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S E I S

En multimedia los padres de Kiera.

Abro los ojos cuando siento que un brazo me sostiene por la cintura. Me aclaro la vista con los dedos y suspiro al darme cuenta de que no estoy en mi habitación.

Miro sobre mis hombros y me encuentro con Daniel durmiendo plácidamente, aparto su brazo, pero me vuelve a tomar apegándome con más fuerza, maldigo, irritada. Detesto que haga eso.

—Deja de joder, tengo que irme.

Busco el reloj de su mesita de noche y veo que ya son las cinco de la mañana.

—Aún es temprano, sigue durmiendo —dice con la voz dormilona.

Me renuevo de su agarre y me levanto. Su camisa me cubre lo necesario para que no me vea desnuda.

Abre sus ojos y me mira sonriendo.

—A ti te queda más sexy.

Busco por toda la habitación mi ropa, maldigo cuando me doy cuenta de que el cierre de mi sostén está inservible. Lo tiro en la papelera y me visto con lo que sigue sirviendo.

—¿Ya te vas?

Se talla los ojos con los nudillos y se incorpora hasta apoyar la espalda en el cabezal de la cama.

—¿Qué crees? —inquiero de forma retórica— Olvidé mi cartera en tu auto, pásame las llaves.

—Quédate un poco más —insiste—. Luego podemos ir a desayunar y te acerco al trabajo.

—¿Qué parte de me voy no entiendes?

Tomo la llave de su mesita de noche. Antes de que voltee me toma del brazo y me sube a la cama.

—Solo una hora, podemos repetir lo de anoche.

Ruedo los ojos. Sus labios me dan beso casto en la boca.

—Eres hermosa —me mira fijamente, siento su mano acariciar mi mejilla. Quiere volver a besarme, pero me aparto y bajo de la cama.

—Daniel, pienso que fui clara cuando empezamos esto —nos señaló a ambos—. Nada de sentimientos, sexo sin compromiso y ya. Luego de revolcarnos volvemos a lo mismo, tú me detestas y yo te detesto.

—¿Y crees que es fácil? Llevo una vida enamorado de ti. Lo intento, sin embargo, no es tan fácil como lo pintas.

—Claro que lo es…

—No sabes lo que dices —baja de la cama, desnudo, y se acerca a mí—. No es fácil oírte gemir el nombre de tu novio muerto cada que lo hacemos.

Suelto aire por la nariz. Chasqueo los dedos frente a sus ojos.

—Ahí está lo otro en lo que fui clara. Si hago esto es porque necesito despejarme, no porque quiera algo contigo.

—No, lo que tú haces es follar conmigo porque con él no puedes. Aparte de que suena turbio, esperas que no diga nada.

—No debiste aceptar si no te gustaba.

Se lleva las manos al cabello y suspira buscando paz.

—Será mejor que dejemos esto hasta aquí —digo esperando su reacción. No tarda en mirarme sorprendido.

—¿Por qué?

—Porque no estoy para sentimentalismos. Buscaré a otro con el que follar sin que me diga que está enamorado. Haz lo mismo.

—Eres insufrible.

—Gracias por el dato que ya sabía —respondo—. Te dejaré la llave sobre la gaveta. Fue un gusto follar contigo, Daniel.

Lo dejo con la palabra en la boca y bajo a toda prisa.

Eso fue muy patético.

Luego de recuperar mis cosas regreso a la sala y me encuentro a Sasha entrado a la casa con el pelo revuelto y una cara de recién follada que no pasa desapercibida.

—¿Kiera?

—Bonjour, Sash —sonrío.

—¿Qué haces aquí? —pregunta cerrando la puerta.

Me mira como si me hubiese salido un tercer ojo.

—Después de que te fuiste, nos fuimos a un bar, bebí mucho y caí noqueada —miento—, tu hermano me trajo.

—Ah —murmura. Evita mirarme a la cara como si tuviera vergüenza.

—¿A dónde fuiste? —interrogo.

Pasa el peso de una pierna a otra.

—Y-yo conocí a alguien en línea, y quedamos anoche para cenar. Lo había olvidado y por eso me fui.

—Cenar, ajá —muevo las cejas de forma sugerente—. Soy yo, Sash, no tienes por qué ocultarme que fuiste a que te den como televisor viejo. —Abre los ojos desmesuradamente—. No te hagas, sé que te dieron sin control. Ahora tengo que irme, pero quiero el chisme completo hoy en la noche.

—¿Hoy?

—Sí, ve a mi casa. Que sea una noche de chicas, como en los viejos tiempos.

—De acuerdo. Llevaré mascarillas.

Me despido antes de que a su hermano se le ocurra bajar y arruinar mi mentira.

Al llegar a casa la cara de reproche de mi madre es la que me recibe. Ella y papá están desayunando juntos.

—¿Dónde estabas? —inquiere mi progenitora— ¿Por qué no te dignas te a responder, aunque sea una de mis llamadas?

Ruedo los ojos.

—Estaba en casa de Sasha. Salimos ayer en la noche y fui a su casa a dormir.

—De seguro te volviste a emborrachar —asegura.

La ignoro y paso la vista a mi papá.

—Hola, papi —sonrío. Le doy un beso en su mejilla y recibo un abrazo de su parte.

—¿Cómo has estado, flaca? —saluda utilizando el apodo en español que me ha puesto desde niña.

—Mejor —miento una vez más—. Me alegra verte tan temprano.

—Quería pasar más tiempo con ustedes.

Hago un puchero y me aparto.

—Lástima que yo no voy a poder, tengo trabajo.

Él niega contrariado.

—Sabes que no es necesario que trabajes. Para eso estoy yo.

—No dejará de ir —declara mamá—. Ya es hora de que regrese a la normalidad, luego deberá seguir con su carrera, esto solo es un inicio.

—¡Deja de presionarla! —ruge papá golpeado la mesa. Ambas damos un respingo por la sorpresa— Ella sabrá cuando es momento de continuar, ni tú ni nadie tiene derecho a obligarla en nada.

—¿Y tú te crees con el derecho de opinar en algo? —objeta ella—. Has estado ausente todos estos meses, no has sido testigo de lo que se convirtió.

—Soy su padre y sé lo que es bueno para ella. Es una lástima que tú no lo sepas.

—Si de verdad fueras el padre que tanto proclamas, habrías estado de mi lado cuando empezó a salir con ese chico.

—Mamá…

Arrastra la silla y se levanta de la mesa.

—Les avisé a ambos que ese muchacho solo traería problemas a tu vida —su mirada acusatoria me impacta—. Tienes suerte de que el muerto sea él y no tú.

—Vete a la mierda, Julieta —espeto.

Papá trata de detenerme, pero hago caso omiso y voy a mi habitación. Me seco las lágrimas que bajan por mi mejilla, no quiero llorar, no es la primera vez que lo dice, no debería doler tanto. Me ha recalcado eso desde el día uno, fue una suerte que él muriera, fue un gran ejemplo. Se supone que para estas alturas ya debía tener puesto el chaleco antibalas.

Es una pena que no hay un manual que dé tips para que las palabras de tu madre duelan menos.

Cuando lloraba sobre la tumba de Bruce esperé que ella se me acercara y me dijera que estaba conmigo, que no me dejaría, en cambio, recibí duras palabras.

«Se acabó, es hora de irnos» Palabras frías y cortantes, no hubo un «hija, ya pasará», solo un «se vio venir desde siempre». «Ya es tarde»

Cancerbero me recibe alegre, solo puedo darle una caricia antes de dejarlo afuera. No quiero que se ponga triste al percibir mi aura dolida. Cierro la puerta detrás de mí y me deslizo al suelo, los gritos de mis padres se oyen como si solo estuvieran a unos metros, esto es el pan de cada día siempre que están juntos, lo peor es que empezó tan solo meses atrás y de todas esas discusiones el motivo principal soy yo.

Papá pidiendo que mamá afloje la cuerda y ella negándose.

Un portazo da punto final a la contienda.

Él se ha vuelto a ir, no volverá hasta mañana y ambos fingirán que nada ocurrió, volverán a ponerse melosos, me invitarán a cenar, me negaré, ocasionaré otra discusión y el ciclo continuará.

Me levanto del piso y voy a la ventana, abro las cortinas y dejo entrar la luz del sol.

Recibo un mensaje, a lo mejor es Walsh recordándome que debo llegar puntualmente. Abro la aplicación de mensajería.

Número desconocido: Felices diez meses de muerte.

El celular se me cae al suelo, la pantalla se apaga y una línea cruza en ella. Se ha roto.

Giro sobre mi eje y veo lo que está en la cama. Corro al baño y dreno todo lo que estaba en mi estómago, las lágrimas bajan empapando mi rostro con furia, todo empieza a darme vueltas y las arcadas no paran. El sudor frío y el temblor no me permite incorporarme, me arrastro hasta el lavado y, utilizando la poca fuerza que me queda luego de vomitar, me apoyo en el material de mármol y me levanto. Mi expresión de susto es inconfundible.

Me cepillo los dientes y me lavo la cara, el temblor desciende y mi respiración se ralentiza.

Me obligo a volver a la habitación, enciendo el interruptor de la luz y puedo verlo con más claridad. Un cuervo desmembrado y con los órganos por fuera está sobre mi cama, sus ojos negros y vacíos me devuelven la mirada culpándome por su destino. Sollozo al acercarme, mis dedos tocan al animal, la sangre sigue tibia y no está del todo duro, lo dejó aquí hace tan solo unos minutos. Voy a la ventana y solo logro ver su chaqueta marrón antes de que entre al auto y se pierda en la avenida.

Doy media vuelta y saco de una de las gavetas de mi cómoda una bolsa de papel, con el corazón en la mano recojo al cuervo y lo meto dentro. Saco las sábanas y retiro las fundas, el colchón sigue manchado, así que, luego de una profunda respiración, lo giro. Tomo la bolsa y la ropa de cama y salgo a la parte trasera de la casa, agradezco no encontrarme a nadie del servicio o a mi madre por los pasillos, al llegar a los botes de basura, medio vacío uno y lanzo en él lo que traje, luego vuelvo a poner la basura encima y regreso a mi habitación. Me arranco la ropa y me ducho con agua casi hirviendo, no es hasta que la piel me arde que salgo y me visto. Una falda de cuerdo y una camisa azul es lo más cercano a mi antiguo outfit.

Hago de cuenta que nada pasó y voy al hospital.

Si no le doy importancia, se cansará y me dejará en paz. Me repito eso una y otra vez hasta que me lo creo y mi corazón deja de retumbar en mi tórax.

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