V E I N T I D Ó S
Sasha termina de recoger mi cabello en una trenza francesa. Me sonríe a través del espejo de mi tocador, coloca sus manos sobre mis hombros en un aliento silencioso. Se ha estado quedando en casa toda la semana, según ella, para hacerme compañía, pero sé que solo quiere mantenerme vigilada para que no intente herirme una vez más.
Ya pasaron cinco días de aquel incidente en el hospital y Logan me ha dado una semana de reposo.
Hoy iré a mi primer día de terapia luego meses de haberla abandonado. No sé si estoy nerviosa por ello o porque veré al doctorcito después de haberme levantado del piso de la sauna y habérmelas arreglado para escapar mientras tenía una oportunidad. No he podido olvidar la intensidad de lo que ocurrió allí, mi mente regresa como un bumerang a esas escenas cargadas de morbo y desenfreno, y la verdad es que no solo es mi mente, también es mi cuerpo, no es hasta ahora que pude sentarme sin sentir molestias en mi zona baja.
Sasha carraspea llamando mi atención. Parpadeo enfocándome en el ahora.
—¿Segura que no quieres que vaya contigo? —reitera lo que me ha estado preguntado desde que nos levantamos— No quiero ser insistente, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo para eso.
Llevo la mano a mi hombro y la pongo sobre la suya, hago un intento de sonrisa sin dejar de mirarla por el espejo.
—Quiero que sea así. Solo con Logan.
Sus ojos se empañan y se traga un sollozo.
—Me alegra mucho que hagas esto —confiesa—, que estés dando este paso para volver a ser mi Kiera. La extraño mucho.
—No creo volver a ser ella, pero lo intentaré.
Y sí que lo haré, trataré de reconstruirme. Buscaré la forma de que la espina sea parte de mí y dejé de lastimarme, puedo seguir adelante sin necesidad de soltar a Bruce… espero que pueda hacerlo.
—No hemos estado tan unidas estos últimos tiempos, pero K, siempre seré tu Sasha…
—Y yo tu Kiera —termino su frase. Cuando éramos niñas, siempre lo repetíamos, era nuestra frase, lo que nos recordaba que éramos las hermanas decidimos tener.
—Cuéntame lo que ocurrió, por favor —suplica. No he tenido la fuerza suficiente para confesarle que Ciaran no ha parado de acosarme desde que Bruce murió, que no hay semana en la que no reciba mensajes suyos recordándome lo que yo ocasioné y que esta vez todo está empeorando—. Los recortes de los periódicos no pudieron llegar allí solo porque sí o por alguien que quiso hacerte una broma, no puedo creer eso porque es una tontería que ni tú te crees.
—No lo sé, no sé qué pasó ni quién fue —miento una vez más, mentir se está convirtiendo el pan de cada día en vida.
Se agacha a mi altura y me rodea con los brazos desde atrás.
—Cuando te sientas preparada, quiero que me lo digas. Juntas buscaremos una solución. ¿De acuerdo?
Asiento, giro la cabeza y la miro a los ojos. Por mente cruza la idea de comentarle lo de Logan, pero no siento que sea el momento adecuado.
—Bien —es todo lo que digo.
Cierro los ojos disfrutando de su cercanía. Sasha ha sido una constante en mi vida, que estos últimos meses en los que he estado en la oscuridad me ha hecho falta, y no porque ella se haya alejado, sino porque yo la aparté para no lastimarla con mi dolor, de nada sirvió ya ella se empecinó en seguir a mi lado, siguiéndome a esas fiestas a dónde iba a emborracharme hasta olvidar mi nombre, en los deportes de riesgo en dónde había más posibilidad de que me suicide a que complete las recreaciones. Ella ha recibido tantos daños colaterales en todo este tiempo en el que me negué a abandonar la galaxia de pena en la que he vagado.
Y… por ella y por mis padres lo haré. Iré a esa bendita terapia y trataré de levantarme. Porque por mí no puedo, entonces lo haré por ellos. Yo no dejaré de sufrir, pero ellos pueden hacerlo.
El timbre anuncia la llegada de Logan. Nos separamos y me incorporo de mi asiento.
Me he vestido con la remera con el logo de la NASA que Bruce me regaló meses antes de su muerte, mi jean de tiro alto me marca la cintura y las aberturas en el muslo dejan a la vista mis medias de red. Mis botas negras de tacón alto resuenan mientas, bajamos por las escaleras.
Logan me espera sentado en el sofá de la sala de estar conversando con mis padres. Me sorprende no encontrarlo vestido con una de sus camisas a medida. Hoy decidió ponerse una remera negra y unos jeans azul gastado. La Rusa, a la que he mantenido dormida desde que abandoné el spa, babea en mi interior al verlo tan…
Relajado.
Sexy.
Con pinta de fuckboy que podría follarme sin descanso y mandarme a terapia por tres años.
—Hola —saludo tratando de no sonar tímida. No soy una colegiala que se enamora del chico mayor.
Logan es mi jefe y solo me está haciendo un favor acompañándome al psicólogo.
Sí, solo eso.
«No es como que ya me lo haya follado en la mitad de las posiciones del Kama Sutra»
Se pone de pie seguido de mis padres.
—K —me sonríe.
¡Deja de hacer eso, deja de sonreír con esa frescura que solo consigues que recuerde lo de hace cuatro días y vuelva a mojarme como una ninfómana desquiciada!
De seguro estoy ovulando, de lo contrario no encuentro sentido a esta calentura que me ataca apenas lo veo.
Doy pena ajena.
—¿Estás lista, hija? —habla papá cortando la conexión visual del doctorcito y yo.
—¿Ah? —musito sin entender lo que me ha dicho.
—Que si estás lista —repite. Sasha me da un leve empujón avisándome que me estoy comportándome como una idiota.
—Claro.
—¿No quieres que te acompañe? —pregunta mamá con un tono que se asemeja al que empleas cuando te diriges a un niño asustado.
Niego soltado aire por la nariz en un intento de relajar los músculos que se me han tensado desde que bajé al piso inferior.
—¿Nos vamos, entonces? —murmura Logan atravesando mi cuerpo con esos ojos tan intensos, pero a la vez tan confortantes que se carga.
Asiento haciéndome la idea de adónde estoy a punto de ir.
Extiende su mano y coloco la mía sobre la suya bajo la atenta mirada de todos. Bien, solo me está agarrando de la mano. No significa nada.
Me despido de todos y nos ponemos rumbo al consultorio de Hela Stanford, mi psicóloga nueva.
Me aseguro el cinturón de seguridad mientras él le da vida al motor del Jeep y nos adentra al tránsito de la tarde. Aprieto las manos en puños clavando mis uñas en mi piel tratando de distraer a mi mente.
Cierro los ojos con fuerza sintiendo a un ataque de pánico a la vuelta de la esquina.
Algo cálido se posa en mi muslo izquierdo, sin abrir los ojos me doy cuenta de que es su mano. Me aferro a la calidez de esta y la sensación de sus dedos acariciarme sobre la ropa en pequeños círculos de manera rítmica.
—Inhala por la nariz y exhala por la boca —indica. Hago lo que me ordena durante varios minutos, las náuseas se acentúan por momentos, pero terminan desapareciendo cuando mis latidos se normalizan—. Podemos hacer esto otro día —su voz intenta ocultar la preocupación, pero de igual forma la siento en el aire—, no hay apuro, puedes tomarte todo el tiempo que necesitas.
Niego con la cabeza.
—Quiero hacerlo —suelto—, ne-necesito hacerlo —tartamudeo.
Detiene el auto a un costado de la carretera y suelta mi cinturón. Antes de darme cuenta me toma entre sus brazos y me sienta sobre su regazo. Como un animalito asustado, escondo la cabeza en el vértice de su cuello. Con una mano me acaricia la cabeza y con el otro brazo me sostiene con fuerza, como si temiera que me derrumbara entre sus brazos.
Deja un pequeño beso en mi sien y me mantiene contra su pecho reconfortándome con su silencio.
—Háblame —ruego—, desde que él se fue solo escucho su silencio. Necesito escuchar más que eso.
Mis ojos se aguan y mis lágrimas salen sin permiso empapando su piel. Me aleja lo suficiente y acuna mi rostro entre sus manos.
—Ya no estás sola —asegura en voz baja, estamos tan cerca que no necesita hablar más fuerte—, ya no permitiré que lo estés. Y escucha bien lo que te voy a decir, soy un doctor que se especializó para sanar el cuerpo, pero esta vez iré más lejos y te prometo, te juro por todo lo que amo, que sanaré tu alma.
—Mi alma está rota, no tiene remedio.
—No, solo está herida. Yo la remendaré y me encargaré de que la cicatriz que quede en ella sea tan pequeña que no puedas verla.
Fijo mis ojos en los suyos asimilando sus palabras. Llevo mi mano a su rostro y lo acaricio con los nudillos.
—Según la creencia de un antiguo pueblo indígena, las estrellas son los espíritus de los médicos que sanaron a muchas personas, física o emocionalmente, o ambas, bueno es no importa, el punto es que salvaron a alguien —relato sorbiéndome la nariz.
—No soy una estrella —sonríe—, no tengo tanta luz.
Si tan solo supiera que ha sido la luz que he estado persiguiendo para salir de la oscuridad. La rusa solo es un camino que utilizo, pero en el final siempre está él.
—Tal vez no lo creas, pero me acabas de decir que curarás mi alma, y te creo, siento que eres el sol que me sanará.
Su mano derecha se aleja de mi mejilla y se posa en mi nuca acercándome a su rostro. Su aliento y el mío se funden en uno solo, cegándome con la intensidad de su mirada. Sin poder evitarlo bajo la vista a sus labios que ahora están entreabiertos, puedo recordar lo suave que se sienten sobre los míos, la calidez de ellos al besar cada centímetro de mi piel, el placer que me genera cuando me roza el cuello y sopla sobre la humedad de sus besos.
La cuerda que me ata a él me estira con fuerza, quiero besarlo. Quiero sentir lo que se siente ser Kiera mientras me besa.
Me acerco más acortando lo poco que nos separa, mi pecho se hincha y mis latidos se aceleran. Miro sus ojos y están cerrados.
Solo un poco más y podré tener su calor en mis labios…
Pero no puedo hacerlo. No soy Temnyy, yo no soy la rusa que puede hacer lo que quiera sin sentir culpa. Soy Kiera, yo amo a Bruce y no puedo besar a otro sin sentir que lo traiciono, porque si beso a Logan siendo Kiera sentiré cosas que no quiero sentir.
Así que me alejo de su rostro y de su cuerpo y regreso a mi asiento.
—Hoy abra una lluvia de estrellas —musito cortando el silencio incómodo y decepcionante que nos rodea—. Sí quieres, podríamos, no sé, ya sabes, emm…
—Me gustaría verla contigo —afirma.
Agacho la mirada para que no me vea mi sonrisa. Me seco el resto de mis lágrimas y doy una larga respiración, vuelvo la cabeza hacia él.
—¿Podría ser en el observatorio? Mi telescopio… está roto —informo lo último con vergüenza.
—Tengo un lugar mejor —objeta—. Mi casa.
Dudo por unos momentos, ¿vivirá con Cruella? No quisiera topármela, ni por accidente.
—No estará mi madre si eso es lo que te preocupa.
—No, yo…
—Tranquila, entiendo que tienen diferencias —«Son más que diferencias» pienso. — claro que me causa curiosidad, pero ya entendí que ninguna va a contármelas. Así que descuida, vivo solo.
Cómo si eso fuera mejor…
—Bien —acepto—. Supongo que será una noche de no-amigos.
—Será una noche de amigos —corrige.
—¿Amigos…?
—Amigos.
Trago saliva y asiento, sí, eso está bien, solo amigos.
«Los amigos no se guardan secretos, Kiera, ni se mienten descaradamente»
—¿Lista para ir o prefieres regresar a tu casa?
—No, estoy lista —tomo valor y hago que no me tiemble la voz como me tiemblan las manos—. Estoy lista para mí a primer día de terapia —lo digo más para creerlo yo misma que para que se lo crea él.
Enciende nuevamente el motor y nos saca de la inmovilidad. Conduce con una mano en el volante y la otra la entrelaza con la mía.
En verdad que espero que él pueda sanarme. De lo contrario, los pensamientos que me llevan a hacia la muerte saldrán victoriosos.
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