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1. ¿Dónde estaba yo?


Viernes por la tarde (1 Dia antes de la muerte del rey)

La princesa Audrey salió del castillo en las primeras horas de la mañana. Su prometido, el rey Joshner, era atendido por el doctor de la realeza. Desde que la joven princesa había llegado, nunca tuvo la oportunidad de conocer aquel reino del cual prontamente sería reina.

Traspuso las grandes puertas sin que los guardias lo notaran, y mucho menos el rey o el príncipe. Mientras caminaba colina abajo, pensó en que el clima de aquel lugar era frío, tenue y triste; se podía decir que era lo opuesto a el pueblo de su reino natal.

Las personas usaban ropas grises y sucias, los niños salían a robar mientras que la mayoría de los hombres se ahogaban en alcohol dentro de los bares, y las mujeres vendían sus cuerpos, o se entregaban a empleos horribles.
Tras una larga caminata, llegó a una parte del pueblo un poco más alegre, más llena de color, pero sin tantos aldeanos viviendo en ella.

—Disculpe, joven —dijo la princesa al acercarse a un hombre de sonrisa amplia.

—¡Bienvenida al reino Pertenec! —le respondió alegre aquel joven—. Mi nombre es Steiler, pero usted puede llamarme "Smile". —Guiñó un ojo de manera coqueta.

—Gracias. —Avergonzada por el gesto, Audrey pregunto:—. ¿Que parte del reino es esta?

—¡La mejor! —contestó entusiasmado—. Pertenec es un reino alegre y festivo. Nuestro rey nos mantiene siempre entretenidos.

—¿Disculpe?

—Así como escuchó, hermosa dama.

Audrey rápidamente se dió cuenta de que era la parte turística del reino, la parte de la cual su padre le hablaba con mucha alegría, para convencerla del compromiso.

—¿Qué me dice de la otra parte del reino?

—¿Cuál otra parte? Esta es la mejor y única versión del pueblo —respondió sin quitar la sonrisa.

Audrey rápidamente se dio cuenta de que era una farsa. Tomó al hombre del brazo, y lo apartó del centro de la plaza.

—Vengo del castillo, y acabo de pasar por un pueblo que parece fantasma, así que no me puede mentir respeto a eso.

La voz susurrante y la cara amenazante de Audrey, hizo que el hombre quitara su sonrisa, para mostrarle en cambio una cara agotada y sombría.

—Usted es la princesa, ¿verdad? —Su voz pasó de sonar animada a sonar gruesa y cansada.

—Sí —respondió con autoridad y erguida—, y exijo que me diga qué sucede acá.

—¿Qué es lo que sucede? ¿Esta fachada? ¿El  verdadero pueblo que está del otro lado? —preguntó enojado—. Lo que sucede es que "mi rey" siempre ha usado el oro del pueblo para fiestas costosas, banquetes con otros reyes, escapadas del castillo para ir a los burdeles. —Miró de arriba a abajo a Audrey—. Y al parecer, también para traer a princesitas caprichosas a quienes desposar.

El rostro de Audrey mostró enojo al oir las palabras del pueblerino.

—Para su información, no soy una "princesita caprichosa". No me estoy casando con este rey por su dinero, y mucho menos por gusto; lo hago por deber y por una alianza de paz.

—Eso es falso. Si el rey se está casando contigo, no solo es por una alianza entre reinos. El pueblo se está quedando en banca rota y este centro turístico no es el más popular. —El hombre a lo lejos vio entrar a una pareja; una oportunidad para ganar algo de oro—. Tenga en cuenta algo "princesa": el rey de alguna forma u otra, obtendrá su oro, el de su familia, el de su reino entero, y usted terminará más pobre y desamparada que él. —Volvió a colocar su sonrisa coqueta, para dirigirse a la pareja que estaba llegando al pueblo.

Sus palabras sonaron en la cabeza de la princesa. ¿Realmente podría llegar a ingeniárselas para dejar en banca rota a su pueblo? Empezó a caminar rumbo al castillo. Volvió a pasar por el decadente y real pueblo de Pertenec. Al ver a esas personas viviendo en ese deplorable estado, Audrey se dirigió con rapidez y enojo al castillo. Iba a reclamarle a su prometido la situación en la que estaba su pueblo.

Una vez de regreso en el castillo, los guardias quedaron confundidos por su llegada. No obstante, no se interpusieron en su camino a la alcoba del rey.

—¡Rey Joshner! —Entró sin tocar ni avisar.

El rey estaba de pie, al lado de la ventana. Su respiración era débil y no se podía mantener tanto tiempo de pie. Volteó a ver a la joven princesa enojada que había irrumpido en su alcoba.

—Amada mía. —Sonrió coqueto—. ¿En qué te puedo servir?

—Necesitamos hablar —dijo Audrey sin cambiar la expresión de su rostro.

—Claro, deja llamo a Odín para que nos acompañe.

Odín (el consejero tanto del rey como del príncipe) no tardó en llegar a la alcoba del rey, ya que los guardias reales le habían comentado que la princesa se había escapado al pueblo y que iba enojada a la alcoba del rey.

—Odín, amigo mío, pasa por favor —habló el rey mientras se sentaba en una silla al lado de su cama.

—Vine tan rápido como me enteré, su alteza. —Volteó a ver a la princesa, con un rostro de desprecio—. Usted, princesa... Los guardias me dijeron que escapó durante la mañana en dirección al pueblo. ¿Cómo se atreve a no decirle a alguien de su ida?—la reprendió.

—No soy una niña, soy una princesa que ya ha ido a visitar los pueblos sola —dijo a Odín, para luego dirigir su mirada a su prometido—. Fui al pueblo, y para mi pesar descubrí que es decadente y sucio. Los niños roban, las mujeres usan ropas desgastadas, y las casas se están cayendo—habló indignada—. Todo su oro se lo lleva usted, y la fachada que tiene montada en la zona turística, ¿no le da vergüenza?.

—¡Escucha, niña! —El rey se levantó furioso de su asiento para reprender a Audrey—, tú no entiendes nada, no sabes en qué gasto ese dinero, ni por qué el pueblo luce así.

—¡Claro que entiendo! Un joven aldeano me explicó lo que usted hace con su dinero, cómo lo desperdicia en banquetes y mujerzuelas y-...

—¡Suficiente, princesa! —interrumpió Odín los reclamos de la princesa—. Una cosa es acusar al rey de robar a su pueblo, y otra muy distinta es acusarlo de robar ese dinero para gastarlo en mujerzuelas.

Detras de él, el rey empezó a toser. No podía tomar aire, y cayó en la silla porque no era capaz de seguir de pie.

—¡Mira lo que causaste, niña! —le reprochó Odín, con cara de desprecio—. ¡Guardias escolten a la princesa a sus aposentos! —ordenó Odín, que sabía que los guardias se mantenían fuera de la alcoba— . Así la proxima vez lo pensarás dos veces antes de injuriar al rey—. Miró fijamente a Audrey, antes de que se la llevaran los guardias reales.

Luego Odín llamó al médico de la realeza para que atendiera al rey y le diera su medicamento. Por su parte, los guardias escoltaron a la princesa Audrey a su alcoba, cumpliendo las órdenes de Odín.

Audrey no reclamó ni gritó. Solo se recostó en su cama, reflexionando en las injusticias que vivía aquel pueblo, y el hecho de que el causante de esas injusticias era su moribundo prometido.

Sábado (Día de la muerte del rey)

Audrey se levantó a la misma hora del día anterior, para volver a escapar del castillo en dirección al pueblo, sin que nadie notase que salió.

Esta vez se detuvo a ver el pueblo más detalladamente. Seguía igual de triste que el día anterior. A un lado del camino, Audrey notó lo que parecía ser una panadería, y decidió entrar a comprar algo. Al abrir la puerta, una campana sonó sobre ella, y una pequeña niña salió para darle la bienvenida.

—¡Hola, dama hermosa! Mi nombre en Sidney y esta es la mejor panadería del pueblo. Tenemos pan crujiente, queso, tortas, postres y galletas, que creo son de ayer, ¡pero siguen buenas!

—Sidney, compórtate —le ordenó una mujer embarazada desde el mostrador de la panadería—. Disculpe a mi hija tiene diez años, pero tiene el espíritu de un comerciante de cuarenta. —Aquella mujer lucía cansada, pero aún así mantenía una sonrisa dulce en su rostro.

A Audrey le conmovió su apariencia, junto con el hecho de que parecía no vender nada.

—¿Vas a querer algo, querida? —preguntó la mujer con tono amable.

—Sí, por favor. —Audrey sacó su monedero para ver si tenía monedas suficientes. La mujer al ver su monedero y observar más atentamente a Audrey, llegó a una conclusión.

—¡Usted es la princesa! —exclamó asombrada.

—Sí, y quisiera comprar una de cada cosa por favor.

La niña miró feliz a su madre. Sin embargo, el rostro de esta cambió a preocupación.

—Princesa, no debería estar aquí —le advirtió la mujer—. No es seguro para nosotras.

—Disculpe, ¿de qué habla?

—Si el rey se entera que usted está comprando en este lugar, mandará a sus soldados a quemar nuestra panadería y saquear todo lo que tenemos —habló la mujer asustada.

Audrey empezó a sentir el miedo de aquella mujer, pero quería ayudarla.

—Tranquila, aldeana. Eso no pasará —afirmó la princesa con seguridad—. Y si pasara, apenas estemos casados les devolveré el dinero a cada uno de ustedes.

La mujer, sin cambiar la expresión de su rostro, le pidió a su hija que fuera a la parte de atrás de la panadería. Enseguida se acercó a la princesa para hablarle en secreto.

—Primero debería asegurarse de estar en los papeles reales antes de hacer esas promesas.

—¿Los papeles reales? —preguntó confundida.

—Sí —contestó la mujer—. A la primera esposa del rey, la madre del príncipe Killian, no le importábamos, solo su joyería. Sin embargo, no pudo cumplir sus caprichos, ya que no estaba en los papeles reales. La segunda esposa del rey, un poco más mayor que usted, vio la situación en la que estábamos y nos hizo esa misma promesa, pero cuando fue a reclamar oro para ayudarnos, no estaba en los papeles reales, por lo cuál no pudo sacar una sola moneda, y al reclamar el por qué no estaba en ellos, simplemente desapareció.

Audrey se llenó de miedo al oír esas historias. ¿Acaso acabaría como la segunda esposa del rey?

—¿Y cómo lo puedo descubrir? No tengo acceso a los papeles reales, antes de casarme con el rey.

—No tengo idea, su majestad. Solo sé que tras todas las ideas del rey, siempre está el consejero real.

Después de aquellas palabras, Audrey salió de la panadería. Estaba asustada y pensativa a causa de las palabras de la mujer. Se dirigió al castillo con paso lento. Una vez en la entrada dos guardias la detuvieron.

—Princesa Audrey, el príncipe Killian quiere que la escoltemos a la sala de reuniones...

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