
CAPÍTULO ONCE - NO ES MI CUMPLEAÑOS
Sábado, 30 de noviembre del 2019
Es sábado y me he pasado gran parte de la mañana hablando con el médico que está tratando a mi madre. Quiere que me conciencie que ya casi no tiene fuerzas para seguir viviendo y que no tardará mucho en dejarnos. Yo solo puedo pensar que nadie se puede concienciar para algo así.
Noviembre ha pasado tan rápido que casi no me ha dado cuenta hasta que ayer cambiaron la hoja del calendario, porque cuando regresemos el lunes, ya será diciembre.
Lo más importante que ha pasado en nuestras vidas: el inspector de trabajo que está investigando el accidente de mi madre ha obligado a la empresa a hacerse cargo del pago de la enfermera que estamos pagando nosotras con efecto retroactivo y hace tres días nos han ingresado todo lo que hemos pagado por ella, incluido el último pago de finales de octubre. Así que ya no tengo que poner cara de pena cuando los demás se piden algo en una cafetería y mis tripas rugen del hambre.
No es hambre, se dice ganas de comer.
Sin embargo, las cosas ya habían mejorado a principio de mes porque el jueves después de que Bert me acompañase a las clases de francés, lo cual no ha repetido porque no lo he creído necesario, mi nuevo amigo vino conmigo a la entidad financiera para saber sobre el estado de la hipoteca de mi madre y el seguro de vida que tiene contratado.
Bert tenía razón y la cobertura del seguro también cubre una invalidez permanente o una enfermedad terminal. Son cosas de las cuales no me gusta hablar, así que lo dejé que negociara en nuestro nombre con el banco, mientras yo solo escuchaba a medias.
Cuando acabó la reunión, después de media hora, mi madre ya no tenía hipoteca, aunque el seguro solo nos devolvería las tres últimas cuotas. Yo solo pude agradecerle a Bert todo lo que había hecho por nosotras, ya que el día anterior él también había ido a hablar con el inquilino que no está pagando el alquiler para explicarle nuestra situación. El inquilino hizo ese mismo día una transferencia de quinientos euros y nos prometió intentar ponerse al día poco a poco.
Así que, cuando cobré mi primer sueldo a mediados de mes, ya no estaba tan necesitada como antes, pero me hizo ilusión y mucha falta aún.
En estos momentos, no preciso del dinero de las clases particulares y, por eso, el mes que viene volverá a ser Bert el profesor de los chicos.
Mis alumnos son listos y sé que se comportaron mucho mejor de lo que suelen hacerlo por respeto a su antiguo maestro, no obstante, a él lo quieren mucho más y sé que se alegraron cuando se enteraron de que Bert volvería.
—Ana, te están llamando al fijo —me dice la enfermera, que está cuidando de mi madre, cuando salgo del baño después de darme una ducha.
—¿Quién? —le pregunto, como si no fuese algo obvio.
—Tu amiga Carla.
—Gracias. Dile que me visto y la llamo a su teléfono, por favor —le pido a la enfermera para no tener que ir en toalla al salón a hablar con mi amiga.
No tardo mucho en vestirme porque conozco bien a mi mejor amiga y sé que la paciencia no es su fuerte. A pesar de mis prisas, en cuanto la llamo, ella no para de quejarse de que he tardado demasiado en devolverle la llamada.
—Carla, si sigues así, te cuelgo —la amenazo.
—¿Vas a venir ya? —me pregunta mi amiga, que está preparándome un mes después la fiesta de cumpleaños que me prometió en su día.
—Aún son las seis de la tarde —le informo, porque hemos quedado a las nueve.
—Lo sé, pero Antonio ha ido a ver jugar a tu futuro novio y no quiero estar sola en casa —me intenta molestar mi mejor amiga.
—Como sigas con esa tontería de futuro novio... —comienzo a decirle enfadada.
—Perdona, Anita. Ven a casa y hablamos —me interrumpe antes de que acabe la frase.
A mamá le ha suministrado el médico una medicación muy fuerte y sé que no se va a despertar hasta mañana, por lo que paso por su habitación, le doy un beso en la frente y me despido de la enfermera.
***
En cuanto Carla va a la cocina a despedirse de sus padres, yo aprovecho para mirar en el teléfono si tengo algún mensaje sin leer.
—¿Por qué estás todo el tiempo pendiente del móvil? —me pregunta Carla, cuando regresa.
—No estoy todo el tiempo pendiente, solo lo miraba por pasar el rato y no aburrirme —le respondo a mi amiga la curiosa.
—No hay quien te entienda, Anita. Julius se ha portado genial contigo, te ha dicho abiertamente que está interesado en ti y tú pasas de él para luego estar pendiente de sus mensajes como una enamorada —me riñe.
—Todo eso que me acabas de decir no es verdad y solo estaba mirando el móvil en general, la mayoría de los adolescentes de nuestra edad lo hacen. Tú lo haces.
—¿Qué parte no es verdad? —insiste mi amiga.
—Carla, no voy a discutir contigo sobre chicos y menos sobre Julius. Sé que se ha convertido en uno de los mejores amigos de tu novio y que le tienes mucho aprecio, pero de verdad que nosotros no vamos a tener una relación —le repito por enésima vez.
—¿Y un revolcón? Has estado a punto de besarlo en tres ocasiones.
—No sé para qué te conté esa tontería —intento que se olvide del tema.
—Pero me lo contaste, así que ahora quiero saber la razón por la que intentas evitarlo a toda costa —me da un ultimátum.
—¿La verdad?
—La verdad —responde, severa.
—No me gusta para mí. Es un chico que tiene mucha experiencia y que, como dejó claro en su versión de Gilbert, el de la isla, le gusta divertirse demasiado con las chicas.
—Eso es lo normal, Anita. El pobre Julius no ha hecho nada extraño, la rarita eres tú —me recuerda.
—Gracias —le respondo seca.
—No seas así, Anita. Sé que te ha pasado algo porque un día estabas ilusionada por verlo y maldiciendo que hubieses tenido que ir a ayudar a Omer a cuidar a su vecina y a la semana siguiente lo evitas todo lo posible —me dice Carla con razón.
—No lo evité, él tuvo que trabajar mucho porque un compañero estaba de baja y no tuvo tiempo para verme —le recuerdo.
—La primera semana, pero luego tú no hiciste, sino poner excusas para no quedar. Yo estaba delante cuando lo hacías —vuelve a tener razón mi amiga.
—El siguiente lunes después de acompañarlo a la piscina donde entrena, fui a la Sociedad Musical a las cuatro a recoger unas partituras, porque a las cuatro y media tenía que estar dando clases de francés, y me encontré a Julius con su ropa de trabajo hablando con el de mantenimiento —comienzo a contarle a mi amiga.
—¿Qué ropa de trabajo?
—La de electricista —le cuento.
—¿Te dijo algo inapropiado?
—No, ni siquiera se dio cuenta de que yo estaba allí, pero le escuché decirle al de mantenimiento que tuvo que venir con esa ropa porque ha estado muy liado los últimos días, pero por nada del mundo dejaba de ir a ver a una tal Bergonzi y que era lo más parecido a una novia que tenía.
—¡Será imbécil! —dice mi amiga, enfadada.
—Él puede hacer lo que le dé la gana, además, nadie le ha preguntado si tiene novia —le explico a Carla para que se tranquilice.
—¿Y quién es esa Bergonzi? —me pregunta, aún molesta.
—No lo sé, pero es un apellido italiano de músicos muy conocidos —le cuento lo único que he averiguado.
—Pues la próxima vez que me pregunte por ti, lo voy a mandar a freír espárragos —se vuelve a enfadar mi amiga.
—¿Te ha preguntado por mí?
—Elemental, querido Watson. En cuanto te preguntó para salir aquel martes por la mañana, cuando le dijiste que tenías cosas que hacer en casa, me llamó por la tarde para saber si sabía la razón para que le dieras calabazas. No lo dijo con esas palabras, ya sabes que el habla con retintín, como tú, pero, al fin y al cabo, quiso decir lo mismo.
—¿Qué le dijiste? —le pregunto, ansiosa, porque aunque no tuviésemos nada, que Julius tenga una medio-novia, me ha dolido mucho más de lo que quiero admitir, sobre todo, porque se ha portado genial conmigo y me ha ayudado muchísimo en todo lo que ha podido.
—Que ya se te pasaría, que estás un poco verde en eso de relacionarte con el sexo opuesto y que se lo tome sin prisa, pero sin pausa —me responde mi amiga y se queda tan pancha.
—¿Estás demente? Ahora va a imaginarse que soy una mojigata —me quejo.
—A ti que más te da. ¿No se supone que no te interesa?
—Sí, aunque no quiero que piense mal de mí. Me ha ayudado mucho en un montón de cosas —intento explicarme.
—¡Te gusta Míster Germany! —grita contenta la muy loca.
—¿Te acuerdas de que tiene novia? —le recuerdo.
—Y a nosotras que más nos da. Además, no es su novia, es una especie de novia y no es para nada lo mismo. Siempre está pendiente de ti, Anita, y lo vas a volver loco —dice llena de alegría.
—Yo no voy a hacer nada —le afirmo.
—¡Aburrida!
Menos mal que llama Antonio para contarle que David también vendrá a mi fiesta sorpresa porque se lo han encontrado en el partido y no tenían cómo decirle que no viniese.
Yo no podría tener menos ganas de esta fiesta. Por lo menos viene Omer y con él no habrá sorpresas.
También tienes ganas de ver a Bert.
¿Para qué? Para ignorarlo igual que he hecho las últimas tres semanas.
—No te enfades, Anita. Si quieres, invito a algunas chicas de clase —intenta solucionar el problema de David.
—Déjalo, cuantos menos seamos, mejor —le contesto, porque no tengo ganas de ver cómo las chicas se ponen a tontear con Bert y este les sonríe igual que ha hecho desde que empezó el curso.
—Pero mira el lado bueno, el primero en llegar será Omer y así no tendremos dramas desde el principio.
***
Mi amiga se esforzó mucho en preparar la fiesta, incluso hizo que su madre comprara una tarta de chocolate y unas velas.
Siempre ha estado un poco loca.
Antes de la hora, concretamente a las ocho y media de la tarde, tocan el timbre y es Omer. Ya está todo en su sitio, por lo que nos vamos al salón a preparar el karaoke porque Carla ha puesto como condición que todos canten una canción de Melendi. No sé cuándo se le quitará la obsesión insana que tiene por este señor, pero de momento nos toca aguantarla.
Nos lo estamos pasando genial con nuestras tonterías, cuando llaman a la puerta y Carla va a abrir.
Todos traen un regalo como les hizo prometer Carla. El primero en acercarse hacia donde estoy es el pesado de David. Me deja un ramo de rosas rojas y me da un beso en la mejilla sin que me dé tiempo a evitarlo.
—Feliz cumpleaños, Ana.
—No es mi cumpleaños —le respondo, en tono frío.
—Es una forma de hablar —me dice él y, por muy maleducada que parezca, me voy a la cocina sin decir nada más.
Omer, que se ha dado cuenta de todo, me sigue. Sé que a veces soy un poco borde con David, pero lleva todo el mes diciéndome tonterías cada vez que me ve y he alcanzado mi máximo de nivel de tolerancia hacia él.
—Ana, si no te damos los regalos, mi novia me asesina —dice Antonio, antes de acercarse junto con su amigo Bert.
—Gracias, los abriré, luego —les respondo con la mejor sonrisa que puedo y acepto los dos regalos.
Como las flores no tienen culpa de que David sea un pesado, las pongo en un jarrón con agua. En cuanto me quedo a solas con Omer, abro los regalos con curiosidad. Antonio me ha regalado un libro, Testamento de juventud, de Vera Brittain. Seguro que Carla le dio la idea. Mientras que en el sobre que me ha dado Bert sin mediar palabra, hay entradas para ir al Bioparc de esta ciudad, un zoológico al aire libre que le dije una vez que quería visitar.
—¿Por qué tres entradas? Normalmente, son dos —me pregunta Omer, cuando ve el regalo de Bert.
—Imagino que para ir contigo y con Carla —le digo invocando al diablo.
—Seguro que los padres tienen dinero, porque se ha gastado sin duda más de setenta euros —añade Omer y yo no puedo evitar sonreír, pensando en todos los trabajos que tiene.
—Anita, he convencido a Julius para que cante ya —me dice mi amiga mientras me arrastra al salón.
—¿Otra vez con Melendi? —le echo en cara y ella muestra una sonrisa perversa, por lo que sé que se ha salido con la suya.
—No te quejes, he hecho que tu Míster Germany vuelva a cantar.
Joder. ¡Cómo canta Tu Jardín con enanitos! Parece que lleva toda la vida cantándola.
Esta canción me la envió al día siguiente que averigüé que tenía una novia y yo le puse la primera excusa para salir con él. No me especificó quién le hacía sentir lo que dice la canción, pero sabía que no era yo.
La canción es preciosa, me encanta cuando dice que no quiere pasar por tu vida como las modas, que es exactamente lo que está haciendo en la vida de todas esas chicas con las que se involucra, aunque principalmente la parte que dice "quiero ser tu incertidumbre y sobre todo tu certeza".
Durante unos días Bert se convirtió en la escoba que barría la tristeza y el mar donde podía ahogar todos mis males. Después de que me acompañara a mi primera clase como maestra de francés, me alegró todos mis días y pude desahogarme con él de mis preocupaciones.
Sé que estuvo muy liado con todos sus trabajos, sobre todo por culpa de la baja de un compañero, pero a pesar de eso, hablamos todos los días por teléfono e incluso me acompañó para solucionar lo de la hipoteca.
En cuanto me enteré de la existencia de Bergonzi, dejé de contestarle al teléfono. Bert tuvo que notar que algo entre nosotros no iba bien, porque al día siguiente me estaba esperando en la entrada del instituto para preguntarme lo que sucedía.
No le nombré a Bergonzi en ningún momento, no quería ser patética. Así que le dije que ahora tenía muchas cosas en la cabeza y necesitaba tiempo para estar con mi madre. En principio, lo aceptó y siguió actuando como lo había hecho en los últimos días, aunque David nos estaba rondando siempre que podía, pero después de decirle el domingo por la tarde que no podía salir y encontrármelo en una cafetería, se dio cuenta de que seguía saliendo, no obstante, con quien no quería hacerlo era con él.
Una cosa que me encanta de Bert, por mucho que me moleste admitirlo, es que es elegante. No me refiero a su forma de vestir o a su manera de caminar, no, es algo mucho más profundo.
Su forma de ser es elegante. No es arrogante ni orgulloso, pero si le haces saber que no quieres estar con él, no le da un ataque de celos o estupidez, como a David. Él simplemente te deja tu espacio.
Tampoco desapareció de mi vida, pero a la vez que comparte situaciones conmigo, en ningún momento se dirige a mí, a no ser que sea necesario, y tampoco me habla de manera despectiva. Se podría resumir en que es todo un caballero, no hay más que recordar que la vez que me vio llorando y me dio un pañuelo de tela, el cual aún guardo en mi habitación.
—¿Te acuerdas cuándo dijimos que al cumplir los quince años, nos íbamos a tatuar a Dave, el Bárbaro, Ana? —me dice Omer, recordando a cuando éramos unos pequeñajos.
—No, yo quería tatuarme a Nave —le recuerdo.
—¿Nave? —pregunta David que se ha pegado a Omer y no lo deja ni respirar.
—¿No conoces a Nave, la de los Little Einsteins? —le pregunta Omer, molesto, aburrido de que David sea su sombra.
—David, ¿por qué no vamos juntos a tomarnos algo a la cocina? —nos interrumpe Bert antes de picarle un ojo a Omer, seguro que quiere ayudarlo para que se quite de encima al pesado de David.
—Prefiero quedarme aquí con Omer —le responde David, un poco avergonzado.
—Creo que es mejor que estés conmigo a estar pendiente de Omer, es solo cuestión de probabilidades —continúa hablando y sé que se está refiriendo a que la posibilidad de que intime con Omer es muchísimo menor a que lo haga con el propio Bert.
—Vale —termina aceptando David, aunque no se le ve muy contento.
—Vaya, menos mal que Julius nos ha librado de ese pesado. ¿Por qué no lo mandas a freír espárragos? —me pregunta Omer desde que nos dejan solos.
—Ya lo he hecho mil veces y de todas las formas imaginables —le hago saber.
—La única forma de quitártelo de encima es buscándole una novia.
—No es mala idea —le digo sin poder evitar echarme a reír.
La fiesta no acaba muy tarde, somos pocos y nadie quiere trasnochar mucho.
Los primeros que desaparecen son David y Bert. Este último se despide de mí muy escuetamente y obliga a David a hacer lo mismo, evitando que tenga que escuchar sus tonterías.
Ya solo por eso, Bert ha ganado un trocito de cielo.
Sí,cualquiera que consiga que David sea un poco menos pesado, se merece que leconcedan un deseo.
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