CAPÍTULO CUARENTA - PERDIDA
Viernes, 21 de julio del 2028
Estoy de los nervios. Llevo una semana que parezco una quinceañera escuchando canciones románticas, con las hormonas bailando break dance y suspirando por las esquinas. Hasta mi tío se ha dado cuenta. ¡Qué vergüenza!
Pero la culpa es de Bert.
No supe nada de él hasta que me recogió el miércoles para ir al cine. Me envió un mensaje cuando salió del trabajo para preguntarme a qué hora quería que me recogiera y yo le puse que a las siete de la tarde. Hubiese preferido a las cinco, pero parecer tan desesperada, no es mi estilo.
Bert se comportó como un perfecto caballero toda la tarde. Me besó en la mejilla cuando me recogió, entró a casa y saludó a mis tíos, se comprometió a llevarme de vuelta a casa antes de la media noche y me abrió la puerta para que subiese al coche.
Yo elegí la película, una producción romántica de Hollywood, ya que no quería sorpresas. Compró palomitas para los dos, un refresco para mí y se llevó medio litro de leche para él.
No sabía que le encantarán las palomitas con leche.
Según él, ya conocía su más oscuro secreto y yo no pude evitar reírme.
No nombré a Ida ni a su futuro matrimonio, me lo estaba pasando muy bien y no quería estropear lo que había entre nosotros. Así que, cuando volví a casa, después de que me invitara también a cenar en un pequeño restaurante muy cerca del cine, no tenía ni idea de dónde nos encontrábamos nosotros.
Ni siquiera me había cogido de la mano y, mucho menos, besado, por lo que, no sé si quiere recuperar nuestra amistad o conquistarme a mí. Fuese lo que fuese, ya lo había conseguido antes de comenzar la cita, sin embargo, me fui a casa sin el beso con el que llevaba soñando los últimos tres días.
Bert trabajó ayer, al igual que todo el mundo que conozco, excepto Gil, pero a ese no quiero volver a encontrármelo nunca más. Así que, me concentré en llamar a mi padre y, por fin, me atreví.
Al principio hablamos en inglés y se sorprendió que lo hablara tan bien, hasta que le expliqué que mi madre se había preocupado, desde pequeña, a que lo aprendiera en diferentes campamentos, además de que había estudiado filología inglesa.
Me pidió que hablara con él en español, ya que solo podía hacerlo con su mujer actual y cada vez lo hablaba menos con él. Lo complací, porque es mi padre y se supone que es lo que hacemos los hijos, aunque no haya estado en mi vida ni un solo día desde que nací.
Él tuvo que colgar diez minutos después, pero me pidió si podría llamarme dos horas más tarde, cuando acabase una reunión que tenía, así que esperé y me alegré cuando volvió a llamarme con una puntualidad muy inglesa.
Tardamos dos horas en ponernos al día. Me confesó que mi madre había sido el amor de su vida, que se quedó destrozado cuando ella, sin razón aparente, lo abandonó y que su actual esposa lo ayudó a superarlo, aunque, según él, hay amores que no se superan del todo.
Yo también lo sé después de pensar que perdería a Bert para siempre.
Añora no haber tenido hijos y quiere conocerme, tanto él como su esposa, lo antes posible. Yo le pedí un poco de tiempo, ya que hace tan solo unos días que he sabido de su existencia y él me prometió esperarme lo que hiciese falta.
Sé que es un señor importante, de una familia muy conservadora y entiendo que mi madre no quisiese perjudicarle con una niña a los veinte años, pero cuando escucho con la tristeza con la que habla todavía de mi madre, no puedo evitar preguntarme que hubiese pasado si hubiese esperado a mi madre, si cuando yo tenía tres o cuatro años y él ya tuviese una vida centrada y con los objetivos marcados, nos hubiese venido a buscar a mi madre y a mí.
Posiblemente, mi madre no hubiese trabajado en esa empresa, no hubiese tenido ese accidente y aún podría escuchar sus risas cuando intentábamos cantar juntas una canción del karaoke y ella se inventaba la letra.
La vida está llena de las decisiones que tomamos y prefiero pensar que Bert me hubiese esperado, que cuando lo vea esta noche, me convenza de que aún quiere estar conmigo. Yo le perdonaría todo lo que haya hecho estos años, los besos que alguien le robó por mí, pero me perdería otra vez entre sus brazos, me sentiría como en casa y mordería esos labios que siempre me han cautivado.
—¿Aún no estás lista? —me grita Carla, cuando entra a mi cuarto sin tan siquiera avisar.
—No sé qué ponerme —me sincero.
—Cualquier cosa, como siempre.
—Es el último día que voy a ver a Bert —le digo nerviosa a mi amiga.
—Pero si a él le da igual que lleves un saco de patatas encima, Anita. Además, tienes que ir en pantalones porque vamos en mi moto —me dice mi amiga, resuelta, mientras me tira unos vaqueros que encuentra en mi armario y una camisa un poco ceñida que hace que se me vea el canalillo de mis pechos.
—¿Estás segura? —dudo.
—Claro, esos pantalones te hacen un buen culo y ya he visto cómo se le van los ojos a Julius más de una vez cuando te los has puesto, y no voy a explicarte cómo te miraba con esa camisa, porque no quiero que me acuses de erotizar esta conversación, como hiciste con Míster Germany en cuarto de la ESO.
—¡Carla! —le riño.
—Tienes dos minutos, Anita —me dice antes de salir de mi habitación, dejándome sola con mi ropa.
***
No sé por qué siempre quedamos en el mismo pub irlandés, donde nos besamos por primera vez Bert y yo. Cuando llegamos, todo el mundo está con una bebida en la mano, mayoritariamente una cerveza, pero a pesar de que es una celebración, yo no tengo nada que celebrar. Ni siquiera ha venido Omer para poner juntos cara de que se nos ha muerto el pez payaso.
Si tan amigos son, como pueden celebrar que se vaya el lunes para Alemania sin saber cuándo va a volver.
Yo no quiero beber la cerveza que me ofrece Antonio, por lo que me dirijo a la barra a pedir una botella de agua y así poder ahogar mi tristeza.
—Hola, Anita. Como siempre llegas tarde —me saluda Bert al ponerse a mi lado.
—Si no lo hago, no sería yo —bromeo.
—Me alegro de que este año tus tíos no te hayan secuestrado todo el verano y solo lo hicieran unos pocos días —me dice, cuando el camarero llega con mi botella de agua y es Bert el que paga.
Yo no discuto con él, ya sé que esta batalla la tengo perdida.
—Aún no cantes victoria, el verano está empezando —le sigo la broma.
—Y, ¿qué vas a hacer estos meses?
—Es la primera vez en mi vida que no tengo planes para el verano. Imagino que descansaré, porque en unos meses quiero empezar con mi doctorado, aunque aún no me he decidido del todo. ¿Y tú?
—El lunes me voy a casa y ya tengo la plaza para comenzar con mi especialización en Londres, pero tendré que venir unos días para ayudar a Marisa con su negocio nuevo. En Alemania va a ser todo muy extraño.
—¿Por qué?
—Mis padres están trabajando en un proyecto en Dubái hasta finales de noviembre y no creo que se tomen más de una semana libre. Sebastian no tendrá vacaciones en todo el verano, porque también está involucrado en un proyecto y ahora no las puede pedir e Ida estará todo el verano con su novio en Hannover. Los demás amigos estarán por el estilo, si están en el pueblo, estarán trabajando. Es raro que sea yo el que tenga tiempo libre para variar —me dice, mientras el corazón comienza a latirme más fuerte de lo normal.
—Yo pensaba que Ida y tú... —le digo sin acabar la frase.
—No me digas que tú también te creíste ese rumor. Estoy seguro de que el que lo extendió fue tu amigo Gil —dice la última frase más serio.
—Ya no es mi amigo.
—¿Os habéis enfadado? —me pregunta, preocupado.
—No disimules, sé que te alegras de que no me hable con él —le contesto.
—No, Anita. Por muy imbécil que sea y muy mal que me caiga, además de que siempre ha intentado que veas lo peor de mí y se ha inventado mil historias para perjudicarme, yo nunca me alegraría de que te enfadases con un amigo. Es tu amigo y eso lo respeto —me dice y me doy cuenta de la diferencia que hay entre Gil y Bert, un abismo en medio de los dos.
—Siempre has sido muy correcto —le digo, un poco avergonzada.
Quiero preguntarle si hay alguien en su vida, si Ida no es más que la hermana de su mejor amigo, pero Bert siempre ha sido muy discreto con su vida privada y no me atrevo a pronunciar las palabras en voz alta.
Dos segundos después, comienza a sonar la canción Salir con vida de Morat y, a pesar de que es un pub y nadie está bailando, Bert me toma de la mano y me hace bailar.
Hoy es su fiesta de despedida, así que me da un poco igual lo que opinen los demás y me pongo a bailar con él.
—La primera Navidad que pasé en casa, después de que no pudiese tener una relación contigo, Ida y yo tocamos esta canción varias veces. Ella la cantaba y yo la tocaba con el violín —me dice Bert, mientras seguimos bailando.
—Estaba preparada para ti, Bert, solo que me moría de miedo —admito por primera vez en voz alta.
—Lo sé, Anita —me dice él.
No puedo evitarlo y me pierdo en sus ojos, para luego bajar la mirada hasta sus labios, esos labios con los que he soñado las últimas noches.
Estamos a punto de besarnos, lo sé. Noto que él tiene tantas ganas como yo.
—No me mires así, Anita, porque no será mi culpa de que te coma la boca —me pide Bert.
Yo no puedo esperar más, me olvido del resto del mundo y, por fin, uno sus labios con los míos.
Sé, por lo que tarda en reaccionar Bert, que no se esperaba que lo besara, pero unos segundos después me besa con ternura. Son mis besos preferidos después de haber pensado durante tres días que no volvería a sentir sus labios en los míos.
El beso solo dura unos segundos, pero Bert mantiene su mano en mi cintura mientras habla con todos los que han venido a despedirse de él.
El que no puede evitar sonreírme diciéndome "te lo dije" con la mirada es el entrenador de waterpolo y no estoy segura de cómo van a ser las cosas a partir de ahora, pero tenía razón cuando me dijo que Bert aún no me había olvidado, por lo menos, no del todo.
A las once comienzan a despedirse todos. Aunque hoy sea la fiesta de despedida, mañana Bert ha quedado para jugar con su equipo y la mayoría de los amigos tienen que trabajar temprano.
Nosotros nos despedimos y también nos vamos. Como no somos los últimos, los que aún quedan se quejan de que Bert se marche tan pronto, pero no les hacemos mucho caso y Bert me lleva en su coche hasta mi casa.
—Ana, ¿tienes sueños no realizados? —pregunta con anhelo, cuando se baja del coche para acompañarme hasta la puerta de mi casa.
—Claro, Bert. Aunque esta frase me recuerda demasiado a uno de mis libros favoritos —le contesto, coqueta.
—Creo que es la forma más fácil que tengo para que entiendas lo que te quiero decir.
—Sigues siendo un cursi —me meto con él.
—Yo tengo un sueño y persisto en acariciarlo, aunque a menudo me ha parecido que nunca podría realizarlo. Sueño con un hogar con una chimenea, un perro y un gato, los pasos de los amigos... ¡y tú! —me cita lo que Gilbert Blythe le dijo a Ana Shirley el día que se le declaró.
No sé qué contestar y siento una empatía enorme con Ana, la de las Tejas Verdes. El mundo es complicado, pero nosotros mismos lo somos más. He estado enamorada de este hombre, posiblemente, desde que lo conocí y pensé que lo que sentía era curiosidad y ahora, después de tantos años, se me declara, a pesar de que no he sido la mejor amiga, ni la mejor compañera. Bert todavía me quiere y todo este mundo complejo se ve mucho más sencillo y, sobre todo, mucho más cálido.
Al notar que no contesto, Bert sigue hablándome con sus ojos perdidos en los míos.
—Hace años tuvimos una relación para la cual no estabas preparada, ahora lo entiendo, Ana. Si lo volvemos a intentar, ¿serás mi compañera, mi amiga, mi confidente, sin que se levante una barrera entre nosotros por el hecho de ser pareja? —me pregunta, expectante.
Yo aún no puedo hablar, pero levanto los ojos, en los que brilla el arrobamiento amoroso de incontables generaciones, nuestros ojos se encuentran por un instante y Bert entiende que esta vez estoy preparada y no insiste más.
Seguimos de pie, sin dar un paso hacia la puerta de mi casa, mientras es él el que, mayoritariamente, conduce la conversación, aunque no hablamos de nada trascendental.
—Creí que te ibas a casar. En principio pensé que con tu compañera de piso —le reprocho, como si no me hubiese dado todos los indicios para que él pensara que a mí me gustaba Gil y haciendo que Bert se eche a reír.
—¿Con Omer? —bromea.
—Idiota —le digo, cariñosamente, mientras tomo su mano.
—Es la novia de un muy buen amigo de mi pueblo que tiene dos años más que yo y la conozco desde siempre, es como mi prima, sería incesto, Anita. Les prometí a sus padres que la cuidaría y es lo que he hecho. No conocía a nadie e intenté que no se sintiera muy sola. Es simpática y no puedo negar que también es muy guapa, pero no podría mirarla cómo te miro a ti, además de que mi abuela me hubiese molido a palos. Y ahora tendré que citar a mi queridísimo Gilbert Blythe otra vez: "Sabía que las habladurías de la universidad daban por hecho mi amor por ella. No me importó. Nada me importaba mucho después que me dijiste que nunca podrías amarme, Ana. No había otra; nunca pudo haberla para mi corazón. Te quise desde el día que rompiste mi teléfono en el instituto" —me dice cambiando la parte donde Ana le rompe la pizarra a Gilbert por el incidente con su móvil y me doy cuenta lo similar de nuestras historias, las de Ana Shirley y la mía.
—No sé cómo pudiste, cuando me porté tan tontamente —le respondo, citando a Ana Shirley, esta vez yo.
—Bueno, traté de no hacerlo, no porque pensara eso de ti, sino porque estaba seguro de que tenía pocas posibilidades después que apareció Gil. Pero no pude; y no puedo decirte qué significó para mí durante estos años creer que era a él a quien besabas o a quien te abrazabas después de intimar con él. Le prohibí a Omer y a Antonio que me hablaran de ti y tu nuevo amigo, así, si ignoraba lo que pasaba, me dolía menos. Nunca me alegré tanto de escuchar una discusión como cuando os oí en la calle hace unas semanas, aunque me sentí mal por ti, porque Gil es un gilipollas. Pero cuando Carla me aconsejó que te invitara a salir una mañana que me la crucé en el pasillo del hospital, pensé que me moría ahí mismo del mal de la esperanza —se sincera.
—Ese mal no existe —le respondo entre risas.
—Por supuesto que sí, ya soy médico y me lo he diagnosticado a mí mismo —sigue con la broma.
—Nunca podré olvidar la noche en que creía que te morías, Bert. Entonces lo supe y supuse que era demasiado tarde. Entendí cómo se sintió Ana Shirley cuando Gilbert estuvo enfermo.
—No estaba tan grave, pero si gracias a ese incidente hemos acabado juntos, le agradeceré a mi superior su negligencia por escrito —bromea de nuevo.
—Me recordó al incidente de mi madre —le digo triste.
—De verdad que no fue tan grave. Además, esto lo compensa todo, ¿no es cierto? —me pregunta, esperanzado.
—Pero no lo vuelvas a hacer nunca.
—Ya sé que siempre espero mucho de ti, pero comenzaré a especializarme en Inglaterra después del verano, y quiero que vengas conmigo.
—¿No te parece que vamos demasiado deprisa, Bert?
—Adoro cuando me llamas Bert —me dice acercándose más a mí.
No podemos esperar más para besarnos. Después de tantos años es la primera vez que nos besamos sabiendo que entre los dos hay una relación estable, con futuro y que nos queremos.
Mientras sus labios bailan con los míos, me doy cuenta de que voy a tener que irme con él a Inglaterra. Hemos pasado demasiado tiempo separados y ya es hora de poder disfrutar de la vida juntos.
—Anita, eres muy mala conmigo —me susurra Bert al oído.
—¿Por qué? —me hago la inocente.
—Porque me estás metiendo mano en la calle y, si sigues así, te llevaré a mi piso y te haré el amor toda la noche —me dice, sin un ápice de vergüenza.
Yo no le contesto, porque sé que si lo hago le pediría que no demorara en hacerlo.
Por la forma de hablar de Bert, estoy segura de que piensa que ya no soy virgen y, aunque me dé vergüenza admitir que solo he intimado con él, tendré que ser sincera, aunque no es necesario que sea esta noche.
—¿Así que eres mi Gilbert? —le pregunto, cuando llegamos a la puerta de mi casa.
—¿Lo sabías?
—¿Saber el qué?
—Que mi nombre significa Gilbert —me responde para mi sorpresa.
—¿Qué? —le digo sin entender muy bien de lo que habla.
—A mi abuela le encanta el libro de Ana, la de las Tejas Verdes y obligó a mi padre a ponerme este nombre o desheredaba a todo el mundo. Ella fue la primera que se dio cuenta de que eres mi Ana.
—¿Ha venido a Valencia?
—No, vio tu foto en el portátil cuando fui a pasar las Navidades de cuarto de la ESO con ellos —me cuenta sin yo poder creérmelo del todo.
—¡Pero si te había tratado fatal!
—Ella nunca ha perdido la fe en nosotros.
—La noche anterior mi madre me dijo que se moría. Estaba enfadada con el mundo y la pagué contigo.
—Te recompensaré por todo lo que has sufrido, Anita. Pero ahora solo quiero que el lunes vengas conmigo a conocer a mi familia —me dice antes de volver a besarme.
Yo no le contesto, pero sé que ya tengo planes para este verano.
Antes de las doce entro en casa y sé que mis tíos han estado cotilleando por la ventana por la cara de mi tío. Mi tía sabe disimular mucho mejor.
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