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2. Misión Imposible I: "El pájaro ha caído."

-No quisiera dudar de tu ingenio y sobrenatural talento para formar maquiavélicos planes, pero... ¿Estás totalmente segura de que esto va a funcionar? -preguntó Sarah mientras miraba con ojo crítico el plano esparcido sobre su mesa de comedor.

Lana resopló ofendida, se llevó una mano al pecho y abrió su boca en un gesto dramático y exagerado.

-Como te atreves a insinuar que mi plan maestro no funcionará -se quejó, sus labios formaron un puchero indignado-. Que sepas que yo me gradué con título dorado en mi especialidad de psicología. ¡Ni Einstein me puede ganar!

-Sí, sí. Claro -fue la sarcástica réplica de la pelirroja.

Los ojos de Lana se arrugan en sospecha ante el tono condescendiente de su mejor amiga. Sonaba igual que su madre Eda cuando hablaba así. Tal vez, debería decirle eso a ver si le sentaría tan bien la arrogancia.

-Si tan mal te parece mi plan, siempre podemos volver al tuyo, que era hacer nada todo el día y ahogarte en tú miseria hasta que tú mamá encontrara alguien con quién arrastrarte al altar. Seguro que Bobby Tragamocos todavía te aceptaría después de todos estos años.

En escalofrío de espanto erizó toda la piel de Sarah. Ella no había podido evitar tener pesadillas toda la noche sobre su futura boda, los horríficos recuerdos plagaban su mente como canción cursi en replay.

La iglesia estaba repleta, cargada de decoraciones y rostros sonrientes para acompañar el día festivo. La madre de la novia sonreía deslumbrante desde una esquina de la habitación cuando la marcha nupcial comenzó a dar sus primeras notas. El sonido melodioso del piano, acompañado de la melodía dulce del arpa, hizo que los invitados se dieran la vuelta hacia la puerta de la iglesia, donde una hermosa mujer vestida de blanco esperaba su turno para el matadero. Las damas de honor no estaban delante de la novia -como era de costumbre en las bodas tradicionales-, sino detrás de esta, empujando a la desdichada que había plantado sus zapatos de tacón en el suelo de porcelana, reusándose a dar un solo paso hacia el altar.

Al final, la fuerza de cinco mujeres terminó sobrepasando la determinación una, y esta se vio obligada a seguir la marcha nupcial como soldado que iba a la guerra; con pesar, pero con orgullo de que estaba haciendo un sacrificio por su país.

El novio la miró feliz, deslumbrando a todos con la belleza de sus tres dientes faltantes y la verruga en su nariz que tan orgullosamente había heredado de su queridísima madre. Un moco desviado se posó sobre su labio inferior, y el caballero estiró su lengua hasta alcanzarlo, zumbando de placer cuando el exótico sabor llenó su paladar.

Los invitados suspiraron de la emoción cuando la novia, a regañadientes, alcanzó por fin su lugar al lado de su futuro esposo. Cualquiera creería que la pobre desdichada se estaba casando con Robert Patterson, y no Bobby Tragamocos.

El cura, quien rozaba los ciento treinta años, les regaló una sonrisa y abrió su anticuada y estrujada biblia con el pesar de un alma en condena. Él también sabía la tortura a la tendría que someter a esa pobre mujer por el resto de su vida.

-Que comience la boda.

Sarah sacudió la cabeza, espantada. Necesitaba encontrar a un neurocirujano pronto para que le hiciera un lavado de cerebro. Necesitaba remover esa pesadilla de su cabeza antes de que terminara volviéndose completamente loca.

-Vamos a revisar nuevamente el plano -concedió con la voz llena de terror. No le quedaba otra opción que confiar en su mejor amiga para que la salvara de ese infierno.

Una sonrisa macabra levantó la comisura de los labios de Lana y, con movimientos tan ágiles que hicieron que incluso la CIA pareciera un juego de niños, desplegó el plano del club donde ocurrió el coito -o delito, en dependencia de la perspectiva- sobre la mesa.

-"Operación Posible Papá" comienza aquí, en la puerta principal -dijo, apuntando con el dedo a un cuadro marcado con una fecha y hora militar en rojo.

Sarah asintió, enfocándose más de cerca en los detalles del plano. "El Horno" era uno de los clubs más frecuentados de Nueva York. Miles de personas visitaban sus puertas cada noche de martes a domingo, lo que lo hacía aún más complicado de utilizar como punto de partida para su investigación. Esa noche Sarah había decidido ir a divertirse sola porque Lana, su usual compañera de aventura, estaba en una muy aburrida cena con sus padres. Normalmente la pelirroja no bebía hasta perder el sentido, pero los Martini estaban tan ricos que no pudo detenerse. Lo último que recordaba de aquella temible noche era haber ido tambaleándose hasta baño de chicos por accidente en vez de al de chicas. Todo lo demás era un desastre de recuerdos borrosos sin sentido para ella.

Sarah se volteó hacia su mejor amiga con una expresión temeraria y decidida en su rostro.

-La Fase Uno: "Pájaro en la jaula," comienza hoy.

Cinco horas después...
El día del delito.

Era una noche de lunes frío y húmedo en la ciudad de Nueva York, las calles estaban desiertas de transeúntes, solo las ratas y los animales callejeros se atreverían a acechar en la oscuridad de los callejones. El aparcamiento de "El Horno" estaba completamente vacío a excepción de un viejo Sedan negro, aparcado en la sección de trabajadores.

Sarah y Lana se movían como sombras en la oscuridad de la noche, camufladas por sus ropas negras, unos gorros rusos que habían comprado en una tienda barata en la esquina esa misma tarde, escondían sus brillantes cabelleras de la luz de la luna.

-En diez segundos cae el pájaro -susurró Lana a su amiga antes de comenzar la cuenta regresiva-, siete... seis... cinco... cuatro... tres... dos... uno.

Las puertas del club se abrieron, revelando a un señor panzudo, aproximando sus cincuenta, con un sándwich de queso en su mano. Un bigote que no pertenecía a este siglo enmarcaba su labio inferior y restos de queso manchaban su camisa azul y pantalón de mezclilla oscura. David Marks era un hombre de costumbres, siempre lo había sido, y, como un lunes cualquiera, se retiraba a su casa después de un pesado día chequeando la contabilidad de su preciado club. Siempre era muy diligente con los libros del club, quedándose a veces, incluso, toda la noche contando dólar por dólar para que no le faltara nada, porque, como decía su tataratatarabuelo, cada penique contaba.

Con pasos pesados, el dueño de "El Horno" se encaminó hacia su coche, rebuscando en su bolsillo por las llaves del Sedan viejo que había sido parte de su herencia familiar. El pobre auto apenas caminaba bien esos días, pero su padre le había enseñado desde muy joven que, si andaba, no se cambiaba porque, como ya había dicho antes, cada penique contaba.

Un grito agonizante apagó el silencio de la noche, congelando a David en sus pasos. El hombre miró a su alrededor, asustado del sonido horrífico que parecía sacado de una película de terror. Dos sombras vestidas de negro y dobladas en sí aparecieron por una esquina del club a su derecha, otro grito escapó los labios de una de las mujeres, activando al hombre en movimiento mientras caminaba apresurado hacia las víctimas.

Pobre David, si solo supiera que en realidad la víctima era él.

-¡Señoritas! ¿Señoritas, están bien?

Lana alzó la cabeza con una expresión de súplica en su rostro, apretando a su muy embarazada amiga con más fuerza contra su lado.

-Señor, por favor. Necesitamos ayuda. Se me rompió el coche y mi amiga está dando a luz -dijo la rubia con los ojos llenos de lágrimas.

Otro grito desgarrador escapó de los labios de Sarah, despertando, con efectividad, a todos los muertos presentes en veinte kilómetros de distancia.

-¡Ya viene! -chilló en agonía-. Siento su cabecita entre mis piernas.

Las cejas de David volaron alto en su cabeza en sorpresa.

-¿Ya viene? ¿Quién viene? -preguntó el señor, muy alarmado.

-¡El bebé, idiota! ¿Quién va a ser? -gruñó la pelirroja con otra falsa contracción-. ¿Qué no ve que hay un bicho aquí -exclamó a gritos mientras apuntaba a su hinchado estómago-, y el maldito bicho quiere salir? ¡Ahora!

Lana mordió su labio inferior para contener la risa que amenazaba con escapar al escuchar las palabras de su mejor amiga. ¿A quién se le ocurría decirle bicho a un bebé así, con tanta naturalidad? A su amiga solamente, eso seguro.

Sarah, al sentir las vibraciones del cuerpo de la rubia junto al suyo, dejó caer su hinchado pie sobre las zapatillas negras de esta, usando otra inminente contracción como excusa.

-¡Ay, maldición! Te voy a matar -se quejó la rubia ante el devastador impacto.

Los ojos de David se abrieron en pánico ante las palabras amenazadoras de la joven mujer. Estaban alteradas, no cabía duda que esa era la razón de sus reacciones y palabras poco comunes. O esa pensaba él, porque ¿cómo diablos podría saberlo? No era pediatra ¿O era cirujano? Ya ni siquiera recordaba cómo se llamaba el doctor de los partos.

De lo que sí estaba seguro era que debía hacer algo pronto, no podía permitir que esa pobre mujer diera a luz en el sucio aparcamiento de su club. Con un suspiro tembloroso, rebuscó en su bolsillo por el teléfono antes de recordar que estaba descargado y dejar caer su mano nuevamente a su lado.

¡Diablos! ¿Y ahora que iba a hacer?

***
Unos diez minutos más tarde... ¿Tal vez?

Muchos clientes veían el club de "El Horno" como el antro de la felicidad, pero, para Sarah, ese no era el caso. Desde que la alocada pelirroja cruzó el umbral de aquel fatídico lugar, su mente comenzó a dar un sinfín de vueltas, acumulando recuerdos borrosos y memorias olvidadas que eran un sinsentido sin sentido alguno; y todos sus sentidos se inundaron con una sensación de deja-vu.

El club estaba vestido con un aire clásico, como en las películas antiguas de mafiosos. El lado derecho estaba ocupado por un bar hecho de roble antiguo y cristal que se extendía a lo largo de toda la pared cubierta de papel rojo vino. Las estanterías estaban llenas de todo tipo de espíritus, desde simples, baratas botellas de vino hasta el más caro chardonnay y el más exquisito whiskey. Del lado izquierdo se encontraba la pista de baile y, ocupando una pequeña porción del espacio abierto, estaban las mesas en forma de cubículos, disfrazadas de un cuero marrón oscuro; y la estrecha plataforma del DJ.

Junto al bar se encontraban unas escaleras de mármol negro que subían hacia la planta superior, hogar del afamado área VIP y de, además, las oficinas de administración y dirección del club.

Era un lugar precioso sin duda, y el aura de elegancia que emanaba hacía de él un establecimiento muy aclamado.

<<Si solo se hubiese llamado diferente>> pensó Sarah, cayendo en cuenta en la gran ironía del nombre del club en cuanto a su situación.

-Perdón, señoritas ¿No creen que sería mejor llevarlas al hospital más cercano en mi coche?

La voz temblorosa de David Marks trajo de vuelta a Sarah al presente y ella desvió su mirada hacia el nervioso señor. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro y varios bufidos y maldiciones desesperadas se escaparon de sus labios.

-No podemos -masculló entre dientes mientras apretaba la mano del hombre que, de alguna forma, había terminado sosteniendo la suya los pasados quince segundos-. Es muy tarde ya. El bebé ya viene y, además, señor, no quisiera ofenderle; pero su coche es una chatarra.

David Marks arrugó su nariz en disgusto. Josy no era el coche más bello del mundo, pero había servido muy bien su propósito desde que su bisabuelo lo compró como un regalo para su queridísimo abuelo.

-Pero, aun así, creo que ir a un hospital sería mejor. Usted no puede dar a luz aquí, señorita. ¡Esto es un club, no una sala de maternidad!

-Necesitamos toallas limpias y agua tibia -interrumpió Lana, muy al pesar del desesperado hombre que las miraba con ojos suplicantes-. Las contracciones están viniendo muy rápidas, de todas formas, no nos daría tiempo llegar a un hospital -explicó con una media sonrisa-. Este bebé nacerá aquí mismo.

»Ah, y también asegúrese de que la temperatura de la habitación esté cálida. Tenemos que ambientar el lugar ya que el aire acondicionado no es apropiado para un recién nacido -agregó la rubia con un guiño pícaro-. Si me entiendo lo que le digo, ¿verdad?

La mandíbula de David golpeó el suelo en sorpresa. Sus manos se apretaron a sus costados mientras tragaba en seco. Él no estaba preparado para asistir a un parto. No tenía ni el conocimiento profesional, ni la estabilidad mental para observar a alguien traer un bebé al mundo. En sus cincuenta y seis años, nunca había estado casado, mucho menos había tenido hijos. Ambos presentaban gastos innecesarios y trivialidades sin sentido para él, así que prefirió evitarlo a toda costa. Y ahora, ahí estaba, petrificado frente a una agonizante mujer a punto de soltar un bebé de entre sus piernas.

Sin duda alguna, ese no era su mejor día.

Sarah, ante la indecisión del hombre, pegó un grito desgarrador que, para la sorpresa ambos, removió las botellas de cristal que se encontraban alineadas sobre la barra. David dio un respingo, sus manos se alzaron en alarma como soldado a punto de ser fusilado y sus pies salieron disparados como balas de la habitación, un hecho bastante sorprendente para un señor tan poco atlético y con una panza tan protuberante como la suya.

Cuando el regordete señor estaba fuera de la vista, Lana se volteó hacia su amiga con una sonrisa malévola y alzó los pulgares con los puños cerrados en un gesto de aprobación.

-Eres toda una experta en el negocio de dar a luz. Sigue practicando que te falta poco para tener que hacerlo de verdad. Ahora regreso. -Y con esas palabras, la rubia dio media vuelta y siguió los pasos de David Marks sigilosamente.

Sarah soltó un suspiro aliviado cuando al fin pudo enderezar su espalda de la dolorosa posición en la que se encontraba. Y, justo se preguntaba que estaba haciendo su mejor amiga, cuando un estruendo fuerte hizo eco por todo el lugar. Cerró sus ojos y levantó su rostro al cielo, rezando porque el pobre David aún estuviera vivo. Ella era muy joven para ir a la cárcel por asesinato y, por más tentador que sonara vivir en el único lugar que su madre no podría invadir, ahora tenía que pensar también en la pequeña Sofía. No podía permitir que su hija naciera siendo una reclusa.

Con un gruñido de dolor causado por una falsa contracción -esta vez verdadera-, se dirigió hacia uno de los maravillosos y cómodos asientos de una de las mesas del club y se dejó caer sobre el acolchonado cuero con un resoplido dramático.

Ya no le quedaba otra opción que esperar y confiar en su inminente destino y muy desdichada mala suerte.

***

Mientras, en algún lugar del mundo...

La mujer abrió la puerta de madera con cautela, colándose entre la estrecha abertura con cuidado de no perturbar el silencio, que solo era interrumpido por los barboteos sin sentido del señor a unos pasos de ella. Con una sonrisa de suficiencia, y satisfecha de que su plan estuviera teniendo tanto éxito, cerró la puerta nuevamente y pasó el cerrojo por precaución; en caso de que la víctima quisiera escapar antes de que ella pudiera lograr su objetivo.

El señor no se había dado cuenta aún de su presencia y eso estaba bien, jugaba a la perfección con la parte secreta de su plan.

-No entiendo como esperan hacer esto aquí. Están locas. ¡Están de manicomio! -masculló el hombre mientras recolectaba todas las toallas que había a su alcance y las colocaba junto al lavamanos-. Seguro que, con mi buena suerte, los de higiene terminan visitando el establecimiento justo hoy . Seguro que me pondrán una multa y cerrarán el lugar cuando vean toda la sangre.

La mujer ahogó una carcajada mientras el hombre seguía tirando las toallas dentro del fregadero con movimientos erráticos y gruñidos frustrados, salpicando todo el suelo de porcelana marrón con el agua tibia que salía del grifo. Los de higiene, decía. ¿De noche? Ni siquiera alguien con su mala suelte lograría que algo como eso sucediera. Esa gente apenas trabajaba de día.

-Estoy perdido. ¡Estoy muerto! Esto es una desgracia. ¡Voy a cometer genocidio! -chilló el hombre horrorizado. Él ni siquiera estaba seguro del significado de la palabra, pero sonaba igual de horrible como lo que estaban a punto de hacer.

La mujer viró los ojos en blanco y se aguantó las ganas de soltar otro bufido divertido. Estaba segura de que, si el cerebro del señor estuviera en proporción con el tamaño de su panza, su boca no escupiría tantos disparates.

El hombre terminó de maltratar la última toalla y se agachó para buscar más en los estantes debajo de los lavamanos. La mujer se estiró por encima del él, quién seguía parloteando sin sentido, y alcanzó una de las jaboneras de mármol que estaba junto a los espejos.

Levantó sus manos al cielo, le pidió perdón a la Santa Diabla de las Almas Perdidas y la Buena Fiesta, y dejó caer la pesada jabonera sobre la cabeza del señor, causando que el hombre soltara un grito ahogado antes de desplomarse en el suelo. El estruendo del pesado cuerpo golpeando las finas lozas hizo eco en todo el lugar, estremeciendo a la mujer de pies a cabeza.

Con una risita malévola, limpió sus manos en el pantalón del polvo de jabón que se había aderido en su piel de la jabonera y se propuso a abandonar la escena del crimen, satisfecha con el resultado.

***

Otros diez minutos después...

-¿Dónde diablos está esa maldita contraseña?

-Tiene que haber algo en este lugar que nos dé una pista -meditó Lana mientras daba vueltas, distraída, en la silla de escritorio.

-No me digas, Sherlock -se burló Sarah mientras escaneaba la espaciosa y, sorprendentemente, limpia y organizada habitación.

La oficina estaba decorada de forma similar al resto del club, con toques modernos y clásicos esparcidos por todo el lugar. Justo frente a la puerta se encontraba un escritorio de roble con un tallado exquisito, acompañado de una silla giratoria -actualmente usada por Lana como entretenimiento- y dos cómodas butacas para atender a los invitados. El lugar también ocupaba un cómodo sofá del mismo cuero marrón que adornaba el resto del club y un estante repleto de archivos, ordenados por orden alfabético.

-La verdad, estoy un poco sorprendida con la perfecta organización de este lugar. Esperaba una mazmorra sucia con sándwiches de queso amontonados en cada rincón.

La risa divertida de Lana se escuchó desde su lugar en el escritorio.

-Es tan parecido a lo que yo me esperaba que ni siquiera es gracioso -replicó la rubia con un estremecimiento. Usualmente, las oficinas, apartamentos o casas eran el reflejo de la personalidad de sus dueños, y organizado y limpio no eran palabras que nadie utilizaría para describir a un señor regordete, que se paseaba por la ciudad en un coche más viejo que la Reina Isabel, con los pantalones manchados de queso.

Sarah soltó un gruñido y golpeó el suelo con sus acolchonadas zapatillas negras en frustración.

-Este lugar es un baúl vacío. No hay fotos familiares, ni objetos personales que nos puedan indicar de que se trata la contraseña -se quejó mientras se volteaba hacia su amiga y caminaba al escritorio-. David Marks es el hombre más impersonal que he conocido en mi vida.

-¿Te sorprende? -pregunta Lana, volteando los ojos en blanco, en sus iris se ilustraba la diversión-. El hombre viste como si le hubieran donado su ropa en los sesenta, tiene una barriga de cerveza que compite con la tuya, un bigote que ni siquiera debería ser legal en este siglo y, para colmo, es tacaño hasta la médula y su club es el amor de su vida. ¿Qué mujer tendría la paciencia o la fuerza de voluntad necesaria para lidiar con eso?

Sarah abrió su boca para contestar, pero Lana alzó el brazo, deteniéndola.

-Aparte de tu madre, claro -reflexionó la rubia-. ¿Por qué mejor no te sientas aquí e intentas algunas contraseñas que se te ocurra mientras la Tía Lana busca en esos archivos de allá? -Lana se levantó de la silla y guio a una Sarah muy cansada alrededor del escritorio, empujándola por los hombros hasta sentarla en la silla.

La pelirroja no paraba de darle vueltas en la cabeza a las palabras de su amiga y, tenía que admitir, la rubia tenía razón. Sorprendentemente, su madre y David Marks harían la perfecta pareja. Eda había decidido permanecer soltera después de la muerte del padre de Sarah cuando esta ni siquiera había nacido. Sarah no conocía muchos detalles sobre el accidente que le arrebató la vida a aquel hombre maravilloso del que su madre siempre hablaba y que ella nunca había conocido.

Por esa razón, ella no comprendía como su madre, habiendo sido una madre soltera toda su vida, no podía concebir el hecho de que la pequeña Sofía no tuviera un padre.

-¿Lana?

-¿Sí?

-¿Crees que sería buena idea conseguirle un novio a mi madre?

Lana dejó de rebuscar en el minibar que estaba junto a los archivos y se volteó a ver a su amiga. Llevaba una mini botella de vodka en la mano y los labios empapados en alcohol, pero eso no la detuvo para lograr conjurar la expresión más inocente que había existido.

-Te madre se comería vivo a cualquier hombre que tuviera el valor suficiente para salir con ella -repuso mientras abría la botella y se daba otro sorbo. El líquido ardiente quemó su garganta, arrancando una mueca de sus labios.

-Yo creo que David sería perfecto -murmuró Sarah, distraída con la esperanza de un futuro donde su madre no la persiguiera a todos lados. Seguro que, si tenía un hombre para entretenerla, la afamada Eda Davis se olvidaría un poco de su hija alocada y su futura nieta.

Los labios de Lana se transformaron en otra mueca, pero esa vez el vodka no era el culpable.

-No creo que tu futuro padrastro nos nos tenga en mucha estima después de esta noche.

Sarah arrugó sus ojos en sospecha ante el avergonzado rubor que pintó las mejillas de su mejor amiga. Ella sabía que su sonrojo no era a causa del alcohol. La había visto beber como una trastornada antes, pero ruborizarse nunca.

-¿Qué fue lo que hiciste con el pobre hombre, Lana Marshall? -preguntó con la voz cargada de acusación. Lo que fuera que hubiese hecho, tenía que ser muy grave para arrancar esa reacción de la rubia.

Lana se dispuso a justificar su caso justo cuanto un estruendo resonante llenó el lugar y la puerta del despacho salió disparada hasta chocar contra la pared.

-Departamento de Policía de Nueva York, alcen las manos y ríndanse. Los tenemos rodeados -gritó una vos barítona justo antes de que una oleada de hombre vestidos de negro, con chalecos antibalas y armados hasta los dientes inundaran el lugar.

La mini botella de vodka golpeó el suelo escandalosamente mientras que ambas mujeres levantaban las manos, horrorizadas. Sus corazones latían a un ritmo errático y sus ojos se encontraban agrandados en pánico, presas de las luces de linterna parpadeantes y las armas de fuego que se movía firmes en su dirección.

Tal vez, la pequeña Sofía si terminaría naciendo en la cárcel después de todo.

Que lástima me das, David. ¿Qué tendrán planeado esas locas migas para ti?

¿Qué tal les pareció este capítulo? ¿Muy aburrido?

Casi vomito cuando estaba escribiendo la escena del moco. Me disculpo de antemano por los traumas que les va a causar.

XO,
Dee

Glosario:
*Replay: repetir la misma canción una y otra vez.

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