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T R E I N T A Y C U A T R O

Parte 2

Pov: Kiera.

El sol se oculta en el horizonte y la oscuridad baña el bosque que limita la ciudad. La brisa fría me abraza el cuerpo y la piel se me enchina en un escalofrío, el canto de los grillos son el único sonido que llena el ambiente, aparte el leve silbido de las aguas de un arroyo a varios metros de distancia.

La luna llena ilumina el pequeño sendero entre los árboles, mis pasos vacilantes arriban por el camino empinado mientras mi mente máquina escenarios catastróficos esperándome a la vuelta de la esquina. Abrazo mis brazos cubiertos por mi sudadera negra.

No sé qué estoy haciendo. Es una mala idea. Pero ya no hay vuelta atrás.

Al final de la colina, una casa de madera y ladrillos con la mitad del techo destrozado es la única prueba de que hubo gente por estos lares en algún momento. El aullido de un lobo me hace saltar del susto. Avanzo hacia la casa y subo los escalones que dan al porche, uno se destroza bajo mis pies y debo sujetarme de un pilar para no caer con él.

Miro detrás de mí, la copa de los árboles son tan altas y tupidas que no puedo ver más allá de ellas.

Me armo de valor y vuelvo la vista hacia la casa, no tiene puerta, sus vigas están llenas de termitas y amenazan con caerse con cualquier viento fuerte. Ingreso con el corazón en la mano, todo está en penumbras, no hay señal de que haya electricidad o algo que funcione, para variar. En la esquina de lo que era la sala hay un sofá con el colchón por fuera, una mesa ratonera con moho y una chimenea de leña llena de hollín y cenizas. Continuó avanzando, al final del pasillo hay una puerta semiabierta, a través de ella hay una tuene luz, como la de llama de una vela.

Apuro el paso y abro la puerta.

La respiración se me corta al ver el interior.

Sasha se retuerce en aire colgando de una cuerda amarrada a su cuello.

—K —escupe buscando oxígeno, sus uñas están enterradas en la piel de su cuello, en un intento de quitarse lo que le impide respirar.

Corro hacia ella y la abrazo por las piernas elevándola para alivianar su peso.

—Ya estoy aquí —repito lo mismo varias veces con los ojos, buscando el lugar en el que la soga está amarrada. Está puesta por el hierro que resguarda la ventana, levanto la mirada, la cuerda para por encima de una de las vigas.

—Sasha, debo cortar la soga, y para eso necesito que te agarres de la viga y eleves tu cuerpo.

No tengo claro que sí captó mis palabras, ella sigue luchando para que la cuerda no termine por arrebatarle la respiración.

—¡Sasha, sujétate de la viga! —reitero.

Luego de unos instantes acata la orden y su menudo cuerpo arriba varios centímetros, no soportará mucho tiempo.

La suelto y corro hacia la base de la cuerda, su peso hizo que se apretara de tal forma que no puedo desatarla. Tengo que cortarla, miro a mi alrededor en busca de algo que me ayuda.

—¡Por favor! —suplica como puede.

Grito desesperada.

No hay nada que me ayude.

—Vuelvo en un momento. —Niega con desesperación, la sangre ya le está cubriendo el blanco de los ojos y sus manos tiemblan incapaces de sostenerla por más tiempo.

Mis pies se mueven en automático, abandono la habitación ignorando sus gritos de ayuda, me pide que no la deje, que ya no puede más. Corro por toda la casa y no encuentro nada que sirva, salgo en busca de alguna piedra cortante, me lanzo al suelo y rebusco con las manos valiéndome luz tuene de la luna. Mi corazón golpea mi tórax contando cada segundo que Sasha está colgada luchando por respirar.

Cuando por fin encuentro una roca lo suficientemente afilada, regreso a la casa. Al cruzar por el salón principal, algo se lleva mi atención hacia el sofá de la esquina, avanzo hacia él y veo algo brillando de bajo. Dejo caer a la piedra y arrodillo frente al sofá, su tamaño me impide moverlo, así que me apoyo a la pared y lo empujo con mis piernas, sede unos centímetros, los suficientes para dejarme ver la cabeza de un hacha. La agarro apresurada, no tiene mango ni tanto filo, pero estoy segura de que servirá más que una estúpida roca.

Corro devuelta a la habitación en dónde se encuentra Sasha.

—No.

Susurro al ver que no resistió y ahora ha caído bajo su propio peso, sus ojos están cerrados y sus manos cuelgan flácidas a su costado. Me apresuro y con el corazón en la mano peleo contra la cuerda, que no quiere cortarse, lloro de la frustración.

Esto no puede estar pasando.

—Por favor, por favor.

La cuerda empieza a cortarse, golpeo el hacha, mis manos me duelen, pero puedo dejar que eso me detenga. Con una sujeto el hacha y con la otra hecha puño, empiezo a golpearla con fuerza hasta que termina por soltar la soga, el cuerpo de mi mejor amiga cae con fuerza al suelo.

Tiro lo que tengo en la mano y voy hacia ella.

Aflojo la cuerda que se enreda en su cuello y se la quito, agacho la cabeza y compruebo que no respira.

—¡No, Sasha!

Entre lazo mis dedos y le hago una RCP, no da señales de funcionar, abro sus labios antes de apoyar los míos sobre ellos y darle respiración boca a boca. Vuelvo a separarme y sigo con la maniobra en su pecho. Para este momento mi vista ya está empañada por las lágrimas.

Todo esto es mi culpa, voy a perder a otra persona por mi maldita culpa.

—Nena, por favor, no me hagas esto —sollozo separándome de sus labios—, vuelve por favor.

No sé cuántos minutos llevo haciendo esto, pero no puedo rendirme, no con ella.

—¡Maldición! —exclamo hecha furia.

Sigo intentando, no la perderé. A ella no.

—Está muerta. —dicen a mis espaldas— ¿Qué se siente cargar con otra muerte en tu conciencia?

Niego con la cabeza. Continúo con lo mío.

—A ella también la amas y ahora mírala, muerta.

Ciaran se acerca detrás de mí. La garganta se me aprieta cuando caigo en cuanta de que es verdad, ella está muriendo, pero al tocar su cuello aún tiene pulso.

—No tiene caso que lo sigas intentando —susurra en mi oído.

—¡Cállate!

Una vez más, Sasha es fuerte.

«Treinta compresiones en el centro de pecho, así es Kiera»

—La princesa, Kiera, siempre tan bondadosa, siempre tan apasionada —Oigo sus pasos a mi alrededor—, amando con cada fibra de su ser.

—¡Silencio!

«Una pequeña ventilación»

Apoyo mis labios en los de ella y soplo.

—Pero un ser tan bueno debe ser corrompido —continúa—, debe de cargar con una maldición.

—¡Basta!

«Repite el proceso hasta que sea necesario»

—Todo a aquel que amé lo llevará a la tumba.

—¡Que te calles!

El pecho de Sasha se infla y ella inhala el aire con fuerza, sus ojos, llenos de lágrimas, se abren de par en par.

—¡Sí! —exclamo. Siento mi alma regresar a mí al verla sostenerse sobre los codos, respirando profundo y descoordinado.

La estiro hacia mi pecho y la abrazo con fuerza, beso su cabello reiteradas veces susurrando incoherencias que ni yo logro entender del todo.

Me alejo unos centímetros y acuno su rostro en mis manos.

—Ya pasó —aseguro—, ya pasó, ya estás bien.

Sus ojos se abren desorbitados mirando detrás de mí. El sonido del seguro de un arma siendo retirado llena el vacío de sus palabras.

—No ha pasado aún, hermanita. Tú sigues viva.

Muevo la cabeza con lentitud, lo miro sobre mis hombros, la pistola en su mano me apunta directamente a la cabeza.

—Sasha no tiene nada que ver con esto, Ciaran. A quien quieres es a mí —le recuerdo—, a ella déjala ir.

—¿Y qué todo ese show haya sido en vano? —inquiere— Nah.

Con un giro brusco, golpeo su mano tirando la pistola hacia el otro lado de la habitación.

—¡Sasha, corre! —ordeno, justo antes de que Ciaran me dé una patada en el estómago haciéndome caer a mis espaldas. Él intenta ir a por la pistola, pero barro sus pies con los míos haciéndolo caer.

—¡K!

Grita Sasha, al ver cómo mi hermano recoge el arma y me dispara, muevo la cabeza justo a tiempo cuando la bala pasa por mi lado y se aloja en el piso de concreto, trato de levantarme, pero me agarra de los cabellos y me lanza contra la pared, el aire se escapa de mis pulmones en el momento en el que impacto contra el suelo.

En medio de un ataque de tos puedo visualizar la figura de Sasha gateando hacia mí y Ciaran apuntándola con precisión. Mis manos toman lo primero que encuentro y se lo lanzo al hombre que creí que me amaba incondicionalmente. El resto del hacha le da en la mandíbula aturdiéndolo, cae de rodillas y se lleva la mano a la zona de impacto.

—Vete —ladro—, ahora.

—No —niega ella ayudándome a ponerme de pie—, no voy a dejarte.

—Ve por ayuda, yo me encargo de él.

—No…

—Mi teléfono tiene un rastreador, —me sujeto por el hierro de la ventana—, la señal no llega hasta aquí. Daniel está en camino y necesitará ayuda para encontrarme.

—Vamos juntas.

Ciaran ya está volviendo en sí.

Niego con la cabeza volviendo la vista en ella.

—Él nos seguirá y nos alcanzará —le hago saber—, ve en busca de Daniel y vuelvan por mí.

—Kiera, por favor.

Ciaran apoya las manos en el suelo para darse apoyo.

—Vete, ¡ya!

Se rehúsa con la mirada, pero termina haciendo lo que le digo. Cómo puede sale corriendo, dejándome sola con el monstruo del piso.

—Ahora, sí —digo enderezándome— solos tú y yo, hijo de puta.

Pateo el arma hacia un rincón. Él se pone de pie frente a mí, solo me lleva unos centímetros, pero no impide que lo mire con odio.

—¿Así te refieres a la mujer que te parió?

—Ella no es mi madre y tú no eres mi hermano.

Sonríe divertido.

—Kiera, Kiera, Kiera —chasquea la lengua—, siempre mintiéndote a ti misma. Eres tan hermana mía como lo es ella.

Sonrío al igual que él.

—¿Sabes cuál es la verdadera diferencia entre ustedes? —Ladea la cabeza y aparta un mechón de mi cabello que cae sobre mi rostro.

—¿Qué yo no soy un monstruo como ustedes? —Preguntó retóricamente.

—Que ella cumple sus promesas —susurra, en sus ojos solo puedo ver odio puro—. Eso es algo que a ti te queda grande. Prometiste que estarías siempre a mi lado, pero te mudaste al otro lado del mundo.

—Me adoptaron, idiota, tenía cuatro años, no podía hacer nada.

—Prometiste que tu única familia sería yo —continúa—, pero te quedaste con esas personas.

—Son mis padres.

—¡Tus padres están muertos! —grita con furia— ¡Murieron!

—¡Sí, lo están y no puedo hacer nada!

—¡Podías cumplir tu promesa! —me agarra del cabello y me estampa contra la pared recargándose en mí para que no pueda moverme— ¡Juntos para siempre!

—¡Se me salió de las manos!

—¡Me prometiste que no ibas a estar con Bruce! —exclama colérico—. ¡Me juraste que no lo amabas y aun así no perdiste el tiempo para abrirte de piernas y engatusarlo! ¡Mentiste!

Agacho la mirada.

—Me juraste que no ibas a lastimarlo como lo hiciste conmigo, que tu amor no le haría daño, pero lo mataste.

Dejo escapar un sollozo, cierro los ojos y niego.

—No lo quise hacer.

—Él te dijo que ya iba pasado de copas, yo te advertí que era peligroso, más de lo que estaban acostumbrados —Su voz ahora es casi un suspiro, mis ojos conectan con los suyos, podrá odiarme tanto, pero sigo siendo su melliza, lo conozco como nadie, sé que su mente ahora está en aquella noche, el día en que Bruce murió—. Insististe e insististe, no te importo nada más que probarle a tu madre, no sé qué, y eso te llevo a la ruina y a él a la muerte. Tú nos condenaste.

—Yo no quería…

—¡Pero lo hiciste, lo arrinconaste hasta que acepto subirse a la motocicleta!

Me da un puñetazo en el pómulo izquierdo girándome la cabeza con brusquedad.

—¿Sabes cuáles fueron sus malditas últimas palabras?

Asiento. Lo recuerdo, me dijo que me amaba, le gritó al universo que me amaba…

—Te amo…

Se ríe sin gracia.

—Por supuesto que no, tarada —me agarra con fuerza de la mandíbula obligándome a mirarlo—, me pidió que te salvará. Incluso cuando estaba respirando su último aliento, él te prefirió a ti, por encima de su vida, por encima de todo. Y no te lo mereces, porque mientras él se pudre en ese ataúd tú te follas al hijo Rosemarie. ¡La mujer que arruinó su vida!

Empuja mi cabeza con fuerza contra la pared, siento la sangre comenzar a bajar a través de mis cabellos. Mi vista se nubla y no puedo enfocarla.

—No… entiendes —digo como puedo.

—¿Qué no entiendo? ¿Qué te acercaste a él para vengarte de su madre? —Suelta una carcajada— Hasta para eso eres patética. ¿Crees que a ella le importa que su hijo se divierta usándote? Tú solo eras un eslabón para dañar a Bruce, ahora ya no eres nada, ni fingiendo ser otra, solo eres un alma en desgracia que hace cualquier cosa para no cargar con la culpa sola.

Me arroja al suelo y siento su pie impactando contra mi abdomen. Repite eso hasta que comienzo a escupir sangre, intento protegerme con las manos, su pie llega a mi rostro y siento como mi labio se parte, y mi cráneo cruje con un golpe en particular, la sangre que emana de mi cabeza ya es lo suficiente para debilitarme a tal punto de no poder moverme.

—¿Y por qué no me… —formulo cuando lleva el pie hacia atrás preparándose para otra patada— no me mataste antes? —termino al ver que para.

—Porque tenías que sufrir las consecuencias, ¿cómo podrías morir tú y yo quedarme a sufrir lo que tú ocasionaste? No. La tortura física es dolorosa, sí —Pasa sobre mí, pisando mi mano en el ínterin, me hago un ovillo tratando de calmar el dolor—, pero la tortura mental, el recordarte lo que hiciste, el cómo mataste al hombre que decías amar cada maldito día, eso es algo de lo que no puedes recuperarte, los moretones se van, los cortes cicatrizan.

Al moverme siento algo abultado de bajo de mí. 

—Pero una mente rota ya no puede ser reparada, la espina en el alma no puede ser removida.

Con disimulo envuelvo el hacha con mis dedos.

Siento su presencia detrás de mí, el rechinar de sus zapatos al agacharse y el cómo me acaricia el rostro con el cañón de la pistola.

—Se puede vivir con la espina —murmuro—, se puede hacer parte de uno.

—No llegarás a eso, hermanita. Ya te habré matado antes.

—Tampoco cumplirás la promesa, siempre juntos, ¿recuerdas?

—El juramento ya está roto —argumenta.

Sostengo el hacha con más fuerza. El cañón se presiona contra mi frente.

—Lo único que puedo ofrecerte en su lugar es una muerte sin dolor, algo rápido.

—Si me matas a mí, la matas a ella —le recuerdo mirándolo de reojo. Sus ojos celestes me miran con fijeza—. Si me matas la pierdes para siempre.

—No ha despertado en años, ¿por qué lo haría ahora?

—Ella es impredecible. ¿Estás dispuesto a perderla?

Veo la duda en sus ojos. Ella es su favorita, sé que no puede imaginarse un mundo sin ella, su otra hermana. Y eso es lo que yo aprovecho. Me giro en esa fracción de segundo en el que sus ojos se apartan de mí y clavo la hoja del hacha en su muñeca utilizando la fuerza que me da la adrenalina. Mis fosas nasales se ensanchan, mi pecho se expande y mi visión se vuelve nítida.

Su grito es amortiguado por el pitido en mis oídos. Con lo que me queda del aumento de endorfinas, agarro el arma y salgo corriendo del lugar, sus gritos se escuchan aún después de ingresar a la arboleda y dirigirme cuesta abajo.

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