Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO DIECINUEVE - DESNUDO

Jueves, 9 de abril del 2020

Llevamos cuatro semanas confinados y estoy un poco harta. Las clases del instituto las empezamos a las diez de la mañana de lunes a viernes online, aunque más que clases, son momentos que tenemos para hablar con nuestros profesores y compañeros en una plataforma.

Yo, al igual que Carla y Omer, me conecto todos los días, porque no tengo nada mejor que hacer y, al menos, así veo a mis compañeros. La mayoría de los alumnos hacen lo mismo, sin embargo, Bert solo se conecta uno o dos días según le permite su trabajo, porque a veces termina a las seis de la mañana y no se despierta hasta el mediodía.

Por supuesto que nosotros seguimos hablando todos los días, sobre todo después de que, el viernes anterior al confinamiento, sus abuelos hicieran que le pusiesen un teléfono fijo en su cuarto con un número propio. A pesar de eso, no hablamos tanto como antes, porque está liadísimo.

Se levanta, a la hora que sea, y entrena dos horas, sin excepción, entre la piscina y el gimnasio. Solo los domingos se queda en la cama y hace el ganso, por llamar de alguna forma el llamarme incluso antes de desayunar.

Está trabajando muchísimo como electricista y colocando redes en diferentes empresas y hogares para que los trabajadores puedan hacer su trabajo desde casa. Lo más sorprendente de todo es que siempre encuentra hueco para dar clase a sus alumnos de francés, aunque ahora no hace solo cuatro horas semanales o tres horas, porque en realidad cada hora dura cuarenta y cinco minutos, sino que les da doce, incluyendo otras materias, como son el inglés y las matemáticas. Está encantadísimo y se nota que aprecia muchísimo a sus alumnos.

Económicamente, no le va mal, en Alemania no sé cuánto está ganando, pero sé que muchísimo más de lo que ganaba en España. Además de que pagan mejor, está haciendo muchas horas y trabaja de noche. Por lo que le he entendido, las horas nocturnas las cobra al doble de las normales y si encima son el fin de semana, le pagan muchísimo más.

Al mismo tiempo, le pagan novecientos sesenta euros por las clases a los niños y recibe seiscientos porque, tanto por el trabajo en la cafetería como por el de electricista en España, el SEPE le paga por estar en un ERTE.

Estuvo haciendo cuentas y si esto sigue así un mes más, tendrá el dinero suficiente para vivir en Valencia los dos años de bachillerato que le faltan por cursar, aunque tenga que pagarse la estancia, lo cual no puede hacerme más feliz.

Lo bueno que tiene que Bert tenga su propio teléfono con llamadas ilimitadas a Europa, es que cuando me llama y tenemos tareas, las hacemos juntos. Así no se nota lo desconectada que estoy del mundo.

También quedo para vernos en el supermercado con Omer y Carla. Debemos comprar separados, al menos, dos metros de distancia, aunque hablamos por el teléfono cuando lo hacemos.

Carla, que siempre ha tenido muy buenas ideas, nos compró a los tres unos auriculares para el teléfono con micro y parece que casi compramos juntos. Prácticamente, voy todos los días y así también camino un poco, a pesar de que el supermercado está solo a trece minutos a pie desde mi casa.

Como va siendo rutina, después de ducharme y desayunar, preparo todo en el cuarto para las clases. Siempre soy una de las primeras en conectarme porque, además de que realmente el tiempo pasa muy despacio por las mañanas, me gusta grabar las clases por si tengo alguna duda volver a verlas.

Aún faltan cinco minutos y no se ha conectado nadie, así que me sorprendo cuando Bert lo hace, aunque se prepara sin prestar atención mientras su cámara está encendida. No se ha dado cuenta de que yo también estoy en clase, virtualmente hablando, por supuesto.

Siempre va a una oficina que tiene alquilada su padre en el pueblo, porque sigue sin tener Internet en su casa ni cobertura de telefonía móvil.

A pesar de que nos conocemos desde hace meses, no estoy preparada para ver lo que ocurre a continuación. Bert, después de dejar sus cosas sobre el escritorio, se quita la chaqueta, el suéter y, para mi deleite, también su camiseta, la cual parece que está mojada, y se queda unos segundos con el torso desnudo.

¡Joder!

Sí, es la primera vez que estoy completamente de acuerdo con esa vocecita que existe dentro de mi cabeza y que me gusta creer que es mi conciencia.

¡San Drogón, patrono de los feos, échame una manita!

Unos segundos después, Bert comienza a ponerse otra ropa, posiblemente una que está seca y yo me desconecto. No puedo saludarlo después de verlo medio desnudo.

Lo más sensato sería llamar a Carla, pero necesito unos segundos para poder pensar mejor.

Sin meditarlo mucho, me pongo a mirar el vídeo que acabo de grabar. Bert es guapo, nunca lo he podido negar, ni siquiera al principio, cuando nos llevábamos mal.

No nos llevábamos mal, a nosotras se nos iba la olla.

Eso, en este instante, es irrelevante, lo importante es la afirmación de que Bert es guapo o, por lo menos, a mí me lo parece. Ahora bien, nunca imaginé que fuese tan... atlético.

Lo mejor será que llamemos a Carla.

—¿Ana? ¿No vas a conectarte para entrar en clase? Faltan dos o tres minutos para las diez.

—No voy a poder hacerlo hoy —le respondo, nerviosa.

—¿Qué ha pasado? —se preocupa mi amiga.

—Me he conectado antes y sin querer he visto a Bert cuando se cambiaba la camiseta —le cuento, avergonzada.

—¿Nunca lo habías visto sin camiseta? —se extraña Carla.

—No, en su casa durmió con pijama y menos mal —contesto, con un suspiro.

—¿Por qué te crees que van tantas chicas a verlo? ¿Por qué es simpático? Ni siquiera habla con ellas desde que te conoció a ti.

—Pero nunca pensé que fuese un modelo de ropa interior —le digo y estoy a punto de contarle que lo he grabado, pero me lo pienso mejor y dejo esa información solo para mí.

—Tus hormonas están peor que las mías —dice Carla antes de empezar a reír.

—No te rías. ¿Qué voy a hacer ahora? —le pregunto, desesperada.

—Atender en clase y luego lo llamas y le dices que está para comérselo y que no ves la hora de pasarle la lengua a esos abdominales como si fueran de chocolate —me responde la descarada de mi mejor amiga.

—¡Carla! Esto es serio —me quejo.

—Lo sé, pero ahora no puedes hacer mucho, solo esperar a que nos dejen salir y, entonces, sí que te lo puedes comer —continúa Carla con sus tonterías.

—No voy a hacer nada de eso y lo sabes.

—¿Por qué simplemente no le dices que te gustaría salir con él? El pobre chico lleva meses esperando por ti, hasta a mí me da pena.

—No va a salir bien, Carla. No es el tipo de chico con el que siempre he soñado —le digo.

—¿No? Pero si lo acabas de ver y te ha dejado babeando. Sé que no es tu Gilbert, Anita, es mucho mejor.

—Deberíamos conectarnos a clase, seguro que ya han empezado sin nosotras —le digo para dejar el tema zanjado.

No me gusta hablar de mi Gilbert, como lo llamaba mi madre. Me hace pensar todo lo que ya no podré vivir con ella. Siempre bromeábamos con que se lo presentaría y ella se daría cuenta de que sería el elegido para compartir mi vida con él. Es triste saber que, aunque lo encuentre, ya no podré nunca presentárselo.

Carla y yo nos conectamos las dos a la vez. No le presto mucha atención a la clase y me llega un mensaje de Bert al teléfono preguntándome si todo está bien. Me excuso en el cansancio de estar todos los días encerrados e intento concentrarme más.

Cuando terminamos, Bert me dice que me llama más tarde. Sé que hoy entrena después de las clases, así que me pongo a leer un rato.

Mi tía termina a la una de trabajar. Desde que empezó a dar clases otra vez, hace poco más de una semana, ha mejorado muchísimo. Mi tío y la doctora tenían razón y el volver a tener responsabilidades le ayuda a olvidarse un poco del dolor que siente, aunque trabaje desde casa.

A mi tío lo han trasladado definitivamente a las instalaciones de Albalat dels Sorells, por lo que tarda veinte minutos en llegar desde nuestra casa. Ahora trabaja cinco días a la semana, así que hace sus ocho horas diarias, aunque algunas las hace desde casa también.

—¿Cómo estás, Ana? —me pregunta mi tío, cuando su mujer nos deja solos en la cocina después de almorzar, porque tiene una tutoría con un estudiante en ese momento.

—Bien, y la tía está mucho mejor —le respondo, después de pensarlo unos segundos.

—Lo sé, parece que, poco a poco, vuelve a ser la misma de siempre, aunque sé que aún le queda un largo camino por recorrer.

—Sí, ayer por la tarde estuvo más de una hora conmigo en mi cuarto, como hacía antes —le hago saber.

—Sé que tú también has estado muy triste y es normal después de todo lo que te ha pasado. Además, te has visto obligada a vivir con nosotros y tu tía no ha sido la mejor de las compañías en los últimos meses. Quiero que sepas que te queremos mucho, eres la única familia que nos queda, pero que cuando vayas a la universidad, te permitiremos vivir sola si es lo que quieres, aunque te apoyaremos en todo como si fueses nuestra hija —me dice mi tío que, igual que siempre, es demasiado bueno con todo el mundo.

—Yo no quiero vivir sola, tío —le contesto, bajando la voz.

—Ahora no, por supuesto, pero llegará un día que querrás comenzar a vivir tu vida de adulta y debemos permitir que lo hagas. No podemos cortarte las alas por miedo a que te suceda lo mismo que a tu prima. Todo el mundo tiene derecho a vivir. Por eso hemos alquilado la casa con la condición de que nos la devuelvan cuando tú te quieras independizar —me explica.

—Gracias, tío. Siempre eres demasiado bueno conmigo.

La casa de mis tíos es impresionante. Tan solo está a unos diez minutos caminando de la facultad donde trabaja mi tía. A mí me encantaba ir de pequeña, porque muy cerca hay un parque infantil de tráfico y los jardines donde se encuentra son preciosos.

Así mismo, la casa es muy bonita, antigua y enorme. Seguro que les pagan más por el alquiler de la casa que lo que cobra mi tía en la facultad como profesora. Que mi tío no, porque creo que su sueldo está muy por encima de los sueldos de los simples mortales, como lo describía mi madre.

—Eso no es verdad —me responde a mi comentario de que es demasiado bueno conmigo, un poco avergonzado.

—Claro que sí. Sé que esta casa es mucho más pequeña y no tiene todos los lujos que tendrías en tu casa —le hago saber.

—Son solo cosas materiales, tonterías. Además, a tu tía le ha venido muy bien dejar atrás todos esos recuerdos que tenía con nuestra hija. Seguro que ya no le harán tanto daño, no obstante, soy de la opinión de que ha sido lo mejor. Ahora también sufre por tu madre, es que son muchos golpes juntos —se queja un poco mi tío.

—Lo sé, pero poco a poco, como tú has dicho, la tendremos otra vez de vuelta.

Me alegra saber que mi tía se va recuperando. Antes de que mi prima falleciera, nos llevábamos realmente bien. Ella decía que era la niña de sus ojos, porque somos muy parecidas físicamente, en intereses y en carácter. Siempre me parecí más a ella que a mi madre y con mi prima y ella pasaba exactamente lo mismo, mi prima se parecía mucho más a mamá.

—¿Julius otra vez? —pregunta mi tío, cuando escucha el sonido de mi teléfono.

Siempre que escucha cuando me llama Bert, se hace el ofendido, aunque sé que se alegra de que alguien me entretenga un rato.

—Muy amena la charla, pero tengo que dejarla para más tarde —le digo antes de salir disparada hacia mi cuarto.

En cuanto cierro la puerta, descuelgo el teléfono. Bert suele llamarme a esta hora porque lo hace después de entrenar, aunque primero almuerza.

Como siempre, nos pasamos al menos una hora hablando de todo y de nada. No tenemos tarea para las clases, así que solo hacemos el tonto juntos.

Yo me olvido de lo que vi esta mañana al hablar con él y cuando, al final, tenemos que despedirnos porque tiene clases que darles a sus alumnos, no me apetece nada hacerlo.

Para que la melancolía no me invada, me voy al supermercado donde me encuentro con Carla y Omer.

—¿Por qué hemos quedado tan temprano hoy? —se queja Omer por el micro de su auricular, ya que mantenemos una conversación a tres sin acercarnos demasiado.

—¿Es que tenías algo más importante que hacer? —le contesto.

—Seguro que Anita está nerviosa. Esta mañana ha visto a Julius sin camiseta y aún no ha podido digerirlo. Es la primera vez que ve esos abdominales —añade Carla al final, cuando ve la cara de confusión de Omer.

—¡Pero si yo lo he visto así una docena de veces! —exclama mi amigo.

—Pero Anita nunca va a sus partidos. Ahora está babeando como una perra en celo.

—¡Carla! —le riño, porque mi amiga no tiene un poquito de pudor.

—¿Y qué te pareció? —me pregunta Omer y tengo que virarme para ver cómo levanta ligeramente la ceja derecha, porque está a mi espalda.

—Me llamó porque se quedó alucinada —interviene Carla al darse cuenta de que yo no voy a contestar.

—Tengo que admitir que se nota que hace mucho ejercicio —cedo.

—Está para empotrarte contra la pared, Anita —añade la desvergonzada de mi amiga.

—Si no cambiáis el tema de conversación, me voy a casa sin comprar nada —les advierto.

Mis amigos son muy sensatos y nos ponemos a hablar de las clases del gimnasio online que nos regaló Bert. El curso es gimnasia para principiantes y nos regaló el mes de abril y mayo a cada uno. Son los martes y los viernes y somos un grupo de cinco en clase. Nos reímos bastante y a veces incluso acaba la clase y nos quedamos hablando un rato.

Todos somos chicas menos Omer, pero a él no parece importarle mucho, incluso ha empezado a tontear con una de nuestras compañeras.

El resto de la tarde procede como todas las tardes de los jueves: leo un rato y luego me siento en el salón con mis tíos hasta que son las diez de la noche, una hora prudente para acostarme.

Además de las clases del gimnasio, las dos horas de clases por las mañanas de lunes a viernes, la clase de piano de los lunes, también online, y mis visitas al supermercado, el resto del día solo hablo con mis dos mejores amigos, con Bert y con mis tíos.

***

No creo que lleve ni una hora durmiendo, reviso el reloj del móvil y afirmo lo que ya sé: aún no son las once de la noche.

He tenido un sueño de lo más extraño y, por alguna razón desconocida, me he despertado acalorada y con la respiración entrecortada.

Intento tranquilizarme un poco y lo único que veo cuando cierro los ojos es a Bert sin camiseta, que se acerca hasta mí con movimientos felinos y luego me besa sin permitirme tomar aire para respirar.

Sin pensarlo mucho, le envío un mensaje.

Yo: ¿Estás trabajando?

Bert: Sí, aunque estoy esperando a que llegue mi jefe con la furgoneta. Me he quedado sin cable. ¿Te llamo?

Yo: Vale

No estoy muy segura de lo que estoy haciendo, pero realmente echo de menos su voz, aunque ahora mismo preferiría tenerlo delante de mí en cuerpo y alma.

Lo que hemos visto hoy nos ha afectado más de lo que hemos admitido.

—Hola, Anita. ¿Por qué no estás durmiendo? —se preocupa Bert por mí, como viene siendo una costumbre.

—Estaba durmiendo, aunque me desperté.

—¿Te preocupa algo?

—Hoy te he visto sin camiseta —le confieso sin más rodeos.

—¿A mí? ¿Cuándo? —pregunta y puedo notar el tono de diversión en su voz.

—Cuando te conectaste esta mañana, yo también lo hice.

—Pero si te conectaste una de las últimas, al igual que Carla —me contesta contrariado.

—No, Bert. Fui la primera, aunque después de que te medio desnudaras delante de la cámara, me volví a desconectar.

—Lo siento, Anita, pensé que no había nadie —se disculpa, avergonzado.

—No pasa nada, casi todo el instituto te ha visto sin camiseta.

—¿Y por eso querías hablar conmigo? —me pregunta y siento cómo baja el tono de voz.

—No me parecía bien, no decírtelo.

—Me alagas, Anita —dice y sé que está conteniendo la risa.

—No te burles de mí, Bert.

—Esta vez estoy preparado y te he grabado. En realidad estoy grabando toda la conversación. Debido a la dirección que están tomando nuestras palabras, es mejor que lo sepas.

—¿Estás loco? ¿Por qué lo haces?

—Porque cuando llegue a casa, cortaré el audio y podré escuchar cómo me dices cosas como: "No te burles de mí, Bert". Aunque por supuesto que también escucharé "Hoy te he visto sin camiseta", si lo hubieses añadido un Bert al final, hubiese sido increíble.

—¡Bert! —le riño.

—Imagino que habrás visto a muchos chicos sin camiseta, ¿verdad?

—Claro, voy a la playa todos los veranos e incluso en otras estaciones del año y he cogido olas. Los chicos se cambian siempre a simple vista —le hago saber.

—Entonces, has visto a algunos chicos desnudos. ¿Por qué te has despertado porque me has visto sin camiseta? —me pregunta y yo no sé muy bien que decirle.

—Estaba pensando en nuestros besos —le digo sin más.

—Me gustaría poder besarte ahora sin llevar la camiseta puesta, preferiblemente, ninguno de los dos —me dice el muy descarado con voz ronca.

—Yo no he dicho que quiera besarte sin camiseta, Bert —me quejo.

—Yo, sí —responde sin un ápice de duda en la voz.

—¡Bert! —le advierto para que no siga por ahí.

—¿No te apetecería que te besara? Yo no solo lo haría en los labios, Anita. Te besaría y acariciaría todo el cuerpo. ¿Y tú?

—¿Yo?

—¿No te gustaría poder tocar todo lo que has visto hoy? Mierda, ha llegado mi jefe. He estado a punto de masturbarme aquí mismo, pero la culpa es tuya —me echa en cara.

—¿Mía?

—Sí, ahora no pensaré en otra cosa que no sea los dos besándonos y sintiéndonos, a pesar de que mi jefe ya ha llegado. ¿Te llamo mañana después de entrenar? —me pregunta, como si hubiésemos estado hablando del tiempo o las clases.

—Vale —es lo único que puedo decir.

—Cuídate mucho y sueña conmigo. Puedes tocarte y pensar en mí todo lo que quieras. No me molesta, Anita, al contrario —me dice antes de cortar la llamada.

Yo me quedo con el teléfono en las manos sin saber qué hacer. Incluso dudo si seguir su consejo y tocarme de alguna manera, pero lo dejo pasar, ni siquiera sabría por dónde empezar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro