Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO TRECE - LUTO

Martes, 31 de diciembre del 2019

Mi madre murió ayer. Al menos, celebramos juntas la Nochebuena, aunque lo único que hice fue cenar junto a ella en su cuarto, porque hacía una semana que no se podía levantar ni para ir al baño.

Podría haber sido peor, en todo caso, he podido pasar todo este tiempo con ella. Ahora que no está, me acuerdo de todos esos días que nos daba por hacer tonterías y no parábamos de reírnos y me doy cuenta de todo lo que se ha llevado mi madre consigo cuando se ha ido.

Carla se fue a pasar el Fin de Año a Canarias, por lo que sé que aún no se ha enterado de que mi madre ha fallecido. El que me ha llamado, ha sido Bert. En realidad me ha llamado todos los días desde que pasamos tres horas hablando en la barra del pub donde nos besamos.

Nos hemos dado nuestro primer beso.

Sí, pero ahora no tengo ganas ni tiempo de pensar en ello.

Omer se enteró de que mi madre estaba muy mal el día antes de que falleciese. Mi tía y su marido llegaron a casa el día de Navidad para no irse más y Omer vino a verme al ver que no salía ni quedaba con nadie y mi tía se lo contó todo cuando le abrió la puerta.

No es que fuese un secreto, pero no me apetecía hablar de la enfermedad de mi madre y Omer se molestó un poco porque no se lo había dicho. El enfado le duró unos minutos, hasta que se dio cuenta de que a mi madre le quedaban, literalmente, dos telediarios.

Además, ha estado conmigo en el funeral, que ha sido algo muy íntimo, y no se quiso ir de casa hasta que mi tía lo echó. Sé que ha estado hablando con Bert, porque cuando anoche me llamó mi amigo alemán, ya sabía todo lo que había sucedido y que el funeral sería hoy.

—Hola —me dice Bert casi en un susurro, cuando contesto a su llamada.

—Hola —le respondo en el mismo tono de voz.

—Si no te apetece hablar, te puedo llamar más tarde —me ofrece, pero la verdad es que me apetece mucho hablar con él.

Desde que comenzaron las vacaciones de Navidad y el estado de mi madre empeoró, Bert es la única persona con la que he hablado todos los días. Con Carla y Omer he hablado cada dos o tres días, pero con el único que he podido ser sincera, ha sido con él.

—No, prefiero hablar un rato, si no tienes algo más importante que hacer —le respondo.

—¿Más importante que tú? Ni siquiera Bergonzi es, ahora mismo, más importante que tú —me dice.

—Gracias, sobre todo, por hacerme sonreír por primera vez en todo el día —le agradezco.

—No tienes que agradecerme nada, Anita. Creo que mi propósito en la vida es sacarte una sonrisa todos los días.

—Estos días va a ser muy difícil —le sigo la broma.

—Tú no te preocupes por nada y déjamelo a mí, que soy el experto —responde y sé que está sonriendo.

—¿Quién diría que, después de cómo te traté al conocernos, pudiésemos llegar a llevarnos tan bien?

—Yo, Anita. Incluso te lo dije cuando te encontramos sola en aquella carretera y te llevamos a casa —me recuerda.

—Pues supongo que eras el único.

—Lo que daría por estar ahí contigo para poderte abrazar —dice soltando un suspiro.

—¿Solamente abrazarme? —intento meterme con él, llevo más de dos semanas triste y estoy cansada de estarlo.

—Sí, solo abrazarte. No te voy a negar que repetiría, sin dudarlo, el beso que nos dimos, sin embargo, ahora, únicamente te abrazaría.

—Eres un ñoño —lo insulto o, por lo menos, lo intento.

—Me han llamado cosas peores —dice divertido, advirtiendo mi tono de voz.

—¿Una chica? —me vuelvo a meter con él.

—No, las chicas solo me piropean. Deberías saber que tengo muy buena reputación entre las de tu mismo sexo —presume, sin embargo, aunque sé que es verdad, nunca lo reconocería delante de él.

—Creo que solo escuchas lo que quieres —me meto con él.

—Hoy estás guerrera, Anita. No me hagas decirte lo que te haría para que te tragues tus palabras, quiero ser un caballero contigo —me dice, sin ningún ápice de diversión en la voz.

—Bert —le peleo por decir esas cosas.

—Me encanta que digas mi nombre.

—Eres un cursi, no sé cómo has podido tener tanto éxito con las chicas —le echo en cara.

—Noto un poco de celos —se mete ahora él conmigo.

—¿Yo? No está en mi naturaleza el estar celosa.

—¿No? Es la primera vez en mi vida que una chica ha estado celosa de mi violín —vuelve a la carga.

—Yo no estaba celosa de tu violín —le digo despacio para que lo entienda, aunque lo estuviese.

—Mi abuela casi no muere asfixiada por no poder parar de reír cuando se lo conté.

—¿Le contaste a tu abuela que una amiga tuya de España estaba celosa de tu violín? —le pregunto, sorprendida.

—Claro, yo le cuento todo a mi abuela. Incluso le conté aquella vez que me acusaste de erotizar tu relato —me dice, riéndose, y yo no puedo evitar morirme de la vergüenza.

—¿Cómo puedes reírte con algo así? Aunque en el fondo tenía un poco de razón —me defiendo.

—¿Razón? Gilbert ni siquiera describe cómo la acaricia o la besa, ni casi menciona la primera vez que hicieron el amor. Creo que te voy a regalar un libro en el que se describe cómo los protagonistas se dan placer y, a pesar de las descripciones, es catalogado como un libro erótico.

—A lo mejor me excedí un poco —le doy la razón.

—Sabes que no me importa, ¿verdad? Conmigo puedes excederte lo que quieras.

—¿Estás pensando en algo en concreto? —le pregunto, coqueta.

—¿Te enfadarías si te digo que en el beso que nos dimos? —me pregunta y es extraño porque, antes de esta noche, ninguno de los dos ha nombrado ese beso en presencia del otro y hoy lo hemos hecho dos veces.

—No —es lo único que le contesto.

—¿Tú también lo repetirías?

—¿El qué? —hago como que no lo entiendo.

—Besarme —dice con una voz tan grave, que todo mi cuerpo reacciona.

—Yo creo que sí —le respondo, avergonzada.

—¿Crees? —insiste y sé que está levantando una ceja.

—Sí, yo lo repetiría —le digo más segura.

—Sé que ahora no es el mejor momento y que necesitarás tiempo para recuperarte de todo lo que está sucediendo en tu vida, pero ya te dije que te esperaría —se declara Bert.

—Bert, yo no soy como esas chicas que conoces —le intento explicar.

—Lo sé y por eso me gustas tanto —me responde, mientras escucho cómo gritan el nombre de Julius algunos chicos de lejos.

—¿Tienes visita? —le pregunto curiosa al entender que posiblemente algunos amigos alemanes lo hayan visitado.

—No estoy en casa y han pasado algunos antiguos compañeros de clase —me responde para mi sorpresa.

—¿Vas a salir esta noche? —le pregunto, intentando no aparentar que estoy celosa.

—Solo a llamarte. En casa no hay cobertura y no tenemos ni siquiera Internet, por lo que para hablar contigo, debo salir —dice para mi sorpresa.

—¿No tienes Internet en casa? Yo pensaba que los alemanes estaban modernizados —me burlo de él y otra vez me roba una sonrisa.

—Vivimos en una finca donde no tenemos cobertura y mis abuelos se niegan a contratar internet por cable. Solo tenemos teléfono fijo, pero, como está en el salón, no tendría intimidad.

—¿Te avergüenzas de hablar conmigo, Bert?

—Dímelo otra vez, por favor —me dice suspirando.

—¿El qué? —le pregunto sin entender a qué se refiere.

—La última frase que has dicho —me explica.

—¿Te avergüenzas de mí?

—Te faltó decir mi nombre al final —me regaña.

—¿Lo dices en serio? —le pregunto y esta vez no puedo evitar echarme a reír.

—Lo digo muy en serio. Me encanta cuando dices mi nombre y junto a esa frase me gusta más. Creo que voy a grabarte y así podré escucharla cuando quiera.

—Estás loco y no es una pregunta, es una afirmación —le digo, haciéndome la ofendida, aunque en realidad me hace gracia.

—Repítela, Anita —me suplica.

—No voy a hacerlo —le digo, intentando aparentar estar hablando en serio y que esta conversación no es surrealista.

—Porfa, Anita —me pide, con un deje mimoso.

—¿Te avergüenzas de mí, Bert? —repito, intentando no reírme.

—Lo he grabado —presume, orgulloso.

—Bert, tienes que borrarlo —le ordeno.

—Por nada del mundo y que sepas que no me avergüenzo de ti. ¿Cómo podría? Sin embargo, estoy seguro de que mi abuela intentaría quitarme el teléfono para hablar contigo y no quiero que lo pases mal.

—Pero tiene que hacer un frío de muerte —me preocupo un poco, porque está en la calle en pleno invierno.

—Nada que un buen abrigo no pueda solucionar.

Nos quedamos hablando media hora más, hasta casi las nueve de la noche. Se supone que debo estar de luto, pero, a pesar de la muerte de mi madre, Bert hace que sonría y me olvide de todos los problemas y preocupaciones que existen a mi alrededor.

La verdad es que me sorprendí cuando, el mismo día de su vuelo, me llamó para ver cómo estaba y me quedé una hora hablando con él por teléfono. Desde ese día, me ha llamado todas las tardes o un poco más tarde si estaba ocupado. Incluso en Nochebuena no faltó su llamada.

Mi madre se dio cuenta el segundo día que llamó y, a pesar de que ya no me hablaba ni escribía casi nada, se interesó por Bert.

En su momento le había dicho que era un mujeriego y no sé si eso habrá cambiado, pero mamá se alegró de que tuviese amigos que se preocuparan por mí y que intentaran hacerme reír en momentos como los que estábamos viviendo.

—¿Puedo pasar, Ana? —me pregunta el marido de mi tía desde la puerta de mi cuarto.

—Claro —le digo.

Estoy acostada leyendo porque hace diez minutos que me despedí de Bert, así que me siento un poco más erguida e invito a mi tío a que se siente en la silla que está en mi mesa de estudio.

—Ana, voy a serte sincero —comienza a hablar mi tío.

—Continúa —le invito a hablar, porque se queda callado.

—Tu tía no está muy bien y, después de lo que le pasó a nuestra hija, se siente responsable por haberle dado tanta libertad.

—Cada uno es responsable de las decisiones que toma y mi prima ya era mayor de edad —le recuerdo, porque no es justo que alguien se sienta responsable de las tonterías que hacen otros.

—Lo sé, pero hasta que se le pase, no vas a poder salir tanto como antes. Eso sí, vamos a quedarnos a vivir aquí para que no tengas que cambiar de instituto y puedes invitar a casa a todos los amigos que quieras, con un cierto orden, por supuesto. Pero nada de alcohol, cigarrillos o drogas —me informa mi tío.

—¿Pero podré seguir yendo a mis clases de piano y a la banda?

—Claro, pero luego tendrás que venir directamente a casa —me dice mi tío y sé que a él le gusta todo esto tanto como a mí.

—¿Y no podemos hacer nada, tío? Tengo quince años, mi madre falleció hace un poco más de veinticuatro horas y ya me quieren encerrar como si viviera en un convento de clausura. ¿No crees que ya es suficiente con que solo contara con mi madre y se haya ido? —le digo a punto de llorar.

—Cuentas con nosotros, Ana. Nunca lo olvides. A pesar de que a veces parezca que tu tía no soporta estar con ningún ser humano, ella te quiere. Eres la única persona de su familia que le queda, al igual que ella es la única tuya —intenta consolarme mi tío, pero no funciona.

—¿Podré al menos seguir dando clases de francés cuando acaben las vacaciones de Navidad? No puedo dejar a los niños así, ellos me adoran —le miento.

—¿Das clases de francés? —me pregunta mi tío, incrédulo.

—Solo dos veces por semana —sigo con la mentira, supongo que no habrá problema en arreglarlo con Bert de alguna forma.

—Por supuesto que puedes salir si tienes algún compromiso de estudios o trabajo, Ana. Esto no es una cárcel —me dice, aunque yo estoy empezando a sentir lo contrario.

—Pues cada vez lo parece más —le respondo, molesta.

—Sé que no es tu culpa, pero es lo que nos toca vivir. El psiquiatra ha dicho que ahora tu tía seguro que intentará cuidar de ti todo lo que ella imagina que no cuidó a su hija. Solo te pido un poco de paciencia al principio, Ana. Verás cómo en unos meses se le pasará —me dice mi tío y yo no sé si creerle.

Cuando mi tío abandona mi habitación, estoy tan desolada que solo pienso en llamar a Bert, pero recuerdo que no tiene cobertura en su casa, así que no tengo manera de comunicarme con él.

Como si me leyese la mente, o pudiese sentir que mi estado de ánimo iba de mal en peor, me llega un mensaje de Bert deseándome las buenas noches y pasándome el número de teléfono de la casa de su abuelo, por si tuviese alguna emergencia o necesitase hablar con él.

Sin dudarlo ni un segundo, lo llamo a su móvil. Si me envió el mensaje, debe tener aún cobertura.

—¿Anita? ¿Ha pasado algo? —contesta, preocupado.

—Mi tía pretende que no salga de casa, sino para ir al instituto y a música —le digo, un poco avergonzada, aún no entiendo la razón por la que lo he llamado a él.

—Pues te llamaremos todos los días —me responde como si eso fuese una solución.

—No lo entiendes, pretende que no siga con mi vida —me quejo.

—¿Podrás invitarnos a que vayamos a verte?

—Sí, creo que eso sí —le respondo, entendiendo lo que me quiere hacer ver.

—En los próximos tres meses no vas a querer salir, Anita. Si ya no querías hacerlo cuando tu madre estaba enferma, ahora que no está, menos ganas vas a tener. Así que no te preocupes por eso ahora.

—¿Y luego? No quiero pasarme encerrada en casa hasta que acabe el instituto.

—Con el tiempo, todo comenzará a mejorar y no solo para ti. Tu tía también habrá empezado a superar lo suyo. No te olvides que ella ha perdido a una hija y, recientemente, a su hermana —me explica Bert.

—Vaya, no sabía que se te diese también eso de consolar a las chicas.

—Y no se me da tan bien, solo contigo —me dice y sé que se está burlando de mí.

—Le he dicho a mi tío que doy clases de francés a unos niños —confieso mi pecado.

—No tengo problema en dejar que vuelvas a darles clases a esos mocosos o hacer como que lo haces para que puedas salir unas horas a la semana.

—Eres demasiado bueno conmigo, Bert —le agradezco.

—Tenía que haber grabado esa frase también. No vas a repetírmela, ¿verdad? —me pregunta y sé que está procurando hacerme sonreír y lo consigue.

—No, no voy a repetirla —le respondo, haciéndome la indignada y él se ríe a carcajadas desde el otro lado del teléfono.

—Tenía que intentarlo.

—¿Ya estás de camino a casa? —le pregunto, porque desde que colgamos hasta que me envió el mensaje pasaron unos veinte minutos.

—No, cuando colgué me abordaron algunos compañeros de mi antiguo instituto y estábamos poniéndonos al día. No soy mucho de redes sociales y no sabían lo que he estado haciendo el último año y medio.

—¿Solo compañeros? —le pregunto, intentando no aparentar demasiado interesada si había o no chicas en el grupo.

—Compañeros y compañeras, pero te he dicho que esperaré por ti y es lo que pienso hacer —me responde seguro y sin ningún tipo de vergüenza.

—Yo, ahora... —comienzo a decir, sin saber cómo expresarme.

—No te preocupes por mí, Anita. Tienes otras cosas con las que lidiar y yo estaré ahí cuando te encuentres mejor. Los próximos meses van a ser duros, pero no vas a estar sola —me dice y sus palabras me reconfortan, porque mi mayor miedo es darme cuenta de que estoy completamente sola en el mundo.

No tardamos mucho en despedirnos. Yo estoy agotada y Bert tiene que ir a su casa de vuelta. No lo había pensado detenidamente, a pesar de nuestro beso, no obstante, parece que Bert y yo tenemos una casi relación.

Estoy tan desbordada con todas las emociones y sentimientos que experimento, que no puedo pensar con claridad cómo me siento al respecto. Bert es agradable y simpático y me hace sentir mejor, pero no es el chico ideal que tenía en mente hace unos meses como candidato a ser mi novio.

Lo que no puedo negar es que es un gran amigo. Omer tenía razón, aunque sea como amigo, debería conservarlo en mi vida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro