CAPÍTULO NUEVE - BERT
Sábado, 26 de octubre del 2019
En cuanto llega nuestro desayuno, me doy cuenta de que el de Bert es especial. En primer lugar, le traen un vaso grande de leche fría y un bote de ColaCao que lleva escrito en letras negras "Julius" y, en segundo lugar, es de lo más variado, ya que le traen hasta un cuenco con fruta.
—No me has hablado de tu trabajo de electricista —le recuerdo, cuando comienzo a comer mi desayuno que tiene una pinta increíble y después de contarle a Bert parte de mis penas.
—Bueno, por orden de importancia, creo que ahora mismo tú y tus preocupaciones están en primer lugar —me dice y deja su mano sobre la mía.
Sé que solo lo hace para mostrarme su apoyo, pero mi corazón comienza a latir despavorido y tengo que apartar mi mano unos segundos después. No estoy acostumbrada a estas muestras de cariño con un chico, solo con Omer y porque nos conocemos desde siempre.
—Nadie sabe que mi madre está tan enferma, ni siquiera Carla. Solo se lo conté a la directora cuando me enviaron a dirección el día que te rompí el móvil —le explico para que no se lo cuente a nadie.
—No es bueno guardarse todas esas cosas e intentar aparentar que todo está bien —me regaña, con cariño.
—Lo sé, aunque tampoco me apetece hablar de ellas. A veces prefiero pensar que todo esto no me está pasando en realidad, que no me voy a quedar sola en este mundo y que en unos meses no habrá nadie que me quiera realmente —digo en voz alta mis mayores miedos.
—Eso no es cierto. Tienes muchos amigos que te quieren y a tu tía. Incluso me tienes a mí —me dice, bajando un poco la voz.
—¿A ti? ¿Pero si te he tratado fatal desde que te conocí?
—¿No te he contado que soy masoquista? Pero solo contigo —bromea.
—Gracias por todo, Bert.
—Ya te he contado que tengo otros trabajos.
—Lo digo por lo de ahora, por escucharme y hacer que me sienta un poco mejor.
—Siempre que quieras —me responde y sin esperarlo me da un simple beso en la mejilla.
—¡Julius! —le regaño.
—Después del que estuvimos a punto de darnos hace unos minutos, este ha sido solo un simple e inocente beso, Anita —me dice y sé por sus ojos, que lo que dice es verdad.
—Tus ojos hablan —no puedo evitar decirle.
—Eso me dice siempre mi abuela —responde, con una media sonrisa.
—¿Qué agradable debe de ser tener una gran familia?
—No es tan grande. Mi padre no tiene hermanos, aunque tengo varios tíos-abuelos que aún viven. Por parte de mi madre, la familia sí es grande porque, aunque solo tiene una hermana mayor que no ha tenido hijos ni se ha casado, tiene treinta primos y cuando voy a Irlanda, nos reunimos todos los hijos de sus primos y armamos mucho ruido. ¿Tienes a alguien más que no sea tu tía? —me pregunta al final.
—No, solo está mi tía y su marido. Antes tenía una prima, pero falleció hace un año. Se tomó un año sabático después de acabar en el instituto y se dejó llevar por las malas compañías. Un día la encontraron en un edificio abandonado. Murió por una sobredosis, o eso fue lo que nos dijeron —otra primicia, porque nunca le había contado esta historia a nadie, solo a Carla.
—Vaya, tus tíos tuvieron que haberlo pasado muy mal —dice Bert que casi se ha terminado su desayuno, mientras que a mí me queda la mitad del mío.
—Sí, de hecho, mi tía odia a todo el mundo desde que falleció su hija y está de baja por depresión en el trabajo. Ahora no sale casi nunca de su casa.
—¿Y crees que es la más indicada para que tenga tu patria potestad? —me pregunta cuidadoso.
—No tengo a nadie más.
—Pero en un año tendrás dieciséis años y podrás emanciparte —me ofrece como alternativa.
—¿Es lo que has hecho tú? —le pregunto, porque llegados a este momento, indiscreción es mi segundo nombre.
—No, mi madre tiene mi patria potestad, pero le intentó sacar a mi padre lo que no está escrito por mí, así que le dije al juez que consideraba justo que no se le exigiera a un padre más que a otro y que ya yo era económicamente independiente, por lo que llevo un año pagándome todos mis gastos. El único requisito es que si mi padre me quiere pagar o regalar algo, tiene que ser a través de mi madre, y esto se extiende a toda la familia paterna. Posiblemente, pueda pedir la emancipación porque he demostrado que sé cuidar de mí mismo, pero tendría que haber otro juicio y sé lo que eso significaría para mi padre.
—¿Tan mal se llevan?
—Él la sigue queriendo y ella se va a casar con otro —es su escueta respuesta.
—¿Y por qué quiere tanto el dinero de tu padre? Si se va a casar con otro y tú te mantienes por ti mismo, debería de olvidarse de tu padre y dejarlo vivir en paz.
—Su nueva pareja es un conocido abogado que todo lo que tiene es poco. Estoy seguro de que a mi padre no le importaría pagar una pensión por mí, pero fui yo quien me negué. No me gustó nada cómo el nuevo novio de mi madre intentaba sacar tajada al sufrimiento de mi padre, así que, dos días después de comenzar los trámites del divorcio, me presenté en Alemania para un puesto de aprendiz de electricista y, antes de que me llamaran a declarar, ya yo llevaba dos meses trabajando, tenía mi propio piso y me pagaba todos mis gastos.
—¿Y tu familia, qué dijo?
—Mi padre y la familia de él no estaban muy contentos con que no cursara el antepenúltimo curso del instituto. Imagino que todos creían que estudiaría en la universidad algo relacionado con las ciencias o matemáticas. Pero mi madre no se negó, al contrario. Cuando estuvimos solos, me dijo que estaba muy orgullosa de mí y que cuidara de mi padre —me cuenta para mi sorpresa.
—Entonces, ¿por qué no le dio la patria potestad a tu padre?
—Porque su pareja es quien estaba llevando el caso y es muy celoso. Supongo que para evitar problemas con él, no quiso decir nada a favor de mi padre. Imagino que casi todas las familias tienen sus dramas, pero yo no viví ninguno hasta que mi madre se quiso divorciar de mi padre sin razón aparente hace unos dieciséis meses.
—¿Por qué te mudaste luego a España? —sigo con mi interrogatorio.
—Porque no solo estudié para hacerme electricista e hice el primer año de prácticas, también hacía algunas horas extras y las pagaban muy bien. Además, me dieron una beca por jugar al waterpolo y ahorré el dinero junto con parte del que gané trabajando. Así que, decidí hacer al menos el antepenúltimo año de instituto y dejar mi último año como aprendiz de electricista para otra ocasión. Entonces, un amigo me contó que sus vecinos estaban buscando a alguien que les cuidara el jardín y les echara un vistazo a una casa que tienen en Valencia, me presenté para el puesto y aquí estoy —me dice dejándome cada vez más sorprendida.
—¿Te pagan por cuidar una casa y vivir en ella?
—No, vivo en la casita que tienen para el servicio y solo les mantengo un poco el jardín y me preocupo de que nadie entre a robar o a romper nada. Son cuatrocientos euros que me vienen caídos del cielo y me ahorro el pagar un piso, agua, basura o electricidad.
—¿Cuatrocientos euros? —digo, levantando la voz.
—Oye, que cuando vienen tengo que desaparecer.
—¿Eso qué significa?
—Que en Navidades, quince días en marzo y un mes y medio en verano, tengo que buscarme otro sitio donde vivir. Lo bueno es que le he pedido al juez permiso para pasar ese tiempo con la familia de mi padre, que también tienen derecho a verme.
—Joder, eres rico. Te pagan cuatrocientos euros al mes por no hacer nada —sigo alucinando yo sola.
—Ya te he dicho que arreglo el jardín. Corto el césped cada dos semanas, verifico que el riego automático funcione y, la semana pasada, podé una enredadera —se defiende.
—Cuidado que te hernias —lo molesto.
—Como te sigas metiendo conmigo, no respondo si te como la boca —me amenaza y yo me callo, porque sé que no le costaría nada cumplirlo.
A pesar de su comentario, no me siento incómoda. Hablar con Bert es sencillo. Parece que siempre tiene las palabras adecuadas para hacer que te sientas mejor. Sé que mis problemas siguen ahí, pero por un momento, parece que no van a poder conmigo.
—No te atreverías —le provoco, después de unos segundos de silencio.
—Pruébame y salimos de dudas —contraataca él.
—En el instituto tuviste la oportunidad y la desaprovechaste.
—Ese día me había levantado con una chica en mi cama y creí que te merecías más respeto que eso —me dice, dejándome por enésima vez anonadada.
—¿Y hoy?
Este año nos llevamos el premio a la indiscreción.
—Después de ese día, no he estado con ninguna otra chica —me dice, sobrio.
—¿Por qué? —no puedo evitar preguntar.
—Estoy esperando por ti —me dice, sin un ápice de vergüenza.
—¿Por mí? Yo no... —empiezo a decir sin saber cómo terminar la frase.
—Lo sé, Anita. Te esperaré lo que haga falta, creo que vale la pena —me dice y no solo me regala una de sus mejores sonrisas, sino que vuelve a darme un beso en la mejilla.
Yo le devuelvo la sonrisa. Este chico está completamente loco, pero hay algo en él que me gusta.
Algo que nos gusta mucho.
Sí, algo que me gusta mucho.
—Como ya he cumplido parte del trato y te he contado la razón por la que vivo solo, creo que deberíamos debatir sobres nuestras canciones —cambia el tema de manera radical.
—La mía es más que obvia —le respondo, con voz cansina, porque no tengo ganas de hacer los deberes un sábado por la mañana, sobre todo, ahora que me lo estoy pasando tan bien.
—Pero tenemos que plasmar todos estas ideas en un papel, porque, conociéndote, querrás sacar la mejor nota de la clase —intenta molestarme.
Lo intenta y lo consigue.
Sí, ¿cómo puede hacerme sentir tan bien y al minuto incordiarme tanto?
Tiene un don.
Mientras hacemos la tarea, Bert saca una libreta y escribe todo lo que estamos hablando sobre las canciones que hemos elegido. Como muchas veces nos desviamos un poco del tema, no acabamos hasta casi las dos de la tarde.
—Mierda, Carla se va a enfadar —le digo a Bert, en cuanto me doy cuenta de qué hora es.
—¿Por qué? —me pregunta, tan tranquilo, claro, como él vive solo y no tiene nada que hacer.
Eso no lo sabemos.
Sí, a lo mejor ha quedado con una chica.
Nos dijo que nos está esperando.
Pues le van a salir canas.
¡Qué bien se nos da hacernos la dura!
—He quedado con ella a la una y media —le explico.
—Tranquila, yo no tengo nada que hacer hasta las cuatro, porque hoy jugamos por la tarde. Puedes irte que yo me quedo un rato leyendo —dice mientras saca un libro de su mochila.
—Gracias por todo, Bert.
—Envíame una canción cuando pienses en otra, Anita —se despide de mí.
En cuanto me subo a la bici, comienza a vibrar el móvil y sé que es mi mejor amiga, por lo que intento llegar lo más rápido que puedo a su casa. Son solo unos minutos, pero, conociendo a Carla, todo segundo cuenta.
—¿Dónde estabas, Anita? —me riñe mi amiga, cuando me abre la puerta de su casa, después de que tocara el timbre.
—He ido a una entrevista de trabajo y luego me he entretenido —le digo sin saber si es buena idea nombrar a Bert.
—¿Tienes trabajo? ¿Cómo lo has conseguido?
—Me recomendó Bert —le digo sin darle importancia.
—¿Quién es ese Bert? —me pregunta y me doy cuenta de mi error.
—Julius —rectifico.
—La verdad es que se parece un poco a Bert, pero al de la primera película, y si no recuerdo mal Mary Poppins era pelirroja —dice mi amiga, malinterpretándome.
—Creo que más bien era castaña —continúo sin corregir su error.
—No me cambies de tema, Anita. ¿Cómo es que estabas con Julius y no me dijiste nada? —me echa en cara mientras entrelaza nuestros brazos y nos vamos directamente a su habitación.
—Ayer me dijo que quedaría conmigo para que conociese a unos niños a los cuales él le estaba dando clases de francés y hasta esta mañana no sabía cuándo quedaríamos —le explico para que no se enfade.
—Y luego, ¿qué hicisteis? —me pregunta la persona más curiosa de Valencia.
—Nos fuimos a desayunar, nos pusimos a hablar y cuando me quise dar cuenta, se me había hecho tarde —le resumo mi mañana.
—Si te olvidas del tiempo cuando estás con él, significa que hay química. No puedes negarlo —vuelve mi amiga al ataque.
—Estuvimos otra vez a punto de besarnos, pero nos interrumpieron —le cuento a Carla, porque sé que si no se lo digo ahora, no me lo perdonará en la vida.
—¿Otra vez? ¿Cuándo fue la primera vez? —me pregunta la suspicaz de mi amiga.
—Cuando discutimos sobre la versión que hizo de mi libro.
—¿Y quién os interrumpió?
—Él no quiso besarme.
—¿Por qué? —me pregunta Carla, perdiendo la paciencia.
—Por lo que me dijo hoy, había intimado con una chica esa mañana y no le pareció bien —le explico, lo mejor que puedo.
—Estoy segura de que Julius no te lo contó con esas palabras —se burla mi amiga de mí.
—No, pero dijo lo mismo.
—¿Y en qué habéis quedado? —se emociona Carla.
—En nada, pero no es tan malo como pensaba. Me cae bien —concluyo con mi explicación.
—¿Te cae bien? Se te cae la baba cuando lo ves, Anita. Deja que pasen unos días y también se te caerán las bragas.
—¡Carla! —le regaño.
—Este año es tu año, amiga —dice antes de ponerse a chillar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro