Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO DIECISIETE - APENAS PUEDO ESPERAR

Sábado, 29 de febrero del 2020

La semana que viene no tenemos clase y me da un poco igual. El año pasado, Carla y yo estábamos eufóricas, planeando cosas que hacer y, este año, no tengo ganas de nada. A pesar de mi apatía, estoy con Omer acompañando a Carla, que quiere ver jugar a su novio en uno de sus primeros partidos de fútbol del año, ya que se lesionó en diciembre y no ha jugado en dos meses.

—Cuando terminen, los chicos quieren ir a ver jugar a Julius —me dice Carla, cuando regresa de ver cómo su novio entra y sale del vestuario en el descanso.

—Yo no tengo muchas ganas de salir por ahí —les advierto.

—No vamos a salir a ningún sitio, no obstante, tenemos que aprovechar que tu tía hoy no estará en todo el día. Julius nos invitó a mi novio y a nosotros a almorzar en su casa y luego podemos pasar la tarde juntos haciendo el tonto —me informa Carla.

—¿No vive solo? Podríamos hacer una fiesta —se entusiasma Omer.

—Sí, seguro que tiene piscina climatizada —se contagia Carla.

—Él únicamente vive en la casa de huéspedes —les hago saber.

—¿Y cómo lo sabes? ¿Has estado allí? —me pregunta Omer, picándome un ojo.

Es enfermiza la obsesión que tienen mis amigos porque Bert y yo tengamos una relación.

—El jueves pasado, cuando vino a casa para presentarle a mi tía, nos fuimos a su casa a ver una película —les cuento la historia a medias.

—No me habías dicho nada, Anita —me echa en cara mi mejor amiga.

—Seguro que no sabe ni de lo que iba la película —dice Omer, mientras lo asesino con la mirada.

—No, porque nos dejamos dormir a los pocos minutos que empezó.

—¿Dormiste en el sofá de Julius? Ahora mismo eres la envidia de medio instituto. ¿Y cuándo te fuiste a tu casa? —me pregunta mi amiga, la indiscreta.

—Nos despertamos a las once y mi tío me dijo que, como hacía mucho frío, mejor me quedara a pasar la noche allí y regresé a las nueve y media de la mañana, cuando él se fue a trabajar —le respondo y sé que los dos me van a acribillar a preguntas.

—Anita, tienes que contárnoslo todo, empezando por dónde pasaste la noche y que fue lo que hicisteis —me exige Carla.

—No hay nada que contar. Cuando nos despertamos y después de saber que pasaría la noche allí, cenamos y nos acostamos en el cuarto de Bert. Sabes que no pasó absolutamente nada.

—¿Pero dormiste con él en la misma cama? —me pregunta emocionada mi mejor amiga.

—Sí, pero solo dormimos —le aclaro.

—Seguro que Julius no lava las sábanas en meses. Con lo loquito que lo tienes y te quedas a dormir en su cama —añade Omer y tanto él como Carla comienzan a reírse igual que si lo que acaba de decir tuviese algo de gracia.

—¿Veis por lo que no os cuento nada? Sois como niños de seis años, unos inmaduros que no saben respetar una relación de amistad —les digo enfadada.

—Eres una aburrida, le preguntaré a tu Bert. Seguro que él me dará más detalles —me dice Carla con la intención de enfadarme.

—Acostumbrado a la manera que vivía antes, acostándose con una chica diferente casi todos los fines de semana, ahora que lo tienes a pan y agua, seguro que no pegó ojo en toda la noche —empieza otra vez Omer.

—¡Cómo me entere de que le habéis dicho algo, no os lo perdonaré en la vida! —les amenazo.

—Vale, Anita. No te pongas así, seguro que a él no le importa que le preguntemos, pero no lo haremos —me dice Carla al ver cómo la asesino con la mirada.

El partido fue un muermo total. Ningún equipo marcó un gol y todos salimos frustrados. Yo no por el marcador, sino porque mis amigos se pararon la segunda parte molestándome de todas las formas habidas y por haber.

—Deberíamos ir directamente a ver a Julius —dice Antonio, cuando llega hasta nosotros.

—¿Le queda mucho por acabar su partido? —pregunta Carla.

—Veinte minutos, quizás un poco menos. No lo he entendido muy bien, pero hay cuatro tiempos de ocho minutos y entre el primer y segundo y entre el tercero y el cuarto hay un descanso de dos minutos y entre el segundo y el tercero de tres o, por lo menos, es lo que le entendí a Jules la última vez que me lo explicó.

—Entonces dura cuarenta y un minutos —digo en voz alta después de calcularlo rápidamente.

—Sí, pero cada equipo cuenta con un minuto para tiempo muerto, como en el baloncesto, y se descuenta todo el tiempo que no se juegue, sobre todo cuando se pierde tiempo porque el balón sale de la piscina. Yo cogí uno que tiraron con tanta fuerza que me llegó, apenas entré en el recinto donde jugaban —nos cuenta Antonio, emocionado.

—Entonces, ¿cuánto dura? —pregunta Carla, porque la paciencia no es una cualidad de la cual pueda presumir.

—Puede que acabe en unos minutos o media hora —nos dice Antonio mientras Carla suspira desesperada y Omer se echa a reír.

Como caminando tardaríamos media hora, Antonio decide tomar un taxi. Somos cuatro y la carrera dura nueve minutos, por lo que no cuesta nada excesivo. Además, ya no tengo que pagar absolutamente nada y el dinero del seguro y la paga de orfandad me pertenecen totalmente, aunque es mi tío quien me la administra por ser menor de edad.

No puedo quejarme de mi tío en nada y tampoco en cuestión del dinero, al contrario. Me ingresa en mi cuenta todos los meses casi seiscientos euros. Por supuesto que nunca me gasto todo ese dinero, ni siquiera tengo que comprar comida o pagar la luz y como casi no salgo, tengo casi todo el dinero aún en mi cuenta.

Cuando llegamos, y a pesar de las prisas, solo vemos cómo los últimos jugadores se van al vestuario. No hay ni rastro de Bert, así que seguro que ya se está duchando.

—¿Vienes otra vez a buscar al tiburón? —le pregunta un señor de mediana edad a Antonio, que se nos ha adelantado dos metros.

—Sí, ¿cómo le ha ido? —pregunta Antonio y yo me quedo a medio metro de donde se encuentra para no entrometerme en la conversación.

A mis dos amigos les dan igual los buenos modales y se ponen al lado de Antonio como si estuviesen hablando con ellos.

A lo mejor se conocen.

Y a lo peor no.

—Esta noche estuvo mejor que nunca. Ya nos han contactado varios equipos de primera división, incluido el Atlètic Barceloneta, que se ha puesto muy pesado.

—¿Son buenos? —le pregunta Carla, porque ella no sabe lo que es tener un poco de vergüenza.

—¿Estás de broma? En España ganan siempre todo: la Liga, la Copa del Rey, la Supercopa de España, incluso la Copa de Cataluña. En el 2014 ganó la Copa de Europa y la Supercopa de Europa. Si no encontramos algo que lo ate a Valencia, el año que viene, lo perdemos —nos cuenta, por lo que deduzco que es el entrenador.

—¿Y si le ofrecéis más dinero? —pregunta Antonio.

—¿Más dinero? Estamos hablando de la liga más importante de España, lo que nosotros le podemos ofrecer son migajas. Además, únicamente no gana los partidos prácticamente él solo y es un increíble capitán, cada vez nos vienen a ver más chicas y sé que es gracias a Julius, y eso hace que también vengan más chicos. Así que no solamente como jugador estaría ganando el Atlètic Barceloneta. Seguro que se forran con contratos de publicidad —sigue hablado el entrenador, dejándome con la boca abierta, no sabía que Bert fuese tan buen jugador.

Una vez dijo que le pagaban por jugar bien.

Sí, pero no imaginé que fuese tan bien.

—¿Y qué es lo que tiene pensado? —le pregunta Antonio.

—Sé que las chicas le interesan poco. Es agradable con ellas, casi educado, sin embargo, no se interesa por ninguna, y por los chicos tampoco. Además, no vive con nadie, por lo que no sé que podríamos ofrecerle —dice el entrenador antes de que mi mejor y peor amiga se vire hacia donde estoy yo y tire de mi mano hasta que me quedo al lado suyo.

—Ella es Ana, una muy buena amiga de Julius —le dice Carla al entrenador.

—¿Cómo de buena? —me pregunta directamente a mí el entrenador.

—Nos hablamos casi todos los días por teléfono —contesto, un poco cohibida.

—Y es la razón por la que no le preste atención a ninguna otra chica —habla Carla por mí.

—Nosotros solo somos amigos —digo, enfadada.

—Porque ella quiere —interviene esta vez Omer.

—¿Qué es lo que me quieren decir? ¿Es su novia? Yo le pregunté y me dijo que no tenía novia —le pregunta el entrenador a Antonio.

—No es su novia, pero estoy casi seguro de que si lo dejaran lo sería de buen grado —responde Antonio y yo le pego una patada en la espinilla, enfurecida.

—No le haga caso. Están obsesionados porque seamos una pareja —le aclaro.

—¿Y a ti no te gusta el chico? —me pregunta incrédulo el entrenador.

—No es eso —evado responder.

—¿Pero te gusta o no? —insiste el entrenador.

—¿Qué está pasando? —pregunta mi salvador personal.

—Le estamos preguntando a esta chica si le gustas o no —contesta el entrenador, con una sonrisa que se asemeja a la de un chico ruin de trece o catorce años.

—Entrenador —le advierte Bert, en tono serio.

—Solo era una broma —se disculpa el entrenador.

—No os da vergüenza, sobre todo a ti, Carla. Creo que Ana tiene suficientes cosas en las que preocuparse para que la molestéis con tonterías —les riñe Bert.

—No seas siempre tan alemán, hijo —le contesta su entrenador.

—Pero si me dijo antes de empezar a jugar que demostrara que soy alemán y que organice las jugadas —se queja mi amigo.

—Sí, pero fuera del agua deberías dejarte llevar un poco y disfrutar más de tu juventud. ¿Cuándo vuelves? —le pregunta serio el entrenador.

—El quince por la mañana temprano. No me perderé ningún partido porque el fin de semana que viene no tenemos y el siguiente será el domingo por la tarde y llegaré a tiempo —le responde Bert.

—Se están pensando en cancelar los próximos partidos por ese virus chino —dice el entrenador, preocupado.

—Si es así, cancelarán las clases también y volveré cuando se reanuden. No tiene sentido que vuelva a España para estar en mi casa encerrado, yo solo, sin poder ver a nadie —contesta Bert muy seguro, como si hubiese meditado la respuesta con anterioridad.

La verdad es que llevo unos días escuchando hablar sobre el Coronavirus, sin embargo, no le he dado mucha importancia, al igual que las personas que viven a mi alrededor. Es la primera vez que escucho hablar de él como una amenaza real.

—¿Podrás entrenar? —se preocupa el entrenador.

—Yo sí, mis abuelos tienen una piscina pequeña, pero con nado contracorriente y un gimnasio, pero no creo que a los compañeros les dejen venir a entrenar aquí —responde Bert, mientras todos los presentes escuchamos la conversación con su entrenador sin poder decir palabra.

—¿Llegarán a esos extremos? —pregunta Antonio, preocupado.

—Claro. Si cancelan las competiciones, evitarán que salgamos a la calle y nos mezclemos unos con otros, así que tendrán que prohibirnos salir a entrenar —da Bert como explicación.

—Unas semanas sin ir a clase nos vendrá muy bien —añade Carla tranquila, pero yo no puedo compartir su calma.

Si nos hacen quedarnos en casa es porque será peligroso para nosotros.

—No te preocupes, Anita. Primero vamos a pensar que no será muy grave y nos veremos en quince días —me dice Bert para sorpresa de todos, dándome un beso en la mejilla y tomando mi mano como si fuese lo más normal del mundo.

—Nos vemos en dos semanas, Julius —se despide el entrenador.

Yo me quedo en silencio, debido a la vergüenza que siento después de que el entrenador observe nuestras manos entrelazadas y sonriera sin disimulo. Los demás se despiden de él, aunque Bert no le responde como me esperaba, sino con un "eso espero".

No les he prestado suficiente atención a los titulares de los periódicos que hablan sobre el extraño virus que está haciendo que China ponga en cuarentena a ciudades enteras.

Con una conversación más amena y olvidándonos de las crisis sanitarias, nos vamos caminando a la casa de Bert. Tan solo tardamos veinte minutos y en ningún momento mi amigo me suelta la mano.

Omer es el más alucinado que se queda cuando ve la casa donde vive Bert, a pesar de que solo le enseña la casa de invitados. Carla, como siempre, se sale con la suya y obliga a nuestro amigo a que le enseñe la piscina y el jardín trasero.

—Nunca la uso, aunque me han ofrecido que lo haga —nos explica Bert el porqué la piscina tiene puesta una cubierta.

—¿Por qué no? —le pregunto.

—Puedo ir cuando quiera a entrenar —es su escueta respuesta.

Nadie le pregunta nada más al respecto. Creo que esta vez siento yo más curiosidad que la propia Carla, nuestra reina de los chismes.

Bert tiene preparado su pequeño salón para nuestra llegada, aunque nos pide que no comamos nada antes de almorzar. La verdad es que se defiende mucho mejor que yo en la cocina.

Lo normal, él vive solo y no le ha quedado de otra que aprender.

Aun así, el secreto ibérico que asa está buenísimo, pero me sorprenden unas patatas que prepara, que según nos cuenta se llaman Brat Kartoffel y son típicas de su país.

—No podré comer nada hasta mañana. No debí comerme el último trozo de tarta de manzana —se queja Omer, cuando nos sentamos en el salón.

—Podemos poner un poco de música para bajar la comida —nos ofrece Bert.

—Yo paso —responde Antonio.

—Algo lento, por favor —le pide Carla.

Así es como acabamos bailando Omer y Carla, por un lado, y Bert y yo, por el otro.

—¿Qué es lo que dice la canción? —le pregunto, porque es en alemán.

—Apenas puedo esperar, ya puedo ver nuestro futuro. Incluso si aún no es así, tal vez en unos años, hasta entonces dejaré que suceda —me dice cerca de mi oído.

No lo puedo evitar y me quedo mirándolo, primero a los ojos y luego mi mirada baja a sus labios. Sé que Bert no me besará, porque no quiere forzarme a hacer nada de lo cual no estaría segura, pero ahora mismo solo puedo pensar en sus labios sobre los míos.

Siento la música que sigue sonando y me muevo junto a él, pero mi respiración se acelera y un leve suspiro sale de mis labios.

—Anita —susurra cerca de mi boca.

—Hazlo, Bert —le suplico.

Él me entiende y sus labios se funden con los míos. No es la primera vez que lo hace y, aun así, todo lo que siento vuelve a tomarme por sorpresa.

Si mis amigos se dan cuenta de lo que está sucediendo entre nosotros o no, no lo sé, al menos no lo demuestran. Por lo que Bert y yo seguimos de pie, besándonos, sin prisas. No sé cuantas canciones más escuchamos así, creo que dos, pero cuando mis labios están hinchados y mis ganas de seguir lo que estamos haciendo en otro sitio y a solas se intensifican, Bert se separa de mí y me abraza, escondiéndome entre sus brazos.

—Lo siento, Anita —es lo único que dice.

—¿Por qué? —le pregunto tímida, quizás él no quería besarme.

—Tenía que haber esperado a que tú me besaras —me responde sin separarse de mí.

—Te pedí que lo hicieras.

—Eso creí escuchar, aunque pensé que era yo engañándome a mí mismo —me responde, riéndose bajito.

Nos pasamos la tarde con Bert en su salón y cuando llega la hora de despedirse, él me acompaña hasta casa. Vamos de la mano, como siempre, pero antes de llegar, me pregunta si me puede robar un beso y ante mi respuesta afirmativa, vuelve a besarme.

Solo son unos segundos, pero entro a casa como si estuviera en una nube.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro