CAPÍTULO VEINTICUATRO - LAMENTACIONES
Sábado, 17 de octubre del 2020
Ya llevamos más de un mes de clases y aún no me acostumbro a llevar la mascarilla durante horas. No todos tenemos la suerte de Bert, que no tiene que llevarla, porque en su instituto, en Alemania, no es obligatoria.
Después de pasarme un mes en Francia y otro en Inglaterra, regresé a Valencia el dos de septiembre. Tenía ganas de ver a mis amigos, pero sobre todo echaba de menos a Bert. Aunque él no llegaría hasta dos semanas más tarde, al menos podría volver a mantener conversaciones que duraban varias horas.
Sin embargo, tras pasar dos días en Valencia, me llamó Bert para decirme que se quedaría a estudiar en Alemania porque su tía fue atropellada por un coche mientras iba en bicicleta y, como no tiene hijos y él es su único sobrino, tendría que cuidarla él mismo, por la tarde y por la noche, los días que su tío no podía. Los médicos habían dicho que tardaría cuatro o cinco meses en recuperarse completamente, pero que los primeros dos meses no debería moverse.
Bert lo organizó todo tan rápido, que parecía que lo había planificado con anterioridad: se apuntó en el instituto para cursar el penúltimo curso de bachiller, habló con su jefe en Alemania que le prometió darle trabajo los fines de semana, con los jefes de aquí que lo mantendrían en ERTE hasta que se lo permitieran, con los padres de los niños a los que les da clase de francés para seguir haciéndolo de forma telemática, aunque solo dos días a la semana como antiguamente e, incluso, consiguió que le permitieran ir una tarde a la semana para acabar su formación de electricista.
Lo hizo en un abrir y cerrar de ojos y, lo peor, es que a los dos días también le dijeron que dos tardes a la semana podría recibir en casa de su tío al profesor que le había estado enseñando la profesión de lutier, que, además, le daría algunas clases de música e instrumento.
A mí me pareció que todo iba demasiado bien y cuando, además, me contó que su equipo de waterpolo lo había transferido por una temporada al equipo de Wurzburg, que está a una hora del pueblo donde vive, me enfadé.
—¿Ya has salido a correr? —me pregunta Carla antes de abrir los ojos.
Anoche salimos a dar una vuelta y, aunque regresamos a las doce a casa, se quedó conmigo a dormir.
—Sí, no quería despertarte, lo siento —me disculpo, porque solo había entrado al cuarto a recoger la ropa para vestirme.
—Por lo menos ha dejado huella en tu vida —se burla de mí mi mejor amiga y estoy segura de que se refiere a Bert.
—No empieces, Carla —le aviso, severa, porque hablar de él está prohibido en mi presencia.
—Ya ha pasado un mes, creo que deberíamos poder hablar del tema como cualquier persona normal. Ni siquiera te ha engañado o se ha portado mal contigo, solo se ha quedado a ayudar a cuidar a su tía, porque su tío viaja demasiado.
—Él ha elegido y se acabó esta conversación —le respondo, perdiendo un poco la paciencia.
—No seas caprichosa. Deberías de responder a sus llamadas, no ha hecho nada malo, únicamente está siendo responsable. Hasta intentó regalarte los vuelos para que fueses a verlo la semana pasada que teníamos un fin de semana de cuatro días.
—No quiero saber nada, Carla.
—Eres una cabezota. Por una tontería así, no puedes romper una relación.
—Nosotros no teníamos una relación —le recuerdo.
—Por supuesto que sí. Los días que vino a verte, a finales de junio, estabais muy acaramelados, no podíais quitaros las manos de encima.
—No voy a negar que es guapo y que tiene un cuerpo de infarto —me excuso.
—¿Tanto como para meterle la lengua hasta la garganta? —me echa en cara.
Sé que tiene razón, pero me niego a dársela. Los cuatro días que estuvo Bert en Valencia, antes de mi viaje a Francia, dimos demasiadas muestras de cariño en público. Yo volví a casa todos los días para dormir, pero, de resto, no me separé de él ni cuando fue a entrenar con su antiguo equipo.
Incluso David, que en un principio estuvo un poco pesado, se dio por vencido y aceptó que entre Bert y yo había algo.
—Me voy al baño a vestirme, cuando hayas dejado el tema, me avisas —le digo al disponerme a salir con mi ropa en la mano y tan solo con una toalla alrededor del cuerpo.
—Tiene un tatuaje en el pecho —me dice Carla y capta mi interés por completo.
—¿Un tatuaje? —le pregunto antes de sentarme a su lado en mi cama.
—Sí, le contó a Antonio que quiso aprovechar una propuesta de Adidas y que se lleva la totalidad de los ingresos por publicidad, puesto que es un jugador libre, y se tatuó el logo de esa marca.
—¿Está loco? Un tatuaje es para toda la vida —digo, alterada.
—No seas tan dramática, además, es uno de esos tatuajes que desaparecen al año, aproximadamente. Parece ser que firmó un contrato con la marca alemana y ha hecho varios reportajes. Deberíamos verlo en alguna revista uno de estos días, seguro que las chicas del instituto alucinan cuando lo vean.
—¿Por qué lo ha hecho? —pregunto, ya que no entiendo que se haya dejado tatuar, es perfecto tal y como es.
—Imagino que le pagan bien. Antonio también me dijo que había dejado el trabajo porque tenía que concentrarse en sacar todos los exámenes que le faltan para sacar el título de Técnico Electricista en diciembre.
—¡Pues sí que está informado Antonio! —respondo molesta, porque me fastidia que Carla sepa mucho más de la vida de Bert que yo.
—Lo sabrías de primera mano, si no te negaras a hablar con Julius —me riñe mi amiga.
—Lo sé, sin embargo, no quería seguir así: hablando todos los días y sin poder vernos durante meses —me sincero.
—¿Y por qué no se lo dijiste?
—Porque no teníamos ninguna relación, no tenía derecho a decirle algo así —intento explicarle.
—Anita, todos sabíamos, incluido Julius, que estabais saliendo. Si no le pusisteis nombre fue porque tú te empeñaste en que no estabas preparada aún. Ibais de la mano, los últimos cuatro días, os besasteis en público, te abrazaba en todo momento. Erais una pareja un poco pulpo, no obstante, a mí me gustaba.
—Pero ya se acabó —le digo con voz firme.
—Pues si ya no hay nada más que hacer con Julius, empezaré con la operación Gil y Anita. Aunque te advierto que no quiero escuchar lamentaciones cuando Julius vuelva el curso que viene y tú te pongas a lloriquear por las esquinas al verlo con otra.
—A Julius ya lo tengo superado —le miento.
—Pues nos concentraremos en Gil.
—Gil es solo un amigo, Carla —le intento hacer entender.
—Siempre que viene a Valencia, está contigo.
—Porque la mayoría de vosotros no tenéis tiempo, ya que estáis muy ocupados con vuestras parejas.
Gil se ha convertido en un gran amigo, no nos vemos mucho, porque se lleva fatal con Omer. Sin embargo, cuando viene, siempre quedamos y hablamos un rato.
No tengo con él las largas conversaciones que tenía con Bert, sin embargo, algo es algo. Echo de menos el pasarme horas hablando. La última vez que lo hice fue un sábado que estaba en Inglaterra. Aprovechamos que mi tía se fue a Francia a tratar el alquiler de nuestra casa en Orleans, ya que al no ir prácticamente en todo el año, decidimos alquilarla a largo plazo. Bert se pasó todo el día hablando conmigo, incluso tuvo que cambiar sus planes, me dijo que tenía que adaptarse a los míos, puesto que me había prometido casi dos meses atrás.
—¿Qué haremos esta tarde? —me pregunta mi amiga, que siempre está planeando algo.
—¿Qué te parece ver un poco la tele?
—No te conozco, Anita. Nunca veías la tele y ahora estás enganchada a Julie and the phantons desde hace una semana.
—Es que me encanta esa serie —admito.
—Vemos dos episodios y luego damos una vuelta con los chicos —me ofrece.
—Vale, pero no puedo regresar muy tarde —le recuerdo.
Desde que empezaron las clases estoy saliendo a correr los días festivos, los sábados y los domingos. Quiero participar en el medio maratón de Trinidad Alfonso el seis de diciembre. Son solo diez kilómetros, pero tengo que entrenar.
Antes de almorzar, nos vamos a casa de mi mejor amiga. Queremos ver la serie encerradas en su cuarto, ya que en el mío no tengo televisión.
A los padres de mi amiga les está yendo muy bien últimamente. Al padre lo han ascendido y como durante meses no pudieron salir a comprar, han saneado sus cuentas. Así que Carla les pidió que la dejaran sacarse el carnet de moto. Yo quiero apuntarme en cuanto cumpla los dieciséis años, a pesar de la mala experiencia con David, me encantó cuando monté con Bert.
***
Aunque estemos a mitad de octubre, hoy hace buen tiempo. He almorzado con Carla en su casa y Omer se nos ha unido hace unos minutos. Queremos salir a dar una vuelta, pero estamos tan cansados de la mascarilla que al final Omer llama a su nueva novia y decidimos quedarnos viendo la tele, como en el plan anterior.
—Vaya, Omer, sí que te ha durado esta chica —bromea Carla.
—Tres meses —responde orgulloso.
—A ver si lo tomas de ejemplo, Anita. Lo de Gil va a tener que durar más que lo de Julius. Si sigues así, llegas virgen al matrimonio —me riñe Carla.
—¿Lo de Julius se acabó? —pregunta Omer contrariado, como si no hubiese escuchado todas las veces que se lo he dicho.
—¿Estás de broma? Te lo he dicho mil veces —me molesto con él.
—No entiendo cómo puedes preferir a Gil. Julius es más divertido, más amable y muchísimo más guapo —habla el defensor número uno de Bert en la tierra.
—¿Por qué no le pides salir, Omer? —le preguntó con retintín.
—A veces eres boba. El chico, a pesar de tus tontas rabietas, te adora. Un día abrirás los ojos y no lo tendrás detrás de ti y te vas a arrepentir. Ese día no quiero que vengas a contarme nada —se enfada ahora Omer.
—Yo le he dicho lo mismo, que se va a arrepentir —le da la razón mi mejor amiga.
—Eso es problema mío —me defiendo.
—Sí, pero luego las lamentaciones nos las vamos a tener que comer nosotros dos —me responde Carla.
—¿Desde cuándo me he lamentado por algo? —contesto.
—No lo has hecho, porque nunca antes te habías enamorado, pero te acordarás de esta conversación. Voy a la cocina a coger cosas de picar antes de que venga la novia de Omer y comencemos a ver la serie —me dice Carla antes de levantarse y salir de su habitación.
—Sabes que muy pocas veces le doy la razón a Carla y esta vez, la tiene, Ana. ¿Por qué no hablas con Julius? También era tu amigo y estuvo contigo cuando tu madre falleció, te ayudó siempre. Creo que no se merece que lo ignores de la noche a la mañana —me riñe ahora Omer.
—Vale, lo llamaré uno de estos días para ver cómo está —me comprometo.
—Por una vez que me llevaba realmente bien con uno de vuestros novios. Antonio me cae bien, sin embargo, no es lo mismo, nunca sería mi amigo si no estuviese saliendo con Carla. Con Julius seguiré hablando, aunque te cases y tengas hijos con un lord inglés.
—No voy a prohibirte que te lleves con él, Omer.
—La verdad es que no me apetece nada tener que aguantar a un tipo como Gil —suelta molesto.
—Entre Gil y yo no hay absolutamente nada —le repito por enésima vez.
—Carla piensa que en un futuro puede pasar y con Julius decías exactamente lo mismo. Además, Gil es el típico chico con el que soñabas desde siempre, se supone que le resultará más fácil conquistarte que a Julius —me explica Omer.
—Julius no me conquistó. Todos hablan como si hubiese caído en una especie de hechizo que me echó —le contesto, molesta.
—No te enfades, Ana. No puedes negar que te gustaba estar con él, hablar con él y besarlo también. Así se define en mi casa, que te guste alguien.
—Por supuesto que me gusta. A más de la mitad de las chicas del instituto les gusta, sin embargo, eso no significa que me conquistó —sigo en mis trece.
—¿Sabes lo que creo? Que dentro de cinco o seis años echaremos la vista atrás y te tirarás de los pelos por no haberle dado una oportunidad a la pareja que hacéis Julius y tú. No te voy a negar que hubo un momento en el que me hubiese gustado ser esa persona que te complementase como lo hace él, sin embargo, ni en mis mejores sueños lo hubiese hecho tan bien. Él es perfecto para ti, pero no quiero forzarte a hacer nada. Te lo he dicho, porque soy tu amigo y me preocupo por ti, ahora eres tú la que tiene que tomar las decisiones.
No sé el porqué todos opinan que Bert y yo estamos hechos el uno para el otro, bueno, todos menos David y Gil.
Mi tío también me ha dado a entender que debería darle una oportunidad a Bert. Se dio cuenta de que dejé de hablar con él por teléfono y cuando le conté la razón, se puso de parte del alemán sin pensarlo siquiera.
En cuanto viene la novia de Omer, nos ponemos a ver la serie de Netflix. Yo la he visto completa, aunque no me importa verla otra vez, además, me encanta la música.
Vemos los dos últimos capítulos y cantamos las canciones mientras mi mejor amiga nos manda a callar porque es la única que no los ha visto antes.
A las diez de la noche, llego a casa. Estoy un poco nerviosa porque le prometí a Omer que llamaría a Bert y no sé qué decirle.
Cuando marco su número no contesta nadie y no insisto. Si estuviese en su casa no tendría cobertura.
Diez minutos después me entra una llamada de Bert. Respiro hondo y contesto.
—¿Anita? ¿Estás bien? —me pregunta, preocupado, aunque puedo escuchar voces gritando y música de fondo.
—Sí, solo quería saber cómo estabas tú —le contesto nerviosa.
—Sabes que yo siempre estoy bien, aunque si hablásemos todos los días, igual que hacíamos antes, estaría mucho mejor —me responde, tan sincero como siempre.
—Necesito un poco de espacio, Bert —intento explicarme.
—Mierda, me olvidé de grabar la conversación —dice y sé que está bromeando para hacerme todo esto más fácil.
—Eres un idiota —le contesto, más tranquila.
—Gracias, Anita —me responde y noto que está sonriendo.
—Quien tiene que darte las gracias, soy yo por los billetes de avión, lamento haberte hecho perder tu dinero de esa forma —me disculpo.
—No te preocupes, eran flexibles. Con esto del COVID los billetes los puedes cambiar y hacer mil cosas. Al final vino Marisa a verme.
—¿Marisa? —le pregunto, sin dar crédito, porque nadie me había dicho nada de esto.
—Sí, ya tiene seis meses de embarazo y se está pensando el venirse a vivir a Alemania el año que viene, cuando acabe el curso. Mi abuela le ha conseguido un puesto de aprendiz en una panadería —me dice para mi sorpresa.
—¿Y por qué a Alemania? —le pregunto, cada vez más llena de dudas.
—El padre del bebé que está en camino no quiere ayudarla. Está casado y no va dejar a su mujer o decirle que ha tenido un hijo con otra. La madre de Marisa está empeñada en que diga quién es y que le obligue a pagar una manutención, pero Marisa no quiere nada de un hombre que la ha abandonado cuando más lo necesitaba, así que como en España no encuentra ningún apoyo, hemos trazado un plan para que pueda tener un oficio y pueda cuidar de su bebé —me cuenta.
—¿Hemos?
—Ya sabes que es mi amiga —argumenta Bert.
—Claro. ¿Qué es todo ese ruido? —le pregunto para cambiar de tema.
—Estamos celebrando una victoria que era poco probable.
—Así que sigues jugando —es lo único que se ocurre decir, aunque yo sé que lo sigue haciendo.
—Sí, pero cada vez voy teniendo más tiempo libre. Mi tía se está recuperando y me quedo solo los domingos y los martes en su casa para cuidarla por la tarde y por la noche, ya no trabajo de electricista y tan solo voy los viernes antes del entrenamiento a clase, aunque termino en ocho semanas. Lo único de lo que tendré que preocuparme en unos meses es de las clases de primero de bachiller que tengo por las mañanas. A partir de enero podría ir a verte todos los fines de semana, aunque sea por un día. Solemos tener los partidos los viernes o los sábados por la mañana, lo de hoy es una excepción —me explica.
—Bert, te llamo como amiga —me apresuro a decirle, evitando que la conversación siga por en esa dirección.
—Siempre hemos sido solo amigos, pero nunca habías dejado de contestar a mis llamadas —me echa en cara y sé que tiene razón.
—Lo siento, todo esto no es tan fácil como parece —me justifico.
—Para mí tampoco, Anita.
—Te llamo la semana que viene, ¿te parece bien? —intento despedirme.
—Cuando quieras, Anita —me dice y cuelgo antes de que pueda decirme algo más que nos comprometa a los dos.
Me quedo con un mal sabor de boca cuando decido acostarme. Mis mejores amigos tienen razón. Puede que Bert no sea el amor de mi vida ni el chico ideal con el que siempre soñé, pero que le haya regalado a Marisa los billetes de avión, que en principio eran para mí, me ha molestado mucho más de lo que estoy dispuesta a admitir.
Por supuesto que no le pienso contar nada de esto a nadie, no quiero que piensen que estoy celosa o que me importa lo que haga Bert con sus amigos, sin embargo, Marisa cada vez me cae peor.
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