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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO - SOLO ÉL Y YO

Viernes, 14 de julio del 2028

A pesar de que la vida sin Gil es mucho más tranquila, no lo echo de menos. Es extraño, porque siempre echo de menos a todo el mundo, pero a Gil, no. No he visto a nadie los últimos diez días, porque me he ido con mi tía a Lyon a visitar a unos amigos franceses y a que mi tía compre una casa preciosa con los ingresos que ha generado el alquiler que recibimos en Francia los últimos años y, por supuesto, una cantidad que ha aportado ella. Me recuerda a Julius, que por lo que he escuchado ya se ha comprado una casa por cinco millones de euros en South Kensington, Londres, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Omer ha ido con él a verla cuando la compró y vino alucinando. Parece ser que mi ex se ha lucido esta vez.

Imagino que querrá vivir lujosamente con su esposa.

Incluso tendrá servicio en casa, pagado por su equipo de waterpolo, ya que el equipo le ofrecía alojamiento y como lo ha declinado, le ofrecieron una señora que le limpia la casa y otra que le cocina.

Me alegro por él, se merece todo lo bueno que le pase.

Solo he hablado con Omer esta mañana temprano porque, para evitar las insistentes llamadas de Gil, he apagado el teléfono al día siguiente de la fiesta de graduación de Julius. Así que he estado totalmente desconectada del mundo. Por supuesto que avisé a Carla de que iba a estar desaparecida y ella lo entendió, así que quedamos en que vendría a casa hoy antes de almorzar. Seguro que está al caer.

—Ana, Gil está en la puerta de casa preguntando por ti —me dice mi tía.

—¿En serio? —pregunto, molesta.

—Porque no hablas con él y te lo quitas de encima de una vez —me recomienda mi tía.

—Ya se lo dije hace dos semanas.

—Pues vas a tener que recordárselo.

No tengo nada de ganas de ver al que fue mi amigo, sin embargo, es mejor hacerlo ahora para que por fin se olvide de mí y me deje en paz.

—Hola, Ana —me saluda Gil, cuando me ve.

—Hola, ¿qué quieres? —le contesto, molesta.

—No puedo creerme que dejes de hablarme después de todos los años que hemos sido amigos.

—Lo siento, no eres la clase de persona que me gusta tener como amigo —le digo, al igual que lo hice en la conversación telefónica que tuvimos al día siguiente de nuestra pelea.

—¿Por qué? Porque me acostaba con dos chicas a la vez. Julius también lo ha hecho y con él si sigues hablando —me echa en cara.

—Gil, Julius se acostaba con algunas chicas, pero era cosa de una noche. Nunca tuvo una relación con ellas —intento explicarle.

—¿Y eso es mejor que lo que he hecho yo? —se molesta.

—Sí, porque él era sincero. Se acostaba con alguien sin promesas ni falsas esperanzas.

—Un error lo comete todo el mundo. Sueles perdonar los deslices a todo el mundo, pero a mí, que te he protegido y cuidado todos estos años, no me dejas pasar ninguno.

—¿Me has protegido? ¿De qué?

—De todos esos chicos que solo querían aprovecharse de ti, incluido tu Julius —dice, en tono despectivo, la última parte de la frase.

—Gil, Julius siempre me quiso bien y mientras esperó por mí, no se acostó con ninguna otra chica, cosa que tú no puedes decir.

—Es que esas dos se pusieron a buscarme —se excusa.

—¿Crees que las chicas te buscarían más de lo que buscan a Julius? Gil, nuestra amistad ha terminado. Espero no tener otro David en mi vida. Si alguna vez me has querido un poquito, déjame en paz —le digo para que me entienda.

—No podría haberlo dicho mejor —dice Carla, que aparece de la nada.

Gil no me contesta, sino que se va enfadado hasta donde está su coche y Carla y yo vemos cómo se larga, esperemos que para siempre.

—¿Lo vas a echar de menos? —pregunta Carla, cuando el coche de Gil desaparece de nuestra visión.

—Ni un poquito —le respondo, con una pequeña sonrisa.

—Ana, tenemos que hablar —me dice mi amiga, mucho más seria de lo que acostumbra.

—¿Qué ha pasado? —pregunto, nerviosa.

—Vamos a tu cuarto y te lo cuento —me dice, dejándome más asustada de lo que lo he estado en mucho tiempo.

Carla saluda a mis tíos y nos vamos al cuarto. Tienen que notar que algo no anda bien, porque, normalmente, entra gritando cualquiera de sus locuras. Yo también me doy cuenta.

—¿Le ha pasado algo a Antonio o a algunos de los chicos? —le pregunto, nada más sentarme en mi cama junto a mi amiga.

—Es Julius —me dice y creo que la Tierra deja de girar.

—¿Julius? —le pregunto con un hilo de voz, temiéndome lo peor.

—Sí, esta mañana, cuando salía de mi turno de noche, me he enterado de que ha inhalado un ácido debido a una negligencia de su superior. Ha sido él, el que me lo ha contado hace dos horas, porque sabe que es mi amigo.

—¿Qué ácido? —pregunto, sin saber cómo he sido capaz de pronunciar palabra alguna.

—No lo sé. El doctor se puso a llorar y se disculpó mil veces mientras me lo contaba y cuando yo no lo pude resistir más, salí corriendo. No quería oír que a Julius le había ocurrido algo, es el que más tiene planes, el que siempre está haciendo cosas y el que se preocupa de todos nosotros —me dice Carla, bastante afectada, y me doy cuenta de que tiene los ojos hinchados, posiblemente lleve llorando las últimas dos horas.

Yo no puedo aguantar más y cuando pienso que el dolor que siento en el pecho ha llegado a unos niveles inaguantables, me pongo a llorar.

***

Carla fue muy inteligente al contarme lo que le sucede a Bert en mi cuarto, a solas, porque llevamos más de media hora llorando sin poder hablar. Sé que mi amiga quiere mucho al que fue mi ex y yo también. De lo que me he dado cuenta desde que me he enterado de lo sucedido, es que con mucho que me niegue a admitir que me gusta Bert, no solo me gusta, lo quiero. He estado enamorada de ese alemán desde antes de que erotizara mi relato de Gilbert, el de la Isla.

No puede dejarme ahora que lo sé, no me importa que se case con otra y que no lo vuelva a ver. El mundo nunca será el mismo, no merecerá que viva en él, si Bert no está aquí. Si no puedo verlo en alguna revista o en los partidos que televisan en las cadenas más rebuscadas del mundo. No valdrá la pena vivir, si Omer no viene a contarme lo alucinante que es la casa o el piso que se ha comprado. No valdrá la pena vivir, si sé que nadie va a poder volver a escuchar su risa, esa que él describe como un coro celestial que acompaña a la perfección su belleza incomparable, y sé que se quedó corto. No, vivir no valdrá la pena.

—Anita, no llores más —me intenta consolar Carla, cuando ella está más tranquila.

—Sé que se va a casar con otra, pero yo puedo ser feliz si sé que él lo es. Si no está, si nos deja, ¿cómo voy a seguir, Carla? —me sincero con mi mejor amiga.

—A lo mejor no es nada y estamos haciendo un drama de una tontería. Mañana, en cuanto entre a mi turno, preguntaré cómo está y te enviaré un mensaje en cuanto sepa algo —me promete.

Intento calmarme y Carla y yo acabamos recordando tonterías que nos pasaron con Bert desde que lo conocimos. Sin embargo, también le cuento algunos secretos, como el vídeo de cuando lo vi por primera vez sin camiseta, el cual aún conservo, de las veces que nos escapamos a escondidas de todos, diciéndonos que no significaba nada, aunque Bert siempre supo que significaba mucho más de lo que yo quería admitir. Le hablo sobre los días que me quedé con él y su compañero de facultad francés en Valencia y no podemos evitar pensar en cómo siempre ha estado pendiente de todos, sobre todo de mí.

Después me martirizo por haberlo arrojado a los brazos de la hermana de Sebastian y que no pueda enmendar nunca mi error, pero no dudo en hacerle una promesa a mi amiga, que si Bert consigue salvarse, no dejaré de ser su amiga nunca más, porque es la persona más maravillosa que he conocido en la vida, la más inteligente y la más divertida. Pasar una tarde con él es un premio que no me merezco, pero que aceptaré gozosa, si se me vuelve a presentar la oportunidad.

Nunca más le haré un desplante a cualquier invitación que me haga, por muy absurda que sea. Además, de mis amigos, soy la que actualmente tengo más medios para ir a verlo a donde sea y, a pesar de eso, nunca he ido cuando me ha invitado.

Ni siquiera fui a la segunda boda de sus padres que se celebró en Valencia, fueron todos menos yo. Todos esos días de felicidad me los he negado por miedo a querer demasiado y perderlo, por miedo a enamorarme y que desaparezca de mi vida y ahora, que puede que no le quede mucho tiempo entre nosotros, no sirve de nada las veces que hui, que intenté no quererlo, porque estoy enamorada de él y sé que ningún hombre podrá hacerme sentir lo que me hace sentir Bert, con mucho que haya intentado esconder mis sentimientos incluso a mí misma.

—No te atormentes más, Anita —me dice Carla, que sigue en mi cuarto después de intentar aparentar que nada sucede durante el almuerzo con mis tíos, aunque creo que nuestra actuación no ha sido muy convincente.

—Todos tenían razón. He sido una tonta. Ha llegado el día en el que realmente me arrepiento de no haber tratado a Bert como se merecía —me sincero.

—Lo sé, sin embargo, ahora únicamente podemos esperar a que se recupere. Sé que no permiten que lo visiten, no obstante, en cuanto me digan que puedes ir, te lo haré saber y podrás contarle la verdad de todo lo que sientes —me anima mi mejor amiga.

—No puedo hacer eso, se va a casar con otra, Carla. Yo solo quiero que siga viviendo y sea feliz, con eso me conformo.

—Lo de ser una mártir está pasado de moda y Julius aún no se ha casado. Te apuesto mi scooter a que si te declaras a Julius, él cancelará la boda en ese mismo instante, aunque vaya a casarse con la nieta de la reina de Inglaterra —dramatiza Carla.

—La nieta de Inglaterra le viene mejor que yo. Si se recupera, quiere hacer su especialización en Londres —le recuerdo.

—Solo tendrás que decirle que la haga aquí y no dudará en cambiar sus planes.

—Lleva soñando con esto desde que lo conozco, no podría hacerle algo así.

—Pues te vas a Inglaterra con él. ¿No me dijiste que aún no sabías que tema elegir para tu doctorado? Enciende el portátil que nos vamos a preparar para cuando vayamos a ver a Julius, ya tengas un plan para pasar el resto de tu vida con él —me dice la muy loca de mi amiga.

—Carla —me quejo, con pocas ganas.

—Ni Carla ni nada. Enciende ese maldito portátil, Anita —me dice mi amiga y yo, como siempre, la obedezco.

Mi amiga es más cabezota que yo, por eso siempre acabamos haciendo lo que ella dice, sin embargo, agradezco que intente que vea la vida como si Bert se fuese a poner bien. Nos pasamos varias horas mirando las diferentes universidades donde podría hacer el doctorado en Londres. Incluso me obliga a que le envíe dos correos electrónicos a dos de mis profesores con los que tenía pensado trabajar los próximos años.

Después de tres horas, doy la búsqueda por finalizada.

—También podría vivir en Londres sin más. Bert no es el único que tiene inversiones que le dan un alquiler mensual. Con los que recibo en Valencia y en Francia y el dinero del seguro podré vivir en Inglaterra a cuerpo de rey durante cuatro o cinco años.

—Crees que Julius no te obligaría a que vivieses con él. Sé que el dinero no es problema, pero te conozco y también sé que no vas a poder quedarte en Londres esperando todos los días a que tu amorcito llegue a casa, necesitas hacer algo. Y ya que quieres hacer ese doctorado y puedes hacerlo en cualquier lugar del mundo, me parece que es una idea brillante la que ha tenido tu mejor amiga, Anita —se piropea a sí misma.

Cuando Carla se despide y se va a su casa, mis tíos me preguntan por lo sucedido. No puedo mentirles, así que intento contarles lo que me ha dicho mi mejor amiga, sin que se note mucho lo mal que me ha dejado la noticia.

Mi tío es el que más se preocupa. A lo largo de los años ha mantenido el contacto con Bert, se escriben mensajes de vez en cuando y se llaman una o dos veces al mes. Siempre se han llevado bien y mi tío fue un gran aliado de Bert cuando mi tía no me permitía salir de casa.

No puedo cenar, ya me obligué a comer algo en el almuerzo para no levantar sospechas, pero a la hora de la cena tengo el estómago cerrado y les digo a mis tíos que no me siento bien y me acuesto temprano.

De repente me da por escuchar aquellas canciones que Bert me envió el año que lo conocí y tuvimos que hacer un proyecto juntos. Lo primero que se me viene a la cabeza es Contigo del Canto del Loco. Fue la primera vez que me envió algo así, donde me decía abiertamente cuáles eran sus intenciones conmigo. Me acuerdo de que me enfadé un poco, pero él luego me contestó con una de sus tonterías y me hizo reír.

Y pensando en su risa me dejo dormir, cuando mis ojos dejan de derramar lágrimas, porque se quedan secos.

¡Qué triste es darse cuenta de que el amor de mi vida ha estado al alcance de mi mano todo este tiempo y cuando lo sé, es porque lo voy a perder para siempre!

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