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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO - FALSAS ESPERANZAS

Miércoles, 1 de abril del 2026

Mi último año de carrera y siempre pasa algo por lo que me quedo la mayor parte de las vacaciones de Semana Santa en Valencia. Creo que soy la única de mis compañeros de la facultad.

Omer me ha dicho que Bert ha llegado ayer a la ciudad, no obstante, soy una cobarde y no me he atrevido a quedar con él. No estoy segura de que tenga una novia en Suecia, donde vive desde el pasado septiembre, y nuestros últimos dos días juntos fueron demasiado íntimos como para que una conversación banal, como viejos amigos, sea cómoda.

No sé si fueron los nervios del concierto, la euforia de las felicitaciones de después o que realmente necesitaba estar así con él, pero incluso antes de ir al restaurante donde me invitó a cenar y yo me tomé una copa de vino, imitándolo a él, estuve muy cariñosa con mi ex.

Normalmente, es él el que ha dado siempre más muestras de cariño, el primero que me ha besado, que me ha tomado de la mano y se pone en modo ñoño cuando estamos solos, pero ese día fui yo, y al día siguiente también.

Cuando fuimos a buscar a su amigo al aeropuerto y me presentó como su amiga, el pobre tuvo que llevarse una imagen muy tergiversada de mí. En cuanto tenía ocasión lo tocaba, lo besaba, aunque fuese en la mejilla, y me acercaba para que me abrazara.

Después de cenar, nos fuimos a una discoteca en la que Bert le presentó a varias amigas que hacía tiempo que no veía. Como me vieron con él tan cariñosa, ninguna se atrevió a acercársele, aunque sabemos que de noche todos los gatos son pardos y, al final, el amigo de Bert se llevó una chica con él a casa.

Nunca pregunté qué pasó entre esa chica y él, aunque el pobre chico, al día siguiente, estaba eufórico, así que la cosa tuvo que ir bien. La verdad es que el amigo es poco agraciado, pero para pasar una noche, tampoco hay que ponerse tan tiquismiquis.

Mientras Bert ayudó a su amigo a conseguir una chica con la que compartir la cama, nosotros bailábamos cuando su amigo lo hacía acompañado.

Hemos bailado muchas veces juntos, pero nunca como lo hicimos esa noche. Y cuando llegamos a casa y nos encerramos en el dormitorio, después de que Bert se asegurase de que su amigo tenía preservativos y que todo iba bien con la parejita, hicimos de todo menos dormir.

Yo tenía muchas ganas de él y Bert también las tenía de mí, y en más de una ocasión se maldijo por no ser un poco más previsor y haberle cogido dos preservativos de la caja que le compró a su amigo esa misma tarde.

Yo no hice referencia a que aún seguía siendo virgen porque, si hubiésemos tenido esos preservativos, hubiese dejado de serlo.

Esos días, me di cuenta de lo que me hubiese gustado tener un novio como mi ex, al que no supe apreciar mientras lo tuve, ahora lo sé. Bert no solo es atento y cariñoso, también es inteligente, divertido y es increíble pasar el tiempo con él. Siempre ha sabido hacerme reír y hacerme sentir la persona más querida de la tierra, pero escucharlo reír a él, compartiendo el apartamento con su amigo, me hizo ver que él es uno de esos chicos que siempre es así, siempre es tu príncipe azul, independientemente de quién esté en la habitación.

Cuando me tuve que despedir, su amigo, agradecido de que yo también hablase francés, me dijo que habían sido los mejores días de su vida. Los míos también, le quise responder, aunque no me atreví. Tampoco le dije que si no fuese porque volvía Marisa y luego Omer, me hubiese quedado a pasar todo el fin de semana con ellos, sin embargo, seguí siendo una cobarde, le di un beso a Bert en la mejilla, le agradecí lo bien que me lo hizo pasar esos días y me fui sin mirar atrás.

—Ana, ¿todavía no has ido a comprar el pan? No sé lo que te pasa últimamente, estás muy soñadora —me dice mi tía al darse cuenta de que no he salido de casa todavía.

—Pero si no lo necesitas aún —me quejo.

—Lo sé, pero fuiste tú quien dijo que ibas a salir porque Gil vendría a buscarte a casa.

Es cierto, Gil se ha quedado también, porque mañana nos iremos con el primo de Carla a su pueblo a pasar unos días. No me apetece nada ir, sin embargo, ha insistido tanto, que al final tuve que aceptar. En ese sentido, es como la prima de su amigo, un pesado.

Sin dudarlo, cojo la cartera y salgo de casa, ni siquiera me preocupo por el teléfono móvil, todo el mundo está disfrutando de unas merecidas vacaciones y Gil se quedará a esperarme en casa hasta que vuelva.

—¿Anita? —escucho una voz con un ligero acento, aunque realmente solo se pueda escuchar en algunas palabras.

—Hola —le digo muerta de la vergüenza, he salido con un pantalón de chándal viejo y una camiseta, que en sus mejores tiempos había sido de mi tío, por no nombrar a las dos trenzas que tengo como peinado.

—Imaginé que estarías con los chicos en la casa que han alquilado —me dice.

—Este año no iré. Me voy al pueblo con Gil a visitar a su familia —es lo único que se me ocurre decir.

—Yo me voy mañana con Marisa, Julio y Omer, que regresa esta noche de la visita obligatoria a la suya. Hoy he quedado para ver a algunos antiguos compañeros de equipo y a mi entrenador y he pasado unas horas con los propietarios de la casa donde viví el primer año en Valencia esta mañana —me cuenta y yo agradezco internamente el haber decidido irme con mi amigo a su pueblo, no me sentiría cómoda en una casa con Bert en ella ahora mismo.

—No sabía que vendrías —le digo para que no piense que no voy porque va él.

—No estaba seguro de si podía venir o no. Compré el billete ayer, unas horas antes del vuelo. Marisa me pidió que viniese, porque hace dos meses que no veo a Julio y, al final, hice el esfuerzo —me responde con una sonrisa, que hace que los nervios de habérmelo encontrado sin esperarlo se disipen.

—Te veo bien —le digo.

—Tú estás muy guapa, me encanta verte así y con esas trenzas, pareces una compañera de guardería de Julio —bromea.

—¿Cómo te va en Suecia? —le pregunto, cuando nuestros ojos se encuentran y tengo que desviar la mirada.

—Mejor de lo que podía haber imaginado en un principio. Deberías de venir a verme. Estocolmo es precioso y mi facultad es un sueño hecho realidad. Además, mis profesores me tratan igual que a uno más y no como a un estudiante y he tenido la oportunidad de trabajar con eminencias en el campo de la medicina —me dice entusiasmado y, por la intensidad que le brillan los ojos, me doy cuenta de que realmente le gusta lo que está haciendo.

—Me alegro mucho, Julius. Te mereces lo mejor.

—¿Ya no soy Bert? —me pregunta con una sonrisa, que no termina de llegarle a los ojos.

—Creo que ya es hora de que intentemos ser amigos de verdad, sin noches que al día siguiente no significan nada —le explico con la tristeza que representa el despedir a una época en mi vida que siempre recordaré con cariño.

—Entonces, lo justo sería que volviésemos a ser amigos como antes de que hubiese esas noches que dices que no significaron nada —me responde él con la misma tristeza que yo.

—¿A qué te refieres?

—A que es una pena que si vuelvo a ser Julius no podamos hablar alguna vez o enviarnos algún mensaje. Siempre me ha gustado compartir contigo una buena conversación —me dice, tranquilo.

—Tienes razón, sería lo justo —le respondo.

—¡Ana! —escucho que me dice Gil a, al menos, doscientos metros de distancia.

—Hola, Gil —lo saluda Julius, cuando mi amigo llega corriendo hasta mi lado.

—Hola —lo saluda Gil, mirando de arriba abajo primero a Julius y luego a mí.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto a mi amigo.

—Tu tío me dijo que habías salido y pensé en venirte a buscar. Estabas tardando más de lo normal. ¿Cómo has salido así vestida a la calle? ¿No te importa que te vea alguien? —pregunta mi amigo y por la mirada que le echo, tiene que entender que no me gusta nada lo que acaba de decirme.

—A mí me encanta tu estilo adolescente —contesta Julius, con una sonrisa traviesa en la cara, esas que deja a las chicas fuera de combate antes siquiera de desplegar sus encantos.

—¿Por qué no piropeas a Eugene y dejas a Ana tranquila? —le pregunta Gil, con un tono despectivo.

—¿Quién es Eugene? —pregunto.

—Una compañera de estudios de Julius que vive con él —me explica Gil, sin darle la oportunidad a Julius de explicarse.

—Sí, no me gusta vivir solo. En París también tenía un compañero y así compartimos gastos y me pagan un alquiler por la habitación —añade mi ex.

—Vi una foto vuestra en Instagram, es muy guapa —dice Gil.

—Yo no tengo Instagram, Gil, y si me dan a elegir prefiero a las chicas que se visten como adolescentes —responde Julius, sin perder su sonrisa.

—Te he visto en una foto del Instagram de ella —dice Gil y se queda tan pancho.

—Gil, te estás obsesionando un poco conmigo. Ya me comentó Omer que le preguntas frecuentemente por mí, como si fuésemos amigos y, en realidad, casi ni nos conocemos.

—Solo lo hago para que no le hagas daño a Ana —se excusa y yo no puedo evitar ponerle mala cara.

—Creo que yo me sé cuidar sola, Gil —le riño.

—También lo sé, pero si puedo evitarte un mal trago, haré lo que sea —vuelve a excusarse.

—Me alegro mucho de verte, Ana. Te enviaré una foto de Julio en la piscina. Seguro que se alegra cuando le cuente que te he visto. Gil —se despide Julius de nosotros.

—Me encantará verla —le devuelvo el saludo.

Gil no dice nada y nos quedamos en silencio mirando cómo Julius se aleja de nosotros. Se nota que sigue haciendo mucho deporte y no ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi el año pasado. Parece que ya es una tradición nuestra encontrarnos el miércoles antes del Jueves Santo.

—¿A qué ha venido todo eso? Ni siquiera te has despedido de él —le riño a Gil.

—No lo soporto y menos aún cuando sé que siempre te está dando falsas esperanzas —me responde Gil, diciendo tonterías.

—Él nunca me ha dado falsas esperanzas, de hecho, estuvimos hablando de que ya es hora de que volvamos a ser otra vez amigos —le explico.

—Por encima de mi cadáver —me dice el muy idiota.

—Perdona, pero no te estoy pidiendo permiso. Ni siquiera mi madre se atrevió jamás a prohibirme que hablase con alguien —le explico.

—Lo hago por tu bien, Ana. David me ha dicho que es un profesional del ligue.

—¿Te has puesto también a hablar de Julius con David? —le pregunto, sin terminar de creérmelo.

—Te he dicho que me preocupo por ti —me dice, subiendo la voz.

—No hace falta, sé cuidarme sola, Gil, además, he pensado que quiero retomar la amistad que tenía con Julius antes de que se complicara —le hago saber.

—No te doy permiso —contesta, igual que un niño malcriado.

—No te lo estoy pidiendo.

—Ana, no puedes hacerme esto. He estado a tu lado todos estos años. No quiero que nuestra amistad se vea amenazada por Julius —me intenta hacer chantaje emocional

—Yo nunca te he dicho, ni te diré, con quién tienes que salir. No espero menos de ti —le digo antes de empezar a caminar y dejar a Gil plantado en el sitio sin moverse.

Gil no me sigue. Estoy tan enfadada con él ahora mismo, que no sé si me iré mañana a su pueblo. Lo peor de todo es que me ha manipulado como si fuese una idiota. Sabía que Julius vendría a Valencia y pasaría unos días con mis amigos, con quienes yo suelo pasar la Semana Santa, y ha hecho lo imposible para que no vaya y así no nos encontremos.

Julius debe de pensar que somos idiotas, sobre todo yo, y que Gil está obsesionado con él. Mientras espero a que me den el pan, le envío un mensaje.

Yo: Siento mucho el comportamiento de Gil.

Bert: No te preocupes, solo está marcando territorio, lo entiendo.

Yo: ¿Me enviarás la foto que me dijiste?

Bert: Claro, yo siempre cumplo mis promesas.

Me quedo recordando todas las promesas que me hizo Julius algún día y solo recuerdo una que no ha cumplido: "Te esperaré lo que haga falta, creo que vale la pena".

Tampoco puedo echarle nada en cara. Él me pidió una oportunidad mil veces y yo lo rechacé otras tantas, y para la única vez que no lo hago, me comporté como una idiota y lo ignoré o lo traté mal la mayor parte de nuestra relación.

Yo: Al final no me has dicho cuáles son los planes para el año que viene.

Bert: Me quedaré en Estocolmo. El equipo me ha hecho una oferta que no puedo rechazar y la universidad también.

Yo: ¿Se acabó verte en las revistas de moda?

Bert: ¿No me has visto? Estos meses he trabajado mucho para Chanel y con Acne Studios (una marca de Estocolmo).

Yo: Ya sabes lo despistada que soy. Tendré que preguntarle a Gil la próxima vez.

Bert: Ja, ja, ja, siempre me ha gustado tu sentido del humor, por cierto, estabas muy guapa esta tarde.

Yo: Tú también.

Bert: ¿Te apetece que quedemos luego? Puedes venir con Gil.

Yo: No creo que lo consiga, pero te aviso si al final lo logro.

Bert: Estaré pendiente del teléfono.

No quiero seguir escribiendo, porque sé que cuando nosotros dos empezamos, podemos estar así varias horas, al igual que cuando nos ponemos a hablar por teléfono.

***

Ahora que en unos meses conseguiré acabar la carrera, me he dado cuenta de que no tengo nada de ganas de incorporarme a la vida laboral. Económicamente, me va bien, tengo mi casa y el edificio que en su día compró mi madre libre de hipoteca, el dinero que me dio el seguro de vida, una paga que se supone que recibiré hasta que cumpla los treinta y la orfandad que es lo único que actualmente me gasto, aunque no toda.

Mis tíos se encargan de pagar todos los gastos de la casa, incluido la comida, así que yo solo pago mi ropa, cuando salgo a tomar algo, las tasas de la facultad y todas esas cosas. Aunque al tener varias matrículas de honor, la matrícula no me sale tan cara.

Todavía me quedan tres años para cumplir los veinticinco y mi tía me ha recomendado que haga algún máster o me vaya a pasar un año al Tíbet, pero que ni se me ocurra ponerme a trabajar con veintidós, que aún soy una cría.

Me he decidido por hacer un máster sobre estudios ingleses avanzados, me lo ha recomendado uno de mis profesores y, además de ser muy interesante, le vendrá muy bien a mi currículum.

Después de comprar el pan, me voy directamente a casa. Nadie me pregunta por Gil cuando empezamos a almorzar, posiblemente, intuyan que nos hemos peleado.

En realidad, no me he enfadado, solo me ha desilusionado muchísimo. Se supone que es mi amigo y parece que está más obsesionado con Bert que con otra cosa. Me recuerda a David en sus mejores momentos.

Dos horas más tarde viene Gil a disculparse. En el fondo, no puedo estar mucho tiempo molesta con él, es uno de mis mejores amigos, aunque a veces se le olvide y no se comporte como tal. Así que nos pasamos la tarde preparando la maleta para ir al día siguiente a su pueblo y ni le nombro la invitación de Bert. Estoy segura de que le daría algo, si se enterase de que él también está invitado.

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