CAPÍTULO SIETE - MELENDI
Viernes, 25 de octubre del 2019
En cuanto nos acercamos a la casa de Carla y empiezo a pensar en quién podría estar acompañándola, me pongo nerviosa. Solo me falta pasar la tarde de mi cumpleaños con David. Para mi tranquilidad, solo están Carla, Antonio y Bert, que ha venido a acompañar a Antonio para que hablase con su novia.
Cuando llegamos Omer y yo cogidos del brazo, tanto Antonio como Bert nos miran curiosos. Menos mal que Carla está acostumbrada a vernos así desde que somos unos críos, si no hubiese dicho cualquier vulgaridad.
Carla tiene preparado el karaoke y nada más llegar, Omer me obliga a cantar con él. Esa misma canción la cantamos Omer y yo cuando cumplí trece años. A Carla le encantaba en aquella época Melendi y a nosotros nos tocó interpretarla.
En realidad, la elegimos nosotros, sobre todo, porque los dos primeros años del instituto algunos idiotas se reían de Omer porque su familia es turca y en nuestro instituto no hay nadie de esa nacionalidad. Ya nadie se mete con él, también es verdad que ha crecido muchísimo y se nota que hace deporte, por lo que creo que ahora se lo pensarían dos veces antes de incordiarlo.
—Gracias, muchas gracias —dice Omer, haciendo reverencias mientras yo me muero de la vergüenza al terminar la canción.
—Ahora le toca a Julius —dice Carla, cuando acaban los aplausos.
—No puede ser un poco más tarde, aún no me he decidido por la canción que quiero cantar. No he escuchado mucho de Melendi —le responde Bert, que por lo que se ve, se va a ver obligado a destrozar el karaoke como nosotros.
Como todos tenemos algo de hambre, nos vamos a la cocina. Conozco la casa de mi amiga como si fuese la mía y también sé que no tiene nada preparado porque esta fiesta es algo improvisado.
Así que entre sándwiches de jamón y queso, unas galletas con chispitas de chocolate y café con leche, preparamos una merienda. Bert no toma café, así que se conforma en mojar sus galletas en la leche y yo no puedo dar crédito a lo que veo.
—¿Tú también mojas las galletas en la leche? —le pregunto sin poder evitarlo, a pesar de que no he mantenido conversación alguna con él desde que llegué.
—¿Igual que quién? —me pregunta y me regala una de esas sonrisas que utiliza para volver locas a las chicas.
—Como yo —dice Omer, porque él moja todo lo que puede en su café.
—Es que los dos tenemos buen gusto —dice Bert y él y Omer se ríen, sin que yo entienda la gracia.
A diferencia que con David, Bert se lleva muy bien con Omer. Parece que tienen un sentido del humor parecido y a los dos les gusta la repostería.
¿A qué chico de quince o dieciséis años le gusta la repostería?
—Esta merienda la tenemos que repetir, pero con regalos. Nadie se ha preocupado de comprarle algo a Ana, ni siquiera yo —se queja Carla que está, desde que llegué, más acaramelada con su novio de lo normal.
—Yo le di mi regalo esta mañana —nos hace saber Omer.
—Ese no cuenta, se lo debías desde hace mil años, Omer. Has comido en mi casa, así que con el dinero que te has ahorrado por no invitar a tu amiga, le compras un regalo y este fin de semana hacemos una fiesta en condiciones —le contesta Carla, con voz de diva.
—No voy a hacer ninguna fiesta —le digo por enésima vez.
—Pues una reunión pequeña, como la de hoy, pero tenemos que invitar a David. Cuando se entere de que celebramos sin él tu cumpleaños, le va a dar algo —responde Carla para fastidiarme.
—No lo creo, cuando realmente le dará algo es cuando sepa que he estado yo —dice Bert tan tranquilo, como si fuese obvio que David no lo deja acercarse a mí y está paranoico.
Es que es obvio y lo saben hasta en Honolulú.
—Si viene David, yo no aparezco. ¿No sé cómo lo puedes aguantar, Antonio? —me quejo al novio de mi amiga.
—No es tan mal chico, pero se ha obsesionado contigo —da como respuesta Antonio, como si eso explicase algo.
—¡Cómo siga así, yo misma voy a interponerle una orden de alejamiento para Anita! —amenaza Carla.
—Anita —repite Bert y parece que lo hace para sí mismo.
—Muy grata la compañía, pero tengo que llegar en cinco minutos a la biblioteca porque he quedado para hacer mi trabajo sobre eso de las canciones y ya llego tarde —se despide Omer, que es una de las personas más impuntuales que conozco.
—Si quieres te alcanzo. He venido en moto y tengo dos cascos —se ofrece Bert y Carla y yo lo miramos con la boca abierta.
—¡Tienes moto! —grita, como una loca, mi mejor amiga.
—Sí, es un trasto viejo, pero funciona.
—¿Y por qué no la llevas al instituto? —le pregunta Omer.
—¿Para luego no quitarme a las chicas de encima porque quieren que les dé una vuelta? No, gracias —bromea Bert y tanto Omer como Antonio se echan a reír.
—Pero tienes que volver, Julius. Aún no has cantado la canción de Melendi que me prometiste —le recuerda Carla.
—Yo le ayudo a buscarla por el camino —se ofrece Omer, antes de salir los dos de la cocina juntos.
No creo que Bert vuelva a la casa de mi amiga, seguro que tiene algún plan. Es un año mayor que nosotras, juega al waterpolo, tiene muchas admiradoras y, por lo que he podido comprobar, es simpático y tiene sentido del humor. Un chico así, tiene mejores cosas qué hacer un viernes por la tarde.
—Ese chico me gusta para ti, Ana —dice de repente Antonio para mi sorpresa, él nunca ha opinado sobre mi escasa vida sentimental hasta ahora.
—Es como si fuese mi hermano, lo conozco desde siempre —le explico para que entienda que Omer y yo nunca podremos tener algo más que una amistad.
—No me refiero a Omer, me refiero a Julius —me vuelve a sorprender Antonio.
—¿Julius? Pero si es un mujeriego —le recuerdo.
—La verdad es que este verano triunfaba todas las noches. David al principio lo admiraba porque no había chica que se le resistiera y, además, tengo que admitir que tiene buen gusto. No se iba con cualquiera que estuviese buena, siempre se buscaba a las que también eran bastante listas o, por lo menos, divertidas —nos cuenta Antonio.
—Yo ya le he aconsejado que para una noche está genial, sobre todo para Anita, que no tiene experiencia con los chicos —dice mi amiga, dejándome en evidencia.
—No necesito pasar una noche con un chico, con el que no sentimos nada ninguno de los dos, solo para decir que ya he estado con uno, prefiero esperar —me defiendo.
—Tú no sentirás nada, pero yo estoy seguro de que al nuevo le interesas y mucho. Si no, David no se le pegaría en todos los recreos. Pasó de la adoración y yo quiero ser como él a matarlo con la mirada —opina Antonio.
—Creo que le pasa con todos los chicos que se acercan a mí. Esta mañana le dio un ataque de celos cuando Omer me dio su regalo —le hago saber.
—¿Y no te has dado cuenta de que Omer también está interesado en ti? —me pregunta Antonio.
—Eso era el año pasado, este año volvemos a ser amigos como antes —le respondo.
—Porque se ha resignado y es mejor ser tu amigo que no ser nada —vuelve Antonio a la carga.
No podemos seguir hablando, ya que suena el timbre de la puerta. Carla va a abrir y nosotros la acompañamos.
—Tengo entrenamiento en veinte minutos, pero le he preguntado al entrenador si puedo faltar y me dijo que si mañana iba a nadar por la mañana, no habría problema —nos da como explicación Bert, cuando Carla abre la puerta y lo miramos, tanto ella como yo, sorprendidas, mientras Antonio parece que lo veía venir.
—¿Ya tienes tu canción preparada? —le pregunta Carla.
—Claro —le dice él y entra igual que si estuviese en su propia casa.
No me había dado cuenta de la seguridad con la que camina Bert. Parece que no existe nada en el mundo que pueda pararlo. No creo que este chico tenga el mínimo interés en mí. No solo tiene a medio instituto a sus pies, yo lo he tratado fatal desde que lo conocí y suelo parecer una neurótica cerca de él.
Sin tener ni idea de lo que va a cantar, me siento en el sofá que queda libre porque en el otro está Antonio y sé que, en cuanto se siente mi amiga, lo hará junto a él.
—Huele a aire de primavera. Tengo alergia en el corazón. Voy cantando por la carretera. De copiloto llevo al sol —comienza a cantar Bert Caminando por la vida de Melendi.
Todos en la sala nos quedamos sorprendidos porque Míster Germany canta de película. Lo peor es que yo canté horrible junto a Omer, que lo hizo casi tan mal como yo.
—Siempre y cuanto tú no llores, siempre que no me abandones, siempre que con tu palabra calmes todos mis temores. Siempre y cuando tú no llores, no llores, no llores —acaba Bert la canción.
—¡Qué sorpresa! —exclama Carla, nada más acabar la canción.
—Sí, ¿cómo sabes cantar tan bien? —le pregunta Antonio y yo escucho interesada.
—A la familia de mi madre le encanta la música, imagino que lo habré heredado de ella —responde nuestro cantante favorito de la tarde.
—¿Es alemana? —pregunto casi sin darme cuenta, cuando me hago un poco a un lado para que Bert pueda sentarse en el sofá donde yo me encuentro sentada.
—Es irlandesa —responde y, como siempre, me deja con más incógnitas que antes.
—¿Por eso hablas también inglés? —le pregunto, mientras Carla y su novio están tonteando sin hacernos caso, por lo que la conversación es solo entre nosotros dos.
—En casa mi madre nunca habló mucho inglés hasta hace un año y medio que mis padres se separaron, pero mis primeros años los viví en el Líbano y antes de cumplir los cinco años nos trasladamos a Inglaterra —me dice y me deja más asombrada aún.
—¿Y qué hablabas en el Líbano? —le pregunto, porque hasta donde sé, se habla árabe y francés.
—Mis padres trabajaban mucho, así que casi siempre estaba con Fátima, mi niñera, que me hablaba en árabe, cuando estábamos solos, y en francés, cuando mis padres estaban con nosotros. También hablábamos un poco de alemán cuando los padres de mi padre nos visitaban. ¿Y tú que hablas en casa? —me explica, antes de preguntarme él a mí.
—Hasta que entré en el colegio en casa hablábamos en francés y cuando aprendí español, lo fuimos alternando, aunque cuando viene mi tía solemos utilizar solo el francés, a no ser que esté mi tío con nosotros —le explico y parece que lo que le estoy contando le interesa de verdad.
—También sabes muy bien el inglés.
—Mi madre siempre ha estado obsesionada con que lo aprenda. Un día se le escapó que mi familia paterna es inglesa —le respondo y, por alguna razón, me resulta fácil contarle cosas que la mayoría de mis amigos aún no saben de mí.
—¿No conoces a tu padre?
—No, mi madre nunca me ha contado cómo fue la historia entre ellos dos, si él no quería tenerme o no se querían. Cuando era pequeña, solía preguntarle muy a menudo, pero como nunca obtuve respuesta, dejé de hacerlo.
—Yo no podría vivir sin mi padre, es la persona más importante en mi vida. Imagino que para ti será tu madre —me dice Bert, pensando en voz alta.
—¿Y vives con él? —me intereso un poco por su vida.
—No, ahora mismo no tiene un lugar fijo donde vivir porque trabaja en tres continentes, pero su sede central, como él llama a su hogar, está actualmente en la casa de mis abuelos, en Alemania.
—Entonces, ¿tu madre vive ahora en España?
—Sí, vive en Valencia, pero yo no vivo con ella, vivo solo —me dice y me quedo tan perpleja que tardo unos segundos en reaccionar.
—¿Por qué? —le pregunto.
Me encanta lo discreta que eres.
No podía no preguntárselo, soy curiosa por naturaleza.
—Es complicado, muy complicado —dice con una sonrisa triste y me percato de que todos tenemos nuestros problemas, aunque no queramos que los demás se den cuenta.
—No hace falta que me lo cuentes —le digo, un poco avergonzada por mi atrevimiento.
—¿Qué te parece si mañana te lo cuento cuando salga de la piscina? Tengo un trabajo para dar clases de francés a unos niños de entre nueve y diez años. Solo son cuatro horas a la semana y pagan bien. A lo mejor te interesa.
—¿Tú no lo quieres? —desconfío un poco.
—Sí, pero no te darán de alta en la seguridad social y sé que encontrar un trabajo en España antes de los dieciséis es casi imposible —me sorprende una vez más.
—¿En Alemania no?
—En Alemania podemos trabajar oficialmente desde los catorce, aunque no muchas horas.
Vaya, estos alemanes sí que saben. No puedo negarme a la oferta de Bert. Mientras la mitad del sueldo de mi madre lo gastemos en enfermeras, no tengo ni un céntimo para mis gastos. Aunque si lo pienso bien, preferiría estar así años, puesto que eso significaría que mi madre sigue con vida.
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