D O S
Alcohol, drogas y sexo.
Eso es lo que se respira en esta casa. Las luces son bajas y la música retumba en las paredes como golpes de puños.
El sudor gotea por mi piel obligando al vodka a abandonar mi sistema, no le doy una tarea fácil teniendo en cuenta que esta ya es la segunda botella que bebo en la noche.
Cuerpos húmedos se menean a mi alrededor refregándose contra mí, la excitación danza en el lugar como un halo invisible, a lo mejor hasta se mezcló con el humo que expiden los cigarros. Hago caso omiso a las náuseas que me genera, como lo hago siempre.
—Deberíamos irnos —me repite Sasha, por cuarta vez en la noche—, pronto alguien llamará a la policía y estaremos en problemas.
—Vete tú, yo no tengo intenciones de poner un pie afuera.
Suspira cansada y vuelve sus pasos y se deja caer en el sofá, y desde allí no me quita la vista de encima.
Sasha más que parecer mi amiga parece mi mamá gallina, si viene a este tipo de fiestas es porque sabe que yo vendré y se pasa toda la noche cuidándome. Los primeros tiempos me pareció irritante, ahora simplemente lo ignoro, allá ella si quiere perder su tiempo detrás de alguien que no vale la pena.
Una hora después, mis pies se cansan y voy junto a ella, aparto a un idiota que la está violando con la mirada y me dejo caer a su lado.
—Huele horrible —se queja. Cómo siempre—, no sé cómo soportas estar aquí mucho tiempo.
—Porque me da igual —repongo—, si no te gusta no tendrías por qué haber venido.
—Sabes que no te dejaría sola, estas cosas son peligrosas.
—Peligroso es tirarse de un acantilado, lo hice la semana pasada y aquí estoy, borracha y coleando.
Niega decepcionada, no le hago caso, ya estoy acostumbrada a que me mire así. Me da lástima que siga luchando para que salga del agujero en el que estoy. No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado, me da más pesar que ella no entienda eso.
Llevo la boca de la botella a mis labios y bebo como si fuera una mísera agua. El ardor ya no está, mi garganta se hizo tan amiga de la sensación que ahora para ella es un simple cosquilleo.
—Si sigues así terminarás en un coma etílico.
—Lo agradecería, a lo mejor eso sí me mata.
—K —suspira. Me toma de la mano y la levanta ligeramente. —, esto ya te está matando, ¿dónde está mi amiga? Yo la quiero a ella, no a esta copia barata que solo se mueve por inercia y que en cada paso se lastima más y más.
Dejo salir aire por la nariz en burla.
—¿Dónde está Kiera? —repito sus palabras—. La misma pregunta dicha por ti, por mamá y por papá todo el tiempo. Estoy cansada de repetirles: ella murió.
—No, yo sé que está aquí.
Niego.
—Ella murió al caer de esa cuesta. Se golpeó el cráneo y dejo de respirar.
—Esa Kiera también venía a estas fiestas. —Mira a su alrededor— También bailaba con esta gente, ¿pero sabes cuál es la diferencia?
—Ilumíname.
—Ella disfrutaba, sonría y gritaba. Tú no, tú bebés y maldices. Ella era luz y tú solo…
—Oscuridad —termino por ella—. Dime algo que no sea novedad. Sasha, deberías estar en tu casa, durmiendo como el ángel que eres —sonrío con burla— y no aquí tratado de salvar lo que ya no está.
—¿Por qué me pides eso? —pregunta con los ojos empañados— ¿Qué no te das cuenta de que todavía hay personas que te aman?
Aparto la mirada, no soy capaz de decirle que el único amor que me interesaba ya no existe, se fue.
—Seguiré bailando —digo, en cambio—. Vete a casa y deja de preocuparte. Después de todo sigo viva.
La dejo sola y vuelvo a la pista. Si lo que busca es empatía, creo que la busca en balde, todos mis sentimientos se apagaron excepto el dolor, más allá de él no hay nada.
Me muevo al ritmo del compás. Cierro los ojos y me dejo llevar. Dicen que el alcohol es un mal consejero y un mentiroso, no pudieron estar más en lo cierto. A mí el alcohol me hace recordar lo que me promete olvidar, me trae a la mente eso que quiero borrar y me tortura en silencio cuál verdugo contratado.
Mis constantes enemigas se hacen paso en mi pecho y salen por mis ojos, me mojan la cara mezclándose con el sudor. Lo que antes era diversión, ahora es algo sin sentido, una idiotez que no llena lo que antes me satisfacía.
Un par de manos se envuelven en mi cintura y me estiran hasta chocar con el dorso de un tipo, su asquerosa erección me golpea el trasero. Me aparto de un empujón y lo encaro. El blanco del ojo lo tiene rojo por haber fumado marihuana, sus labios se vuelven una línea al sonreír asquerosamente como el pervertido que es.
—Piérdete —espeto.
—Vamos, muñequita, si solo nos vamos a divertir. —Su asqueroso aliento me da de lleno en el rostro, hago una mueca de asco.
—Déjame en paz, degenerado.
Me doy media vuelta, pero el imbécil me toma del brazo y me pega a su cuerpo. El olor de axilas mezclado con cuánta sustancia se metió me marea por unos segundos.
«En la entrepierna y con toda la fuerza» recuerdo lo que Bruce alguna vez me enseñó.
—Te dije que te perdieras —repito con la voz dura. No lo dejo contestar e impacto mi rodilla en su entrepierna.
Suelta un quejido y me llama zorra con la voz entrecortada. Le enseño el dedo del medio y me alejo.
Todo me da vueltas y las náuseas se intensifican, asiendo al segundo piso y busco algún baño, todas las puertas están cerradas y detrás de un par se oyen gemidos descontrolados. La voz de Sasha me llama desde atrás. La ignoro e ingreso a la única habitación que encuentro abierta, la entrada del baño está libre e ingreso sin esperar más, apenas abro la tapa del váter, todo lo que consumí sube por mi garganta y termina dentro del váter y sobre la baldosa. Siento las manos de mi amiga sostener mi cabello mientras todos mis órganos se debaten entre salir por mi boca o quedarse en su lugar.
Lo último que se me sale solo es bilis y luego solo son arcadas generadas por el hediondo olor.
—Joder, imagínate si me comía la hamburguesa que ofreciste en la tarde.
Ella niega mirando hacia otro lado, tiro de la cadena, y mi mierda se pierde por el escudado. Me quedo sentada en suelo mirando un punto cualquiera, de repente algo gotea sobre mi muslo descubierto y caigo en cuenta que en ningún momento deje de llorar.
—Soy una mierda —sollozo—, un saco de estiércol que no vale un quinto.
—No quiero oírte decir eso. —Se agacha a mi altura y aparta el flequillo de mi frente. — Tú vales un montón.
—No —refuto—. ¿Qué no me ves? Siempre es lo mismo, ya no tiene sentido seguir.
—Si tan solo me dejaras ayudarte.
—¿Para qué? Nada puede ayudarme.
Las arcadas vuelven y dejó salir otra vez la bilis que me quedaba, todo el esófago me arde y mi estómago se retuerce por estar vacío.
—Iremos a mi casa, si tu madre te ve de esta manera te llevarás la regañina del año.
—Como si me importara, para esta altura del campeonato ya debería de estar acostumbrada, al igual que todos. No sé por qué se empeñan en retener algo que ya se fue.
—Porque te amamos, aunque no lo aceptes, eres importante para nosotros.
—¡Por qué no entiendes que no me importa! —exclamo, la humedad de mis ojos no me oculta el matiz de dolor que cruza por su rostro— Ya no me importa nada, porque una vez me importó algo y me lo arrebataron.
—Nosotros no tenemos la culpa de eso.
—Yo no dije que los culpara, como tampoco dije que quisiera que me ayudaran. Solo quiero morir en paz, dejar esta vida de mierda, acabar con el dolor. Quiero que acabe —musito. Sus brazos me envuelven conteniendo los temblores que trae el llanto, hubo un tiempo en el que creí que las lágrimas acabarían por terminarse, no fue así, siempre hay más por derramar, siempre hay más dolor por sufrir, nunca acaba. Es un ciclo sin fin.
—Vamos a casa —susurra.
Abandonamos la fiesta y me ayuda a montar su carro, me coloca el cinturón y nos lleva a su casa, yo solo me dedico mirar las luces de la avenida. El cielo está nublado y no deja ver ni una estrella, me alegro por eso, desde aquella noche he empezado a odiarlas porque son el recuerdo constante de todo lo que viví a lado de Bruce.
Entramos a nuestro barrio y cinco minutos después adentra el auto a la cochera de su casa, me tambaleo al salir del rodado y me sostiene para que no me dé de bruces al suelo.
Me deja en la habitación de huéspedes y caigo rendida al tocar las sábanas.
Despierto cuando el sol toca mi cara y no me permite seguir durmiendo. Suelto un gruñido y me tapo la cara con una almohada, la cabeza me está por reventar y el ruido estridente de una licuadora no es que ayude mucho.
Dando todo de mí, me levanto de la mullida cama y voy al baño, me ducho arrebatando de mi piel el sudor, el maquillaje y el vómito. Lavo mis dientes y rodeo mi cuerpo con una toalla.
Abro la puerta del clóset y encuentro una sudadera de Daniel, el hermano de Sasha, me la coloco dejando a un lado el sostén dado que el que tenía puesto está lleno de vómito, luego me pongo mis bragas y un jean que dejé la última vez que me quedé a dormir aquí.
Voy a la cocina y allí encuentro a Sasha y a Daniel desayunado mientras miran el noticiero matutino.
—Esa es mi sudadera —alega Daniel.
—No te pregunté —respondo dejándome caer en la silla.
—Lávala, antes de devolvérmela, no vaya a ser que se me muden los piojos.
Ruedo los ojos y me arrepiento al instante, un quejido abandona mi alma.
—Ten, es para la resaca.
Acepto la pastilla que me ofrece Sasha y la tomo con el jugo de naranja. Ellos están solos porque sus padres están en otro estado por motivos de trabajos, un verdadero milagro, no quisiera que me vean en este lamentable papel que estoy mostrando.
—¿Cómo es que tú nunca terminas con resaca? —le pregunta Daniel a su hermana.
—Yo no bebo —responde ella con simpleza.
Continúan conversando sobre algo que no presto atención y termino de desayunar, tratado de despejar la mente en un vago intento de reducir el dolor de cabeza.
—Es hora de que vuelva a casa. —Me pongo de pie y tomo mis cosas de la mesada de la cocina. Sasha debió cuidarlas anoche porque no recuerdo la última vez que las tuve bajo mi ojo. — Mi mamá debe de estar pegando el grito al cielo porque no respondí sus llamadas.
—No te preocupes, le dije que llegamos antes de la media noche y que te quedaste dormida poco tiempo después.
Inclino la boca en una sonrisa ladina.
—Así que las cuatro de la mañana ahora son media noche.
—Agradece que no la llamaste llorando como la última vez —se burla Daniel.
—El qué llorará serás tú si no cierras ese pico.
Levanta las manos en son de paz.
—Me voy, gracias por eso —le digo a Sasha—, y por todo lo demás. Hablamos luego.
—Bien, cuídate.
Camino las diez cuadras que separan nuestras casas y llego a la mía, la de color blanco y tres niveles, la que tiene el jardín más bonito del vecindario. Detengo mis pasos frente al caminillo de piedra que lleva a la entrada, desde aquí se ve mi ventana y justo al lado está el árbol del roble, ese que me ayudó a escapar un millón de veces con Bruce cuando todo estaba oscuro y solo se oían el canto de los grillos. Aparto la vista y entro a la casa.
Dejo caer mi bolso al suelo y lanzo las llaves sobre la mesa del recibidor.
Risas provenientes de la cocina me hacen apurar el paso hacia las escaleras, no quiero saludar a ninguna visita, suficiente tengo con la resaca.
—¿Kiera, eres tú cariño? —pregunta mamá. Suelto una maldición al llegar al primer escalón.
Cariño. Desde hace años no me llama así.
—Sí, acabo de llegar —respondo—. Estaré en mi habitación.
Fue una indirecta bastante directa, no estoy como para lidiar con nadie.
—Vente para aquí un momento.
Joder.
Refuto, pero no recibo respuesta. Claramente, es una orden que debo acatar. Deshago mis pasos y voy a la cocina.
Mamá está sentada en la isla vistiendo uno de los vestidos que le mejor le quedan, uno de azul media noche que combina con su piel oscura. Ahí es donde ambas contrastamos, donde ella es morena, yo tengo la piel marfileña que no da lugar a duda de que soy adoptada.
Frente a ella y dándome la espada, está un hombre de ancha espalda vestido con una camisa de lino celeste que se le ajusta a los bíceps, un pantalón de vestir entallado de color negro y un cinto de cuero.
—Doctor, ella es mi hija. Kiera.
El hombre se levanta de su asiento y se gira en mi dirección. Sus ojos grises se quedan grabados en mi mente dejándome en blanco.
—Un gusto, Kiera. —Me extiende la mano cuando llego a él—. Soy Logan Walsh.
Walsh…
Ha dicho Walsh.
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