T R E I N T A
Maratón 2/?
Logan me da paso e ingreso al ascensor, él entra y cierra las puertas. Presiona el botón que da al último piso y subimos en silencio. Miro al frente, un espejo me da una vista completa de nuestros cuerpos, sigue siendo más alto que yo, aun cuando llevo unas botas de plataforma. Se ha recortado el cabello unos centímetros y ya no tiene necesidad de usar fijador para mantenerlo en su lugar, los primeros tres botones de su camisa gris oscuro dejan ver parte de su piel bronceada. No la tenía así ayer, ¿fue a la playa?
Sus ojos grises se cruzan con los míos e inmediatamente aparta la mirada. Las puertas se abren y dejan ver el recibidor del pent-house.
—Vamos —demanda. Se abre paso y rodea la pared que obstruye la mirada directa a su departamento.
Sigo sus pasos y abro la boca embobada por todo lo que mis retinas consumen. El sitio es la puta octava maravilla. La cúspide del lujo.
El estilo es moderno y la decoración minimalista. Los techos son altos y las paredes lisas, el concepto abierto lo hace todo más amplio y majestuoso, los colores cromados en los electrodomésticos contrarrestan los colores sólidos de los muebles que van del beige, a varias tonalidades de gris y ciertas terminaciones en negro. El piso de madera está pintado de negro y lo colocaron de una forma que va hacia los enormes ventanales, alargando la vista, y hablando de vista…
Las montañas forman parte del paisaje a lo lejos, dejando atrás los edificios y todo lo que conlleva la urbanización.
Claro, como si fuera poco, hay una piscina en el balcón. Para rematar, tiene el tamaño de la casa de Lina.
—Bienvenida —pronuncia Logan, sacándome de mi ensoñación. Miro por última vez hacia arriba, reposando los ojos en el enorme candelabro sobre los sofás que dan hacia una enorme televisión de pantalla plana.
—No me digas que esto lo pagas con tu sueldo de médico, que te juro que me cambio de carrera.
Inclina la boca en un gesto de suficiencia.
—Claro que no. —Camina hacia la barra de su bar y se sienta sobre uno de los taburetes—. Lo pago con lo que sobra de una pequeña inversión en una cadena de bares.
Elevo las cejas, sorprendida.
—Lo que gano en el hospital lo uso para pagar los impuestos.
—Que honesto —espeto con sarcasmo.
Apunta a la mesa del comedor y se levanta.
—Siéntate —me ordena—, preparé algo para que comas.
—No, gracias, prefiero no intoxicarme.
—Siéntate —reitera con un tono más demandante. Se gira hacia la cocina y empieza a buscar cosas en la alacena.
—Yes, daddy —mascullo por lo bajo.
Me dejo caer en una de las sillas y apoyo la cabeza sobre la mesa. Respiro hondo y cierro los ojos oyendo el pulular de sus movimientos durante varios minutos. Prepara lo que sea que está haciendo en completo silencio.
—¿Puedo poner música? —pregunto elevando la cabeza.
—No —responde.
—¿Por qué?
—Porque no tengo ganas.
Ruedo los ojos y vuelvo la vista hacia la mesa.
—Y no vuelvas a rodar los ojos.
Ruedo los ojos a propósito.
Sus dedos aprietan con fuerza el mango de la sartén que está utilizando, las venas se le marcan por el brazo a causa de esa acción, a mí, para mi disgusto, se me agua la boca por eso y no por el aroma que desprende los panqueques que está preparando.
Suspira lentamente y continúa su trabajo.
—Comeré y luego me largaré —aviso—, no tengo paciencia suficiente para soportarte todo el día.
Sirve el café en una tasa y coloca el panqueque sobre un plato. Deja ambos frente a mí y me pasa una cuchara.
—Calla y come.
Le enseño el dedo del medio y luego procedo a pasarlo por el jarabe del panqueque, lo miro desde mi posición, yo sentada, con la boca a la altura de sus caderas, y él parado frente a mí, y llevo el dedo a la boca chupando el caramelo bajo su atenta mirada. Si la vista no me falla, el color de sus irises pasaron de un gris claro a una de varias tonalidades más oscuras. Endurece la mandíbula y aprisiona mi muñeca y me saca el dedo de la boca.
—Te puse una cuchara, úsala.
Sonrío con maldad y asiento.
Se sienta a mi lado y me observa comer, –ya de una manera decente–.
—No me gusta que miren cuando como —hago saber.
—A mí me gusta verte comer.
—Que me importa, mira para otro lado.
—Kiera, no colmes mi paciencia, ya te he aguantado bastante esa lengua viperina.
Me bebo lo último del café antes de responder.
—Uy. ¿Qué me va a hacer, doctorcito? ¿Castigarme? —me acerco unos cuantos centímetros a su boca— Dicen por ahí que ese es uno de sus fetiches.
Me toma de la nuca y me apega a su pecho.
—Estás jugando para una liga muy elevada.
—¿Qué? ¿Acaso el hijo de la respetada Rosemarie es mucho para una casi ex rea?
Se para de golpe y me lleva con él.
—Basta.
—Es que ustedes los Walsh son demasiado para cualquiera, ¿no? —continúo picándolo—. Una es una arpía y el otro es un imbécil que no puede salir de debajo de la falda de su mamita, todo debe creerle, los demás solo son excremento en la suela de sus zapatos.
—¡Basta! ¡Cierra la boca!
—¡Pues fíjate que la quiero tener abierta!
Al momento de soltar esas palabras caigo en cuenta del doble significado que pueden tener.
La mano que seguía teniendo en la nuca ahora se hace puño tomando mi cabello con la fuerza suficiente para hacerlo excitante.
—Suéltame —mascullo, aunque lo que deseo es lo contrario.
Mierda.
—Eres una pequeña bruja descarada.
Lo empujo con fuerza y me aparto varios pasos.
—Vete a la mierda.
Me giro sobre mis talones y avanzo hacia la salida, al tercer paso soy detenida por su brazo pasando por mi cintura y girándome hacia él, abro la boca con la clara intención de gritarle las octavas, mas soy detenida por sus labios impactando en los míos y moviéndose en un beso ardiente que me toma con la guardia baja, me aparto lo suficiente y le volteo la cara con una bofetada.
Se vuelve hacia mí con una sonrisa que me hiela la sangre.
Ahora soy yo la que pega su boca a la suya y lo beso con frenesí saboreando el sabor a whisky de sus labios, nuestras lenguas danzan en un compás sincronizado que sigue causándome sorpresa.
Una de sus manos se posa en mi muslo y me da apoyo para poder saltar a su cintura y rodearla con mis piernas, ahora me sostiene del trasero y camina hacia la mesa y me deja encima. Nuestras bocas no se liberan en ningún momento, ni siquiera cuando sus dedos me vuelven a jalarme el cabello llevando mi cabeza hacia atrás dándose más acceso a mi boca.
—Dios —gimo debajo de sus labios al sentir su mano derecha apretando mi seno derecho. Mi falda se sube hasta mi cintura y mi pelvis queda pegada a la suya.
—No soy Dios, Kiera —susurra agarrando entre sus dientes mi labio inferior.
—Te detesto —espeto.
Crea un camino de besos desde mi mandíbula hasta mi cuello, ensañándose en ese punto que me enloquece.
—Yo también —responde.
Con los dedos toma el dobladillo de mi blusa y me la pasa por la cabeza, levanto los brazos y termina de quitármela. Baja los labios al valle de mis senos y hunde los dientes mordiendo la piel sensible de allí. Muevo la cadera frotándome con la protuberancia de sus pantalones, lo que está debajo de ellos está tan duro que me estimula con el simple roce.
Quito mis manos de sus hombros y abro su camisa con fuerza, la brusquedad de mi acción hace volar a la mitad de sus botones, me ayuda sacándose la prenda por completo, su nívea piel está bañada por el beso del sol y eso me prende más. La humedad bajo mis bragas aumenta en cuando la piel de mi espalda capta sus manos abriendo mi sostén y liberando mis pechos, la cinta que sujetaba la prenda interior cae por mis extremidades y la lanza a un lugar que no me detengo a mirar.
Nuestros labios vuelven juntarse en un beso apasionado que me nubla la mente.
Me estira hacia abajo y se separa.
—Arrodíllate —ordena.
Mis rodillas se doblan por si solas y quedo de cara a su pene. Sonríe complacido. Se agacha a mi altura y me da un ligero beso.
—Así que si sabes acatar órdenes —susurra en mi oído—. Abre más los muslos.
Hago lo que me dice. Se quita el cinturón, con un movimiento me obliga a llevar las manos a la espalda y me ata las muñecas con él.
—¿Quieres hacer esto? —consulta antes de asegurarlo.
Asiento.
—Habla.
—Sí, sí quiero.
Termina de ajustarlo y se incorpora. Se abre la pretina del pantalón y lo baja hasta sus rodillas llevándose consigo su bóxer de color azul oscuro. Frente a mis ojos queda su polla en su máximo esplendor, la curvatura que se le forma al estar tan duro hace que la cabeza se eleve hacia el techo. La punta rosada desprende el primer rastro de líquido preseminal.
Me sujeta el cabello en forma de coleta y me lleva la cabeza hacia atrás, su pulgar me acaricia el labio inferior.
—Abre la boca. —Lo hago. Coloca la cabeza en medio de mis labios. Apenas me entra— Más.
La abro lo más que puedo y la mete hasta la mitad y luego la saca de vuelta.
—Saboréame, nena. —Paso la lengua por el orificio, llevándome su sabor salado, la calidez de su pene me abrasa los labios cuando los rodeo a la punta y enredo mi lengua por el glande y por debajo de su corona, justo por el surco prepucial.
El jadeo que libera me hace chupársela con más fuerza.
—Justo así, nena.
Lo hago por unos segundos más y lo dejo por un momento, sacando la lengua lubrico el tallo con mi saliva, teniendo muy presente la textura de su vena frontal marcada por la sangre acumulada en ese lugar.
Una vez satisfecha con eso, vuelvo al glande y me aventuro a meterla despacio. No me va a caber completa, pero haré lo mejor que puedo.
Subo y bajo la cabeza dándome apoyo en eso para poder hacerlo con más comodidad. Sus gemidos acallados me dan un impulso para aumentar la velocidad, él me aparta los mechones del pelo y miro hacia arriba, sus ojos conectan con los míos.
—Me gusta verte comer —sonríe con maldad.
Me toma del pelo con más fuerza y detiene mis movimientos. Lleva la pelvis hacia atrás y luego me penetra metiéndola un poco más, ahora me llega hasta la mitad, la saca de vuelta y repite la acción, empieza a marcar su propio ritmo sin dejar de mirarme, toma el completo control manteniéndome en mi lugar. Ahora su polla me llega más hondo y la respiración se me pone inestable.
No sé cómo hace para aguantar tanto, pero por momentos lo hace más rápido y luego reduce la velocidad y la mete con más fuerza. La saliva se me acumula debajo del paladar lubricado a más no poder y poco tiempo después siento el nacimiento de su polla en mi nariz y sus testículos en mi mentón.
Me la saca lo suficiente para respirar y continúa con más fuerza.
—¡Sí! —exclama.
Para y me ordena continuar, lo lamo con devoción. Él se ha vuelto mi nuevo sabor favorito. Voy más rápido.
Allí, de rodillas ante mi jefe, sin blusa, sin sostén, con la falda en la cintura, los muslos bien abiertos y con su pene en mi boca, agradezco seguir teniendo puesta mis bragas porque de lo contrario habría un charco del tamaño del Lago Negro bajo mi entrepierna.
—Mierda, me voy a correr —espeta. Me da dos estocadas más y sale de mi boca. — Arriba, Kiera —ordena.
Me ayuda a hacerlo y quedo de pie. Hace que de media vuelta e inclina mi cuerpo hasta dejarme con el torso sobre la fría mesa, la piel se me enchina por el contraste de esta con el calor siento.
—Voy a follarte —anuncia apartando mi braga y pasando sus dedos por mi humedad.
—Hazlo.
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