CAPÍTULO VEINTINUEVE - ¡BUENA SUERTE!
Sábado, 9 de julio del 2022
No me puedo creer que Bert me haya dejado. ¿Cómo? ¿Por qué?
La razón sí la sabemos: eres una bruja.
Eso no es verdad, aunque tengo que admitir que no me he portado con él como se merecía.
La noche que decidimos darnos una oportunidad, nos fuimos a su piso y, aunque yo le dije que quería esperar para perder mi virginidad, una hora más tarde me arrepentí de lo dicho, sin embargo, Bert me recordó que teníamos toda la vida y que me esperaría.
Esa fue una semillita que comenzó siendo minúscula, no obstante, con el paso de los días fue creciendo y transformándose en inseguridad y desconfianza.
El día siguiente se lo pasó con su amigo, pero pasamos la tarde juntos e incluso me invitó a cenar en un pequeño restaurante cerca de su piso. No voy a mentir, me lo pasé muy bien, Bert siempre te hace sentir especial, es un don que tiene.
Sin embargo, a los dos días de estar en Alemania, Omer se puso a enseñarme el Instagram de Sebastian, el mejor amigo de mi novio, y vi las fotos en las que también aparecía Bert, aunque no fuese en primer plano. Todas tenían algo en común: siempre estaba rodeado de chicas. Y la semillita fue creciendo, hasta que Bert volvió a Valencia, el día que acababan las vacaciones por la noche.
Ese día, todos fuimos al piso a darle la bienvenida. Yo estaba nerviosa, porque, a pesar de haber hablado todos los días con él y, aparentemente, entre nosotros todo iba bien, no podía olvidarme de Bert rodeado de rubias guapísimas y mucho más dispuestas que yo, de Bert rechazando el acostarse conmigo, de Bert yendo a ver a su familia al poco tiempo de empezar a salir.
Esa noche no nos quedamos solos, sino que me fui cuando Carla y Antonio se fueron. Luego empezaron las clases y me excusé en que tenía que estudiar para no quedar fuera del instituto. Si lo hacíamos, siempre acababa haciendo todo lo que él quería, porque cada vez podía resistirme menos y eso hizo que mi miedo por llevarme una desilusión con Bert fuese mayor, por lo que intentaba verlo lo menos posible y, así, no ilusionarme tanto.
Cuando acabaron las clases y los exámenes de la EvAU el ocho de junio, me fui con mis tíos a un crucero por los Fiordos Noruegos sin casi despedirme de nadie y, al regresar, Bert se había ido a Budapest al Campeonato Mundial de Waterpolo.
Durante el crucero y el campeonato casi no hablamos por teléfono por razones obvias, pero lo llamé el tres de julio para felicitarlo, ya que España había quedado en primer lugar.
No noté nada extraño en la conversación que mantuvimos, aunque fue breve, porque Bert aún tenía que llamar a sus padres, puesto que solo sus abuelos habían ido a Hungría a verlo jugar. A mí también me había invitado, pero decliné la invitación.
Ahora, si reflexiono un poco sobre ello, creo que para él fue el comienzo del final de nuestra relación, porque dejó de llamarme tan seguido o no insistía cuando yo no contestaba a las llamadas.
En realidad, es mejor así a que me dejase dentro de un año, cuando seguro me hubiese acostumbrado tanto a él que la separación fuese mucho más dolorosa. Ya he sufrido eso con mi madre y no quiero volver a sentirme así jamás.
—¿Qué coño ha pasado? —me pregunta Carla, cuando me encuentra sentada en una esquina de la discoteca, escuchando Mil tequilas de Chema Rivas, que suena a demasiados decibelios.
—Nada —le respondo como puedo, no estoy acostumbrada a beber y ahora mismo estoy borracha.
—¿Qué estás bebiendo? —me interroga y me quita mi vaso para olerlo.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunta Omer al llegar hasta donde estamos nosotros.
—Anita, esto es un margarita. ¿Sabes todo el alcohol que lleva? ¿Cuántos te has tomado? —me dice Carla, ignorando a nuestro amigo.
—Cuatro o cinco —le respondo, porque no estoy segura.
—¿Estás borracha? ¿Y tu novio? —sigue bombardeándome a preguntas Carla.
—No tengo novio —respondo, encogiendo los hombros.
—Al final has conseguido lo que querías —responde Carla y sé, por la manera que me mira, que mañana me voy a llevar una buena bronca.
—¿Qué le hiciste? —me pregunta ahora Omer.
—No hice nada. Cuando llegué vino a saludarme y yo le dije que os estaba buscando y que hablaría luego con él. Parece ser que no le gustó mucho mi respuesta, porque me dijo que no hacía falta que me escondiera, que era libre de hacer lo que quisiese, ya que esta relación se terminaba, porque no nos interesaba a ninguno de los dos —les resumo la conversación con Bert a mis amigos.
—Joder, Anita, es que llegó el martes del campeonato y no te has dignado ni a llamarlo ni a cogerle el teléfono —se queja Carla.
—Y que sepas que él nunca se quejó, pero es normal que se cansara, amiga —la apoya Omer.
—Ya lo sé, soy una mierda de persona —digo, amulada, porque no me apetece nada ponerme a hablar de todo lo que he hecho mal estos últimos dos meses y medio.
—Estás borracha, Ana. Voy a buscar a Julius para que te lleve a casa. Menos mal que tus tíos se fueron al hotel rural en Castellón este fin de semana.
—Él ya no es mi novio —le recuerdo.
—Pero sigue siendo nuestro amigo y estoy seguro de que no te dejará borracha en la fiesta —dice Omer, antes de irse a buscar a su compañero de piso.
—Esta vez te has lucido, Anita. Cuanto te dije hace casi tres años que ibas a ser una mujer fatal, no pensé que me fueses a hacer caso —me dice mi amiga, antes de apartar mi bebida cuando intento cogerla para beber un poco.
—Siempre te he dicho que Julius no es para mí —le recuerdo.
—Saboteaste tú misma vuestra relación —me echa en cara Carla y, a pesar de lo que he bebido, sé que tiene razón.
—Lo sé, pero eso es mejor que volver a perder a alguien importante en mi vida —le digo antes de darme cuenta de que Omer y Bert están escuchando la conversación.
—Peor es no tener a nadie en tu vida, a quien perder —responde Bert y puedo sentir el reproche en su voz.
—Me quedaré con ella para no dejarla sola en su casa —le dice Omer a Bert.
—La llevaré al piso y que duerma en el cuarto de invitados —responde Bert y me doy cuenta de que están hablando de mí.
—Yo puedo tomar un taxi e irme a casa —intervengo.
—Vale, no llegaré muy tarde, pero no lo haré solo —le responde Omer a Bert, ignorándome completamente.
Yo me resigno. Es la primera vez que me emborracho y no tengo ganas de discutir. Ya he causado demasiados problemas últimamente.
Bert me pasa un brazo por la cintura y me ayuda a levantarme. Ahora es cuando siento que todo da vueltas y quiero volver a sentarme, pero no me lo permite.
—Si tienes ganas de vomitar, me avisas. ¿Quieres que te compre una botella de agua? —me pregunta Bert, como si fuésemos amigos.
—¿No estás enfadado conmigo? —le pregunto, a punto de ponerme a llorar, esta situación me sobrepasa.
—No, Ana. No estoy enfadado contigo —me dice antes de comenzar a caminar hacia la puerta de la discoteca.
Cuando llegamos a la salida, Bert le pide al portero que avise a un taxi.
—¿No viniste en tu coche? —le pregunto curiosa.
—No, se supone que esta noche no te vería y como no voy a volver a empezar con los entrenamientos hasta el lunes, pensé en pillarme una buena y que un taxi me llevase borracho a casa, pero al verte, se me estropearon los planes —me contesta.
—Sé que estás bromeando —le digo antes de que me entre una risa tonta.
—Pero no mucho. Mi padre me ha dicho que mi madre quiere volver con él y quise beberme una copa para celebrarlo o no, aún no sé qué opinar de todo esto.
—¿Tu madre quiere volver con tu padre? —le pregunto, sorprendida.
—Sí, te llamé el jueves cuando me enteré. Nadie sabe la historia de mis padres, salvo mi familia, Sebastian y tú. Pero estabas muy ocupada para contestarme al teléfono, aunque no sé con quién, porque todos tus amigos, incluido Gil, pasaron la tarde en una fiesta que hicimos en la piscina de la casa donde viví el primer año —me echa en cara.
—Siento mucho todo esto, Bert. Nunca teníamos que haber —digo sin poder continuar, porque sin casi darme cuenta acabo vomitando en la acera por fuera de la discoteca.
No vomito mucho, tampoco tengo nada en el estómago. Aun así, Bert me sujeta la frente y me quita los mechones rebeldes de la cara. Cuando estamos seguros de que no voy a vomitar más, me da un pañuelo con sus iniciales.
—La segunda vez que le doy un pañuelo a una chica. Mi abuela estaría orgulloso de mí —bromea el que era hasta hace unas horas mi novio.
—Ahora, me vendría muy bien el agua —le digo, avergonzada.
—No te muevas de aquí, Ana —me pide, cuando me deja sentada en un muro bajo, cerca de la entrada de la discoteca y se va, posiblemente, a buscar un botellín de agua.
Unos segundos más tarde aparecen Marta y Alba, dos compañeras de clase que siempre me están echando en cara, que no cuido a mi novio lo suficiente.
—¿Y Julius? —me pregunta Marta, como era de esperar.
—Acaba de ir a buscar algo de beber —le respondo, intentando no aparentar estar bebida.
—¿Quieres? Es vodka con zumo de piña y está frío —me ofrece Alba.
Normalmente, diría que no, ya que no suelo beber alcohol, pero tengo sed y un mal sabor en la boca, así que asiento con la cabeza y tomo la botella que me ofrece.
—¡Ana! —me riñe Bert, porque, posiblemente, no le guste que esté bebiendo.
—Hola, Julius —saludan Marta y Alba, como si fuesen siamesas.
—Hola, chicas. Ana ha bebido suficiente por hoy —les responde mi ex quitándome la botella y devolviéndosela a su propietaria.
—Vaya, no lo sabíamos —responde Marta con una sonrisa más falsa, que la sangre en una película cutre.
Bert no se entretiene mucho con ellas, porque llega nuestro taxi y me ayuda a subirme.
—¿Por qué sigues bebiendo si ya estás borracha? —me riñe, cuando los dos nos sentamos en la parte trasera del vehículo y le da la dirección de su piso al taxista.
—Algún día encontrarás a una chica estupenda que pueda hacerte feliz, Bert. Te lo mereces —es lo único que se me ocurre decir.
—Yo quería que esa chica fueses tú —me dice triste y sé que le he hecho más daño de lo que pretendía.
—No soy la adecuada.
—Sí, lo eres, sin embargo, aún no estás preparada para nosotros —me dice y yo no sé qué pensar.
—Me alegro por lo de tus padres.
—Quería invitarte a ir unos días a Alemania para presentarte a toda la familia, pero sé que no va a poder ser. Me iré el lunes. Si te apetece visitarme, solo tienes que decírmelo y te enviaré los billetes.
—Si hubiésemos seguido siendo solo amigos...
—Tienes razón, como amigos hablábamos todos los días y te interesabas más por mí. Como amigos me hubieses aconsejado o simplemente escuchado cuando me enteré del nuevo drama que está viviendo mi padre. Hubiésemos seguido como amigos, pero yo ya no soportaba no poder besarte o abrazarte cuando estabas junto a mí. Aunque, una relación como la que teníamos hasta hace unas horas tampoco nos llevaba a ningún lado.
—¿Me puedo acostar contigo esta noche? —le pregunto e intento besarle, pero Bert se aparta.
—No creo que sea buena idea, Ana.
No nos da tiempo de seguir discutiendo, porque el taxi para por fuera del edificio donde viven Omer y Bert. Lo último que he bebido no me ha sentado bien y no podría haber llegado al piso sin la ayuda de mi ex.
Es patético que, por una vez que bebo, me tenga que cuidar el chico que me acaba de dejar.
—Yo puedo sola —le digo, cuando me ayuda a entrar al piso.
—Normalmente, sí. Pero hoy no estoy tan seguro —responde y sé que lo hace para molestarme.
—Tanto tiempo juntos y nunca nos llegamos a acostar. ¿No deberíamos de hacerlo como despedida? —le digo antes de girar mi cuerpo, intentando que nuestros labios se puedan besar.
—Ana, no sabes lo que dices. Acuéstate en el cuarto de visitas. Te llevaré una botella de agua y un sándwich para que no te duermas con el estómago vacío —me responde, mientras me esquiva y luego se aleja de mí.
—¿Me estás rechazando? Ya es la tercera vez que lo haces. Gil siempre ha tenido razón —le echo en cara.
—Nunca me aprovecharía de una chica borracha y mucho menos de ti. Mañana te vas a avergonzar de todo lo que me estás diciendo.
—Las otras veces no estaba borracha y tampoco te quisiste acostar conmigo —le contesto, cada vez más enfadada.
—¿Qué quieres decir? —me pregunta, claramente confundido.
—Que nunca te he atraído mucho —le respondo sin un ápice de vergüenza.
—¿Estás loca? No dices sino tonterías.
—Demuéstramelo y acuéstate conmigo —lo reto.
—No sé qué tonterías te habrá dicho tu amigo, pero él no tiene ni idea de lo que siento por ti. Si no te quisiese tanto, podría acostarme contigo ahora, perderías tu virginidad y yo me correría como un niño de quince años de las ganas que tengo de hacerte mía. Pero me importas demasiado y sé que no estás preparada, tú misma me lo dijiste. Al igual que no estabas preparada para tener una relación y, a pesar de todo, fui un egoísta e hice lo imposible para que pasase. No cometeré el mismo error dos veces —me contesta, enfadado, antes de irse a la cocina.
Cuando me quedo sola en el salón, me voy al baño. El piso me lo conozco bien, ya que las semanas que Bert estuvo en Budapest yo me pasé casi todo el día aquí con Omer.
A pesar de haber bebido demasiado, sé que Bert no va a tocarme y me doy por vencida, por lo que me pongo la camiseta y el bóxer que me encuentro encima de la cama donde dormiré esta noche.
Dos minutos después entra Bert al cuarto con un sándwich y una botella de agua. No tengo sed ni hambre, aun así, me obliga a comérmelo todo y beberme la mitad de la botella. Le pido que al menos se siente a mi lado hasta que me duerma y en cuanto comienza a acariciarme el pelo, me quedo dormida.
***
No sé ni donde estoy ni lo que hago en esta habitación, pero estoy segura de que no es mi cama. Solo tengo que encender la lámpara que está en la mesilla de noche para saber que estoy en el piso de Omer y Bert y acordarme de todo, o casi todo, lo que ocurrió anoche.
¡Mierda!
Sí, ahora que lo hemos echado todo a perder, es cuando nos damos cuenta de lo especial que es este chico.
Mejor así, ni siquiera lo vamos a volver a ver. Él quiere estudiar Medicina en varias universidades europeas y yo quiero quedarme en Valencia estudiando Filología Hispánica o Francesa. No nos vamos a encontrar ni en la facultad, porque no coincidiremos, y en dos años no sabremos nada el uno del otro.
¡Qué romántica!
El amor está sobrevalorado.
Sé que solo intento darme ánimos, porque si pienso en todas las estupideces que hice ayer, salgo a la terraza del piso y me tiro.
—¿Estás despierta? —me pregunta Omer, desde el otro lado de la puerta.
—Sí, pasa —le respondo, sin levantarme de la cama.
—Nunca imaginé que fueses tan dormilona —me echa en cara mi amigo.
—¿Qué hora es?
—Las tres de la tarde. Julius ha salido desde temprano, posiblemente, para darte tiempo a fin de que te pudieses ir tranquila sin encontrarte con él y acaba de llegar con el almuerzo para los dos. Puedo compartir mi parte.
—Me siento fatal, no volveré a beber en la vida —me quejo.
—No tardes —me dice Omer antes de desaparecer.
No tengo ganas de levantarme, pero sí mucha hambre y pocas ganas de prepararme algo. En cuanto llego a la cocina me encuentro a Bert de espaldas sin camisa. Tiene el pelo despeinado y por las bermudas que lleva y la tabla que vi en la entrada, estoy segura de que ha estado cogiendo olas.
—¿Ana? Supuse que ya te habrías ido —me dice Bert, cuando se da cuenta de mi presencia.
—Me acaba de despertar Omer, pero ya me voy —le digo, avergonzada.
—No te preocupes. He comprado comida para una familia numerosa —me tranquiliza, mientras se pone la camiseta despachadamente.
—¿Te has vuelto a tatuar? —le pregunto, porque el tatuaje del trébol de Adidas, que se le había borrado con el tiempo, parece nuevo.
—No le pude decir que no a la cantidad de dinero que me pagan este año y, además, lo puedo disimular con maquillaje cuando me sacan fotos para otras marcas. Aunque a la mayoría no les importa.
—¿Por qué te ofrecen tanto? —me extraño, ya que no entiendo la razón para que una empresa le pague a alguien por llevar tatuada su marca.
—Porque todos me ven el logo cuando compito. Incluso me ofrecieron un incentivo si ganábamos en Budapest. Imagino que el que uno de los campeones lleve tatuado su marca es una publicidad difícil de conseguir —me explica.
—¿Te ayudo? —le pregunto al ver que comienza a colocar en platos la comida que, posiblemente, compró en el restaurante árabe donde solía trabajar.
—¿Puedes decirle a Omer que venga? Siempre tengo que esperar por él para comer —se queja.
Comemos entre bromas y risas. Bert me trata como si nunca hubiésemos intentado tener una relación y, lo más importante, como si no le hubiese echado en cara ayer que no quisiese acostarse conmigo.
Omer se ofrece para ir a buscar horchata después de comer y Bert y yo nos sentamos en la terraza a hablar un rato. Le pregunto por sus padres y me cuenta que su madre se arrepiente muchísimo de haberse casado con otro o, por lo menos, es lo que dice.
Ha jurado que el nuevo marido la engatusó, haciéndole creer que su ex la engañaba, y que el matrimonio de los dos era falso, que jamás había siquiera besado al otro y que siempre estuvo enamorada del padre de Bert.
Parece ser que un amigo de la familia le hizo ver la mentira en la que estaba viviendo y ahora está tan enfadada con su actual marido, que no sabe si dejarlo en paz y olvidarse de todo o hacerle la vida imposible quitándole la mitad de sus bienes.
Ella no se llevó nada a su matrimonio, porque al sentirse engañada quiso dejar todo atrás, pero esta vez le importaba muy poco su marido y Bert supone que lo va a destrozar.
—Mi madre es muy buena persona, pero cuando quiere, puede ser muy cabrona, como casi todas las mujeres —dice Bert divertido.
—No todas somos así —defiendo a las de mi mismo sexo.
—Tú también puedes ser un poco canalla si te lo propones —me dice con una sonrisa traviesa.
—Siento todo lo sucedido, sobre todo lo de anoche —me disculpo.
—Es solo una broma, Ana. Por lo menos, seguimos siendo amigos, que es lo que deberíamos haber hecho desde un principio.
—Supongo que tienes razón.
Después de este pequeño traspié, la conversación vuelve a ser lo que era. Omer tarda casi dos horas en regresar y nos encuentra muertos de risa en la terraza.
Bert incluso nos invita a los dos a que lo vayamos a visitar a Alemania, pero sé que no voy a ir, como también sé que Omer se pasará al menos una semana con su compañero de piso en el país germano.
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