CAPÍTULO DIECIOCHO - CAMBIOS
Jueves, 12 de marzo del 2020
Los últimos días han sido una locura. Todo el mundo habla del COVID-19 y ya estoy cansada de ese tema. Sé que es serio, que han muerto personas y que morirán muchas más, sin embargo, no tengo ganas de pensar en epidemias y cuarentenas.
Por primera vez desde que comenzaron a vivir mis tíos en mi casa, mi tía ha desayunado con nosotros. En dos semanas hará dieciocho meses de la muerte de mi prima y mi tío está empeñado de que le den el alta a mi tía para que comience a trabajar otra vez.
De resto, no ha habido más cambios, salvo que Bert lleva casi dos semanas en Alemania. La primera semana tuvimos vacaciones, por lo que lo eché de menos, aunque no tanto. No obstante, esta semana se me ha hecho larguísima, sobre todo, porque a pesar de que Omer me viene a buscar a casa, regreso sola y no es para nada lo mismo.
Además, aún no hemos hablado de los besos que nos dimos el último día que nos vimos. Sé que él no quiere presionarme, pero quisiera saber dónde estamos, es decir, cuál es la relación que tenemos.
—¿Crees que David se acercará hoy? —pregunta Omer, cuando nos sentamos en el recreo en el mismo lugar de siempre.
—Después de las amenazas de Carla de ayer, lo dudo mucho —le contesto, divertida.
—Ese tío es idiota. Todos sabemos que Julius le dejó claro que te dejara en paz esta semana, cuando se entere de que ayer vino otra vez de pesado, se le va a caer el pelo y yo me alegro —se defiende Carla, quien amenazó ayer a David con denunciarlo por acoso.
—Se lo he contado a Julius y se ha partido el culo —dice Omer.
—¿Cuándo? —quiero saber.
—Ayer por la tarde, lo llamé a ver cómo iba todo, pero solo pudo hablar unos minutos porque estaba a punto de empezar a trabajar. Me dijo que habla todos los días contigo, Anita —me intenta molestar mi amigo, imitando a Bert al final.
—Y después del beso que os disteis en su casa antes de que se fuese, nos quedó claro que a ti también te gusta hablar con él —le sigue Carla la broma.
—¿Otra vez hablando del beso? —les riño.
—Pero si no nos has contado nada, únicamente te quejas, si lo nombramos —me echa en cara Carla.
—Estabais allí y lo visteis todo —les recuerdo.
—¡Qué sosa eres! —exclama Omer.
David no se atreve a acercársenos en todo el recreo. Ya no sé cómo decirle que me deje en paz. De resto, la mañana transcurre tranquila, menos por la última hora, cuando nos dicen que mejor nos llevemos todas nuestras cosas a casa, porque no saben si mañana regresaremos a las aulas o no.
—¿Anita? ¿Pasó algo? —me pregunta Bert, cuando descuelga el teléfono.
—No, ¿por qué iba a pasar algo? —le pregunto sin comprender la preocupación que noto en su voz.
—Me estás llamando antes de que acaben las clases. Ya ayer me contó Omer lo de David, si te ha molestado otra vez, lo llamo ahora mismo —me responde, preocupado aún.
—No es nada de eso. Sé cuidarme yo sola, ¿sabes?
—¿Entonces? —sigue con su manía de que me ha pasado algo.
—Nos han dicho que nos llevemos todo lo que tengamos en clase a casa y quería saber si querías que te enviase tus cosas por correo —le hago saber.
—Anita, eres demasiado dulce —es lo único que me responde.
—¿Te lo envío o no?
—Mi padre lleva en Alemania teletrabajando desde el quince de enero, porque el proyecto en el que está involucrado es en Tailandia, así que ya me advirtió de que solo dejase las cosas que no necesito en Valencia. Incluso he traído a Bergonzi. El único problema que tenemos es que en casa no tenemos cobertura ni de teléfono móvil ni de Internet, pero mi padre tiene un despacho alquilado y va a trabajar allí todos los días. Yo ya veré cómo lo hago, nuestra biblioteca tiene wifi gratuita, aunque supongo que no abrirá las próximas semanas.
—¿Sabías que no ibas a volver y no me dijiste nada? —le pregunto, molesta.
—No estaba seguro. Yo tengo el pasaje de avión para el domingo, pero creo que me van a devolver el dinero o a dar un bono para otro nuevo. Además, prefiero quedarme aquí durante la cuarentena. En Alemania no serán tan estrictos, nosotros valoramos muchísimo los derechos fundamentales, incluido la libertad para salir cuando uno quiera dar un paseo.
—¿Me estás diciendo que no podré salir a la calle cuando quiera?
—No lo sé a ciencia cierta, aunque ese será el escenario más acertado que se me ocurre ahora. Aunque no te preocupes por nada, Anita. Podremos salir a comprar a los supermercados, farmacias y negocios que vendan productos de primera necesidad. Pero yo, que tú, sacaría muchos libros de la biblioteca, yo lo he hecho —me aconseja.
—¿Cuándo empiezas a trabajar hoy? —le pregunto, para saber a qué hora vamos a hablar esta tarde.
—Te llamo a las cinco, antes de que vayas a ensayar con la banda. Hoy empiezo a trabajar a las ocho —me informa.
—Entonces hablamos luego, Bert.
—Cuídate mucho, Anita —se despide también de mí.
No sé qué haría sin mis charlas con Bert de todas las tardes. El martes incluso hicimos juntos un trabajo por teléfono. Yo lo puse con altavoz y él se puso un auricular, ya que estaba sentado en una cafetería. Nos pasamos horas hablando.
—¿Lo tienes todo, Ana? —me pregunta Omer, que se lleva la mochila cargada y, además, unos cuantos libros en las manos.
—Sí, tengo los libros siempre en casa y traigo los que necesito cada día —le explico el porqué mi mochila en tamaño es idéntica a la que traje esta mañana.
—¿Le preguntaste a Julius si quería que le enviases sus cosas? —pregunta Carla esta vez.
—Ya se lo llevó todo antes de irse, parece ser que su padre le recomendó que lo hiciese. Incluso no se olvidó de Bergonzi —les explico.
—¡Cómo odie a ese Bergonzi cuando no sabía que era un violín! —exclama mi amiga molesta, lo que hace que los tres comencemos a reír.
Como llevo haciendo toda la semana, me voy sola a casa después de dejar a Carla en la suya. Hace meses que no utilizo la bicicleta.
Mi tía sigue aún despierta cuando llego y mi tío me sonríe esperanzado.
—Tu tía ha cocinado hoy, Ana —me informa mi tío, cuando dejo mi mochila en mi cuarto.
—Sí, sopa de cebolla y quiche lorraine —añade mi tía, extrañamente de buen humor, bueno, buen humor sería exagerar, pero no de malhumor.
—Adoro tu sopa de cebolla, tía —le digo, encantada, mientras nos sentamos los tres a la mesa.
Antes de que mi prima falleciera, siempre la hacía cuando la íbamos a visitar o cuando ella venía a nuestra casa. Es una de mis sopas favoritas.
—¿Cómo te ha ido en las clases? —me pregunta mi tío, como cada día que comemos solos.
—Bien, pero nos han dicho que mañana no habrá clase, incluso me acaba de llegar un mensaje de camino a casa cancelando el ensayo de esta tarde. Se supone que las próximas semanas vamos a tener que quedarnos en casa —les digo, preocupada.
—Sí, a mí ya me han dicho que me tengo que preparar, porque si al final me incorporo a la facultad el uno de abril voy a tener que hacerlo online.
—Mañana iremos a la facultad a buscar todo lo que te han preparado. Ya verás que te va a venir muy bien para distraerte —dice mi tío.
—¿Distraerme? No puedes distraerte del dolor, aunque te acostumbres a vivir con él a diario —responde mi tía.
—De lo que se trata es de ser todos los días un poco más felices, por lo que ya no están y por los que nos hemos quedado —dice mi tío.
—No sé si podré ser algún día feliz —susurra mi tía.
—Eso no significa que te olvides de la niña o dejes de quererla —intenta consolarla mi tío.
—Lo sé, pero es todo tan difícil —responde, con lágrimas en los ojos.
—¿Cómo le va a Julius? —intenta cambia de tema mi tío.
—Se quedará en Alemania hasta que pase todo esto del virus —le hago saber.
—Si tiene allí a casi toda su familia, es lo normal —me contesta mi tío, aunque mira con preocupación a su esposa.
—Lo sé —es lo único que puedo decir.
—Además, no creo que el domingo sigan volando los aviones, por lo que no podrá volver, aunque quiera. Se supone que en dos o tres días limitarán los desplazamientos —responde mi tío, porque mi tía se queda en la mesa, pero sin participar en la conversación.
—¿Y cómo trabajarás, tío?
—Los que trabajamos en servicios de primera necesidad, tendremos que seguir haciéndolo, pero el resto, deberá trabajar desde casa o no hacerlo. Ya en algunos lugares de Europa han cerrado todas las tiendas, excepto farmacias y supermercados.
—Luego iré a la biblioteca. Solo son quince minutos caminando y abre a las cuatro y cuarto. Aprovecharé hoy porque seguro que ya mañana no abren.
—Yo pedí el día de mañana libre en el trabajo. Tenemos que ir a buscar todo lo que tu tía necesita para trabajar desde casa. Si nos encierran más de dos semanas, no podrá ir a la facultad antes de comenzar a impartir las clases.
—¿Más de dos semanas? —pregunto, sin dar crédito a lo que he escuchado.
Que nos encierren más de dos semanas significa que estaré más de un mes sin ver a Bert. Sé que debería importarme poco, no obstante, por alguna razón, me importa y mucho.
—No creo que en quince días se resuelva la epidemia —responde mi tío, categórico.
Terminamos de almorzar sin que podamos hacer que mi tía vuelva a hablar. Lleva unos días un poco mejor, pero aún está mal. El médico le ha aconsejado que comience otra vez a hacer vida normal, pero sé que le cuesta muchísimo.
A las cuatro, salgo de casa para ir a la biblioteca municipal del Grau Constanti Llomart, que le debe su nombre a un editor, periodista y escritor nacido en Valencia a mediados del siglo XIX. Me llevo una mochila vacía, pensando en pasar luego por alguna librería y comprar también algunos libros.
Cuando ya he encontrado los libros que me quiero llevar, la bibliotecaria me avisa de que cerraran en breve y que no saben cuándo volverán a abrir y me permite llevarme muchos más libros de los que me corresponden. Siempre he sido muy responsable con las devoluciones y agradezco que lo tenga en cuenta.
Llego a casa unos minutos antes de las cinco, no me apetece hablar con Bert en medio de la calle.
—Hola, Anita —me saluda Bert, cuando descuelgo el teléfono.
—Hola —le respondo un poco tímida, suele pasarme algunas veces.
—He leído que Valencia se está preparando para unas semanas de cuarentena. ¿Tú también? —se preocupa.
—Sí, tengo libros para leer durante seis meses —exagero un poco.
—Y yo, aunque ya me han avisado de que si me quedo aquí, puedo seguir trabajando.
—¿Vas a trabajar durante la cuarentena? —me preocupo ahora yo.
—Sí, pero tomando medidas para evitar los contagios. Además, mi jefe se ha puesto en contacto con el centro donde estudié el año pasado para que me convaliden las horas como prácticas. Estamos intentando también que pueda presentarme a algunos exámenes y así no me quede tanto para acabar mis estudios.
—Parece que te alegras de pasar un tiempo en Alemania —le digo un poco triste, porque yo lo voy a echar realmente de menos.
—Aquí tengo a mi familia y si me quedase en Valencia, no podría verte, aunque quisiera, porque no estaría permitido, así que intento verle la parte positiva a todo esto y aprovechar lo que me ofrecen.
—Sí, ya veo.
—Sabes que si pudiese pasar cinco minutos al día contigo en España, tomaría un avión ahora mismo, ¿verdad? —me dice, un poco mimoso.
—Eres un exagerado —me hago la que estoy indignada.
—Es la pura verdad —me contesta y puedo notar la seriedad de su rostro escuchando sus palabras.
—Aun así, ya te has organizado —le recuerdo.
—Lo que no significa que no te vaya a extrañar considerablemente.
—¿Y cuándo volverás?
—Cuando nos dejen volver a reunirnos con otras personas y lo primero que haré será invitarte a cenar. ¿Aceptarías? —me pregunta y se nota que está un poco nervioso.
—Nunca le diría que no a una buena cena —intento bromear.
—Sería una cita —dice poniendo sus cartas sobre la mesa.
—Yo no sé si estoy preparada para algo así —le respondo cohibida.
—No sería hoy, ni mañana. Seguramente pasarán dos o tres meses hasta que vuelvan a abrir los institutos.
—¿No nos veremos durante los próximos dos o tres meses? —me alarmo, porque eso es mucho tiempo.
—No soy experto en epidemias, pero es lo que opina mi padre y le tengo mucho respeto a su criterio —me dice y se me viene el mundo encima.
—En tres meses pueden suceder muchas cosas, Bert —me quejo.
—Yo ya te he dicho que te esperaría y me gustaría saber si tú harías lo mismo por mí —me pregunta, sin atisbo de duda en la voz.
—Yo no sé qué decir —le respondo, sincera, porque realmente no tengo ni idea si cuando pasen tres meses querré tener una relación con Bert o no.
—No te preocupes, Anita. Sé que por lo menos te gusto, si no te hubieses resistido un poco a mi beso, pero me lo devolviste con ganas, ¿o me equivoco?
—Yo —comienzo a decir, aunque no puedo seguir hablando.
—Te lo preguntaré de otra manera, Anita, y quiero que seas sincera. ¿Te gustaría que volviese a besarte?
—Sí, eso sí que me gustaría —le respondo, avergonzada.
—Pues cuando regrese, seguiremos por ahí y luego ya veremos cómo hago para que seas mi novia —me dice y sé que está sonriendo.
—Eres un idiota —le riño por su atrevimiento.
—Pero te gustan mis besos —se defiende.
—Tampoco tengo con qué compararlos —le recuerdo.
—Mejor así, Anita. No sabes lo feliz que me hace que no puedas compararlos.
—¿Tienes miedo a que los tuyos no salgan vencedores? —lo intento molestar esta vez yo.
—¿No has escuchado lo que dicen las chicas de mí en el instituto, Anita? No tengo miedo de que alguien lo haga mejor, solo que me volvería loco saber que alguien está besando esos labios que yo ya considero míos —dice tan tranquilo.
Yo me quedo sin palabras. Normalmente, no hablamos de nosotros, de los besos que nos hemos dado o de la relación que podríamos tener. El tema de conversación me avergüenza bastante, pero la forma en la que Bert me hace saber que está interesado en mí y que me esperará lo que haga falta, me deja totalmente pasmada.
—Bert —es lo único que, después de unos segundos, consigo suspirar.
—Ya no te diré nada más sobre mis sentimientos por ti. Tendría que haber esperado y es lo que voy a hacer.
Después de pasar uno de los momentos más bochornosos de mi vida, Bert cambia radicalmente el tema de conversación. Yo le cuento que no tengo ensayo, porque todo ha sido cancelado debido al COVID y él que le han admitido para hacer un curso de lutier en Alemania, especializándose en violín.
Habitualmente, esta formación dura entre tres y tres años y medio, pero a él le darán un curso exprés e intensivo de tres meses. Parece ser que el marido de su tía tiene parte de una empresa importante que fabrica instrumentos. Desde pequeño ha estado en contacto con todo ese mundo porque sus tíos no tienen hijos y muchas veces se lo llevaban a la empresa con ellos, pero ahora quiere aprender a, por lo menos, arreglar su violín.
Yo me quejo porque no lo veré en verano y él me invita a visitarlo y me promete venir a verme los fines de semana, si es lo que yo quiero.
Nos quedamos hablando hasta que son las siete de la tarde, aunque me cuesta muchísimo despedirme de él. No sé qué voy a hacer si tengo que estar en casa sin salir y Bert en la suya sin cobertura, voy a tener que pedirle permiso para empezar a llamarlo a su teléfono fijo.
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