N U E V E
Al abrir la puerta de mi habitación encuentro a Sasha acostada en mi cama.
—Hey —saludo. Lanzo mi mochila a un lugar que no me digno a mirar y camino hacia ella.
—¿Qué tal?
Me dejo caer a su lado, todo el aire que tenía contenido sale de mi interior en un suspiro frustrado.
—Llevo dos días en ese trabajo de porquería y ya me quiero ahorcar con el cable del teléfono.
—Por lo menos tu jefe es lindo —alienta.
—No es lindo —contradigo—, es caliente, y esas son cosas distintas.
—Si no fuera lindo, no sonreirías como una tonta después de bajarte de su auto.
Giro la cabeza de golpe.
—¿Me has espiado? —acuso con la boca abierta.
—Parecía que nunca llegarías —se encoge de hombros—. ¿Qué querías que hiciera mientras tanto?
—La reunión se alargó —es todo lo que digo. Si le cuento lo de la cena sería peor porque tendría que mentirle acerca de su hermano, bastante tengo con que no sepa sobre lo que hacía a sus espaldas.
—Eso pensé. Date una ducha, así empezamos con las mascarillas.
Asiento y me levanto con pereza.
Tomo una remera de Bruce e ingreso al baño, al salir me lanza una mirada negativa.
—Deja de hacer eso, te hace mal.
—No quiero discutir, ¿okey? Solo pasémoslo bien.
—Solo me preocupo por ti —insiste acomodándose sobre los cojines.
—No lo hagas.
Evito que su expresión abatida me baje las defensas. Ocupo lugar a su lado y me acuesto mirando el techo.
—Estoy esperando que me hagas la rutina.
Asiente, finge una sonrisa y comienza a tratar mi rostro. Cierro los ojos disfrutando de la atención de mi mejor amiga, me duele que no se dé cuenta del trasfondo de esta “noche de chicas” pero tampoco puedo pedir mucho teniendo en cuenta mi actitud para con ella. Además, ya no le presto tanta atención y no puedo esperar que no sea recíproco.
—Cuéntame de tu chico —pido. Tarda unos momentos en contestar, primero enciende la playlist que escuchamos cuando estamos juntas, hasta que al final se decide por abrir la boca.
—Kiera —solloza, abro los ojos y me incorporo, su rostro está empapado de lágrimas y sus ojos muestran una culpabilidad que me desarma.
—Sash, ¿qué ocurre?
Me saco la mascarilla hidratante y la rodeo con mis brazos, toda ella tiembla aferrándose a mi pecho, llora como una niña que necesita a su madre. Luce tan desbastada que me trasmite su tristeza.
—¿Te hicieron algo, preciosa? —Niega aún con la cabeza escondida en el vértice de mi cuello— Ya, tranquila, tómate tu tiempo.
Me dispongo a acariciarle el cabello mientras escucho su llanto desgarrador, me atemoriza esta situación. Sasha no es de las que lloran a menos que algo se le escape de las manos y no sepa cómo controlar lo acontecido.
La he visto llorar de esta manera dos veces, la primera vez fue cuando sus padres tuvieron un accidente y la segunda cuando me vio frente a la tumba de Bruce gritándoles a todos que fueran.
Y aquí está nuevamente, y no sé qué hacer para aplacar su desasosiego.
—Yo no soy así, Kiera —murmura apretando mi remera con los puños—. Te juro que no sé qué me pasa.
—Háblame de ello, estoy segura de que solo estás mirando con una perspectiva errada.
—No, soy una zorra.
—¡Hey!
La obligo a mirarme, secó sus lágrimas con ayuda de mis pulgares. Su cabello castaño se pega a sus mejillas húmedas.
—Mujer zorra vale por dos —aseguro.
—Precavida.
—Sí, y si es una zorra precavida vale hasta por tres. Pero entiendes mi punto.
—No —sonríe—, que el dicho no va así. Es mujer precavida, no zorra precavida.
—¿Quién te dijo eso? ¿La madre Teresa de Calcuta? Eso no es muy Rockstar de tu parte.
—No estás ayudando.
Ladeo la cabeza haciendo un puchero.
—Bien, dile a mamá Kiera qué ocurre, pero no llores porque no sé qué hacer cuando alguien llora.
—Serás una madre pésima.
Arrugo el entrecejo.
—¿Quién dijo que voy a ser madre? Para eso tengo a Cancerbero, él me dará los nietos que heredarán mi fortuna.
—Él es macho, y está castrado.
—Le adoptaré cachorros, siempre hay una solución. Pero vamos al punto, ¿Qué te hace pensar que ser una zorra está mal? No, te replanteo la pregunta: ¿Quién es el hijo de puta que te hace sentir así?
—Te mentí —expresa bajando la mirada—, no lo conocí en internet.
—¿No? ¿Entonces? Yo ya lo apodé como el chico de la página de citas, no me hagas buscar otro.
—Lo conozco de hace mucho tiempo —explica—. Y… —duda por unos momentos para seguir— no es un chico.
—¿Una chica? Sasha, creí que sabías que eso es completamente normal. No hay por qué sentirse …
—Es un hombre de cuarenta años.
—… avergonzada de eso —musito acabando con mi idea. Parpadeo un par de veces— ¿Está bueno?
—¡Kiera! Te estoy diciendo que me estoy acostando con alguien que podría ser mi padre y me sales con eso.
—¿Qué? Es mi deber como amiga saberlo, no puedo permitir que andes con un adefesio.
—Estás mal. —Niega con la cabeza, se acomoda recostándose por el respaldar de la cama. — Pero sí, está bueno, me ha hechizado y no sé cómo hacer que pare.
—¿Para qué hacerlo?
—Kiera, me dobla la edad, cuando la gente se entere…
—¡Qué se jodan! —exclamo— Ni te alimentan ni te mantienen, eres una mujer independiente que puede decidir con quién meterse. No está casado, ¿verdad?
Niega.
—Mis padres no lo entenderán, ni Daniel, ni yo misma lo entiendo. No me criaron así, siempre tuve claro mis ideales y ahora…
—Bien, te lo diré una vez más, no me obligues a hacerte entender esto por las malas Sasha Elizabeth. No. Está. Mal. —La apunto con el índice para enfatizar mi punto— No le haces daño a nadie, ¿te dobla la edad? Bien, el vino cuánto más viejo, más rico. ¿Tus familiares no lo aceptarán? Pues que se jodan el doble, si ellos no quieren tu felicidad entonces no te quieren a ti.
—Todo esto es tan difícil. Me siento sucia.
—Sucia te vas a quedar después de venirte. Ya, equis, solo disfruta.
—Mejor veamos una película de amor trágico, quiero seguir llorando.
—¿Sabes que puedes contar conmigo, cierto?
—Claro, ve a preparar palomitas.
Dos horas después nos encontramos abrazadas, llorando como dos niñas pequeñas, fue una mala elección ver Me before you.
—Me iré a al cuarto de invitados —anuncia levantándose.
—¿Por qué? Quédate —suplico.
—Pateas cuando duermes, es mejor que me vaya a dormir allá.
Agacho la cabeza. No era esto lo quería, no quería estar sola hoy. Es un día muy difícil y tengo miedo de mí misma.
—Bien, nos vemos mañana —me resigno.
Me lanza un beso y se retira. La brisa nocturna ingresa por la ventana helándome los huesos, mis ojos viajan a mi celular, la pantalla se enciende mostrando un número desconocido como remitente.
Trago saliva y lo tomo en mis manos, suena entre mis dedos y no soy capaz de responder, la llamada se corta e inicia nuevamente.
Temblando, mi pulgar se arrastra por el móvil presionando la luz verde.
Acerco el teléfono a mi oreja y espero sin decir nada, del otro lado se escucha una respiración acelerada amortiguada por el sonido de autos en una carretera, no dice nada durante minutos. Cierro los ojos al sentir las primeras lágrimas deslizarse por mis mejillas, muerdo mis nudillos para que no oiga mis sollozos.
—Guárdate tus lágrimas de cocodrilo —brama con furia.
—Perdón —murmuro.
—Diez meses —murmura, la rabia se desliza por ambas palabras—, todo es tu culpa —dice, escucho cristales rompiéndose de repente—. Tú eres la verdadera culpable.
—No me digas eso, Cia…
—No te atrevas a pronunciar mi nombre. ¡No tienes derecho! —Mi pecho se contrae de dolor— Diez meses, maldita perra, haré que sufras cada segundo que ha pasado.
—No me digas eso, yo lo amaba.
—Tu amor lo condenó, fuiste su verdugo y yo seré el tuyo.
El pitido se alarga al oírlo cortar. El celular se me cae celular cuando salgo corriendo al armario, abro el segundo cajón de la cómoda, tiro todo lo que está en su interior y lo encuentro justo al final.
Saco la navaja y dejo libre a la hoja, el filo brilla bajo la luz de las lámparas de las paredes.
«Es tu culpa»
«Diez meses»
«Tu amor lo condenó»
«Fuiste su verdugo y yo seré el tuyo»
Tropiezo con la mesita de vidrio que está en el medio del vestidor y caigo sobre ella, grito al sentir el filo de un cristal cortándome la piel de la pantorrilla. La navaja se me cae a unos metros. Mi cuerpo me pide que me levante de donde estoy, los cristales me hacen daño, pero mi mente no es capaz de dar la orden, siento que el dolor físico camufla todas las emociones que reprimí durante todo el día.
—¡Kiera!
Las manos de papá me toman y me alzan, me aferro a su pecho llorando como cuando era niña y tenía pesadillas, esas horribles pesadillas. Me lleva devuelta a la habitación y se sienta en la cama conmigo en su regazo.
—¿Qué ibas a hacer, pequeña?
—Son más de trescientos días sin él, papi. Trescientos días sin Bruce.
Me abraza con fuerza.
—Estoy aquí contigo, no lo guardes, llora todo lo que quieras —pide—, pero no te hagas daño.
—Fui la culpable, lo fui. Yo debí morir en su lugar.
—No, detente, no intentes decir eso —toma mi rostro en sus manos apartando mi cabello—. No entiendo tu dolor, pero no digas que debía ser yo el que lo sienta.
—Me duele mucho, me arde no poder tenerlo a mi lado, hay días que abro los ojos al despertar y no recuerdo que ya no está, y de repente el recuerdo regresa y se siente que pasa otra vez, vuelvo a ver el féretro entrando bajo la tierra.
Hundo mi rostro en su cuello buscado la paz que no he tenido desde que él se fue.
—Estás tan rota, mi niña, y no sé qué hacer para remediarlo.
—Dime que no estoy sola, por favor —imploro.
No quiero estar sola.
—Conmigo nunca lo estarás.
Se queda conmigo susurrando la canción que me cantaba de pequeña, cuando le rogaba que no me dejara.
—Are you my girl, and I am your father.
I take care of you at night
and you take care
of me during the day.
You are my hero in the imaginary worlds
and I am your hero in the real world.
—No le digas a mamá —susurro en sus brazos.
—No lo haré.
—Papi —busco sus ojos.
—Dime cariño.
—Quédate conmigo esta noche.
—Lo haré.
Nota de la autora: ¿Cia? ¿Cia qué? ¿Eres hombre, mujer, perro, insecto? ¿Por qué te odio si ni siquiera apareciste?
Dejen aquí sus teorías.
Ayer no alze el capítulo porque andaba viendo el conjuro 3 y pues ajá...
Sorry.
Eso es todo.
Addio!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro