CAPÍTULO CINCO - MI MADRE
Viernes, 4 de octubre del 2019
Últimamente, no he dormido muy bien. Ya ni recuerdo lo que es dormir toda la noche sin despertarme por alguna preocupación. Aunque ahora mismo, la más importante es mi madre. Cada vez está más débil, casi no come y se pasa durmiendo casi todo el día.
Entre semana me quedo con ella en su cuarto estudiando y haciendo los deberes, no obstante, me obliga a salir los fines de semana. Así que esta tarde me toca ir con los chicos, porque ya no puedo posponer más nuestra salida al cine.
Carla me ha prometido que no es una cita doble, pero nadie quiere ir excepto Carla, Antonio, David y yo. Los demás se excusaron, ya que, al no ser el día del espectador, las entradas son mucho más caras. Sé que incluso Julius no quiso venir, así que voy a tener que resignarme.
Mi mejor amiga y yo estamos planeando la salida de esta tarde cuando, entra la profesora de literatura a clase. Se supone que hoy va a darnos su opinión sobre la versión de los libros de Ana, la de las Tejas Verdes bajo el punto de vista de Gilbert y la de los otros compañeros que hayan hecho sus propias versiones a través de la mía, que por lo que he podido enterarme, solo ha sido Julius.
—Ana —comienza a hablar la profesora después de que todos los alumnos nos sentemos en el lugar que nos corresponde —me ha encantado tu historia, se nota que has intentado serle fiel a la autora original y me gusta que la hicieses corta y compacta, enhorabuena. Julius, la tuya es casi idéntica a la de Ana, ¿por qué has hecho tan pocos cambios?
—Estoy de acuerdo en que la historia de Ana es increíble y solo le añadí algunas frases para que fuese más atractiva al público actual —le responde el presuntuoso de mi compañero.
—¿Y solo te has preocupado en añadir texto relacionado con el sexo? —le echa en cara la profesora.
—Es lo que más se vende. Si les dice a mis compañeros que la diferencia entre las dos historias es que en una se insinúa o incluso se informa de que el protagonista ha tenido encuentros íntimos, la mayoría de los lectores interesados escogerían mi versión. No podemos obviar que, actualmente, los libros más vendidos tienen alguna escena erótica o incluso casi todo su contenido lo es —le responde Julius, sin ningún tipo de pudor, y a mí se me tiñen las mejillas de rojo por la vergüenza.
—Visto de esa forma, tengo que darte la razón. Podríamos enviar la versión de Julius a un concurso, aunque realmente la obra la ha escrito Ana, por lo que sería la autora y tú solo un colaborador —nos dice la profesora.
—Por mí no hay problema —le dice Julius, con una sonrisa de buen chico, mientras yo aún no he podido ni abrir la boca.
—No sé si quiero que mi trabajo se vea mezclado con porno —doy mi opinión.
—No es porno, ni siquiera hay descripción de las escenas, solo habla sobre sus deseos y anhelos en un par de ocasiones y agradece poder hacerla suya cuando por fin lo consigue. Podría darle una versión más erótica e incluso hacer una versión para mayores de dieciocho o de veintiún años —responde Julius, lleno de paciencia.
—Mejor déjala cómo está —responde rápidamente la profesora, cuando mis compañeros comienzan a alegrarse demasiado alto de los cambios alternativos que ofrece Julius para mi historia.
Agradezco enormemente que la profesora comience con el análisis sintáctico de oraciones compuestas. Hablar sobre como Julius ha utilizado mi libro para escribir sobre sexo, me pone de malhumor.
Desde que hace dos semanas discutiéramos y estuviésemos a punto de besarnos, Julius y yo no hemos intercambiado palabra alguna. Él ha intentado hablar conmigo en varias ocasiones, pero yo no puedo dejar de pensar en lo que ha hecho con mi relato y lo ignoro.
David también ha pretendido prohibirme que me acerque a Julius, cosa que aún no he entendido. Si no nos hablamos, no debería importarle que me acerque a él o no.
Parece que tiene miedo a que no pueda resistirme al nuevo y, aunque tengo que admitir que es guapo, no es para nada mi tipo.
Para nada, solo casi nos besamos con él en cuanto nos quedamos a solas en una habitación.
Es verdad que estuve a punto de besarlo y todavía me maldigo a mí misma cuando lo recuerdo. Pero solo fue un momento extraño que sucedió, posiblemente, porque estaba tan enojada que no sabía lo que hacía, pero nunca me han gustado los chicos mujeriegos que ven a las chicas como si fuesen trofeos y esa es la impresión que da Julius.
—Míster Germany me ha preguntado si podríamos ir a la sesión de las diez al cine. Parece ser que se lo ha pensado mejor y ahora si quiere salir con nosotros —me cuenta Carla de vuelta a casa.
Desde principio de curso Carla ha estado muy interesada en que Míster Germany, como a veces llama a Julius, se relacione conmigo lo máximo posible y da igual cuantas veces le diga que entre nosotros no pasará nada, ella ignora mis quejas como yo sus recomendaciones a que me estrene con el nuevo.
—¿Qué le has dicho? —pregunto, un poco seca, porque no me apetece nada que Julius venga con nosotros, incluso prefiero que estemos solo Antonio, Carla, David y yo.
—David le dijo que tenía que levantarse temprano al día siguiente y que no podíamos cambiar nuestros planes por él —me responde Carla y no me sorprende que el paranoico de David no haya permitido que viniese.
—Vale —digo, porque es lo único que se me ocurre decir.
—Tu ex se está poniendo muy pesado con Julius, incluso ha insistido en que salga con Raquel, la de primero de bachillerato, que según parece está que se muere por el nuevo. Julius también está un poco raro y se molestó un poco, aunque tengo que admitir que David puede ser muy pesado cuando le pone empeño. ¿Cómo pudiste salir con él? —me pregunta mi amiga, que desde hace unas semanas ha dejado de ser del equipo de David para pasarse al equipo Julius.
—Te recuerdo que entre David y yo no hubo nada, el muy idiota lo fastidió antes de que ni siquiera nos hubiésemos dado un beso.
—Pues eso no debería de pasar con Julius. He oído maravillas de él y sus dedos mágicos.
—¡Por Dios, Carla! No quiero saber nada de lo que haga Julius en la intimidad, ya he tenido suficiente con que profanara mi libro —le riño.
—Eres una dramática —me contesta, sin importarle mi riña, para luego echarse a reír.
Posiblemente, esté actuando de manera desmedida, sin embargo, actualmente es en lo único que me permito hacer notar mi frustración. Quizás Julius no se merezca mi desprecio en la medida en la que se lo estoy demostrando, pero es el blanco de mi malhumor y con el que me desahogo de todos mis problemas, incluido el que mi madre se esté muriendo.
—Es que es imposible. Ha tratado mi trabajo sin respeto alguno —me quejo.
—He escuchado cómo ha dicho que era genial. Creo que al chico le gustas, Ana. Deberías de aprovecharte de la situación, desde que han empezado las clases se ha vuelto más selectivo y no se va todos los fines de semana con alguna a revolcarse o, por lo menos, Antonio no lo ha visto —me informa mi amiga la casamentera.
—Sabes que no voy a revolcarme con nadie, ¿verdad? Yo no soy así.
—Pero un par de besos y un poco de lo que surja no estaría mal. Vas a llegar a bachillerato y aún no te has estrenado —dramatiza ahora Carla.
—No necesito ponerme metas para antes de llegar a bachillerato. Con aprobar mis exámenes, es suficiente —le respondo, cansada de que se haya obsesionado con mi nula vida sexual.
—¿A qué le tienes miedo? No te estoy pidiendo que te cases con Míster Germany, solo que te diviertas un poco con él. Ya encontrarás a tu media naranja más adelante —continúa Carla, intentando acabar con mi paciencia.
—Carla, si quisiera divertirme un poco, no lo haría con Bert —le respondo con voz cansina.
—¿Quién es Bert? ¿Estás pensando en alguien en concreto? —me pregunta mi mejor amiga, claramente interesada.
—Me refería a Julius, es que me estás volviendo loca. Te pido que no saques más este tema de conversación hoy, porque si no, no voy al cine —la amenazo y funciona, puesto que no hace mención alguna a mi falta de experiencia con los chicos o de Julius en todo el día.
***
Cuando llegamos al cine, me doy cuenta de la diferencia existente entre el atuendo que lleva mi mejor amiga, su novio y David y mi forma de vestir. Yo voy con vaqueros, ni siquiera me he cambiado de ropa después de llegar del instituto, y los demás se han puesto ropa de salir.
En realidad, soy yo la rara, porque salir, hemos salido, aunque solo sea una salida de amigos al cine un viernes por la tarde.
—¿Entramos en la de Joker? —pregunta Antonio, que lleva dos minutos mirando la cartelera del cine sin estar seguro del todo.
—Sí, a mí esa me encanta —contesta David.
—Yo prefiero ver El Rey Burro —se encapricha Carla.
—¿Pero si es de dibujos animados? —se queja David.
—A mí también me gusta —apoyo a mi amiga, aunque realmente no tengo ni idea de lo que va la película.
—Si las chicas quieren ir a esa, entramos a esa. La semana que viene podemos venir nosotros dos a ver Joker —contesta Antonio, dando la conversación por terminada.
Yo tengo en mi mochila palomitas de maíz de varios sabores y dos botellas de agua fría y Carla me invita al cine a cambio. Parece ser que en su casa ha mejorado la situación económica, en la mía no. Ni siquiera tengo dinero para un taxi, por lo que fui andando hasta la casa de Carla y, de ahí, nos llevó el padre de mi amiga.
—¿Te ha gustado la película? —me pregunta David, que no ha parado de darme conversación desde que se sentó a mi lado en el cine.
—Por lo menos me he reído un poco —le contesto para no ser borde, aunque en realidad no se merece que le hable.
—¿Nos vamos a dar una vuelta por ahí? —nos pregunta Carla a todos.
—Yo quiero llegar temprano a casa —pongo como excusa, aunque la realidad es que no tengo dinero para salir.
—Yo puedo llevarte, tengo mi moto a unos metros de aquí —me ofrece David.
—¿No te importa? —le contesto, porque todo céntimo que me ahorre, me vendrá bien.
Nos despedimos de Carla y Antonio y nos dirigimos hacia la moto de quien casi fue mi novio a principios de verano.
—Hoy estás muy guapa, Ana —me dice, cuando nos quedamos solos.
—He venido con la misma ropa con la que fui al instituto —ironizo, porque me parece una tontería que intente piropearme a pesar de que entre nosotros no pasará nada.
—No estoy hablando de tu ropa, estoy hablando de ti —me contesta, acercándose más a mí.
—David, quiero llegar a casa temprano y no tengo humor ni ganas para tonterías —le digo, severa, mientras me alejo de él.
—Ya te he dicho que te llevaré, solo quiero que sepas que aún estoy interesado en ti —me responde y cada vez veo con más claridad lo idiota que es.
—Ahora mismo no tengo interés en perder el tiempo con nada que no sean mis estudios —le hago saber.
—¿Eso significa que no hay nada entre Julius y tú? —me sorprende con su pregunta.
—No es de tu incumbencia, aunque no, no hay nada entre Julius y yo —le respondo para que me deje tranquila.
—Pues yo estoy seguro de que a él le gustas —me suelta así como así.
—Y yo de que estás loco, ni siquiera nos hablamos.
—Ese chico es peligroso —me advierte David.
—¿Por qué? ¿Es que pertenece a alguna banda ilegal o algo así? —me hago la ingenua.
—No, no es nada de eso, pero lo he visto ligando y, aunque no entiendo su método, es muy efectivo. Además, he leído el libro que habéis escrito juntos y tiene sus momentos eróticos.
—Ese libro no lo escribimos juntos. Él escribió lo que quiso en el mío que ya yo había terminado —le contesto, molesta.
—Vale, no te enfades. Ya me quedó claro que no es tu mejor amigo —me dice David, mientras me ofrece un casco para poder ir con él en su ciento veinticinco.
No sé por dónde está yendo David, sin embargo, no es por el camino por donde normalmente voy con el padre de Carla, aun así, no le doy importancia, hasta que su mano izquierda comienza a tocar mi rodilla. Al principio le doy un manotazo, pero cuando lo vuelve a hacer, lo hago parar la moto.
—¡Eres un imbécil! ¿Qué crees que estás haciendo? —le grito, después de quitarme el casco.
—Solo te he tocado una pierna, Ana. No dramatices.
—Eres un asqueroso —lo insulto.
—Vamos. Te llevaré a casa —me responde, con poca paciencia.
—No, gracias. Prefiero quedarme aquí.
—Ana, no tienes dinero para un taxi ni a nadie que te recoja. Estamos en medio de la nada. No seas tozuda y súbete a la moto —me ordena David, con tono autoritario.
—Lárgate, idiota. Por supuesto que tengo a quien me recoja —le respondo más enfadada de lo que ya estaba.
—Tranquila, estaré pendiente del teléfono para cuando me llames, estar preparado para venirte a buscar —me dice antes de subirse a su moto y dejarme allí sola.
Será imbécil.
Y yo también por haberme subido a su moto.
Ahora estoy en medio de la nada, como él lo ha definido. Ni siquiera está bien alumbrada la carretera, así que me acomodo debajo de una farola y me pongo a mirar el móvil buscando una solución. Lo primero es averiguar dónde estoy realmente.
En cuanto cumpla los dieciséis años, como el idiota de David, voy a sacarme el carnet de moto, no me gusta depender de nadie ni de nada, sin embargo, recuerdo que no tengo dinero ni para eso. ¡Qué vida más perra!
Cinco minutos después, mientras me debato entre llamar a David y pedirle disculpas o pasar la noche en la Tierra de Nadie, que es como he bautizado el lugar donde estoy, un monovolumen Mercedes se estaciona pasados unos metros del sitio donde me encuentro. Han pasado varios vehículos antes, pero ninguno ha parado.
—¿Ana? —escucho la voz de Julius que me llama.
—¿Podéis llevarme? —le pido, olvidándome de mi enfado con él.
—No, solo paramos a saludarte. Claro, súbete al coche —me contesta al final al ver mi cara de sorpresa después de su negativa.
—Gracias —le agradezco muerta de la vergüenza, después de cómo lo he tratado, merezco que me deje en la cuneta de la carretera.
—Ana, ella es Silvia, mi jefa. Ella es Ana, una compañera del instituto —le dice a la que parece ser, es su jefa, no sabía que Julius trabajase.
—Encantada —decimos las dos a la vez.
—¿Qué ha pasado? ¿No fuiste al cine? —me pregunta Julius y parece preocupado.
—Sí, pero David iba a llevarme a casa y se portó como un idiota y me tuve que quedar aquí —intento resumir.
—¿Se ha propasado contigo? —me pregunta Julius, nervioso.
—No, en cuanto comenzó a pasarse de listo, me bajé de su moto —le contesto, rápidamente, para que sepa que no hay nada por lo que preocuparse.
—¿Dónde quieres que te dejemos? —pregunta Silvia, después de unos segundos de incómodo silencio.
—No sé muy bien dónde estoy, pero si pones mi dirección en el navegador no creo que tardemos más de diez minutos —le digo, mientras le paso una tarjeta con mi dirección que siempre llevo en la cartera por si se me pierde.
Julius toma la tarjeta e introduce mis datos en el sistema de navegación. Se le ve muy cómodo en el coche, como si estuviese acostumbrado a estar en él y utilizarlo a su antojo.
Me fijo en Silvia y no puede tener más de veinte años. Es morena y muy guapa, es una de esas chicas que siempre llama la atención y que a los chicos les gusta tener cerca. Las cosas le tienen que ir muy bien porque el coche que conduce debe de costar un dineral. A lo mejor se lo regalaron sus padres, pero Julius dijo que era su jefa, por lo que tiene que trabajar.
También puede ser que se refiera a que es su novia, como muchas personas llaman jefa a su mujer o a su madre. Si tenemos en cuenta que hace unas semanas que no se acuesta con ninguna chica, eso sería una explicación más que aceptable.
No hablamos mucho más en el coche y solo escucho la música. La última canción que suena es Contando lunares de Don Patricio y, antes de que acabe, estoy por fuera de mi casa. Julius se baja del coche y me acompaña. A pesar de que no es mi persona favorita, no puedo negar que es educado.
—¿Estás bien? ¿Necesitas que me quede contigo en casa mientras esperas a que tus padres regresen? —me ofrece Julius el caballero.
—Mi madre está en casa y no te olvides que nosotros no somos amigos —le recuerdo.
—Porque tú no quieres, pero creo que deberíamos serlo.
—Porque yo no quiero —digo un segundo antes de ir hacia mi casa, abrir la puerta y cerrarla antes de que pueda contestarme.
Cuando voy al cuarto de mi madre, la encuentro despierta. Ella sabe que algo ha ido mal. Me conoce demasiado bien y no puedo mentirle.
Termino contándole de la forma que me ha tratado David, ella pone mala cara y me pide que no pierda el tiempo con chicos como David y que espere a mi Gilbert. Yo se lo prometo, no solo porque sé que se está muriendo, sino porque estoy segura de que tiene razón.
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