CAPÍTULO CATORCE - INOPIA
Este capítulo va dedicado a esas personas que se van, sin hacer ruido, pero dejando un vacío en nuestras vidas y muchos buenos recuerdos con nosotros (09/06/2023).
Viernes, 10 de enero del 2020
Ya ha pasado más de una semana de la muerte de mi madre y aún me despierto pensando que tengo que ir a saludarla antes de desayunar. Es horrible la sensación de tristeza que me invade cuando me doy cuenta de que ya no está.
Después de la charla con mi tío y, sobre todo, con Bert, me he dado cuenta de que mi amigo tiene razón, lo menos que me apetece ahora es salir o quedar con alguien. Así que pasé la primera semana después del funeral sin casi salir de mi cuarto, en la inopia. Ni siquiera fui a clase el lunes ni el martes.
Pero el martes a las ocho de la tarde aparecieron Carla, Omer y Antonio por mi casa y, además de hablar con mi tío para que me obligase a ir al instituto al día siguiente, me estuvieron sermoneando durante media hora.
Fue extraño ver a Carla después de la discusión que tuvimos por teléfono el primer día del año, cuando se enteró de que mi madre había fallecido y que no le había contado nada de su enfermedad. Sé que, además de estar enfadada, se sentía mal porque no podía venir a verme, ya que nos separaban poco más de dos mil kilómetros y un charco enorme, por decirlo de forma poética, sin embargo, tampoco me apetecía ver a nadie.
Con Omer hablé tres veces por teléfono en esa primera semana en la que no vi a otro ser vivo, que no fuesen mis dos tíos. Carla me llamó todos los días desde que se enteró, pero a los dos o tres minutos me despedía con la excusa de estar cansada. Sin embargo, todas las tardes esperaba la llamada de Bert, que comenzó a llamarme dos veces al día el domingo, ya que había regresado a España.
En el fondo, es comprensible el porqué era con él con el que quería hablar: no me hablaba como si le diese lástima y de vez en cuando me hacía olvidar todo lo que estaba sucediendo en mi vida. Además, es muy bueno dando consejos, como si fuese mucho más maduro que todos los amigos que tengo. Imagino que el alcanzar golpes, te hace madurar y, por lo que he podido averiguar sobre mi amigo alemán, la situación de sus padres ha sido un trompazo en toda la cara para él.
Así que el miércoles por la mañana, me estaban esperando Omer y Bert para ir juntos a casa de Carla y luego al instituto.
Tenían razón, no podía abandonar toda mi vida y encerrarme en mi cuarto para que me devorase la tristeza. Debía seguir adelante.
Y eso es lo que he hecho.
Al principio, en las clases, los compañeros se acercaban a decirme algo y supe que todo el instituto sabía lo que había pasado. El único que no vino a darme la vara, y se lo agradeceré eternamente, fue el pesado de David. Aunque cuando comenzó el recreo el miércoles, lo vi discutiendo acaloradamente con Bert e imagino que él tuvo mucho que ver con que David me dejase tranquila.
Ese día por la tarde, le dije a mi tío que Bert me sustituiría en las clases de francés hasta que estuviese mejor, no quería cerrar ese capítulo del todo, por si necesitase ese pretexto en un futuro próximo, pero al día siguiente fui a la banda juvenil.
No me esperaba que Omer y Carla me esperasen a las seis por fuera de la escuela de música, sin embargo, cuando Omer se chivó que fue Bert quien les dijo que vinieran, todo cobró más sentido. Él iba a estar trabajando en la empresa de electricidad, según me había contado, y no quiso que regresase a casa sola.
Desde que anteayer comencé a ir a clases, Bert ha estado pendiente de mí en el instituto. A veces desde la distancia, como en los recreos que no se acerca a mí, pero tampoco lo hace David, por lo que creo que han llegado a un acuerdo para que ninguno de los dos esté conmigo. Otras veces me trata como si fuésemos más que amigos y me toma de la mano cuando me lleva caminando de vuelta a casa después de las clases, porque todos se van corriendo a comer y yo ni siquiera he sacado la bicicleta del garaje desde antes de las Navidades, y otras como si fuese uno de mis mejores amigos, llamándome por la noche para ver cómo he pasado la tarde y haciéndome sonreír con sus ocurrencias.
—He pensado en dimitir de mi trabajo de electricista, si no lo he hecho hasta ahora es porque sé que a mis jefes les falta personal cualificado —me sorprende Bert de camino a casa después de clases.
—¿Por qué? ¿No necesitas el dinero? —le pregunto.
—En realidad, el año pasado ahorré el dinero para venir a estudiar este año a España y actualmente gano más dinero del que gasto, por lo que aunque deje el trabajo, podría seguir estudiando el año que viene e incluso el siguiente.
—¿No quieres estudiar el bachillerato? —inquiero, porque con las notas que tiene, podría elegir la universidad que quisiera.
—Sí, pero planeé estudiar un año, trabajar otro y seguir así hasta que fuese mayor de edad y el juez me dejase recibir la ayuda de mi familia paterna, directamente —me responde, como si fuese lo más normal del mundo.
—¿Eso significa que el año que viene no estarás en clase con nosotros?
—No, las cosas han ido mejor de lo que planeé y el no tener que pagar alquiler también lo hace mucho más fácil, por lo que por ahora tengo el año que viene asegurado. Si a eso le añado la beca que me han ingresado hace dos semanas, el último año de instituto también podré seguir, sin tener que irme un año a Alemania a trabajar.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Soy un libro abierto —responde, sonriendo, en el fondo sé que todo esto le divierte.
—¿De cuánto es la beca?
—De cuatro mil trescientos euros por esta temporada.
—¿Y cuánto ganas en los demás trabajos?
—En la empresa de electricidad hago cuatro horas, tres días a la semana, pero me pagan neto seiscientos euros, como si fuese media jornada y tengo contrato, al igual que en la cafetería que tengo contrato de ocho horas mensuales, aunque a veces hago más, ya que al menos hago dos fines de semana al mes. Mi salario es independiente de mi nómina y me pagan diez euros en mano. Y luego sin contrato tengo el entrenamiento de los chicos, que son trescientos euros, el cuidar la casa y el jardín, que son cuatrocientos, y las clases de francés donde, como sabes, me pagan trescientos veinte euros.
—¿Y por qué no trabajas en España si tienes que ahorrar dinero para estudiar el año siguiente? —le pregunto, porque el simple hecho de pensar que no veré a Bert en el instituto, hace que no valga la pena ir a clases, además de que gana más dinero que muchos adultos emancipados.
—Porque en Alemania pagan mucho mejor y, además, me queda un año para que me den el título oficial de técnico electricista y mientras me lo saco, también me pagan. La empresa donde estaba haciendo mis prácticas me ha dicho que puedo volver cuando quiera, así que es la solución más lógica.
—¿Quieres ser electricista de mayor?
—No, quiero ser electricista ahora, porque eso me permitirá estudiar lo que quiera en un futuro sin depender de nada ni de nadie. Pero no creo que al final lo consiga antes de acabar bachillerato, por lo que posiblemente lo haga antes de ir a la universidad —me contesta después de echarse a reír, a Bert se le nota particularmente feliz últimamente.
—¿No te importa empezar un año más tarde que nosotros?
—Ya voy a empezar un año después de lo que me corresponde según mi edad en España, aunque lo haré a la vez que los que tenía de compañeros en Alemania, porque ellos tienen un curso más en el instituto. Pero no me importa, no sé si a ti te ha pasado lo mismo, pero cuando tienes un problema grave de verdad, todas esas tonterías que antes pensábamos que eran importantes, se convierten en algo irrelevante.
—Sí, considero que tienes razón —le respondo, porque es cierto todo lo que dice, antes tenía mil sueños que, ahora que mi madre no está, me resultan hasta ridículos.
—Pero eso no significa que tienes que dejar de tener sueños, Anita. Ahora tienes que tenerlos más grandes —me dice, leyendo mi mente, con una sonrisa.
—No deberías dejar de trabajar, si eso significa que no tendrás dinero suficiente para terminar el instituto junto con nosotros —me sincero.
—Pues, al menos, les pediré a mis jefes unos días de vacaciones para poder venir a verte algunas tardes. ¿Crees que a tus tíos les importaría que viniese alguna vez? Podríamos ver alguna película o hacer juntos la tarea, cualquier cosa que me permita pasar tiempo contigo —me dice Bert, unos metros antes de llegar a mi casa.
—Sí, eso también estaría bien —le respondo, antes de que él suelte mi mano y me dé un beso en la mejilla como despedida, igual que ha hecho los últimos tres días.
—Sé que Carla y Omer vendrán luego a verte. Si al terminar los entrenamientos siguen aquí, me pasaré también, Anita —me dice antes de subirse en la bicicleta, que ha dejado esta mañana encadenada a una farola al lado de mi casa.
Sí, además de traerme a casa, Bert ha venido a buscarme ayer y hoy también para ir juntos a casa de Carla antes de ir al instituto. Esta mañana, David nos vio llegar a los tres juntos y casi le salen rayos láser por los ojos, pero Bert fue rápido y se lo llevó antes de que se acercase a menos de cinco metros de donde nos encontrábamos.
—¿No nos vas a presentar a tu novio? —me pregunta mi tío, cuando entro a casa y lo veo mirando por la ventana.
—¿Espiándome? —le pregunto, levantando una ceja.
—Solo intento conocer más a las personas que forman parte de tu vida —me responde y me doy cuenta de que todos estamos inmersos en nuestro dolor y el único que no se queja y está ahí para ayudarnos es mi tío.
Mi tío siempre se ha llevado muy bien conmigo, aunque su mujer también, hasta que falleció su hija. La relación de mi madre con ellos era muy estrecha y las dos hermanas eran también mejores amigas.
Desde que falleció mi prima, mi tía se derrumbó y mi madre y mi tío se volcaron en ayudarla y, ahora que me doy cuenta de ello, nadie se preocupó de lo que estaba sufriendo el padre de mi prima, porque él también perdió a un ser querido.
Tanto se ha preocupado por su mujer, que trabaja sus cuarenta horas de lunes a jueves para poder tener libres los viernes, que es cuando mi tía va a su grupo de terapia.
—Es un buen amigo. Hasta hace unas semanas nos llevábamos fatal, bueno, yo la cogí con él cuando me enteré de la enfermedad de mi madre y no tenía cómo quemar toda mi frustración. Él siempre entendió que algo no estaba bien y fue al único que le conté lo que estaba sucediendo con mamá —le digo, porque no quiero que piense que no aprecio que se preocupe por mí.
—¿Solo un amigo? —me pregunta con una sonrisa de "yo creo que es algo más" en la cara.
—Nos dimos un beso el día antes de que se fuese a ver a su familia a Alemania y ahora que ha vuelto, yo no estoy preparada para una relación. Ya tengo suficiente con tener que ir al instituto —le explico.
—¿Y tu madre lo sabía? —me interroga mi tío.
—Le conté lo del beso, aunque no se entusiasmó mucho porque llevaba meses diciéndole lo mujeriego que era y cómo me sacaba de mis casillas.
—¿Es un mujeriego? —se sorprende mi tío.
—Yo no lo he visto con ninguna chica, pero, cuando empezó el curso, tenía fama de ser muy popular entre ellas. Sin embargo, desde que empezamos a no llevarnos tan mal, no ha estado con ninguna chica o, por lo menos, es lo que me ha dicho.
—¿Y tú le crees?
—Hasta ahora no me ha engañado nunca y no tendría por qué hacerlo. Nosotros no tenemos ninguna relación. Antes no estaba tan pendiente de mí, solo lo ha hecho estos últimos días.
—Parece un buen chico —piensa mi tío en voz alta.
—Sí, lo es —defiendo a Bert, porque realmente se lo merece, se ha preocupado por mí como nadie.
Almorzamos solos mi tío y yo porque los viernes, después de ir a terapia, mi tía está más taciturna que nunca, o eso es lo que me dice su marido. Hablamos un poco de mis clases, yo le pregunto por cómo le ha ido a mi tía y al final le doy las gracias por lo que está haciendo por las dos.
—No tienes que agradecerme nada —me dice mi tío, mientras recogemos juntos la cocina después de almorzar.
—Por supuesto que sí. Al menos alguien se está preocupando de nosotras, mientras que de ti no se preocupa nadie —le respondo.
—A mí me ha tocado ser el fuerte por esta vez, siempre tiene que haber alguien que no deje que el barco se hunda.
—A partir de ahora, yo también voy a intentar ser más fuerte, tío.
—No, Ana. Tu madre falleció hace poco más de una semana, tienes que darte un poco de tiempo para empezar a volver a ser la misma de antes. Solo esperemos que tu luto dure menos que el de tu tía —me dice y por su tono de voz puedo notar que está cansado.
Debe de ser agotador tener que lidiar todos los días con personas que están tristes y nada les hace cambiar su estado de ánimo. Yo, al menos, me evado un rato de mi destino cuando Bert me hace olvidarlo, pero mi tía está triste permanentemente.
***
Carla y Omer llegan a las cinco y media a casa. Sé que a veces no saben qué decirme y se sienten incómodos, como si pensasen que me pueden hacer daño si dicen algo indebido.
—Puedes hablar de cualquier cosa —le digo a Carla, cuando noto que duda de si decirme algo o no.
—Es sobre Míster Germany —me dice y las alarmas en mi cabeza se encienden.
—¿Qué le pasa a Bert? ¿Es por alguna chica? —pregunto, intentando que no se note lo nerviosa que me ha puesto el suponer que Bert pueda estar con alguna otra chica.
—Sí, si te tenemos en consideración a ti como "alguna chica" —me contesta mi amiga, poniendo unas comillas con los dedos cuando dice las palabras "alguna chica", una manía que hace cada vez con mayor frecuencia.
—Lo que Carla quiere saber es cómo te va con Julius —me aclara Omer, lo que hace que yo me vuelva a relajar un poco.
Creo que ver a Bert con otra, no nos sentaría muy bien ahora mismo.
—Solo somos amigos —me sincero.
—Te vi cómo lo besabas el día antes de que se fuese para Alemania y estaba esperando a que me contaras algo. ¿Sabes el tiempo que llevamos intentando que algo así sucediera?
—¿Quiénes? —le pregunto, porque hasta donde yo sé, era ella sola la que estaba empeñada en hacer de Cupido entre Bert y yo.
—Antonio, Omer y yo, por supuesto —me contesta Carla, molesta, como si fuese algo obvio.
—¿Tú, también? —le pregunto a Omer, con tono acusatorio.
—No quería que acabaras con un idiota como David. Eres la única de la clase que no se había besado con nadie —se excusa y sé que es verdad, hasta él ha tenido mucha más experiencia que yo.
—No te dije nada porque tenía otras cosas en la cabeza. Mi madre cada vez estaba peor —le intento explicar esta vez yo.
—Y al final, ¿cómo estáis? —vuelve a preguntar mi amiga.
—Te lo dije, somos amigos. Nos besamos, mi madre murió y yo no estoy ahora para complicarme mucho la vida.
—¿Y el beso? —pregunta la chica más curiosa del planeta.
—Solamente fue una vez —repito cancina.
—Pero, ¿cómo fue? ¿Te gustó? —pierde Carla un poco la paciencia.
—Sí, me gustó. Fue un beso, como cualquier otro beso.
—No, amiga. No fue como cualquier otro beso. Te metió la lengua hasta la campanilla —se apresura a decir Carla.
—Eso no es verdad, solo la metió un poco —le contesto, rápidamente.
—¿Así que hubo lengua? —pregunta Carla, contenta.
—Nos besamos una vez, pesada. Además, tampoco duró tanto —le explico.
—¿Y qué hicieron en la barra más de tres horas? —me recrimina la encargada de hacerme el interrogatorio del siglo.
—Estuvimos hablando.
—¿Tanto tiempo? —interviene Omer que, al igual que Carla, no me está creyendo ni una palabra.
—Sí, tú mismo me dijiste que era simpático y que te caía bien —le recuerdo.
—Tienes razón. Carla, déjala ya. Ya te contará los detalles la próxima vez que se besen.
—Solo somos amigos —les recuerdo a los dos.
—Por ahora —me responde Carla, sonriendo.
Omer, que me conoce bien y sabe que estoy llegando al límite en el que pierdo la paciencia, cambia de tema. Al final, se van a las siete porque quieren ver la última parte del entrenamiento del equipo de waterpolo.
A mí me apetecía que viniese a verme Bert, así que cuando se van mis amigos sin que él haya aparecido, me desilusiono un poco. Soy una tonta sin solución, lo sé.
—Hola, Anita —me dice Bert, al descolgar su llamada a las ocho y media.
—Hola —le contesto un poco mimosa.
Llevo acostada desde que se fueron mis amigos y estaba esperando esta llamada, aunque algo me decía que al final Bert no iba a poder llamar. Sé que Antonio también fue a verlo entrenar para salir luego.
—¿Puedes hablar o mejor te llamo en otro momento?
—¿Nos vas a salir con los chicos? —le pregunto, porque sé que quieren salir todos esta noche.
—Les dije que no saldría —responde, seguro de sí mismo.
—¿Por qué? —pregunto sin entenderlo.
—Porque prefiero quedarme hablando contigo —me dice así, sin más.
—Que yo no pueda salir no significa que tú no puedas hacerlo.
—Sé que puedo hacerlo, Anita, pero no quiero.
—¿Te he dicho que eres un ñoño, Bert?
—Varias veces, aunque no me importa, siempre que luego digas mi nombre —me dice posiblemente para que sonría, lo cual consigue.
Bert me dijo que se encargaría de hacerme sonreír todos los días y hasta ahora lo ha cumplido. A veces siento remordimientos por haberlo tratado tan mal cuando nos conocimos, porque no sé qué hubiese sido de mí, si no tuviese a este amigo en mi vida.
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