V E I N T I S I E T E
Hay situaciones que nos hacen tocar fondo, puede ser algo tan simple como estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, o demandar una acción que puede ocasionar la muerte de otra persona. Pocas cosas en mi vida me han llevado al extremo, la peor fue aquella noche de mayo, una palabra me bastó para acabar con lo que más amaba. Hoy, a dos semanas de cumplirse un año, vuelvo a experimentar ese peso en el alma, aunque esta vez no es mi culpa, no, es de aquellos en los que confié y me traicionaron, me apuñalaron por la espalda de una manera vil y terminaron con lo poco que me quedaba.
Ahora, parada sobre la fina baranda del edificio, en donde mi madre y yo estamos escapando de la realidad, miro hacia abajo y me pregunto una vez más si no he vivido ya lo suficiente, si el dolor no puede parar ya, me pregunto si puedo descansar. No me cuesta nada dar un paso y caer, terminar con todo. Con la culpa que me atormenta. Con la pena de perder a todos. Con las constantes voces que me recuerdan que ya nada tiene sentido, que no vale la pena, que yo morí con él.
Para aquellas personas que no viven la constante lucha de seguir adelante o tirarlo todo por la borda, es fácil dar un discurso de amor a la vida, les es fácil gritar a los cuatro vientos, que hay miles de oportunidades a la vuelta de la esquina y que todo tiene un final. A esas personas quiero decirles que sí, todo tiene un final, también la felicidad, porque yo era feliz, tenía un padre para el cual era la niña de sus ojos, una madre que me consideraba su orgullo, un grupo de amigos con los que pasaba los fines de semana riendo y disfrutando, un novio al que amaba, seguía una carrera que me apasionaba y ahora, ahora no tengo nada, no tengo ni la sombra de lo que era aquello.
No sé si fui yo la causante de todo, la que se encargó de perderlo o si acaso es que simplemente la vida es una gran hija de perra que no nos puede ver felices, que no se conforma con alguien que lo tiene todo.
Y es que yo lo tenía todo!
Sí, mi vida no era perfecta, tenía sus pros y sus contras, pero era feliz. Y luego se acabó. No tengo a mis padres, no tengo a mis amigos, ya no disfruto de mis pasiones y Bruce está muerto.
Se suponía que ellos eran mi segunda oportunidad, que yo ya lo había perdido todo cuando era una niña y esta vida era la recompensa por soportar aquella desgracia, que me desprendí Ciaran para venir a Canadá y empezar de nuevo, pensé que al tenerlo de vuelta era una bendición de la vida, un pequeño sabor de lo que no pude disfrutar, sin embargo, duró tan poco, también me arrebataron mi segunda oportunidad. Es que yo ya no soy nada, no tengo nada.
Soy un pequeño polvo en la infinidad del universo. ¿Qué significa mi existencia? ¿Qué se supone que significa el que esté aquí hoy? Soy efímera, un nada en medio de un todo, entonces, ¿qué significaría mi muerte?
Nada.
Unas lágrimas para otro puñado de polvo.
Podría saltar y todo terminaría, en dos décadas no seré más que un recuerdo y en dos siglos ya nadie sabría que pisé este planeta.
No tengo logros que avalen que existí, ni propósitos que inspiren a otros. Soy tan irrelevante que no importa si hoy estoy y mañana no.
Podría saltar y todo se acabaría. Podría.
Cierro los ojos, sintiendo el viento mover mi cabello, los poros de mi piel en contacto con el polvo y mi ropa siendo azotada por las ráfagas.
Mis oídos captan las pisadas de una persona a mis espaldas.
—¿Kiera? —habla Lina detrás de mí. Me bajo de la baranda y doy media vuelta para mirarla— ¿Qué haces aquí? Te estaba buscando.
—Nada —sonrío— Solo admirando la vista —me encojo de hombros y acomodo mi chaleco de cuero, el clima amaneció fresco por lo que lo tomé prestado de su armario— ¿Ya es hora de irnos?
—Ajá —asiente—. Hoy tengo turno doble. ¿Te molestaría cuidar a Christina luego de regresar? No me alcanza para dejarla con la niñera.
—No te preocupes, esa niña me ama. Creo que soy como su hada madrina.
En la semana que me he estado quedando en el departamento de ambas, aproveché para conocerlas más, Lina es de pocas palabras, pero buena para entablar conversaciones que despejan la mente. También me ha estado enseñado lenguaje de señas y ya puedo tener más interacciones con su hermana menor, la que por cierto es un amor teniendo en cuenta que es una niña pequeña, y pues yo no soy de llevarme con personas que no superan los cinco años, pero ella definitivamente es la excepción.
—¿Segura que tu madre no se molesta por quedarse a solas con ella? —consulta Lina en lo que bajamos las escaleras, el ascensor se ha descompuesto por lo que nos toca bajar ocho pisos.
—Nah, mamá es buena haciendo compañía a niños.
—Pero es que no está pasando por un buen momento, no quisiera incomodarla.
—No lo haces, es más, la ayudará a no pensar lo que sucedido. Christina es buena en eso.
Asiente soltando un suspiro. Tomamos un autobús que nos deja a unas cuadras de la estación de tren y montamos en uno que nos hace llegar al hospital quince minutos después. Nos separamos en la recepción, mientras ella va al departamento de enfermeras, yo subo al ascensor y voy al consultorio de Logan. Soy consciente de que él y yo no estamos en buenos términos luego de la forma nefasta en que lo traté la otra noche, estoy dispuesta a arreglarlo, él me tendió la mano cuando lo necesité y yo me porté de esa forma.
Con la mente en ello, camino hacia el lugar donde debería estar mi puesto, arrugo el entrecejo al no encontrarlo.
¿Será que estoy despedida?
Llamo a su puerta y su voz al otro lado me da el visto bueno para pasar. Abro la puerta con cierta duda, no quiero cagarla con él. Vaya que no.
—Hola, doctorcito —sonrío.
No me devuelve la mirada.
—Llegas tarde —es todo lo que espeta—. Creí haberte dicho que no me gusta la impuntualidad.
—Sí, es que el tránsito está muy cargado.
—Basta de excusas —Mantiene los ojos en su computador, ni siquiera me dedica una mirada—, empieza con tu trabajo.
Trago saliva y asiento, doy un paso al frente.
—¿Dónde se supone que lo haga? —inquiero— Mi escritorio no está.
Levanta la mirada con irritación. Apunta a mi costado, miro hacia donde indica y veo mi escritorio en una esquina, con la notebook y mis elementos de trabajo acomodados sobre él, un pequeño cuadro imitando el del Cielo Estrellado posa detrás de mi silla.
—¿Qué hace aquí?
—Hay alguien acosándote, es lo mínimo para no tener que preocuparme por tu seguridad. —Si no lo dijera con un tono tan frío y despectivo me creería sus palabras, pero la verdad es que siento que estoy hablando con un robot que no soporta mi presencia.
—No hay nadie acosándome —objeto.
Golpea su escritorio con la palma de la mano y me mira con ojos duros.
—No estoy para escuchar tus excusas y mucho menos tus mentiras, así que siéntate y empieza a trabajar antes de que lo piense mejor y te despida.
—¿Ocurre algo contigo?
—Sí, tengo una larga lista de pacientes por ser atendidos. ¿Empiezas o qué?
Me trago mis insultos y asiento levantando las manos. Dejo caer mi mochila en el suelo y comienzo con mi labor. Acomodo las citas de la semana y cancelo otras que no son tan urgentes y no caben en los horarios, de vez en cuando levanto la mirada para encontrarlo ignorándome a posta.
Todo el ambiente es tenso, tanto así que hasta los pacientes se sienten incómodos; me excuso varias veces con ir al baño para poder tomar unas cuantas respiraciones y no ir a darle una cachetada doble para que se deje de jugarretas y me diga qué coños le pasa.
Cuando marca el horario final, el último paciente se retira y nos deja solos. Tacho su nombre de la lista y vuelvo a mirar a mi jefe. Walsh pasea los dedos sobre la pantalla de su teléfono mientras le sonríe como un estúpido enamorado.
—¿Fue por lo que dije la otra noche? —pregunto de la nada. Enfoca sus ojos en mí y nada de la calidez que vi en ellos la encuentro ahora—. Si es así, me disculpo, estaba rabiosa y escupí mi enojo en la persona que no debía. Quiero que sepas que estoy agradecida por tu oferta y por el que te preocupes por mí.
—¿Crees que todo gira a tu alrededor? —se burla dejando a un lado su móvil— ¿La pequeña Kiera no puede ser ignorada acaso?
Me enderezo incrédula al escuchar lo que dice.
—A lo mejor solo amanecí de mal humor —continúa.
—Sí, pero a los pacientes los has tratado normal y a mí no.
—Son mis pacientes, debo tratarlos así.
—¿Y a tu móvil? Le estás sonriendo ahora y a mí ni me miraste en toda el día.
—¿O sea que todas mis sonrisas deben de ser para ti? Lo dice la chica que dijo que solo era un beso.
Me incorporo colérica.
—¿Me vas a decir qué carajos es tu problema?
Se pone de pie al igual que yo y rodea del escritorio, hago lo mismo y quedamos frente a frente.
—¿Quieres saber? —inquiere.
—Sí.
—Mi problema es que detesto a las personas que se aprovechan de otras por el simple hecho de conseguir dinero —arrugo el entrecejo—, odio a las personas que juegan con la salud de otros para llenarse los bolsillos.
—¿Y qué tengo yo que ver con eso?
—Todo —me apunta el pecho—, tienes todo que ver porque eres una de esas personas.
—Explícate que no soy adivina para saber de qué mierdas me estás hablando.
—¿12 agosto de 2018 te es una fecha conocida?
Doy un paso atrás.
—Fue el día en que fuiste arrestada por vender cocaína en una comunidad llena adolescentes y niños en situación de calle y extrema pobreza —Me mira con asco recordándome a las miradas de todos cuando eso ocurrió—. Por alguna razón tuviste suerte y pudiste evadir la cárcel a punta de dinero, pero eso no hace que no formes parte de esa rama de delincuentes.
—No sabes de lo que hablas —exclamo.
—¿No?
Camina hacia el estante de sus libros y toma un sobre amarillo, me lo lanza y lo agarro en el aire sin comprender que es. Lo abro sin esperar que me lo pida, al hacerlo lo comprendo.
—Déjame que ya adivine, tu querida madre te los facilito.
—Quien lo hizo no importa.
—De hecho, sí importa —ladeo la cabeza—. ¿Sabes por qué?
—Ilumíname.
—Porque estos documentos vienen de la misma persona que fue al funeral de Bruce a reírse en mi cara —escupo—. Rosemarie Walsh no se conformó con hacerle la vida imposible, también fue a su entierro a gritar que estaba feliz por lo que le ocurrió.
—Eso no es cierto —asegura.
—¿No? Pues recuerdo muy bien su risa, como escupió sobre su tumba —lanzo los papeles al suelo y los piso—. Permíteme bajarla de tu pedestal y decirte que la mujer a la que llamas madre, es la misma que no midió su odio y su maldad a la hora de intentar separarnos, no lo hizo entonces y no lo va a hacer ahora.
—¿Por qué te odiaría mi madre? Ella fue la que ayudo a que te liberaran.
Me río ante ello, niego con la cabeza sin parar de carcajear.
—No me digas —pronuncio con sarcasmo—, ¿y qué más te dijo? ¿Acaso te dijo de dónde saco la cocaína para dársela a aquel hombre que la plantó en casa de Bruce? Eso no te lo dijo, ¿verdad?
Traga saliva y niega.
Me acerco y quedo frente a su pecho.
—Tu madre es una maldita —digo mirando directamente a sus ojos—, tú créele lo que quieras, tienes ese derecho, pero una cosa te digo, no la conoces de nada si piensas que te dice la verdad.
Me pone una mano en el cuello y baja el rostro hasta el mío.
—¿Y qué me dice que eres tú la que dice la verdad?
—Nada —siseo bajo sus labios—, soy tan mentirosa como ella. Ya te lo dije, créele a quien quieras.
—Dime que eres inocente y veré si te creo.
Mis ojos bajan a sus labios y vuelven a subir.
—Lo soy —susurro— ¿me crees?
Entreabre los labios y los moja con la lengua, puedo sentir el calor de su cuerpo traspasar mi ropa, estamos demasiado cerca.
—Eres una mentirosa —se acerca más y roza nuestras bocas— y…
—¿Me crees o no?
Unos golpes en la puerta no permiten que me conteste. Me separa y camina a la salida y abre la puerta recibiendo a la persona, doy una respiración profunda y me giro. Maldigo al ver a Daniel mirándome bajo el umbral, la expresión enojada de Logan me hace saber que no es bienvenido.
—Buenas —saluda el hermano de Sasha.
—Dani —sonrío con incomodidad acercándome— ¿Qué haces aquí?
—Sí, ¿qué haces aquí? —secunda Logan cruzándose de brazos. Daniel no se deja intimidar y procede a ignorarlo.
—Tengo entendido que ya acabo tu horario de trabajo y me preguntaba si podrías hablar conmigo.
—Yo…
—¿De qué? —me interrumpe Logan, lo miro enojada.
—No es de tu incumbencia —le dice Daniel—. ¿Podríamos ir al restaurante de siempre? —me pregunta a mí.
—No —dice Logan.
—Sí —digo yo—, el restaurante de siempre está bien.
Logan me mira molesto, le devuelvo la mirada con el mentón en alto.
—No has acabado con tu trabajo —espeta. Miro el reloj de la pared y marcan las 6 pm.
—Yo creo que sí —contradigo, camino hacia mi mochila y la tomo—, tú quédate con tu madre —le digo—, yo por el momento renuncio.
—Claro que no —niega.
—Es mi derecho —alego.
—Te lo quito —se acerca—, no acepto tu renuncia, deja tus cosas ahí que nuestra charla no ha terminado.
—A mí me parece que sí —se interpone Daniel.
—Tú te callas —le ordena Logan—, y tú —me apunta—, haz lo que te dije.
Lo miro con la ceja enarcada. Este estará imbécil, me trata de basura y ahora piensa que me comportaré sumisamente.
—Métete tu charla por donde no te quepa —digo de forma mordaz— yo me largo.
Poso la mano en el brazo de Daniel y lo incito a caminar.
Logan me detiene sujetándome el antebrazo.
—He dicho que no te vas.
Me salgo de su agarre y le enseño el dedo del medio.
—Y he dicho que te metas la charla por el culo.
Me alejo a toda marcha estirando a Daniel como si fuera una muñeca de trapo. ¿Logan quiere creer a su madre? Que lo haga, no me importa, eso me gano por juntarme con el hijo de esa mujer.
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