❄️ 𝘌𝘭 𝘛𝘰𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘐𝘯𝘷𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰
Sabe, pues, en dos palabras, que la encantadora hija del rico Capuleto es objeto de la profunda pasión de mi alma; que mi amor se ha fijado en ella como el suyo en mí y que, todo ajustado, resta sólo lo que debes ajustar por el santo matrimonio.
Cuándo, dónde y cómo nos hemos visto, hablado de amor y trocado juramentos, te lo diré por el camino; lo único que demando es que consientas en casarnos hoy mismo.
— por eso Lord Capuleto no quería que Romeo fuera quién desposara a su hija —el abuelo se retracto con facilidad acostado en su cama.
El enfermero auxiliar, Félix, lo había visitado antes de haber venido yo y cuando aseguró que abuelo había tomado el medicamento adecuado y estuviera en su óptimo alcance, nos dejó solos para pasar la mañana juntos.
Antes de que tuviera que volver al trabajo.
— ¿De qué hablas? Lord Capuleto no quería a Romeo porque era parte de sus enemigos —exprese— lo dice en el libro —
Pero el abuelo renegó una y otra vez diciendo— enemigo o no, un hombre que solo sienta deseos impulsivos por una mujer no es apto para tenerla, solo demuestra que hace cosas estúpidas por tenerla —
— se le dice amor, abuelo y usted alguna vez lo tuvo —repuse con una sonrisa en mi asiento.
A lo que él negó— aún estando enamorado de Eveline procure hacer todo correctamente para que ella no sufriera las adversidades de un mal partido frente a sus padres —
— Pero eras de la clase más alta de Inglaterra, ¿Eso acaso importaba? —a lo que mi abuelo negó rotundamente y me miró.
— no importa que gasta seas, ni qué apellido lleves, puedes ser un cretino presuntuoso en el punto más alto de la pirámide, pero también un noble y valeroso de clase baja, lo que importa en esta vida es como eres y como te muestres —sus ojos irradiaba sabiduría pura, pero la máquina a su lado con cada sonido que marcaba los latidos de su corazón me hacían sentir escalofríos.
Justo en el momento, Félix el auxiliar llegó al cuarto y cerró la puerta tras de sí, nos vio y dió una reverencia mientras las migajas de pan caían de su boca.
— sus majestades —aunque era gracioso como hablaba frente a nosotros y como era tan precavido.
Siempre vestía con un uniforme blanco, lo cuál no me daba mucha tranquilidad porque me recordaba constantemente que estaba aquí para vigilar el estado del cáncer que mi abuelo estaba sobrellevando.
Camino en silencio hacia nosotros y revisó la máquina que mi abuelo tenía a su lado, pero sin dudar miraba las veces que fuera posible a mi persona y era claro notar como un rubor se colocaba en sus mejillas.
Suspire levantándome de mi asiento y cerrando el libro de Romeo y Julieta— en otro momento, volveré para terminar la historia —me di cuenta que pronto serían las ocho de la mañana y seguramente habría mucho trabajo por hacer en la oficina de Holyrood.
— no olvides despedirte de tu padre y que cuando tenga tiempo venga a visitarme, no es posible que no venga en todo el día y está justo un piso abajo de mí —se quejó abuelo mientras tomaba mi abrigo y lo ponía sobre mí, Félix de inmediato supuso que necesitaba ayuda para ello y se apresuró a arreglarme el abrigo en la espalda.
Sonreí— gracias, Félix —
— a sus órdenes, princesa —me impresione, era la primera vez que alguien me llamaba princesa.
Rei— no soy una princesa, Félix, soy duquesa —los ojos de Félix brillaban con tanta intensidad, casi como si estuviera viendo una estrella.
Pero río y se retractó de inmediato— discúlpeme, su señoría —siempre era bueno tener a ciudadanos que no supieran las reglas del castillo, porque eso me permitía ver cuántos errores cometían frente a la etiqueta de todo personal real.
Me volví a mi abuelo y me despedí con un beso en el dorso de su mano— volveré mañana —asintió cerrando sus ojos, sus manos estaban frías y eso que las ventanas estaban cerradas, los primeros copos de nieve ya había caído y el cuerpo de Inglaterra se vestía de blanco, la calefacción estaba encendida en todo el castillo, pero aún así, él estaba frío, acaricie su mano y sonreí sobrellevando mi nostalgia, él me veía con una sonrisa, pero sabía que le estaba doliendo, lo solté para irme.
Félix dió una reverencia y oportunamente dijo— lo cuidare muy bien, duquesa —sonreí a Félix y agradecí en silencio saliendo del cuarto después de que tocará para que el guardia de afuera me abriera.
En el camino, el personal real: sirvientes, mayordomos, distinguidos y guardias guardaban silencio cuando pasaba, pero a diferencia de otros silencio, este se sentía abrumador, porque sabía que venía a visitar a mi abuelo en estado delicado y no podían evitar no sentir pena.
Pero a ellos solo les quedaba rezar en silencio y guardar compostura, tanto como a nosotros.
Bajando las escaleras y caminando por el pasillo llegué a las puertas de la oficina del duque, los guardias de inmediato al verme dieron la reverencia pero no abrieron la puerta.
Eso significaba que alguien más estaba con papá.
Así que debía esperar.
Aunque no lo hice mucho, porque las puertas se abrieron después de un toque y ambos se echaron para atrás, les imité pensando que sería algún otro duque, pero cuando ví la silueta y los ojos de mi abuelo, me congelé en mi lugar. Por un momento había creído que mi abuelo estaba en frente, pero casi en segundos después caí en cuenta, que en realidad no era él, sino el rey.
De inmediato di mi reverencia y me quedé ahí apenada, jamás había visto al rey tan de cerca, ni tampoco había cruzado miradas con él. Pero sabía que era el rey por como lucía, era como ver a mi abuelo, solo que en mejor estado.
No dijo más nada, no me dirigió la palabra, tan solo se fue, se fue como si no hubiera nadie frente a él. Pero con razón lo hacía, era el rey.
Lo ví irse, mientras los guardias mantenían la puerta abierta, por un momento me había quedado pasmada, no podía creer que el rey estuviera aquí, hablando con papá.
Era tan soberbio y callado, serio y rara vez cruzaba palabras con alguien era como una nota de silencio. El lugar se sentía tan denso cuando pasaba, nunca había sentido algo así.
Pero volví a mi y entré en la oficina de papá aún impactada.
— ¿Lily? —
— ¿Qué hacía el rey aquí? —y por un momento me olvidé de las cordialidades, me acerqué a él y me senté en la silla frente a su escritorio.
Papá Lucia tan fresco como siempre, con su camisa blanca y su traje de azules oscuros, su cabello bien peinado y su mirada fresca.
Rio mientras se sentaba en medio de tantos papeles en la mesa— vino para ver cómo me estaba yendo en mi puesto como duque y también para ver al abuelo —repuso, hacía poco yo había ido a visitar al abuelo, si me hubiera quedado más seguramente lo hubiera visto entrar a la habitación.
Solté un suspiro pesado— creí que algo malo había pasado —masculle algo contraída a lo que papá rió abriendo su laptop.
— nada malo ya pasado, además, es un buen momento para que estés aquí, estuve pensando mucho sobre tu posición como condesa —volví mi atención a él— y creo que es necesario que tengas a alguien que te ayude con eso —
— sí, Jonathan me ayudara —y papá negó rotundamente.
— Dependo de Jonathan —expresó papá con clara negación— no te lo daré —
Reí al verlo pelear por el mayordomo de Holyrood. Pero era nuestro personal de confianza, nos había acompañado por mucho tiempo.
— Vale, pero ¿Por qué necesito a alguien..? ¿No confías en mí trabajo? —
— confío más de lo que te imaginas, pero somos humanos y nos equivocamos, además también será como un amigo —y tocando el botón que daba indicio a qué abrieran las puertas de inmediato apareció una figura emergente y que reconocía a la perfección.
— Jonathan —sonreí al verlo y él nos dió reverencia a ambos.
— sus majestades —
— excelente, dile al duque de Edimburgo que te quedarás conmigo en Holyrood —sabía que papá me miraba picardo con la mirada tal vez alarmado porque Jonathan me eligiera a mí, pero tan solo sonreía con su edad avanzada y no hacía más sobre mi humor.
Jonathan se levantó y mantuvo su sonrisa— mi duquesa, me halaga con sus declaraciones, pero estoy seguro que el joven Granger será propicio para usted —miré a mi padre por un instante y vi que triunfó en su mirada al saber que Jonathan sí lo había escogido a él.
Finalmente me rendí ante su historia y terminé por dar mi reverencia a papá para despedirme— nos veremos en la cena —masculle cuando Jonathan me abrió las puertas y así me despedí de papá.
Caminar por los pasillos y volver al auto donde la señora Hamilton me esperaba junto al señor Ferguson en el auto, ambos estaban atentos a mi presencia, porque el frío nos acechaba y la señora Hamilton en cuanto me vio en el umbral de la puerta se acercó con rapidez para poner un chaleco sobre mi abrigo y mi cabeza.
Ella seguía cuidándome— será mejor que nos apresuremos, el invierno ha venido muy pronto esta vez —y dejándome bajar tras de ella, la señora Hamilton esta vez lucía un color beige en su atuendo, un color que realmente le quedaba muy lindo.
Además que el invierno siempre daba un toque frío y nostálgico, pero para mí solo significaba que las cosas se congelaría en el recuerdo en esta época.
Tanto como los momentos tan bellos como estos.
— el duque de Cambridge le ha enviado una cara está mañana —el brillo en la mirada de la señora Hamilton me llenaba de regocijo porque para ella ya no era un secreto que algo sucedía entre el duque y yo, tantas cartas no dejaban de pasar por alto a ella y a mis padres, solo esperaban que lo dijera, aunque ellos en su interior ya sabían.
Tome la carta con apuro y mis manos de pronto se volvieron cálidas con el toque de la carta, su letra tan inusual y elegante me hacían ver su devoción hacia esto que estábamos construyendo, aún cuando la última vez lo ví fue en la reunión con todos los duques.
Pero aún con mi impaciencia, tome la carta y la guarde entre mis manos, no podía evitar la sonrisa, pero tampoco la mirada orgullosa de la señora Hamilton. En todo el trayecto, solo podía imaginar los hermosos versos que el duque de Cambridge habría escrito, con tanto esmero y con tanta paciencia que hacía que mi corazón retumbará de la emoción, que hacía que mi corazón se apretujara sin razón.
Era casi como si él estuviera aquí. A mi lado.
Con todo y su enigmática presencia, sus ojos nobles y su silencio inquieto me hacía sentir atrapada.
No podía esperar a ver qué había dicho, pero ahora se había vuelto costumbre leer sus cartas en mi cuarto durante las noches, cuando nadie más estaba a mi lado, cuando estaba solo yo y sus escritos.
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