesta, pero cualquiera le dice que no a algo a Carla.

Aún no estamos en el taxi cuando esta vez es Bert quien comienza a comerme la boca.

Menos mal, empezábamos a creer que ya no le atraíamos. 

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